-No salgas a flote: También puedes escarbar. Y eso es para ser, recuerda, como todo.
-El gusto se agua; el corazón no se ahoga: Se asfixia. Ahora bien, la lógica viene a salvar la situación, el corazón respira y todo está perdido.
-Agárrate no a la falta, sino al defecto, y a partir de ahí, arráncate, no permitas ni la yema de una raíz. Se acabará.
-Sólo hay un deseo legítimo: Deshacer toda la vida y, quizás, no volver a empezar.
-¿Vuelta, siempre, a las flores insensibles? Pero ¿ya está todo?
-Hay justicia en este mundo, también en que no sea la víctima quien ejecute y disfrute el que se le haga justicia.
-Si de algo valiera la cultura (y sólo vale, para arrojarla al basurero, para los cultos) se podría decir: Sobre el fondo de los violines de Shostakovich (si a esto se le puede llamar fondo, como una tela de araña rota y perlada de cuchilladas, re mi bemol do si) resuena casi en silencio una marcha fúnebre de Satie; y entre todas las notas lo que no tiene lugar en ningún pentagrama, y esto es la voz que grita.
-Metamórfica, siempre deformada – porque no se puede decir que la vida esté in-formada, ¿verdad? Luego viene la estabilidad a guerrear contra ese caos que es el cosmos. Seguimos – sin nunca llegar a nada.
-Llega ahora una nimia anécdota llamada dinero. Llega y ya se ha ido.
-También la autodestrucción es un trabajo: Y esto es lo que hay en su contra.
-Qué envidia la energía: Teniendo un poco más de energía, se acabaría antes.
-Bien, ¿y cuánto dura? Por ahora.
-Repítelo. Por lo menos repítelo hasta que se agote. Y luego, cuando se agota la repetición, repítelo hasta que lo repetido te repela.
[Grosz. Suicidio]
-Y puedes habitar en la más extrema pureza. De nada valdrá: La pureza quedará eclipsada por lo extremo. Aunque por las venas corre la sangre, y las venas surcan la piel, y la piel cubre la carne, y la carne se hunde en sí misma, y por debajo de lo que está en sí mismo hay otra carne, otra piel, otras venas, otra sangre: No late en cada latido, no vibra en cada vibración, no brilla aunque, sí, aunque, aunque ciegue. Y los ojos se ciegan y dejan de ver y pueden ver y no ven aunque se caigan los párpados, aunque el sueño lo invada todo con su lucidez de la noche de las noches: Siempre sigue con una furia que se confunde entre la duración y la desaparición, como si la vida fuese ese ínterin que media como medio entre lo que no acaba de ser y no termina de ser, y en los intersticios de la conciencia, por donde lo que siempre calla se arrastra acallado para durar y para acabar de una vez, en esos huecos tan llenos como la culpa, como la suciedad, como el exceso, en esos lugares que se cierran alrededor de lo abierto sin límites, ahí, aquí, la voz, el filo, lo que no se puede aprehender, de tan intangible, de tanto odio como si fuese amor, como si el amor fuese odio, como si no mediase distancia entre cierto amor y cierto odio, como si esa furia, esa fiebre, esa inutilidad que acaba en nada, que comienza en nada, que dura para y en nada, como si todo eso que no tiene ser ni nombre, como si eso que se odia fuese el mismísimo amor, como si todo el universo se empeñase en despeñarse contra lo que lo transgrede, contra lo que lo abole, contra lo que lo devuelve al origen que es la finalización de sus fines, y, así, con cada expresión se alinean las huestes y los planetas y las estrellas, sí, todas las estrellas formadas en orden de batalla contra lo que las atraería si aún fuesen siendo estrellas: Pero he ahí que una vez aquí las estrellas se copian y se acogen a los puertos, a sus órbitas, y todo lo demás ha de ser destruido para poder, para poder seguir aparentando ser estrellas, para poder recordarse estrellas.
-¿Analicemos? Analicemos ahora todo lo que se encuentra con lo que se encuentra en la desesperación más desesperanzada, porque lo segundo, al borde de la inexpresión, ha de permanecer en la retícula de los alveolos, en secreto, como un secreto, de la naturaleza de los secretos, inexpresable, secreto, del pasado. Así que analicemos lo que se encuentra con lo que ha de mantenerse en secreto. Pues bien, todo era verdad: Eso se conserva en la seguridad de poder desvelar todos sus secretos: Como se ha guardado en un margen la posibilidad de la imposibilidad, siempre quedará la confesión: “Pero no he podido, y esta es la prueba de que todo ha sido venial y de que todo queda más reafirmado que antes”. Y en ese estado de llenura acontece la mengua, la lenta extinción, la profunda entrega, el odiado sacrificio de lo que se ha de mantener al borde de la inexpresión, en secreto, secreto, desesperación más desesperanza.
-Y qué es lo que ha de venir salvo lo que, pasado, no ha pasado.
-Epiménides se dejó escrito. Dijo que mentía hasta el final, hasta el fin. Sobre el brocal de su piel lloran, incólumes, todas las cebollas.
-Y hablando de cebollas (¿lo notas, sientes cómo molesta tu existencia, cómo te odian, cómo incordias, hasta el fondo del corazón, cómo cada vez que te expresas molestas?), habrá que hablar de serpientes: Una piel que habría que preguntar si es marcescente o si aún se regenerará en una serpiente, en otra serpiente, en cebolla que no es nada sin sí misma en esa plétora de pieles que no acaban de ser la propia cebolla. Cuando abras la mano, cuando la abras.
