sábado, 28 de mayo de 2011

ANTONIO GUDE SOBRE MIJAIL TAL


GUDE, Antonio. Mijail Tal. La Casa del Ajedrez: Madrid, 2011.

No es fácil escribir, eso pueden afirmarlo muchos de ustedes. Incluso la lista de la compra puede llegar a convertirse en una obra más complicada de llevar a buen puerto que el Ulises. Pero quizás muchos de ustedes no sean conscientes de lo difícil que resulta escribir sobre ajedrez por la sencilla razón de que no lo han intentado. Pues bien, si es difícil escribir sobre ajedrez, más difícil todavía es hacer literatura sobre ajedrez. Y Antonio Gude escribe literatura con el ajedrez.

También leer comporta una técnica, y toda técnica se puede aprender. Nabokov, gran literato y notable conocedor del ajedrez, ofrece un extenso repertorio de sutiles e imprescindibles técnicas de lectura en sus lecciones sobre literatura, y Nietzsche decía que la Filología no era otra cosa que el arte de leer, pues leer es un arte en el sentido que interpretar una partitura también lo es. Pues bien, yo cuento entre mis criterios de lectura, para conocer a quién leo, un sencillo sistema de alerta que no suele fallar: desde el momento en el que Voltarie nos advirtió que el adjetivo es el enemigo del sustantivo, queda claro que una de las mayores dificultades con las que se enfrenta el escritor es el uso de los adjetivos. ¿Cómo decirlo? En cuanto leo algo así como “pechos turgentes” el libro se me cae de las manos… He de decir que este libro de Antonio Gude se me quedó pegado a las manos hasta la última página.

Quiero detenerme ahora para copiar al pie de la letra la breve noticia biográfica sobre el autor que aparece en el libro.

“Antonio Gude es un experto investigador y divulgador de ajedrez. Ha dirigido varias publicaciones técnicas, como la Revista Internacional de Ajedrez entre los años 1987 y 1995, ha sido director técnico de la Federación Española de ajedrez y es un gran conocedor de la historia del ajedrez en el siglo XX. Ha traducido obras capitales de la literatura ajedrecística y es el autor de los libros de ajedrez en español más vendidos”.

En efecto, Antonio Gude no necesitaba presentación. Todos los que jugamos al ajedrez en este país lo conocemos incluso sin saberlo, pues muchos cometemos la torpeza de no recordar el nombre del traductor de los libros que tenemos años y más años sobre la mesa: libros leídos y releídos, sobados, de hojas marchitas de tanto pasarlas y siempre vivas, con el canto arrugado como el entrecejo de un viejo socarrón que se empeña en recordarnos que es más joven que nosotros. Gude ha escrito y traducido libros amigos para amigos del ajedrez, y yo recuerdo con especial admiración su esmerada y ejemplar traducción de Mi sistema, de Nimzovich.




[Aveerbaj – Tal. 1958]

Y si no necesita presentación se debe a que se presenta a sí mismo a diario en su blog, http://antoniogude.blogspot.com, donde sin los pedantes alardes del fanático sabiondo ni la afectada parsimonia del que sabe de oídas, ameniza e instruye al lector con sus conocimientos tanto del juego del ajedrez como del ajedrez alrededor del tablero: literatura, cine, psicología… En su página, Antonio Gude no sólo revela sus conocimientos, sino que, lo que es más valioso, si me permiten la opinión, además desvela sus gustos e impresiones, y ya saben qué significa que gustos e impresiones, eso tan subjetivo, coincidan con algo tan objetivo como los criterios para saber a qué atenerse. Puedo confesarles que antes de escribir sobre un libro, sobre cualquier libro, suelo hojear o releer el Arte poética de Horacio. En esta ocasión también lo he hecho. Y después de haberlo hecho, y después de haber leído el texto de Gude, tengo que decir que no he encontrado nada que se pueda tildar de vituperable.

Sus conocimientos del personaje y de la materia quedan fuera de toda duda, y no por fe a priori, sino porque lo demuestra. Tanto en la sección biográfica como en el comentario de partidas y combinaciones el decir del autor no se oculta tras el opaco manto del especialista que no tiene nada que decir y que sólo repite y recuerda lo dicho y hecho. Y se agradece que el escritor se muestre, se exponga y llegue a interesarnos tanto como el personaje y la materia de las que trata. Irónico, agudo, experimentado en las lides del juego y en las de la vida fuera del tablero, Antonio Gude nos transmite su gusto por el ajedrez creativo, dinámico, artístico, y reconoce, socráticamente, que hay más misterio que sabiduría:

“[…] los requerimientos de la posición sí que han limitado, durante décadas, la creatividad de muchos maestros soviéticos. Por otro lado, ¿acaso hay alguien que sepa, a ciencia cierta, cuáles son esos requerimientos?” (p. 6).

