sábado, 24 de abril de 2010

Mate al juez en nueve movimientos. Una fábula.

Entre los papeles de Kafka se encuentra una partida de ajedrez. Cualquiera puede hacerse una idea de la relevancia del ajedrez en la Literatura consultando, simple y solamente, un par de libros, como, por ejemplo, TRUZZI, Marcello (ed.) Chess in Literature. New York: Avon Books, 1975, y HOCHBERG, Burt (ed.) The 64-Square Looking Glass. New York: Times Books, 1993. Y, sin embargo, no sirven de nada, como de nada sirven los artilugios, las artimañas de la civilización llamadas compendios y resúmenes. Hay que darse cuenta de que en toda la Literatura hay tres partidas conocidas que desbordan la anécdota e incluso la alegoría: no son pre-textos, sino Literatura. Tal vez la cuarta partida seria a tomar en cuenta sea la que en secreto juegan Ferdinand y Miranda, pero esa partida se juega en lo oculto de los corazones, donde las pasiones no admiten testigos porque el cuerpo del uno es la cama del otro, y hay metamorfosis que por bien sabidas huyen de la vista, de las evidencias, porque el deseo es la antítesis de la redundancia.

Las tres partidas literarias conocidas hasta la fecha son las de Middleton (el gambito de dama en A Game at Chess), la de Alicia en A través del espejo, y, por supuesto, la de Murphy. Middleton fijó las bases de todas las posibles partidas en el tablero de la Literatura al hacer que los personajes se moviesen según las leyes del juego, desde el gambito inicial al final con mate al descubierto. Esa fue la herencia que recibió y mejoró Lewis Carroll, juguetón (más que jugador) entre Sterne y Joyce. Recordemos la partida:

1. Alicia se encuentra con la Reina roja
1. La reina roja se dirige a la cuarta casilla de la torre del Rey
2. Alicia atraviesa (por ferrocarril) la tercera casilla de la Reina y llega a la cuarta de la misma (Tararí y Tarará)
2. La Reina blanca (tras su mantón) pasa a la cuarta casilla del alfil de la Reina
3. Alicia encuentra a la Reina blanca (y a su mantón)
3. La Reina blanca sigue a la quinta casilla del alfil de la Reina (y se convierte en una oveja)
4. Alicia a la quinta casilla de la Reina (tienda, río, tienda)
4. La Reina blanca a la octava casilla del alfil del Rey (dejando al huevo en la estantería)
5. Alicia entra en la sexta casilla de la Reina (Zanco Panco)
5. La Reina blanca pasa a la octava casilla del alfil de la Reina (huyendo del Caballo negro)
6. Alicia sigue a la séptima casilla de la Reina (bosque)
6. El Caballo negro a la quinta casilla del Rey (jaque)
7. El Caballo blanco prende al Caballo rojo
7. El Caballo blanco a la quinta casilla del alfil del Rey
8. Alicia a la octava casilla de la Reina (coronación)
8. La Reina roja a la casilla del Rey (examen)
9. Alicia se convierte en Reina
9. Las reinas se enrocan
10. Alicia se enroca (festín)
10. La Reina blanca a la sexta casilla de la torre de la Reina (sopa)
11. Alicia prende a la Reina roja y gana

[Carroll, Lewis. Alicia a través del espejo. Madrid: Alianza Editorial, 1990. Traducción: Jaime de Ojeda].

Para los incrédulos y los impacientes, para los que no tengan ganas ni tiempo de jugar la partida de Alicia hasta el final, A. L. Taylor analizó los movimientos y su sentido:

[Taylor, A. L: The White Knight. Citado en The 64-Square Looking Glass, New York: Times Books, 1993, pp. 93-99; editor: Burt Hochberg].