-Hay unos versos. Quizás sean malos. Quizás. Quizás sólo estén sin vender. Hay, en definitiva, unos versos que terminan “vamos”. Y hay otros versos que terminan “dónde estás por qué no vienes a buscarme”. Como se puede sospechar, llega ahora la lógica: Pues bien, ahora bien, si en todos estos versos palpita la nada que se pone en la existencia como un corazón que se deshace como un suspiro, como un suspiro, como un suspiro que va a más, que crece, que se sale del pecho y no cabe en lo que no se puede decir, en lo que no se puede decir, un grito que ha de ser callado para poder ser, para que no moleste a los que molestaría. Ahora bien, aquí está de nuevo la lógica; ahora bien, ahora ni siquiera emplear la lógica: Te empalarían contra ella.
[Francis Bacon. Figure with meat]
-Y no preguntes. Ni un signo de interrogación. No vaya a ser que crean – que crean que los sueños son reales; no vayan a decirte que molestas; no vayan a condenarte con su yo por delante. No vaya a ser, no vaya a ser que los únicos caminos del mundo sean cicatrices; no vaya a ser que toda la inocencia de tu existencia concluya en una cruz. Por otra parte, ¿tú qué importas? Si vas tras la razón, la respuesta es obvia: Nada, absolutamente nada.
-También, esto es lo malo, siempre, este “También”. También queda la inocencia que no sabe de edad ni de experiencia. Y esto es lo malo: Esto es lo realmente malo, esta inocencia que es, sí, sólo una expresión. Una expresión, una inocencia… Y en lugar de estos puntos suspensivos vendría algo hermoso. Hay que guardar silencio, aunque el resto, sea incluso el resto lo que se comparte, sea belleza.
-Porque hay unas palabras que aunque rememoren ante el que ha venido desde el pasado a través del presente a ser completamente, se hacen maliciosamente sospechosas. No abras la boca: Cuando se les corta la cabeza, las cucarachas tardan dos semanas en morir de hambre.
-Complace. Es fácil: Finge, sonríe y mátate sin molestar. No le tengas miedo a la práctica.
-¿La calidad? Primero, contra el ingenio. Segundo, contra la confesión. Primero jamás expreses la calidad fuera de hora. ¿Y cuándo es la hora? Vaya, qué pregunta: Nunca.
-Deja que todo se exprese: De lo contrario, la venganza será terrible. No tienes lugar, así que deja que se expresen por ti. Hay una belleza en lo mínimo, ¿recuerdas? Era algo así como “de palo”. Claro que ahora puedes irte a los cuentos: Érase una vez un cantero, o un picapedrero, o como se llame, alguien que devastaba la cantera, la piedra. Préstale atención a toda la expresión por más insolvente que sea: Recuerda que el cantero, o el picapedrero, o lo que sea, labra en la piedra un teatro. Así que tómate en serio todo lo que no seas tú, todo lo insolvente, todas las máscaras. A esto queríamos llegar: Seca la fuente de las lágrimas, borra el maquillaje que deja en sus pálpitos, a su paso a paso, la babosa del corazón: Tómate en serio, con toda la seriedad de la realidad, las máscaras. Y no te detengas a desenmascarar: Érase una vez un cantero, o un picapedrero que labraba la roca y alzaba el teatro de su confusión con la piedra para las máscaras. No, no te muevas: Cualquier gesto será un delito de extrema unción. Deja que todo te exprese. Aguanta: De todas formas, no lo dudes, aunque no quieran, aunque (esa palabreja que tantas entrañas desentraña) no guste, explotará.
-En serio, la más extrema seriedad descarrila a ambos lados de la llamada, de la defendida realidad.
-No era un sueño, ¿eh? A Joyce no le corregían y los exégetas, que aún están locos entre sus palabras, aún no le han dado las gracias: En sus casas se respira esa felicidad de los mentirosos que son felices y no se atreven a confesar por qué.
-Y si tú no tienes energía, ni la tuviste ni nunca la tendrás, jamás reniegues de la energía. Vampiriza. Abandona la nostalgia, el alimento, y no te permitas ni una lágrima: ¿Sabes cuánto te va a costar? Porque de todas formas vas hacia la desaparición absoluta. Por cada lágrima que no se desliza por tu piel se intensifica la dureza, la ausencia absoluta de intensidad: Y si esta era repudiable, la dureza lo es en la misma medida. Cuando aprendas tu desmedida sabrás lo que nadie sabe, lo que nadie, con la boca llena de sí, quiere saborear: Que por cada poro saturado por la dureza hay un poro saturado por la intensidad. En la nada de tu ser, en la absoluta nada de tu ser, en la profunda, completa, perfecta, inagotable, pura y dura e intensa nada de tu ser horadan seres. En la profunda, elevada, acabada, presente, omnipresente nada de tu nada. Y la dureza es peor, se quiere lo peor, peor que nada. Y tú no puedes nada y te entregas a la nada, y te arrepientes, cada segundo te arrepientes.
[Tracey Emin. My bed]
-¿Y para qué tanta paciencia? Bien: Pues para nada, igual que la impaciencia.
-Toda esa teatralidad de la calma, de la serenidad, de la inexpresión traducida a expresiones al servicio. Todo ese estar a expensas.
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