“Su victoria [la de Tal] sobre Botvinnik había sido, en definitiva, el triunfo del talento y de su propia concepción del ajedrez: el triunfo del arte y del artista” (p. 11).

Y nos da pistas sobre cómo el ajedrez se imbrica, a través de sus leyes y del azar, por ejemplo, en la física de Einstein. Y nos deja auténticos aforismos existenciales como el siguiente:

“Cuando se llega a la cima, no se puede subir más. Por otra parte, es difícil permanecer en ella, porque, sencillamente, allí no hay nada que hacer y lo que sí se suele haber es mal tiempo” (p. 11).



[Tal – Tolush. 1956]

Parece que Antonio Gude se encuentra en su elemento al hablar de Tal y de su estilo. “Tal dinamita el tablero” (p. 7), nos advierte. Y lo consigue porque “Su propósito era crear una situación del medio juego en la que sus piezas cobrasen especial dinamismo, un factor que sabía explotar como nadie” (p. 27). De ahí que sus rivales se extraviasen “en una jungla de posibilidades” (p. 28). Esta idea, esta perspicua expresión nos remite a aquello que se fundamente en lo posible y cuya materia es lo posible: el arte.

También Mijail Tal, el hipnótico, el para algunos histriónico, escribió sobre el ajedrez como arte, sobre esa posibilidad de lo posible del ajedrez: Arte o ciencia: “El elemento principal que aproxima al ajedrez al arte es la emoción común y el sentimiento que se apodera de ambos, creador y espectador” (p. 12). Una reflexión interesante y estimulante, pues la mayoría de las veces cuando se quiere introducir una actividad en la categoría del arte se olvida ese pequeño detalle que es el público, esa menudencia que es el arte como comunicación, y como comunicación no sólo lógica, de puros contenidos, sino también de emociones, es decir, del quehacer mismo y de la relación entre el que hace y el que recibe lo hecho y que al recibirlo lo está recreando. El ajedrez para uno mismo se parecería a ese lenguaje privado del que hablaba Witgenstein. Para Tal, el ajedrecista no es un ente encerrado en el tablero de su mente: “Un jugador de ajedrez es primordialmente un actor. Se sienta en el escenario preguntándose qué jugada le va a agradar más al público” (p. 28).

Tal disfrutaba jugando, y esto quiere decir que le gustaba más el ajedrez que ganar. Y esto quiere decir que le gustaba más recrear el ajedrez que empezar a jugar después de veinte perfectos movimientos teóricos, cuando ya casi no se juega al ajedrez, sino que se sigue la inercia de las piezas por las casillas para hacer tablas. “Me gusta mucho recibir premios de belleza como coautor” (p. 6), confesó.



[Tal – Smyslov. 1959. Esta partida ganó el premio a la brillantez]

Y en estas palabras está implícita una realidad: la partida no la juegan rivales, la partida la crean compañeros, y la mejor partida es la partida más hermosa, porque la partida más hermosa es la partida con los mejores movimientos posibles dentro del infinito de lo posible. Antonio Gude describe con precisión lo que aquí está en juego al decir que las combinaciones de Tal “no se gestaban por una actitud romántica ante el tablero, sino por un deseo de buscar su propio espacio ajedrecístico en el tan limitado y, al mismo tiempo, infinito de las 64 casillas […] Los principios están ahí y, por supuesto, conviene conocerlos, pero no hay por qué seguirlos ciegamente. Cada jugador debe reinterpretarlos y encontrar su propia verdad ajedrecística, llámese su camino o su estilo” (p. 28). Es en esta búsqueda en la que el ajedrecista es idéntico al pintor o al compositor o al escritor que no viven como parásitos de la tradición, sino que crean arte y así están al servicio del arte.

“Me siento más atraído por el triunfo de lo ilógico, lo irracional y lo absurdo” (p. 29). A Mijail Tal se le ganaba en el análisis posterior, cuando ya no manda el ajedrez, sino la aritmética. Y remacha Gude: “Así es: refutaciones, sí. Pero, por favor, ante el tablero” (p. 28).

