sábado, 24 de abril de 2010

Mate al juez en nueve movimientos. Una fábula.

Entre los papeles de Kafka se encuentra una partida de ajedrez. Cualquiera puede hacerse una idea de la relevancia del ajedrez en la Literatura consultando, simple y solamente, un par de libros, como, por ejemplo, TRUZZI, Marcello (ed.) Chess in Literature. New York: Avon Books, 1975, y HOCHBERG, Burt (ed.) The 64-Square Looking Glass. New York: Times Books, 1993. Y, sin embargo, no sirven de nada, como de nada sirven los artilugios, las artimañas de la civilización llamadas compendios y resúmenes. Hay que darse cuenta de que en toda la Literatura hay tres partidas conocidas que desbordan la anécdota e incluso la alegoría: no son pre-textos, sino Literatura. Tal vez la cuarta partida seria a tomar en cuenta sea la que en secreto juegan Ferdinand y Miranda, pero esa partida se juega en lo oculto de los corazones, donde las pasiones no admiten testigos porque el cuerpo del uno es la cama del otro, y hay metamorfosis que por bien sabidas huyen de la vista, de las evidencias, porque el deseo es la antítesis de la redundancia.

Las tres partidas literarias conocidas hasta la fecha son las de Middleton (el gambito de dama en A Game at Chess), la de Alicia en A través del espejo, y, por supuesto, la de Murphy. Middleton fijó las bases de todas las posibles partidas en el tablero de la Literatura al hacer que los personajes se moviesen según las leyes del juego, desde el gambito inicial al final con mate al descubierto. Esa fue la herencia que recibió y mejoró Lewis Carroll, juguetón (más que jugador) entre Sterne y Joyce. Recordemos la partida:

1. Alicia se encuentra con la Reina roja
1. La reina roja se dirige a la cuarta casilla de la torre del Rey
2. Alicia atraviesa (por ferrocarril) la tercera casilla de la Reina y llega a la cuarta de la misma (Tararí y Tarará)
2. La Reina blanca (tras su mantón) pasa a la cuarta casilla del alfil de la Reina
3. Alicia encuentra a la Reina blanca (y a su mantón)
3. La Reina blanca sigue a la quinta casilla del alfil de la Reina (y se convierte en una oveja)
4. Alicia a la quinta casilla de la Reina (tienda, río, tienda)
4. La Reina blanca a la octava casilla del alfil del Rey (dejando al huevo en la estantería)
5. Alicia entra en la sexta casilla de la Reina (Zanco Panco)
5. La Reina blanca pasa a la octava casilla del alfil de la Reina (huyendo del Caballo negro)
6. Alicia sigue a la séptima casilla de la Reina (bosque)
6. El Caballo negro a la quinta casilla del Rey (jaque)
7. El Caballo blanco prende al Caballo rojo
7. El Caballo blanco a la quinta casilla del alfil del Rey
8. Alicia a la octava casilla de la Reina (coronación)
8. La Reina roja a la casilla del Rey (examen)
9. Alicia se convierte en Reina
9. Las reinas se enrocan
10. Alicia se enroca (festín)
10. La Reina blanca a la sexta casilla de la torre de la Reina (sopa)
11. Alicia prende a la Reina roja y gana

[Carroll, Lewis. Alicia a través del espejo. Madrid: Alianza Editorial, 1990. Traducción: Jaime de Ojeda].

Para los incrédulos y los impacientes, para los que no tengan ganas ni tiempo de jugar la partida de Alicia hasta el final, A. L. Taylor analizó los movimientos y su sentido:

[Taylor, A. L: The White Knight. Citado en The 64-Square Looking Glass, New York: Times Books, 1993, pp. 93-99; editor: Burt Hochberg].

Mientras Alicia es un peón, está continuamente encontrándose con piezas de ajedrez, rojas y blancas, y, de acuerdo con la clave, están siempre en una casilla vecina, a uno u otro lado. A la derecha se encuentra con la Reina Roja, el Rey Rojo, el Caballo Rojo, el Caballo Blanco y, en el otro extremo del tablero, otra vez con la Reina Roja. A la izquierda, se encuentra con la Reina Blanca, el Rey Blanco y, en el otro extremo del tablero, de nuevo con la Reina Blanca. Sobre lo que sucede en el resto del tablero, no tiene ni idea. Sigue un camino recto y estrecho, y los sucesos que acontecen a una distancia mayor de una casilla, a derecha o izquierda, delante o detrás de ella, caen fuera de su mundo. Es comprensible una cierta falta de coherencia en la imagen que tiene de la partida, en especial debido a que cuando empieza a moverse aquella se encuentra en un estado avanzado.
En Lewis Carroll Handbook, Falconer Madan se lamenta de que “el marco ajedrecístico está repleto de absurdos e imposibilidades”, y considera una pena que Dodgson no condujese la partida, en cuanto tal, según las normas del juego, tal y como, según el señor Madan, podría haber hecho fácilmente. Entre otros sinsentidos, señala que las blancas pueden realizar nueve movimientos consecutivos, que el Rey Blanco queda en jaque sin que se dé cuenta, que las Reinas se enrocan, y que la Reina Blanca se aleja del Caballo Rojo cuando podía haberlo comido. “No hay apenas un solo movimiento”, dice, “que posea sentido desde el punto de vista del ajedrez” (pp. 48-49). También tenemos un mate para las blancas en el cuarto movimiento (y así lo reconoció Dodgson): la Dama Blanca a e3, en lugar de hacer c4. Alicia y la Reina Roja están, ambas, fuera del camino, y el Rey Rojo no tendría dónde moverse para evitar el jaque.
Las propias palabras de Dodgson, en un prefacio escrito en 1887, en respuesta a críticas de este tipo, son las siguientes:

Teniendo en cuenta que el problema de ajedrez propuesto en la primera página ha desconcertado a muchos de mis lectores, no estaría de más que explicase que no está mal planteado en cuanto se refiere a los movimientos. La alternancia de Rojas y Negras tal vez no se respete lo suficiente, y el “enroque” de las tres Reinas es un mera forma de decir que entraron en el palacio; pero el “jaque” al Rey Blanco en el sexto movimiento, la captura del Caballo Rojo en el séptimo, y el “mate” final al Rey Rojo permitirán que cualquiera que se tome la molestia de colocar y mover las piezas como se indica pueda comprobar que se ciñe exactamente a las leyes del juego.