Mientras Alicia es un peón, está continuamente encontrándose con piezas de ajedrez, rojas y blancas, y, de acuerdo con la clave, están siempre en una casilla vecina, a uno u otro lado. A la derecha se encuentra con la Reina Roja, el Rey Rojo, el Caballo Rojo, el Caballo Blanco y, en el otro extremo del tablero, otra vez con la Reina Roja. A la izquierda, se encuentra con la Reina Blanca, el Rey Blanco y, en el otro extremo del tablero, de nuevo con la Reina Blanca. Sobre lo que sucede en el resto del tablero, no tiene ni idea. Sigue un camino recto y estrecho, y los sucesos que acontecen a una distancia mayor de una casilla, a derecha o izquierda, delante o detrás de ella, caen fuera de su mundo. Es comprensible una cierta falta de coherencia en la imagen que tiene de la partida, en especial debido a que cuando empieza a moverse aquella se encuentra en un estado avanzado.
En Lewis Carroll Handbook, Falconer Madan se lamenta de que “el marco ajedrecístico está repleto de absurdos e imposibilidades”, y considera una pena que Dodgson no condujese la partida, en cuanto tal, según las normas del juego, tal y como, según el señor Madan, podría haber hecho fácilmente. Entre otros sinsentidos, señala que las blancas pueden realizar nueve movimientos consecutivos, que el Rey Blanco queda en jaque sin que se dé cuenta, que las Reinas se enrocan, y que la Reina Blanca se aleja del Caballo Rojo cuando podía haberlo comido. “No hay apenas un solo movimiento”, dice, “que posea sentido desde el punto de vista del ajedrez” (pp. 48-49). También tenemos un mate para las blancas en el cuarto movimiento (y así lo reconoció Dodgson): la Dama Blanca a e3, en lugar de hacer c4. Alicia y la Reina Roja están, ambas, fuera del camino, y el Rey Rojo no tendría dónde moverse para evitar el jaque.
Las propias palabras de Dodgson, en un prefacio escrito en 1887, en respuesta a críticas de este tipo, son las siguientes:

Teniendo en cuenta que el problema de ajedrez propuesto en la primera página ha desconcertado a muchos de mis lectores, no estaría de más que explicase que no está mal planteado en cuanto se refiere a los movimientos. La alternancia de Rojas y Negras tal vez no se respete lo suficiente, y el “enroque” de las tres Reinas es un mera forma de decir que entraron en el palacio; pero el “jaque” al Rey Blanco en el sexto movimiento, la captura del Caballo Rojo en el séptimo, y el “mate” final al Rey Rojo permitirán que cualquiera que se tome la molestia de colocar y mover las piezas como se indica pueda comprobar que se ciñe exactamente a las leyes del juego.

No le interesaba el juego por el juego, sino las implicaciones de los movimientos. Dodgson fácilmente habría podido “diseñar un problema”. Dedicó una considerable parte de su vida a hacer cosas semejantes. Pero en Alicia a través del espejo pretendía otra cosa. En primer lugar, sería ilógico esperar algo de lógica en una partida de ajedrez soñada por un niño. Aún resultaría más ilógico esperar que un peón, que sólo puede observar una pequeña porción del tablero, comprendiese el significado de sus experiencias. Y en todo eso hay una moraleja. De lo que aquí se trata es de la imagen que un peón tiene del ajedrez, lo que se asemeja a la visión que un ser humano tiene de la vida.
Alicia nunca llega a aprehender el sentido del juego, y cuando llega a la última fila intenta saber, preguntándoles a las Reinas, si el juego se ha acabado. Ninguna de las piezas tiene la menor idea acerca de qué trata todo aquello. El Rey Rojo está dormido. El Rey Blanco hace tiempo que ha abandonado cualquier conato de participación. “Sería como intentar cazar un Bandersnatch”. Tiene bastante sentido que el Caballo Rojo grite “¡Atención! ¡Atención! ¡Jaque!", pero el Caballo Blanco también sale del bosque gritando “¡Atención! ¡Atención! ¡Jaque!”, y no está haciendo jaque alguno, sino capturando al Caballo Rojo. Ninguno de ellos posee el más mínimo control sobre la casilla en la que se encuentra Alicia, aunque el Caballo Rojo piensa que la ha capturado y el Caballo Blanco cree que la ha rescatado. Alicia no puede discutir con ninguno de los dos y simplemente se siente aliviada porque el asunto se haya resuelto a su favor. En cuanto a las Reinas, “ven” tanto tablero que se esperaría que supiesen con bastante claridad qué está sucediendo. Pero, como se verá, su manera de “ver” es tan peculiar que saben sobre el asunto menos que nadie. Para comprender la parte que uno juega en una partida de ajedrez, tendría que ser consciente del lugar y de la invisible inteligencia que combina las piezas. Sin ninguno de esos conocimientos, las piezas tienen que explicarse las cosas tan bien como les sea posible. Tampoco esta partida se juega entre dos rivales. Haber hecho eso equivaldría a confesar que creía en dos fuerzas diferenciadas y opuestas gravitando sobre nosotros. Dodgson evitó, deliberadamente, semejantes consideraciones.
Hizo que el fundamento de su historia fuese no una partida de ajedrez, sino una lección de ajedrez o una demostración de los movimientos tal y como lo había hecho para Alice Liddell, una cuidada secuencia de movimientos preparada para ilustrar cómo corona un peón, el poder relativo de las piezas – el débil rey, el excéntrico caballo y la formidable reina cuyos poderes incluyen los propios de la torre y el alfil – y, finalmente, hacer jaque mate. Es decir, extrajo del juego exactamente lo que quería según su intención, y lo expresó como una partida entre una niña de siete años y medio que tiene que “ser” peón blanco, y un jugador más viejo (él mismo) que manejaba las piezas restantes.
Tan sólo un día antes, según se recordará, Alicia había mantenido una larga discusión con su hermana mientras jugaban a reyes y reinas. Finalmente, Alicia se había visto impelida a decir: “Bueno, puedes ser uno de ellos, y yo seré el resto”. A través del espejo se convirtió en “uno de ellos” y el Otro Jugador, en “el resto”. Tal vez así es como son las cosas. Ese era el deseo de Dodgson.
Observemos a la Reina Roja a punto de realizar su truco de desaparición:

-Tras haber recorrido dos millas – dijo mientras clavaba una estaca para señalar la distancia -, te diré a dónde tienes que ir… ¿Otra galleta?

Se usa la galleta, deliberadamente, para distraer nuestra atención del hecho de que las señales indican las fases en la vida de Alicia como peón.

-Tras haber recorrido tres yardas, lo repetiré, por si lo has olvidado. Tras haber recorrido cuatro, te diré adiós. Y después de haber recorrido cinco, ¡me marcharé!
A esas alturas ya había colocado todas las estacas, y Alicia seguía mirando con gran interés mientras regresaba junto al árbol, y entonces comenzó a caminar lentamente siguiendo las marcas.
Cuando alcanzó la estaca de las dos yardas, miró a su alrededor y dijo:
-Un peón avanza dos casillas en su primer movimiento.

Para demostrarlo, había caminado dos yardas. Como un peón que comienza desde la segunda casilla, avanza hasta situarnos en la cuarta casilla del tablero. La tercera estaca señala la quinta casilla; la cuarta, la sexta casilla; y la quinta, la séptima. Queda todavía otra casilla, la octava, pero allí Alicia no seguirá siendo un peón. “-En la Octava Casilla seremos Reinas las dos juntas, ¡y todo será fiesta y regocijo!”.
La Reina Roja había empezado a “caminar lentamente siguiendo las marcas”. Cuando alcanzó la estaca que indicaba dos yardas, se detuvo para darle instrucciones a Alicia. Alicia se levantó e hizo una reverencia, y después volvió a sentarse. En la siguiente estaca, la Reina, con voz entrecortada, hizo algunos comentarios en staccato. Esta vez, no esperó a que Alicia le hiciese ninguna reverencia, sino que “siguió caminando rápidamente” hacia la siguiente estaca, donde se dio la vuelta para decirle adiós y luego “se apresuró” hacia la última. Cada vez iba a mayor velocidad. “Alicia nunca supo cómo sucedió, pero justo cuando llegó a la última estaca, desapareció”.
Podemos representar, pero no imaginar, lo que realmente sucedió. Según la clave, la Reina Roja se alejó de Alicia trazando una diagonal (de e2 a h5).



Mientras la Reina Roja permanecía en una casilla contigua, Alicia podía verla y oírla, pero cuando se distanció en una dirección que todavía no existía para Alicia, simplemente desapareció.

