[Paul Klee. Doble]
Si prescindimos de las definiciones que como prejuicios nos hacen creer que sabemos qué es algo, no resulta fácil responder a la pregunta qué es un diario, y más bien se nos viene a la mente la cuestión de por qué se escriben diarios, para qué, o para quién.
Yo, aquí, y ahora, hablo de oídas, “de leídas”, porque nunca he llevado un diario (ni el mío ni el de nadie, persona o personaje). Dejé escrito en el blog (creo que En la piel del diario) que escribiría sobre los diarios, y mejor esto – breve, rápido, por vergüenza y sin vergüenza – que nada de nada, porque eso ya no es nihilismo, sino regodeo en el nihilismo, es decir, pereza, es decir, mentir dando o sin dar excusas para incumplir la palabra.
La idea primera, ingenua, que elaboramos de diario tiene que provenir de lo que pensamos que haríamos nosotros, nadie, con un diario. Así que en principio un diario, si me permiten echarme al vicio de definir, es un registro que cada día, casi siempre por la noche, si es posible y se tienen ganas, porque no es necesario tener nada que decir, se hace de lo que uno ha hecho o de lo que a uno le ha pasado, o de ninguna de estas cosas: tal vez de lo visto, de lo imaginado, de lo soñado, de lo oído, de lo alucinado. Y este registro se realiza para uno mismo, por razones mnemotécnicas o por puro y duro aburrimiento o por grandilocuente vanidad o para poner en orden y en claro alguna sucesión de ideas, con la más o menos reconocida intención de que lo lea, con o sin el propio permiso, o bien alguien conocido, o bien alguien que todavía no ha llegado a nuestras vidas pero que cuando lo haga, incluso – o quizás sobre todo – a esa vida nuestra que deseamos en el mundo a través de la memoria ajena tras nuestra muerte, será merecedor de este tesoro enterrado bajo un leve capa de polvo que es nuestro diario.
Es una definición un poco larga, lo sé, pero supongo que por eso es una buena definición y no un simple juego sinonímico. Y para ser como es tan buena definición, no sirve para nada.
[Paul Klee. Marcado]
Porque pronto, a pocos diarios que leamos, digo diarios publicados, vemos que esta no es la definición de diario, sino de un tipo de diario. Y este tipo de diario no llega a ser un auténtico diario si a quien lo escribe no lo ampara la Historia en alguna de sus manifestaciones: arte, ciencia, literatura, filosofía, guerra, catástrofe natural, etc. Pues no cabe duda de que el diario huérfano de Historia, y de suerte, es un asunto de familia y, como todos los asuntos de familia, termina en la basura o en las cenizas.
Hay diarios que son desahogos, otros son bancos de pruebas intelectuales; unos no se escriben para nadie y otros se escriben mientras se firma un contrato para su publicación; en unos se da a entender que uno se confiesa, y en otros se dice la verdad tras el velo de la ficción; unos diarios no siguen el día a día y de otros sólo se sabe que lo son gracias a que van al paso de los días; en unos el autor está solo con el coro fantasmal de su conciencia, y en otros intervienen fantasmas de carne y hueso.
En el fondo, si queremos saber en serio qué es un diario, tenemos que pensar la conciencia misma, porque escribir un diario se asemeja a jugar una partida de ajedrez con o contra uno mismo, y esto es lo más parecido a intentar pensar el pensar. Y la conciencia, y eso lo saben todos los que han chocado de frente contra la impermeable membrana del solipsismo, y han flotado caóticamente por los abismos intermonádicos (que son fractalmente los abismos intramonádicos), no es conciencia del mundo, salvo que el mundo esté en la conciencia y, al mismo tiempo, la conciencia en el mundo, que pudiera ser, sino conciencia de sí misma, y esto, hasta donde alcanza la conciencia en el cálculo infinito e infinitesimal de sí misma, significa que la conciencia es conciencia de la conciencia, y así sin fin, pero de manera que la segunda conciencia del enunciado de la relación juega un papel ancilar respecto de su subordinada en esta teórica intimidad de conjuntos a la mise en abyme.
Pero qué sentido tiene adentrarse en estos pantanos cuando todo el mundo sabe qué es un diario y, es más, cuando todo el mundo sabe escribir un diario. Entonces, procedo. Y procedo del pantano y progreso por la cómoda autopista del género próximo y la diferencia específica. Es posible clasificar los diarios en los siguientes tipos…
[Paul Klee. Lugar de encuentro]
Así es, era broma, una broma sin gracia, pero broma al fin y al cabo. Los que creían que me iba a salir del pantano o no conocen el pantano o todavía no me conocen a mí. En el pantano se aprende que la vida conjuga todos los verbos reflexivamente. Así, no existe ser, sino ser(se), ni conocer, sino conocer(se), ni amar, sino amar(se), ni pensar, sino pensar(se), ni decir, sino decir(se), ni aferrar, sino aferrar(se), ni vivir, sino vivir(se). Pero vivir, el pantano es todo claridad en esto, es descomposición, desvivir, así que vivir es desvivir(se). La conciencia se alimenta de sí misma y crece devorándose. El diario, por lo tanto, en su paradoja, en su repliegue, en su extrañeza, en su hablar(se) es lo más prístino e inmediato que se puede escribir, aunque no se escriba sobre uno mismo, aunque se escriban sueños y recuerdos y deseos. En el diario, aunque sea para mentir(se), la conciencia se acaricia plegándose sobre sí misma. De ahí que pueda llevarse al extremo esta reflexión y se puede decir que toda escritura o es diario o es nada. El diario es la postura perenne, fetal y erótica, de la conciencia que se hace saber.