No le interesaba el juego por el juego, sino las implicaciones de los movimientos. Dodgson fácilmente habría podido “diseñar un problema”. Dedicó una considerable parte de su vida a hacer cosas semejantes. Pero en Alicia a través del espejo pretendía otra cosa. En primer lugar, sería ilógico esperar algo de lógica en una partida de ajedrez soñada por un niño. Aún resultaría más ilógico esperar que un peón, que sólo puede observar una pequeña porción del tablero, comprendiese el significado de sus experiencias. Y en todo eso hay una moraleja. De lo que aquí se trata es de la imagen que un peón tiene del ajedrez, lo que se asemeja a la visión que un ser humano tiene de la vida.
Alicia nunca llega a aprehender el sentido del juego, y cuando llega a la última fila intenta saber, preguntándoles a las Reinas, si el juego se ha acabado. Ninguna de las piezas tiene la menor idea acerca de qué trata todo aquello. El Rey Rojo está dormido. El Rey Blanco hace tiempo que ha abandonado cualquier conato de participación. “Sería como intentar cazar un Bandersnatch”. Tiene bastante sentido que el Caballo Rojo grite “¡Atención! ¡Atención! ¡Jaque!", pero el Caballo Blanco también sale del bosque gritando “¡Atención! ¡Atención! ¡Jaque!”, y no está haciendo jaque alguno, sino capturando al Caballo Rojo. Ninguno de ellos posee el más mínimo control sobre la casilla en la que se encuentra Alicia, aunque el Caballo Rojo piensa que la ha capturado y el Caballo Blanco cree que la ha rescatado. Alicia no puede discutir con ninguno de los dos y simplemente se siente aliviada porque el asunto se haya resuelto a su favor. En cuanto a las Reinas, “ven” tanto tablero que se esperaría que supiesen con bastante claridad qué está sucediendo. Pero, como se verá, su manera de “ver” es tan peculiar que saben sobre el asunto menos que nadie. Para comprender la parte que uno juega en una partida de ajedrez, tendría que ser consciente del lugar y de la invisible inteligencia que combina las piezas. Sin ninguno de esos conocimientos, las piezas tienen que explicarse las cosas tan bien como les sea posible. Tampoco esta partida se juega entre dos rivales. Haber hecho eso equivaldría a confesar que creía en dos fuerzas diferenciadas y opuestas gravitando sobre nosotros. Dodgson evitó, deliberadamente, semejantes consideraciones.
Hizo que el fundamento de su historia fuese no una partida de ajedrez, sino una lección de ajedrez o una demostración de los movimientos tal y como lo había hecho para Alice Liddell, una cuidada secuencia de movimientos preparada para ilustrar cómo corona un peón, el poder relativo de las piezas – el débil rey, el excéntrico caballo y la formidable reina cuyos poderes incluyen los propios de la torre y el alfil – y, finalmente, hacer jaque mate. Es decir, extrajo del juego exactamente lo que quería según su intención, y lo expresó como una partida entre una niña de siete años y medio que tiene que “ser” peón blanco, y un jugador más viejo (él mismo) que manejaba las piezas restantes.
Tan sólo un día antes, según se recordará, Alicia había mantenido una larga discusión con su hermana mientras jugaban a reyes y reinas. Finalmente, Alicia se había visto impelida a decir: “Bueno, puedes ser uno de ellos, y yo seré el resto”. A través del espejo se convirtió en “uno de ellos” y el Otro Jugador, en “el resto”. Tal vez así es como son las cosas. Ese era el deseo de Dodgson.
Observemos a la Reina Roja a punto de realizar su truco de desaparición:

-Tras haber recorrido dos millas – dijo mientras clavaba una estaca para señalar la distancia -, te diré a dónde tienes que ir… ¿Otra galleta?

Se usa la galleta, deliberadamente, para distraer nuestra atención del hecho de que las señales indican las fases en la vida de Alicia como peón.

-Tras haber recorrido tres yardas, lo repetiré, por si lo has olvidado. Tras haber recorrido cuatro, te diré adiós. Y después de haber recorrido cinco, ¡me marcharé!
A esas alturas ya había colocado todas las estacas, y Alicia seguía mirando con gran interés mientras regresaba junto al árbol, y entonces comenzó a caminar lentamente siguiendo las marcas.
Cuando alcanzó la estaca de las dos yardas, miró a su alrededor y dijo:
-Un peón avanza dos casillas en su primer movimiento.

Para demostrarlo, había caminado dos yardas. Como un peón que comienza desde la segunda casilla, avanza hasta situarnos en la cuarta casilla del tablero. La tercera estaca señala la quinta casilla; la cuarta, la sexta casilla; y la quinta, la séptima. Queda todavía otra casilla, la octava, pero allí Alicia no seguirá siendo un peón. “-En la Octava Casilla seremos Reinas las dos juntas, ¡y todo será fiesta y regocijo!”.
La Reina Roja había empezado a “caminar lentamente siguiendo las marcas”. Cuando alcanzó la estaca que indicaba dos yardas, se detuvo para darle instrucciones a Alicia. Alicia se levantó e hizo una reverencia, y después volvió a sentarse. En la siguiente estaca, la Reina, con voz entrecortada, hizo algunos comentarios en staccato. Esta vez, no esperó a que Alicia le hiciese ninguna reverencia, sino que “siguió caminando rápidamente” hacia la siguiente estaca, donde se dio la vuelta para decirle adiós y luego “se apresuró” hacia la última. Cada vez iba a mayor velocidad. “Alicia nunca supo cómo sucedió, pero justo cuando llegó a la última estaca, desapareció”.
Podemos representar, pero no imaginar, lo que realmente sucedió. Según la clave, la Reina Roja se alejó de Alicia trazando una diagonal (de e2 a h5).



Mientras la Reina Roja permanecía en una casilla contigua, Alicia podía verla y oírla, pero cuando se distanció en una dirección que todavía no existía para Alicia, simplemente desapareció.

Si se había desvanecido en el aire o había entrado a toda velocidad en el bosque (“y puede correr muy rápido”, pensó Alicia), no había manera de discernirlo, pero el hecho era que se había ido, y Alicia empezó a recordar que era un peón, y que pronto le llegaría la hora de tener que moverse.