Si se había desvanecido en el aire o había entrado a toda velocidad en el bosque (“y puede correr muy rápido”, pensó Alicia), no había manera de discernirlo, pero el hecho era que se había ido, y Alicia empezó a recordar que era un peón, y que pronto le llegaría la hora de tener que moverse.

Los movimientos de ambas Reinas son ininteligibles para Alicia debido a lo limitado de sus capacidades. Es incapaz de concebir movimientos tales como el de la Reina Roja a h5 o el de la Reina Blanca a c4. Pueden avanzar por el tablero en zigzag, ir de punta a punta si así lo desean, o de uno a otro lado. Mientras tanto, ella tiene que arrastrarse trabajosamente de casilla en casilla, siempre en una única dirección, con una promesa, recordada a medias, como estímulo: “En la Octava Casilla seremos Reinas las dos juntas, ¡y todo será fiesta y regocijo!”.
Pero si el largo del tablero es el tiempo, el ancho también tiene que serlo, un tipo de tiempo que sólo conocen los matemáticos y los místicos: el tipo de tiempo al que llamamos eternidad:

Pues era y es y será son tan sólo es;
Y toda la creación es un solo acto de una vez,
El nacimiento de la luz: pero nosotros que no somos todo
Sino partes, no vemos sino partes, ahora esto, ahora aquello,
Y vivimos a la fuerza de pensamiento en pensamiento y hacemos
De un hecho el fantasma de la sucesión; así
Nuestra debilidad, de alguna manera, remeda la Sombra, el Tiempo.

[Tennyson, The Princess].

Lo que Tennyson pone en verso, Dodgson lo representa en un tablero de ajedrez. Alicia, mientras se mueve, sólo puede ver partes, ahora ve al Rey Rojo a su derecha, ahora ve a la Reina Blanca a su izquierda, pero una vez que se convierte en Reina, se produce un cambio:

Todo sucedía de forma tan extraña que no sentía ninguna sorpresa en el hecho de encontrar a la Reina Roja y a la Reina Blanca sentadas junto a ella, una a cada lado: le habría gustado muchísimo preguntarles cómo había llegado hasta allí,

(podemos seguir sus movimientos gracias a la clave)
pero temió que no fuese muy educado por su parte.

Podía verlas a ambas al mismo tiempo; en términos de psicología, podía percibir al mismo tiempo una pluralidad de impresiones que antes aprehendía sucesivamente.
De cualquier forma, de ninguna manera estaba segura de sí misma o de su corona, y las Reinas la condujeron a su ritmo:

-En nuestro país – señaló Alicia -, tan sólo hay un día cada vez.
-Esa es una manera muy pobre y magra de hacer las cosas – dijo la Reina Roja -. Aquí, básicamente tenemos días y noches dos o tres veces cada vez, y a veces, en invierno, tenemos hasta cuatro noches juntas… Ya sabes, para calentarnos.
-Entonces, ¿cinco noches dan más calor que una? – se atrevió a preguntar Alicia.
-Dan cinco veces más calor, por supuesto.
-Pero, por la misma regla, tendrían que ser cinco veces más frías
-¡Justo! – dijo la Reina Roja -. ¡Cinco veces más cálidas y cinco veces más frías, tal y como yo soy cinco veces más rica que tú y cinco veces más inteligente!


(Hay que darse cuenta de que aquí inteligente y rico funcionan como opuestos).

Alicia suspiró y se dio por vencida. “¡Es exactamente como un acertijo sin respuesta!”, pensó.

Se trata, sin embargo, de la respuesta al “problema de ajedrez”, o, en cualquier caso, de la respuesta a una parte del problema, al mate que, según Dodgson dijo en el Prefacio de 1887, seguía estrictamente las normas del juego, mientras que el señor Madan, en su Handbook, lo desmiente de plano: “mientras que no hay ni intento de hacerlo”.
De acuerdo con la clave, la posición sería la siguiente:

Existe, por lo tanto, algo muy parecido a un mate y, hay que reconocerlo, un mate bastante complicado. La objeción que se puede hacer es que el Rey Blanco tenía que estar en jaque cuando la Reina se movió a la casilla a6 (sopa) en el décimo movimiento. Por otra parte, cuando Alicia estaba en la séptima casilla todavía era un peón. El Rey Blanco estaba detrás de ella y si se hubiese movido a c5, ella no lo habría sabido y él habría evitado el jaque.
Por lo que respecta a la sucesión de movimientos, Dodgson admitió que “quizás no la había seguido de manera tan estricta como se podría”. Cuando Alicia alcanzó la Octava Casilla y se convirtió en Reina, por supuesto adquirió nuevos facultades, pero no todas de golpe. Ahora podía ver el otro extremo del tablero, pero su campo de visión estaba limitado por la presencia de la Reina Blanca en un lado y la Reina Roja en el otro. Cuando la Reina Blanca se movió a la casilla a6, Alicia tuvo que despertar. “-¡No puedo soportar más esto! – gritó”, y en el instante en el que se hundía en ruinas el mundo de ajedrez, tomó a la Reina Roja y ejecutó el jaque mate.

[Traducción de Pilar Moure y Roberto Vivero].

La partida de Murphy contra el señor Endon no se juega entre una conciencia y el mundo, como sucedía en el caso de Alicia y ese mundo real que es el de los deseos (y se lee en Los sótanos del Vaticano que el deseo es lo más real), sino entre dos conciencias sin mundo. El ajedrez sustituye al mundo, realmente imposible, y sólo quedan sus normas privadas sin sentido. Murphy no quiere ganar, de hecho, busca la derrota, y el señor Endon ni siquiera quiere jugar: ambos niegan la posibilidad de un mundo reducido a leyes y lo hacen llevando las leyes al absurdo.

Blancas (MURPHY) Negras (SR. ENDON) (a)
1.e4 (b) 1.Ch6
2.Ch3 2.Tg8
3.Tg1 3.Cc6
4.Cc3 4.Ce5
5.Cd5 (c) 5.Th8
6.Th1 6.Cc6
7.Cc3 7.Cg8
8.Cb1 8.Cb8 (d)
9.Cg1 9.e6
10.g3 (e) 10.Ce7
11.Ce2 11.Cg6
12.g4 12.Ae7
13.Cc3 13.d6
14.Ae2 14.Dd7
15.d3 15.Rd8 (f)
16.Dd2 16.De8
17.Rd1 17.Cd7
18.Cc3 (g) 18.Tb8
19.Tb1 19.Cb6
20.Ca4 20.Ad7
21.b3 21.Tg8
22.Tg1 22.Rc8 (h)
23.Ab2 23.Df8
24.Rc1 24.Ae8
25.Ac3 (i) 25.Ch8
26.b4 26.Ad8
27.Dh6 (j) 27.Ca8 (k)
28.Df6 28.Cg6
29.Ae5 29.Ae7
30.Cc5 (l) 30.Rd8 (m)
31.Ch1 (n) 31.Ad7
32.Rb2!! 32.Th8
33.Rb3 33.Ac8
34.Ra4 34.De8 (o)
35.Ra5 35.Cb6
36.Af4 36.Cd7
37.Dc3 37.Ta8
38.Ca6 (p) 38.Af8
39.Rb5 39.Ce7
40.Ra5 40.Cb8
41.Dc6 41.Cg8
42.Rb5 42.Rd7 (q)
43.Ra5 43.Dd8 (r)