Ahora habrán entendido que cualquier otra aproximación habría sido una pérdida de tiempo, un alejarse. ¿Se imaginan a Canetti no escribiendo, en La conciencia de las palabras, el “Diálogo con el interlocutor cruel”, con sus “Apuntes sueltos”, “Agendas” y “Diarios”? ¿O no escribiendo “El Diario de Hiroshima del doctor Hachiya”? ¿Se imaginan a Susan Sontag no escribiendo en Contra la interpretación sus textos sobre los Carnets de Camus, sobre Simone Weil?
¿Se puede exagerar hasta decir que la Odisea es el diario de un viaje? ¿O que el Ulises es el diario de un día? ¿O que Las mil y una noches es el diario de una vida al filo de los sueños? ¿O que la Biblia y sus apéndices, el Talmud y Enchiridion Symbolorum, no son diarios de la revelación? ¿O que si Flaubert es Madame Bovary, Madame Bovary no es el diario de cómo se escribe la conciencia que se enajena sin dejar de ser a una velocidad media de palabra y medía por día? Y ustedes me dirán, “Para qué exagerar”, y tienen razón.
[Paul Klee. Eidola: otrora caníbal]
No puedo ser exhaustivo: me faltan tiempo, dinero, ganas, ilusión y paciencia. Cada uno de ustedes echará en falta algún diario, por ejemplo, los de Gombrowicz. Reconozco que mi lista de diarios pendientes de leer es casi tan extensa como la que aquí presento. Me habría gustado, por ejemplo, haber leído y añadido los diarios de algún político, como Azaña; o los de un don nadie, como yo mismo. Pero eso es imposible y además da completamente igual.
Son tantas las circunvoluciones de la conciencia, que se desorienta, se confunde, se pierde en su propio laberinto y llega a pensar que se puede salir del laberinto y que fuera de sí misma está el mundo, algo. Se guía por el hilo de los sentidos y olvida que toda impresión es huella, memoria, y que toda expresión es hacer memoria, recordar. Entonces, ¿no serán memorias los diarios? Y, por lo tanto, ¿existen los diarios o, de nuevo, no hay más que diarios?
Me pregunto si se puede hablar de tipos de diarios. Por ejemplo, de diarios reales que han llegado a nosotros porque nos embaucan los viajes (los de Colón, Flaubert, Goethe, Montaigne, Whitman), porque nos fascinan sus autores (Kafka, Musil, Jünger, Pavese, Klee, La Rochelle, Plath) o porque los que los escriben sólo importan como transmisores de hechos y experiencias (Berr, Leseur, Valère). De diarios ficticios, tan reales como Diario de un cura rural, Diario de un cazador, Diario de un seductor, Diario de un hombre superfluo, La conciencia de Zeno o Los apuntes de Malte Laurids Brigge; o tan apócrifos como las Conversaciones con Kafka de Janouch. Y también de diarios solapados, disfrazados de conversaciones, como las de Eckermann con Goethe, o de entrevistas, como la de Cabanne a Duchamp; o transformados en memorias reales, como Tempestades de acero, o memorias cristalizadas en ficción, como El fuego (Diario de una escuadra), o Sin novedad en el frente; o como ensayos expuestos en carne viva en el laboratorio de la conciencia, como sucede con los Cuadernos de Weil, los Pensamientos de Pascal, los Cuadernos en octavo de Kafka, los Apuntes de Canetti, los Carnets de Albert Camus, los Fragmentos póstumos de Nietzsche; y también estas mismas vivisecciones pasadas por la mesa de operaciones de la reconstrucción, como sucede en el caso de los Ensayos de Montaigne, What I Saw de Joseph Roth, y Diario de un escritor, de Dostoevskiï. Me pregunto esto, y no tengo respuesta.
[Paul Klee. El sitio de los mellizos]
Diarios, o el rastro sonoro del contacto, roce o fricción de la conciencia consigo misma. Y también diarios o el diálogo entre conciencias. Y, así, nada más vertiginoso que leer en un diario lo escrito sobre otro diario: Sánchez-Ostiz sobre Jünger, Pavese sobre Murasaki, Vila-Matas sobre Kafka… Diarios, o la más pronta expresión de la memoria. Y, así, ¿no será Antes del fin, de Sabato, un diario? Y esto nos conduce al placer de la unidad estilística de diarios y memorias, como sucede con Gide y Márai, y a chascos que hacen que uno ya no crea ni en diarios ni en memorias ni en su intimidad, como pasa cuando se lee con cierto agrado Relato de mi vida, de Thomas Mann, luego se padece el infierno de leer sus diarios.
Ya ven qué poca coherencia. Esta breve reflexión sobre los diarios terminará con una cita sobre las memorias. Lo dice Gide en su autobiografía Si la semilla no muere… No importa, para dar coherencia a un texto no se necesitan nexos, sino neuronas. Pensemos en la conciencia en su laberinto-diario dándose vueltas mientras ficciona-rememora que hay un fuera de sí misma llamado mundo, algo.
[Paul Klee. Todo corre en pos de algo]
“Las Memorias nunca son sinceras sino a medias, por grande que sea el cuidado por decir la verdad: todo es siempre más complicado de lo que se dice. Quizás hasta uno se acerca más a la verdad en la novela”.
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