Los movimientos de ambas Reinas son ininteligibles para Alicia debido a lo limitado de sus capacidades. Es incapaz de concebir movimientos tales como el de la Reina Roja a h5 o el de la Reina Blanca a c4. Pueden avanzar por el tablero en zigzag, ir de punta a punta si así lo desean, o de uno a otro lado. Mientras tanto, ella tiene que arrastrarse trabajosamente de casilla en casilla, siempre en una única dirección, con una promesa, recordada a medias, como estímulo: “En la Octava Casilla seremos Reinas las dos juntas, ¡y todo será fiesta y regocijo!”.
Pero si el largo del tablero es el tiempo, el ancho también tiene que serlo, un tipo de tiempo que sólo conocen los matemáticos y los místicos: el tipo de tiempo al que llamamos eternidad:

Pues era y es y será son tan sólo es;
Y toda la creación es un solo acto de una vez,
El nacimiento de la luz: pero nosotros que no somos todo
Sino partes, no vemos sino partes, ahora esto, ahora aquello,
Y vivimos a la fuerza de pensamiento en pensamiento y hacemos
De un hecho el fantasma de la sucesión; así
Nuestra debilidad, de alguna manera, remeda la Sombra, el Tiempo.

[Tennyson, The Princess].

Lo que Tennyson pone en verso, Dodgson lo representa en un tablero de ajedrez. Alicia, mientras se mueve, sólo puede ver partes, ahora ve al Rey Rojo a su derecha, ahora ve a la Reina Blanca a su izquierda, pero una vez que se convierte en Reina, se produce un cambio:

Todo sucedía de forma tan extraña que no sentía ninguna sorpresa en el hecho de encontrar a la Reina Roja y a la Reina Blanca sentadas junto a ella, una a cada lado: le habría gustado muchísimo preguntarles cómo había llegado hasta allí,

(podemos seguir sus movimientos gracias a la clave)
pero temió que no fuese muy educado por su parte.

Podía verlas a ambas al mismo tiempo; en términos de psicología, podía percibir al mismo tiempo una pluralidad de impresiones que antes aprehendía sucesivamente.
De cualquier forma, de ninguna manera estaba segura de sí misma o de su corona, y las Reinas la condujeron a su ritmo:

-En nuestro país – señaló Alicia -, tan sólo hay un día cada vez.
-Esa es una manera muy pobre y magra de hacer las cosas – dijo la Reina Roja -. Aquí, básicamente tenemos días y noches dos o tres veces cada vez, y a veces, en invierno, tenemos hasta cuatro noches juntas… Ya sabes, para calentarnos.
-Entonces, ¿cinco noches dan más calor que una? – se atrevió a preguntar Alicia.
-Dan cinco veces más calor, por supuesto.
-Pero, por la misma regla, tendrían que ser cinco veces más frías
-¡Justo! – dijo la Reina Roja -. ¡Cinco veces más cálidas y cinco veces más frías, tal y como yo soy cinco veces más rica que tú y cinco veces más inteligente!


(Hay que darse cuenta de que aquí inteligente y rico funcionan como opuestos).

Alicia suspiró y se dio por vencida. “¡Es exactamente como un acertijo sin respuesta!”, pensó.

Se trata, sin embargo, de la respuesta al “problema de ajedrez”, o, en cualquier caso, de la respuesta a una parte del problema, al mate que, según Dodgson dijo en el Prefacio de 1887, seguía estrictamente las normas del juego, mientras que el señor Madan, en su Handbook, lo desmiente de plano: “mientras que no hay ni intento de hacerlo”.
De acuerdo con la clave, la posición sería la siguiente:

Existe, por lo tanto, algo muy parecido a un mate y, hay que reconocerlo, un mate bastante complicado. La objeción que se puede hacer es que el Rey Blanco tenía que estar en jaque cuando la Reina se movió a la casilla a6 (sopa) en el décimo movimiento. Por otra parte, cuando Alicia estaba en la séptima casilla todavía era un peón. El Rey Blanco estaba detrás de ella y si se hubiese movido a c5, ella no lo habría sabido y él habría evitado el jaque.
Por lo que respecta a la sucesión de movimientos, Dodgson admitió que “quizás no la había seguido de manera tan estricta como se podría”. Cuando Alicia alcanzó la Octava Casilla y se convirtió en Reina, por supuesto adquirió nuevos facultades, pero no todas de golpe. Ahora podía ver el otro extremo del tablero, pero su campo de visión estaba limitado por la presencia de la Reina Blanca en un lado y la Reina Roja en el otro. Cuando la Reina Blanca se movió a la casilla a6, Alicia tuvo que despertar. “-¡No puedo soportar más esto! – gritó”, y en el instante en el que se hundía en ruinas el mundo de ajedrez, tomó a la Reina Roja y ejecutó el jaque mate.

[Traducción de Pilar Moure y Roberto Vivero].

La partida de Murphy contra el señor Endon no se juega entre una conciencia y el mundo, como sucedía en el caso de Alicia y ese mundo real que es el de los deseos (y se lee en Los sótanos del Vaticano que el deseo es lo más real), sino entre dos conciencias sin mundo. El ajedrez sustituye al mundo, realmente imposible, y sólo quedan sus normas privadas sin sentido. Murphy no quiere ganar, de hecho, busca la derrota, y el señor Endon ni siquiera quiere jugar: ambos niegan la posibilidad de un mundo reducido a leyes y lo hacen llevando las leyes al absurdo.

Blancas (MURPHY) Negras (SR. ENDON) (a)
1.e4 (b) 1.Ch6
2.Ch3 2.Tg8
3.Tg1 3.Cc6
4.Cc3 4.Ce5
5.Cd5 (c) 5.Th8
6.Th1 6.Cc6
7.Cc3 7.Cg8
8.Cb1 8.Cb8 (d)
9.Cg1 9.e6
10.g3 (e) 10.Ce7
11.Ce2 11.Cg6
12.g4 12.Ae7
13.Cc3 13.d6
14.Ae2 14.Dd7
15.d3 15.Rd8 (f)
16.Dd2 16.De8
17.Rd1 17.Cd7
18.Cc3 (g) 18.Tb8
19.Tb1 19.Cb6
20.Ca4 20.Ad7
21.b3 21.Tg8
22.Tg1 22.Rc8 (h)
23.Ab2 23.Df8
24.Rc1 24.Ae8
25.Ac3 (i) 25.Ch8
26.b4 26.Ad8
27.Dh6 (j) 27.Ca8 (k)
28.Df6 28.Cg6
29.Ae5 29.Ae7
30.Cc5 (l) 30.Rd8 (m)
31.Ch1 (n) 31.Ad7
32.Rb2!! 32.Th8
33.Rb3 33.Ac8
34.Ra4 34.De8 (o)
35.Ra5 35.Cb6
36.Af4 36.Cd7
37.Dc3 37.Ta8
38.Ca6 (p) 38.Af8
39.Rb5 39.Ce7
40.Ra5 40.Cb8
41.Dc6 41.Cg8
42.Rb5 42.Rd7 (q)
43.Ra5 43.Dd8 (r)