Y las Blancas abandonan

(a) El señor Endon siempre jugaba con negras. Si tenía que jugar con blancas, se consumía, sin el más leve rastro de irritación, en un ligero sopor.
(b) La causa principal de todas las subsiguientes dificultades de las negras.
(c) En apariencia, nada mejor, malo como es.
(d) Un ingenioso y hermoso debut, a veces llamado el Desatascador.
(e) Mal calculado.
(f) Nunca visto en el Café de la Régence, y mucho menos en el Diván de Simpson.
(g) La bandera de socorro.
(h) Exquisitamente jugado.
(i) Resulta difícil imaginar una situación más deplorable que la de las Blancas en este momento.
(j) La ingenuidad de la desesperación.
(k) Ahora las Negras tienen un juego irresistible.
Grandes elogios se le deben a las Blancas por la pertinacia con la que lucha por perder una pieza.
(l) En este momento, el señor Endon, sin llegar al “j’adoube”, puso cabeza abajo el Rey y la Torre del flanco de la Dama, y en esa posición permanecieron hasta el final de la partida.
(m) Un coup de repos que llega con mucho retraso.
(n) Al no haber exclamado “¡Jaque!” el señor Endon, y al no haber dado ni siquiera la más leve señal de estar vivo como para haber atacado el Rey de su contrincante, o mejor dicho, de su igual, Murphy quedó absuelto, de acuerdo con la norma número 18, de la obligación de actuar en consecuencia. Pero esto supondría admitir que la salva fuese con pólvora mojada.
(o) No hay palabras para expresar el tormento mental que provocó que las Blancas iniciasen este abyecto ataque.
(p) El final de este solitario está muy bellamente jugado por el señor Endon.
(q) Ir más allá resultaría frívolo y vejatorio, y Murphy, con el mate del loco en su alma, se retira.

[Traducción y traslación a notación algebraica por Pilar Moure y Roberto Vivero. Fuente: Beckett, Samuel. Murphy. London: Picador, 1973, pp. 136-138].

¿Apócrifas? En busca de Franz Kafka nos encontramos con tres partidas, tres derrotas, por supuesto:

Karel Treybal vs F. Kafka (Praga, 1921)
Defensa escandinava.
http://www.chessgames.com/perl/chessgame?gid=1427128

F. Kafka vs Karel Hromadka (Praga, 1921)
Partida de peón de dama.
http://www.chessgames.com/perl/chessgame?gid=1427129

Miroslav Chodera vs F. Kafka (Praga, 1921)
Defensa escandinava: variante Lasker.
http://www.chessgames.com/perl/chessgame?gid=1427128

Apócrifas o no, no son las partidas de Kafka, las partidas que jugaba no ya con el mundo a través del espejo del deseo, ni contra otra conciencia, sino en sí mismo, ensimismado en “él”, topo que mueve laberintos de tierra en su mónada. Kafka no jugaba: se la jugaba, siervo de la gleba de la Literatura, en los terrones de las palabras. No podía haber partida sin árbitro, sin juez, sin que el juez fuese el verdadero, el único jugador: jugador, juez, verdugo y víctima.

Mis dos manos empezaron a librar un combate. Cerraron el libro que yo había estado leyendo,

y lo apartaron para que no estorbara. A mí me saludaron y me nombraron árbitro.
Y ya habían entrelazado los dedos, y ya se lanzaban hacia el borde de la mesa, ora hacia la derecha, ora hacia la izquierda, según fuera mayor la presión de una u otra mano. Yo no apartaba la mirada de ellas. Si las manos son mías, tengo que ser un juez equitativo, o cargo con las tribulaciones que produce un mal arbitraje. Pero no es fácil mi tarea, en la oscuridad que hay entre las palmas de las manos se están aplicando varias tretas que yo no puedo dejar de observar, por eso apoyo la barbilla en la mesa y así no se me escapa nada. Toda mi vida he preferido la mano derecha, aunque no tengo nada contra la izquierda. Si la mano izquierda hubiera dicho algo, yo, conciliante y equitativo como soy, hubiese terminado al momento con el abuso. Pero ella no soltaba la menor queja, siempre colgando a lo largo de mi cuerpo, y, mientras que la derecha – por ejemplo – agitaba mi sombrero en plena calle, la izquierda me palpaba medrosamente el muslo. Eso era un mal entrenamiento para el combate que tiene lugar ahora. ¿Cómo puedes a la larga, muñeca izquierda, oponer resistencia a esa vigorosa muñeca derecha? ¿Cómo se va a defender tu delicado dedo de la pinza de los otros cinco? Eso ya no me parece un combate sino el final de la mano izquierda. Ya está acorralada en el borde izquierdo de la mesa, y la derecha, como una maza, se levanta y vuelve a caer sobre ella una y otra vez. Si, ante esa angustiosa situación, no me viniera la idea salvadora de que son mis propias manos las que están luchando y de que las puedo separar con un breve movimiento, poniendo fin al combate y al trance de emergencia: si no me viniera esa idea, la mano izquierda se habría roto por la muñeca, habría salido proyectada fuera de la mesa y tal vez después, la derecha, en el frenesí de la victoria, se habría lanzado contra mi atento rostro, como el perro infernal de las cinco cabezas. En lugar de eso, ahora una está posada sobre la otra, la derecha acaricia el dorso de la izquierda y yo, árbitro desleal, hago un gesto de asentimiento.