Desde luego, Tal pertenecía a un tipo de ajedrecista que quizás sea difícil de encontrar hoy en día, tanto por su genio,

“Obsesionado con el ajedrez o, mejor dicho, con jugar al ajedrez […] Intuía, presentía las conexiones geométricas entre piezas y casillas, e incluso conexiones de otro orden, como las psicológicas entre la posición y el estilo del adversario” (p. 29)

como por su personalidad:

“Fumador y bebedor empedernido, bohemio, enamoradizo, toda su vida fue excesiva para una salud deficiente” (p. 29). “Simpático, apasionado, expresivo, generoso, trasnochador. Muy amigo de sus amigos y amante de la vida, en particular de las cosas que le hacían daño: tabaco, alcohol, comidas picantes y excesos de todo tipo. ‘Tenía talento para la amistad y sabía hacer feliz a la gente’, recuerda el GM Yuri Averbaj” (p. 30).


[Mijail Tal en 1971]

Y uno se pregunta si de alguien se puede decir algo más elevado, profundo y humano que ese “sabía hacer feliz a la gente”.

Quizás a Antonio Gude no le guste lo que sigue, y por eso mismo creo que sí le gustará leerlo, porque apostaría que agradece más la relación dialéctica que la unánime y unidireccional. En una súbita asociación de ideas, se me ocurrió compararlo con el incombustible Dimitrije Bjelica. Por supuesto, no en el plano humano, porque todos conocemos al serbio, pero sí en el plano profesional, porque se diga lo que se diga de Bjelica, todavía no he conocido a nadie que no haya disfrutado y aprendido con todos y cada uno de sus libros. Pero la asociación de ideas no hizo que me quedase en esto, sino que me llevó a Alekhine. Porque Antonio Gude escribe: “Su obsesión [la de Tal] por el ajedrez es comparable a la de Alekhine, pero mientras que éste era un investigador, un estudioso, a Tal sólo le interesaba jugar” (p. 29).

Después de leer esto, mi mente y mis manos vagaron hasta dar con un viejo libro, Alexander Alekhine (BJELICA, Dimitrije. Zugarto Ediciones: Madrid, 1993). Y allí volví a leer:

“Cuando en 1927 Alekhine ganó el match contra Capablanca, el gran maestro Reti escribió: ‘El resultado del match no significa sólo la victoria de un representante de Europa frente a uno de América, sino también el triunfo del pensamiento más intuitivo europeo sobre el moderno americano […] En las partidas ganadas por Alekhine, bajo la capa de hielo de la técnica contemporánea, brillan con claridad las búsquedas apasionadas de nuevos caminos’ […] El Dr. Lasker dijo: ‘Capablanca procuraba soluciones matemáticas, utilizando métodos científicos. Alekhine es más artista, investiga más y ese modo de creación es, en principio, de un nivel más alto, especialmente cuando sale a relucir en la lucha’” (p. 22).

Por su parte, Botvinnik afirmaba: “La fuerza infinita de Alekhine consistía en una mezcla afortunada del elemento práctico y el creativo, pero el mundo del ajedrez le apreciaba, sobre todo, como artista” (p. 44).

El mismo Alekhine dejó dicho: “El ajedrez no es para mí un juego, sino un arte. Sí, considero que es un arte y me hago cargo de todas las obligaciones que eso implica. Todo ajedrecista destacado y con talento no es que tenga el derecho, sino que tiene la obligación de considerarse artista” (p. 49).


[Alexander Alekhine]

Y cuando en 1927, en una entrevista para el New York Times, le preguntaron qué es lo que hace que un hombre se convierta en un gran ajedrecista y en un genio, respondió:

“Ante todo, creo que la imaginación y el talento para el pensamiento abstracto. Cuando juego al ajedrez, dentro de mí se libra una extraña batalla entre la fantasía por un lado y el razonamiento sensato por el otro. El exceso de imaginación o de pensamiento racional puede ser igualmente peligroso. Esas dos fuerzas tiran hacia lados opuestos y, sin embargo, hay que mantenerlas en armonía. Es lo que intento hacer cuando puedo. No obstante, en mi caso predomina la fantasía. Actúa dentro de mí con mayor intensidad. Tendré que domarla como sea” (p. 48).

Se pensará que lo que sucede es que siento debilidad por el juego de Alekhine. Y es verdad… Pero yo, por mi parte, lo que pienso es que a Antonio Gude lo que más le puede gustar de este escrito, si es que algo le gusta, será esto último, pues puede dar pie al diálogo, esa partida sin rivalidad en la que se construyen los humanos.