Y las Blancas abandonan

(a) El señor Endon siempre jugaba con negras. Si tenía que jugar con blancas, se consumía, sin el más leve rastro de irritación, en un ligero sopor.
(b) La causa principal de todas las subsiguientes dificultades de las negras.
(c) En apariencia, nada mejor, malo como es.
(d) Un ingenioso y hermoso debut, a veces llamado el Desatascador.
(e) Mal calculado.
(f) Nunca visto en el Café de la Régence, y mucho menos en el Diván de Simpson.
(g) La bandera de socorro.
(h) Exquisitamente jugado.
(i) Resulta difícil imaginar una situación más deplorable que la de las Blancas en este momento.
(j) La ingenuidad de la desesperación.
(k) Ahora las Negras tienen un juego irresistible.
Grandes elogios se le deben a las Blancas por la pertinacia con la que lucha por perder una pieza.
(l) En este momento, el señor Endon, sin llegar al “j’adoube”, puso cabeza abajo el Rey y la Torre del flanco de la Dama, y en esa posición permanecieron hasta el final de la partida.
(m) Un coup de repos que llega con mucho retraso.
(n) Al no haber exclamado “¡Jaque!” el señor Endon, y al no haber dado ni siquiera la más leve señal de estar vivo como para haber atacado el Rey de su contrincante, o mejor dicho, de su igual, Murphy quedó absuelto, de acuerdo con la norma número 18, de la obligación de actuar en consecuencia. Pero esto supondría admitir que la salva fuese con pólvora mojada.
(o) No hay palabras para expresar el tormento mental que provocó que las Blancas iniciasen este abyecto ataque.
(p) El final de este solitario está muy bellamente jugado por el señor Endon.
(q) Ir más allá resultaría frívolo y vejatorio, y Murphy, con el mate del loco en su alma, se retira.

[Traducción y traslación a notación algebraica por Pilar Moure y Roberto Vivero. Fuente: Beckett, Samuel. Murphy. London: Picador, 1973, pp. 136-138].

¿Apócrifas? En busca de Franz Kafka nos encontramos con tres partidas, tres derrotas, por supuesto:

Karel Treybal vs F. Kafka (Praga, 1921)
Defensa escandinava.
http://www.chessgames.com/perl/chessgame?gid=1427128

F. Kafka vs Karel Hromadka (Praga, 1921)
Partida de peón de dama.
http://www.chessgames.com/perl/chessgame?gid=1427129

Miroslav Chodera vs F. Kafka (Praga, 1921)
Defensa escandinava: variante Lasker.
http://www.chessgames.com/perl/chessgame?gid=1427128

Apócrifas o no, no son las partidas de Kafka, las partidas que jugaba no ya con el mundo a través del espejo del deseo, ni contra otra conciencia, sino en sí mismo, ensimismado en “él”, topo que mueve laberintos de tierra en su mónada. Kafka no jugaba: se la jugaba, siervo de la gleba de la Literatura, en los terrones de las palabras. No podía haber partida sin árbitro, sin juez, sin que el juez fuese el verdadero, el único jugador: jugador, juez, verdugo y víctima.

Mis dos manos empezaron a librar un combate. Cerraron el libro que yo había estado leyendo,

y lo apartaron para que no estorbara. A mí me saludaron y me nombraron árbitro.
Y ya habían entrelazado los dedos, y ya se lanzaban hacia el borde de la mesa, ora hacia la derecha, ora hacia la izquierda, según fuera mayor la presión de una u otra mano. Yo no apartaba la mirada de ellas. Si las manos son mías, tengo que ser un juez equitativo, o cargo con las tribulaciones que produce un mal arbitraje. Pero no es fácil mi tarea, en la oscuridad que hay entre las palmas de las manos se están aplicando varias tretas que yo no puedo dejar de observar, por eso apoyo la barbilla en la mesa y así no se me escapa nada. Toda mi vida he preferido la mano derecha, aunque no tengo nada contra la izquierda. Si la mano izquierda hubiera dicho algo, yo, conciliante y equitativo como soy, hubiese terminado al momento con el abuso. Pero ella no soltaba la menor queja, siempre colgando a lo largo de mi cuerpo, y, mientras que la derecha – por ejemplo – agitaba mi sombrero en plena calle, la izquierda me palpaba medrosamente el muslo. Eso era un mal entrenamiento para el combate que tiene lugar ahora. ¿Cómo puedes a la larga, muñeca izquierda, oponer resistencia a esa vigorosa muñeca derecha? ¿Cómo se va a defender tu delicado dedo de la pinza de los otros cinco? Eso ya no me parece un combate sino el final de la mano izquierda. Ya está acorralada en el borde izquierdo de la mesa, y la derecha, como una maza, se levanta y vuelve a caer sobre ella una y otra vez. Si, ante esa angustiosa situación, no me viniera la idea salvadora de que son mis propias manos las que están luchando y de que las puedo separar con un breve movimiento, poniendo fin al combate y al trance de emergencia: si no me viniera esa idea, la mano izquierda se habría roto por la muñeca, habría salido proyectada fuera de la mesa y tal vez después, la derecha, en el frenesí de la victoria, se habría lanzado contra mi atento rostro, como el perro infernal de las cinco cabezas. En lugar de eso, ahora una está posada sobre la otra, la derecha acaricia el dorso de la izquierda y yo, árbitro desleal, hago un gesto de asentimiento.

[Cuadernos en octavo. Madrid: Alianza Editorial, 2005, pp. 31-32. Traducción: Carmen Gauger].

1.e4 d5
2.exd5 Dxd5
3.Cc3 Da5
4.Cf3 Ag4
5.h3 Axf3
6.Dxf3 Cc6
7.Ab5 Db6
8.Cd5 Da5
9.b4

¿Apócrifa? Esta partida, jugada por correspondencia, tuvo lugar en 1923. El texto arriba citado fue escrito en 1917. Kafka ya estaba sentenciado y esa derrota la llevaría, como alivio, hasta el final, hasta sus últimas consecuencias. No es una partida apócrifa.