[Cuadernos en octavo. Madrid: Alianza Editorial, 2005, pp. 31-32. Traducción: Carmen Gauger].

1.e4 d5
2.exd5 Dxd5
3.Cc3 Da5
4.Cf3 Ag4
5.h3 Axf3
6.Dxf3 Cc6
7.Ab5 Db6
8.Cd5 Da5
9.b4

¿Apócrifa? Esta partida, jugada por correspondencia, tuvo lugar en 1923. El texto arriba citado fue escrito en 1917. Kafka ya estaba sentenciado y esa derrota la llevaría, como alivio, hasta el final, hasta sus últimas consecuencias. No es una partida apócrifa.

Pero tampoco es la partida de Kafka, la cuarta partida Literaria, la oculta partida que se jugaba en un secreto a todas luces, lúcido a oscuras, en la oscuridad de los sucesos cotidianos. En 1907, Alfred Löwy, el emprendedor tío de Kafka, vivía, por aquel entonces, en Madrid. Gracias a sus contactos con importantes aseguradoras, le consiguió trabajo a Kafka, quien siempre había sentido un profundo aprecio por aquel hombre enredado en el caso Dreyfus y en la construcción del canal de Panamá y del ferrocarril en China. Un hombre inteligente, astuto, valiente, en medio y mitad del mundo. No parece imposible que Kafka mantuviese una cálida correspondencia con su tío; ni parece improbable que en el transcurso de esa correspondencia aprovechasen para jugar al ajedrez. Y, por lo tanto, resulta del todo convincente que entre los papeles de Alfred Löwy se pudiese encontrar la partida de ajedrez de Kafka.

Y esta es la partida:

Y esta es la prueba:

[Cuentos completos. Madrid: Valdemar, 2003, pp. 465-466. Traducción: José Rafael Hernández Arias].

Una confusión cotidiana

Un suceso cotidiano; soportarlo, un heroísmo cotidiano. A tiene que cerrar con B, del pueblo vecino H, un importante negocio. Va a una entrevista previa a H, invierte diez minutos en ir y el mismo tiempo en regresar, y se precia en casa de esa asombrosa rapidez. Al día siguiente vuelve a ir a H, esta vez para cerrar definitivamente el negocio; como previsiblemente se necesitarán varias horas, A sale muy temprano por la mañana. Aunque todas las circunstancias accesorias, según opinión de A, son completamente las mismas que las del día anterior, esta vez necesita diez horas para llegar hasta H. Cuando llega por la noche agotado, se le dice que B, enfadado por la ausencia de A, ha salido hace media hora para buscarle en su casa; en realidad, se tendrían que haber encontrado en el camino. Aconsejan a A que espere, pues B no puede tardar mucho en llegar. A, sin embargo, angustiado por el negocio, se pone en seguida en marcha y se dirige deprisa hacia su casa. Esta vez recorre el camino, sin siquiera darse cuenta, en un instante. En casa le dicen que B llegó hace tiempo, justo en el momento en que A abandona su casa, por lo que se había encontrado con él en la puerta. B le recordó el negocio, pero A dijo que no tenía tiempo, que tenía mucha prisa. No obstante el extraño comportamiento de A, B se había quedado para esperarle. Por supuesto preguntó con frecuencia si A había llegado ya, y aún se encuentra arriba, en la habitación de A. Feliz de poder hablar con B y poder explicarle todo, sube corriendo las escaleras. Ya casi ha llegado arriba, cuando tropieza y sufre la rotura de un tendón. En un estado semiconsciente provocado por el dolor, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, escucha y ve cómo B, difuminado por la distancia o por su gran proximidad a él, baja furioso las escaleras y, finalmente, desaparece.

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