Pero tampoco es la partida de Kafka, la cuarta partida Literaria, la oculta partida que se jugaba en un secreto a todas luces, lúcido a oscuras, en la oscuridad de los sucesos cotidianos. En 1907, Alfred Löwy, el emprendedor tío de Kafka, vivía, por aquel entonces, en Madrid. Gracias a sus contactos con importantes aseguradoras, le consiguió trabajo a Kafka, quien siempre había sentido un profundo aprecio por aquel hombre enredado en el caso Dreyfus y en la construcción del canal de Panamá y del ferrocarril en China. Un hombre inteligente, astuto, valiente, en medio y mitad del mundo. No parece imposible que Kafka mantuviese una cálida correspondencia con su tío; ni parece improbable que en el transcurso de esa correspondencia aprovechasen para jugar al ajedrez. Y, por lo tanto, resulta del todo convincente que entre los papeles de Alfred Löwy se pudiese encontrar la partida de ajedrez de Kafka.

Y esta es la partida:

Y esta es la prueba:

[Cuentos completos. Madrid: Valdemar, 2003, pp. 465-466. Traducción: José Rafael Hernández Arias].

Una confusión cotidiana

Un suceso cotidiano; soportarlo, un heroísmo cotidiano. A tiene que cerrar con B, del pueblo vecino H, un importante negocio. Va a una entrevista previa a H, invierte diez minutos en ir y el mismo tiempo en regresar, y se precia en casa de esa asombrosa rapidez. Al día siguiente vuelve a ir a H, esta vez para cerrar definitivamente el negocio; como previsiblemente se necesitarán varias horas, A sale muy temprano por la mañana. Aunque todas las circunstancias accesorias, según opinión de A, son completamente las mismas que las del día anterior, esta vez necesita diez horas para llegar hasta H. Cuando llega por la noche agotado, se le dice que B, enfadado por la ausencia de A, ha salido hace media hora para buscarle en su casa; en realidad, se tendrían que haber encontrado en el camino. Aconsejan a A que espere, pues B no puede tardar mucho en llegar. A, sin embargo, angustiado por el negocio, se pone en seguida en marcha y se dirige deprisa hacia su casa. Esta vez recorre el camino, sin siquiera darse cuenta, en un instante. En casa le dicen que B llegó hace tiempo, justo en el momento en que A abandona su casa, por lo que se había encontrado con él en la puerta. B le recordó el negocio, pero A dijo que no tenía tiempo, que tenía mucha prisa. No obstante el extraño comportamiento de A, B se había quedado para esperarle. Por supuesto preguntó con frecuencia si A había llegado ya, y aún se encuentra arriba, en la habitación de A. Feliz de poder hablar con B y poder explicarle todo, sube corriendo las escaleras. Ya casi ha llegado arriba, cuando tropieza y sufre la rotura de un tendón. En un estado semiconsciente provocado por el dolor, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, escucha y ve cómo B, difuminado por la distancia o por su gran proximidad a él, baja furioso las escaleras y, finalmente, desaparece.

sábado, 17 de abril de 2010

EL HOMBRE A CONCIENCIA

DeLillo, Don. Point Omega. New York: Scribner, 2010, 117 pp.

La postmodernidad como agotamiento, no importa de qué, como ese agotamiento que no es decadencia, llegada al ocaso de ser con una cornucopia de sabiduría teñida de los tonos de la decepción y el mañana sin mañana, una suerte de ironía que ya no quiere, que ya no puede ser estilo hiriente sino pintoresco trámite sin originalidad, sin que se sucedan las preguntas sobre el origen y que acumula, hacia el entumecimiento con-sentido, sinceras perplejidades y perogrulladas sobre el fundamento del fundamento hasta la náusea. La postmodernidad como agotamiento o copia, y, por lo tanto, el hombre como clon que resuena vacío, eco de sí mismo y el sí mismo nada; y, entonces, la conciencia como fábrica de falsificaciones, ni siquiera de ficciones: falsificaciones a conciencia que evidencian ese ser menos que nada de todo lo que es.

Y así es como se encuentra el hombre, así es como DeLillo encuentra al hombre hoy en día, en este día postmoderno, día sin mitos que arrastra cadáveres, el de la muerte del mito, el de la muerte de la muerte del mito: no sólo hemos matado a Dios, mito por antonomasia, sino que además no dejamos lugar a una destrucción absoluta, a una desaparición en una nada que además de anonadar reduzca a un no acontecer puro, previo al origen: el hombre se limita a arrastrarse, dejando su rastro de incapacidad para el todo y sus partes, por las orillas de aquel mar del Rastro de Gómez de la Serna: náufragos que viven de los restos de sus propios naufragios.

El hombre que DeLillo se encuentra está ante una pantalla como ante el desierto: intenta ahondar en la superficie, en la superficie como límite, y no hay nada más superficial en lo que poder ahondar, ahondarse, abismarse, anonadarse; no hay límite más frágil y menos poroso, no hay umbral más enigmáticamente evidente que la conciencia. Desde el cogito de Descartes al Murphy de Becket, pasando por la conciencia trascendental de Kant, la modernidad había querido hacer de la conciencia el espacio habitable del hombre: la cuestión no era el ser, ni siquiera la posibilidad del ser o de ser, sino el posible ser hospitalario. El hombre se había empeñado en ponerse por delante, por doquier, y abochornado por su inane prepotencia, se borraba de inmediato para dejar lugar a lo trascendente disfrazado de inmanente. De ahí la pirueta monadológica de Husserl, de ahí la huida a claros y selvas de Heidegger.

De ahí que un hombre llegue a decir: “[…] Do we have to be human forever? Consciousness is exhausted. Back now to inorganic matter. That is what we want. We want to be stones in a field” (p. 53). Este hombre está ante el desierto, pero no en el desierto: parece que el hombre jamás puede llegar a estar en el desierto:
“[…] The man totally physically hates to be alone”.
“Hates to be alone but also comes here because there’s nothing here, no one here. Other people are conflict, he says” (p. 41).

El cansancio es mayúsculo, sin consuelo: sin el suelo de un lugar habitable, ni dentro, en la conciencia, ni fuera, entre hombres, el desierto no deja de ser una imagen del desierto en la conciencia. El hombre postmoderno parece un eslabón inútil entre el orgulloso fracasado moderno y algo desconocido que aterra más que un übermensch henchido de verdad: todo en él es supernumerario, el “post” y el “moderno”; todo en él es cordón umbilical que asfixia pero al que uno se agarra para no salir ahí fuera, pues lo exterior ya no existe o es una promesa pero no de ser: “Light and sound, wordless monotone, an intimation of life-beyond, world-beyond, the strange bright fact that breathes and eats out there, the thing that’s not the movies” (p. 15). No existe el mundo mas que como promesa, y no hay otro lugar que la promesa, en la que ya no se cree por no ser ser-inmediato, pues la conciencia, agotada, no se exige a sí misma, sino que reclama su abolición por vía de superación, pero hacia dónde:
“[…] That’s what’s out there. The Pleistocene desert, the rule of extinction”.
“Consciousness accumulates. It begins to reflect upon itself. Something about this feels almost mathematical to me. There’s almost some law of mathematics or physics that we haven’t quite hit upon, where the mind transcends all direction inward. The omega point”, he said. “Whatever the intend meaning of this term, if it has a meaning, if it’s not a case of language that’s struggling toward some idea outside our experience”.
“What idea?”
“What idea. Paroxysm. Either a sublime transformation of mind and soul or some worldly convulsion. We want it to happen” (p. 72).

El hombre está, pero ya no se encuentra, delante de imágenes planas que sustituyen tanto al mundo como a la conciencia: son síntesis y correlato de su extinción. Desierto y película. La película que avanza demasiado despacio para no poner en evidencia su ser ficticio: la película como conciencia de la conciencia y esta conciencia como conciencia de ser-nada. El hombre quiere desaparecer ahí para ser más-otro: “The man separates himself from the wall and waits to be assimilated, pore by pore, to dissolve into the figure of Norman Bates” (p. 116). Más perdido que nunca, más lejos que nunca de la hospitalidad, “He wanted the film to move even more slowly, requiring deeper involvement of eye and mind, always that, the thing he sees tunneling into the blood, into dense sensation, sharing consciousness with him” (p. 115). De aquella conciencia creativa, creadora incluso del espacio y del tiempo, resta el hombre sin espacio ni tiempo: “Real time is meaningless. The phrase is meaningless. There’s no such thing” (p. 115). La película, copia de película, revela la naturaleza de la naturaleza: “He began to think of one thing’s relationship to another. This film had the same relationship to the original movie that the original movie had to real lived experience. This was the departure from the departure. The original move was fiction, this was real” (p. 13).

Liberados, por inútiles, de la esclavitud del ser, no saben qué hacer con esa libertad y se aferran a ese ser que ya no se impone: ahora, el ser tachado es el ser tachado: los libres son esclavos libremente: el ser es. Por lo tanto, todos los fracasos de la conciencia y de la relación entre conciencias han de ser reflejos de un fracaso mayor. Si el ser es, entonces el no ser es imposible; entonces ni siquiera la guerra destruye; por lo tanto, la guerra es otra formación estética, algo que reproducir en una superficie, algo con lo que seguir, en resumen, falsificando: “[…] I wanted a haiku war, he said. I wanted a war in three lines […] What I wanted was a set of ideas linked to transient things. This is the soul of haiku. Bare everything to plain sight. See what’s there. Things in war are transient. See what’s there and then be prepared to watch it disappear” (p. 29).

Ya no queda nada para este hombre: ni la vida, ni la muerte, ni el ser, ni la destrucción, ni el mundo, ni la conciencia. No han crecido los desiertos: es la era del desierto global, la era del nihilismo que ya no sabe el significado de la palabra, que se desconoce y en ese desconocimiento, cargado de arrogancia, se dice ni conmigo ni sin mí, ni contigo ni sin ti. Sin física, sin monadología, sin fenomenología ni hermenéutica, con una realidad irreal y una conciencia inhóspita, tan sólo clama en el desierto, a este lado de las pantallas, la víctima: “[…] Someone who truly listens” (p. 48). La ciudad de DeLillo se ha construido para medir el tiempo, un tiempo caduco, humano, un tiempo que no existe, luego la ciudad no existe, y no existe porque no hay nada humano: “[…] and New York City, this too, where people do not ask” (p. 37). Se ha agotado el ser que es y se culpa a la conciencia que lo creó y que se ha hundido con él. Sin el ser que será, el hombre no camina en círculo, no camina hacia el abismo: no camina.

Si Dios no existe, todo vale; o nada vale; si el mito ha muerto, todo da igual, todo es lo mismo: no hay realidad, sino copias de copias; no hay diferencia entre el tiempo y la ciudad, entre la ciudad y el cine, entre tú y el personaje, y, así, ¿por qué no ser otro si no se es uno? La relación intra-monádica es tan inaccesible como la relación inter-monádica: no un saber(se) infinitesimal, no una distancia infinita: la ignorancia como fundamento, como lo profundo, como hospitalidad: “[…] You understand it’s not a matter of strategy. I’m not talking about secrets or deceptions. I’m talking about being yourself. If you reveal everything, bare every feeling, ask for understanding, you lose something crucial to your sense of yourself. You need to know things the others don’t know. It’s what no one knows about you that allows you to know yourself” (p. 54). Después de la seriedad en veinticuatro horas viene la chanza de igual valor en veinticuatro segundos: de lo espiritual en el arte pasamos a las artimañas que se denuncian artefactos y en ese denunciarse se dan entidad.

(Fragmento de 24 Hour Psycho, de Douglas Gordon. Fuente: Youtube)


(Fuente: Youtube)

El paradigma del ser ya no es habitable; sólo se piensa a conciencia con el ser como valor de una variable; por lo tanto, la inconsciencia. Por lo tanto, el agotamiento. Después del Conócete a ti mismo, después de Llega a ser quien eres, impera la incapacidad de ser y decir como argumento para defender la imposibilidad de ser y decir. Después del David viene la Piedad Rondanini. Después de los esfuerzos, viene el cansancio; y después del cansancio viene lo que siempre había:
“[…] Look at him, frail and beaten. Look at him, inconsolably human” (p. 96).

viernes, 2 de abril de 2010

'Patafísica y otras maneras de vivir a tiempo


¡Houellebecq! Fernando Arrabal. Hijos de Muley Rubio. Madrid. 2005. 206 pp.

Textos escritos entre 1987 y 2004: jaculatorias, definiciones, arrabalescos, entrevistas, poemas y conferencias. Arrabal en su salsa: juego, fértil confusión, vitalidad e inteligencia.

Sátrapa ‘patafísico (pues con apóstrofo lo quería Jarry y así afirman los iniciados que ha de escribirse cuando nos referimos a la actitud patafísica consciente y deliberada), Fernando Arrabal reúne en este volumen, adornado con fotos hechas por Lis y un grabado, “La Talibana” (una especie de moza a lo Manara que bien podría portar un libro, aunque fuese erótico, además del culo al aire y el burka recortado), sobre un dibujo de nuestro autor; reúne en este volumen, decimos, parte de lo escrito sobre su admirado Houellebecq (de quien Alfaguara publicará en noviembre su nueva novela La posibilidad de una isla), a quien se refiere como poeta (en España sólo se ha traducido uno de sus libros de poesía, Renacimiento) y matemático (por lo visto, de niño fue un prodigio de las matemáticas), y con quien comparte su interés por la ciencia y a quien mima y acoge por algo más que por compartir objetos de la curiosidad.

Es de agradecer la nueva imagen que nos da del escritor francés: lejos de la que se podía tener, la de un cínico obsesionado por el sexo y proclive en exceso al escándalo, vemos a un Houellebecq recogido, melancólico, lúcido, severo y tierno. Es de agradecer porque la otra imagen del francés, ahora lo vemos, era falsa. Houellebecq pasea con su perro Clemente, se aísla en islas irlandesas y españolas, piensa sobre Dios y la muerte y hace de su memoria (de su soledad) campo de siembra.

Puede dividirse el libro en tres partes. En la primera se traza el camino de aproximación de Arrabal a Houellebecq: vemos cómo Fernando tiene noticia del que será su amigo y cómo, en estricta coherencia con su idea pánica del mundo (entre la confusión, el azar y la entropía), da cuenta de los epifenómenos (en línea –elíptica, para abundar en lo ‘patafísico– con la ciencia faustróllica) que son las coincidencias o puntos de encuentro (atractores extraños) entre ambos (sin ambos saberlo). La segunda parte se dedica al juicio celebrado en 2002 contra Houellebecq por delito de opinión, proceso que hace que en el melillense palpite de forma novísima, intensa, la huella de su propio proceso de 1967, y que constituye un alegato en favor de la libertad creativa (y en contra de la conjura de los necios). En la tercera parte la presencia de Houellebecq se adelgaza como una de las quintaesenciadas obras para cuerda de Webern, y del poeta ofrece Arrabal sutiles apuntes de intimidad.

“La ingenuidad es el grado más alto de la genialidad, como la bondad es el grado más alto de la inteligencia” (p. 16). Arrabal es lo bastante inteligente (es decir, de sobras) como para darle a la inteligencia toda su importancia y no encerrarla en la caja de la razón de los cálculos improvisados (pero interesados) y las ponderaciones apriorísticas (maquinales), y esta concepción de la inteligencia está en consonancia con el uso que hace de ella: su idea de la inteligencia, subordinada a la memoria (su humus) y libre de paradigmas (las nefastas ideologías de las que habló Fichte), es la manifestación de la propia inteligencia: religada a la realidad, anillada al conocimiento, hambrienta (saciada) de lo invisible (de lo infinitesimal, la esencia o Dios), y comprometida con lo moral. Arrabal no tiene miedo de hablar de clones, de interesarse por la fusión biotecnológica y, al mismo tiempo, predicar una vuelta al neo-kantianismo o prenietzscheano (como Nietzsche predicaba la vuelta a lo presocrático), defender a ultranza el altruismo, entusiasmarse con el ajedrez (hablando de la apertura chocolate, atención a las patafísicas partidas entre Bobby Fischer y Bin Laden en hechiceros.ods.org) y proclamar la inocencia como método (más radical, así, que el anarquista epistemológico Feyerabend), defender (sin romanticismos) la existencia del genio, y preguntarse por Dios sin encomendarse a él a la hora de criticar (qué falta nos hacen los Arrabales) el cotarro literario (cultural, intelectual, si lo hubiera) de nuestro país. Parte de los humanoides (también los que se las dan de escritores) tenemos “el alma aplomada por la intrascendencia” (p. 79).

Hay mucho tuerto y mucho ciego en el día literario (que, así, visto a través de sus ojos, más parece noche de tinta y letras corridas). Ciegos que hablan de escuelas, partidos, tendencias, política y ombligos (sobre todo del suyo). Ciegos que son escritores, editores, críticos y mecenas (o funcionarios, a secas). Ciegos que nada tienen que decir y vocean (o susurran, y estos son los peores) sonidos espurios. Y tuertos que citan a Wittgenstein, o a Heidegger, y que usan una (o dos) palabras sacadas sin piedad (ni coherencia) de la nomenclatura de alguna ciencia (física o metafísica) para jugar a ser un poco más listos que los demás. Pero falta la gran visión (léase sobre esto, y otras cosas de interés para el lector de esta obra que reseñamos, en el Preludio en cuatro movimientos de Grothendieck: “En nuestro conocimiento de las cosas del Universo (sean matemáticas o no), el poder renovador que está en nosotros no es más que la inocencia”, según traducción de Juan Antonio Navarro González), el punto de vista personal, hondo, único, interior, informado (in-formado): la sabiduría (como expresión del mundo a partir de la impresión del mundo), que puede gustar más o menos, que puede convencer menos o más, pero que es lo único que se sostiene sobre sí mismo (aunque siga soñando, y quizás porque sigue soñando, con el teorema de Gödel 1931) y que es fiel y plena existencia. Lo que tenemos es un montón de escritores que si leen poesía no leen prosa, que si leen literatura no tienen ni idea de filosofía, ni de matemáticas, ni de física, ni de economía. Tenemos eso tan grande, en apariencia, que es un poeta (¿o no eran grandes Hölderlin y Rilke?), convertido en un fragmentado ser incapaz de acudir a todos los fragmentos de su mundo y del mundo, o incapaz, en el mejor de los casos, de organizar los fragmentos en un todo (o en un todo que sea la imposibilidad de ensamblar los fragmentos porque su visión, su sabiduría, su coherencia le dicta que así es, con lo que ya no tenemos una fragmentación por imposibilidad, sino como conclusión, o al menos como certeza o hipótesis transitoria). Son poetas que cogen de aquí y de allá, pero que no crean las palabras (cómo, pues, van a crear un discurso/mundo), que las emplean porque suenan bien o porque saben que la mayoría lee menos que ellos. Así, cuando Nietzsche estuvo de moda se pusieron también de moda palabras que fueron usadas inútilmente, pues cada palabra que se toma de un todo porta ese todo, y si no se acepta ese todo, ¿qué sentido tiene la palabra? Así, cuando se divulgó (vulgarizó, tergiversó) la “relatividad” einsteniana sufrimos estupideces extralimitadas y paladinas sandeces. Hoy los más avanzados (y no dejan de ser algo lentos) dicen fractal y hablan de copos de nieve y no saben qué hacer con z1 = z02 + c, ni son conscientes, por ejemplo, de que los fractales, en puridad, son idealizaciones. Los más listos no conocen (y esta de oídas) más lógica que la aristotélica, y no saben qué hacer (aunque no se les caiga de la boca) con (¿el primer, el segundo?) Wittgenstein (vamos, ni con el “barbero” de Bertrand Russel). Otros osados se apuntan a la matemática cuántica (es decir, al gato de Schrödinger) y perpetran con la incertidumbre de Heissenberg la misma barbaridad que con la relatividad de Einstein. Los hay que se apuntan a la física de partículas (pero no les preguntes por los muones; bueno, ni por la diferencia entre masa y peso) y los hay que se adhieren a la cosmología (pero no saben salir del horizonte de sucesos de la singularidad de su compostura: cuarta acepción de la palabra en el DRAE). Pero hay más (y peor): los hay que dicen “dios”, “alma”, “ser”, “nada” (aquí ya no es necesario estudiar, ¿no?), y mienten, porque acuñan monedas falsas. Y podríamos seguir: los que leen a Heidegger no leen a Schleiermacher, los que conocen a Planck no han oído hablar de la constante que lleva su nombre, los que se regodean en los sonidos del “agujero negro” no tienen nada que decir de la materia oscura fría. Y, lo que es peor, lo verdaderamente malo, nadie tiene tiempo para pensar, así que se picotea de aquí y de allá y se mancillan las palabras y su sustrato y ya no se habla de nada (ni de la nada), sólo se fabrican secuencias de ruidos (ensambladas, sin embargo, por la intención de hacerlas pasar por cadenas de sentido). Y uno se pregunta: ¿cómo ser poeta, cómo llamarse poeta y estar tan lejos de la realidad? ¿Será verdad lo que decía Platón: “Mucho mienten los poetas”? ¿Por qué, por ejemplo, la obra de Houellebecq ha llamado la atención de Arrabal? Podemos suponer que por ser reflejo novedoso y fiel (imprescindible) de la realidad y porque posee una coherencia, una sabiduría que le permite sostenerse por sí misma. (Véase el uso que se hace de cuestiones científicas en Las partículas elementales, un uso acorde con, inmanente a la visión global de Houellebecq sobre la realidad, la literatura y el papel de las ideas en ambas, y el empleo, meramente retórico, apenas metafórico, que la estilista Belén Gopegui hace de palabras propias de la ciencia físico-química en la excelente novela La escala de los mapas). Y, claro, uno tampoco puede dejar se preguntarse: ¿Qué sucede cuando los tuertos y ciegos son los editores y los directores de revistas? ¿Qué sucede cuando los que “llegan” y saben guardan silencio (y no es, precisamente, el silencio místico, hamletiano y wittgesteiniano)? Y no, no se trata de defender una poesía escrita por hipertrofiados de la cultura: se trata de desenmascarar a los sólo hábiles y a los meros brutos, porque inocencia e ingenuidad no es ignorancia ni estupidez; es más, parece que son apenas posibles sin una inteligencia numinosa (y qué duda cabe que la cultura ayuda a cristalizarla y ampliarla siempre y cuando no se caiga en el sectarismo y la anteojera); y, desde luego, inocencia e ingenuidad han de acontecer “a pesar” del “peso” del conocimiento, rara vez sin él y jamás sin intimísima y estricta reflexión; y, por encima de todo, inocencia e ingenuidad son antítesis de mentira y afectación.

Pues bien, Arrabal no es ni ciego ni tuerto. Ni tiene miedo. (Por eso, cuando en la revista Pliegos de Yuste, en el año 2004, le recuerdan lo que escribió allá por 1966: “las bases de la cultura española son la timidez, la incultura, el patrioterismo, la mediocridad y la ignorancia”, Arrabal ni se retracta ni apunta que haya cambiado la situación en el presente). Su pariente más próximo puede ser Borges: otro poeta, otro creador de mundos, otro esteta que sacó de su interior (de su ingenuidad y de su enciclopédico conocimiento) el fundamento (y unidad y sentido) de todo lo que decía. Por eso, Arrabal puede permitirse decir riendo que ahora se dedica a “reconstruir patafísica y pánicamente el universo”, y que su deseo es “reconstruir poéticamente España”. Ojalá. En él no es jugueteo huero y retórica parda escribir “Encerrado en la nada el cero se siente infinito emperador de acero” (p. 125), “El infinito, desde el cero, trató de alcanzar la nada y cayó en el vacío” (p. 127), o “Genoma: Nuestra propia tragicomedia con cuatro únicos personajes, ácidos” (p. 128), pues existe la misma lógica (y profundidad) que subyacía en Jarry (matemático de pro o pro-matemático) al escribir el capítulo XLI de Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, titulado “De la superficie de Dios”, y en el que se define a Dios como “la menor distancia entre 0 y el infinito” y se demuestra que “DIOS ES EL PUNTO TANGENTE DE CERO Y EL INFINITO” en uno de los más hermosos poemas (en prosa, en matemáticas, en prosa matemática: en poesía) de la literatura universal.

Por lo demás, hasta los errores (¿de memoria?) de Arrabal (como los errores antropológicos de Freud o los filológicos de Nietzsche) son la mar de fecundos. En la página 54 se hace eco de la polémica surgida en marzo del 2004 con motivo de un artículo publicado en la Revista de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en el que Baltasar Rodríguez-Salinas (con guión, no como aparece en el libro de Arrabal) pretendía demostrar la existencia de Dios (la respuesta pública de Carlos Andradas Heranz, presidente de la Real Sociedad Matemática Española, nos recordó que debemos alejarnos de lo anecdótico y ponernos al servicio del conocimiento para, así, valorar lo que tenemos en casa). Pues bien, Arrabal convierte el título del artículo, Sobre los big bangs y el principio y el final de los tiempos del Universo, en Sobre los big bangs, el prión y el final de los tiempos del Universo, lo que le da pie a defender al catedrático (tal vez sin mucho fundamento, es decir: sin haber leído el artículo) y a largarse por las peteneras prionísticas, tan de su gusto, no sin dejar perlas sobre el pensamiento sin prejuicios.

Para terminar, a los Hijos de Muley Rubio habría que decirles que editar no es publicar, pues publicar es encuadernar y poco más. No se entiende, pues, y menos a este precio, la cantidad de errores (hemos contado once sin querer buscar por lo menudo) que deslucen el libro. Y el que menos se entiende es un “dió” en la página 126. Para leer esto podemos acudir a www.arrabal.org, donde el mismo artículo aparece con la misma falta de ortografía. Y gratis.