martes, 23 de agosto de 2011

RAZÓN, PSICOANÁLISIS, CUENTOS


BETTELHEIM, Bruno. Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica, 1999.

Hacía más de diez años que no leía una obra psicoanalítica. Más atrás, había leído a Freud (había devorado su obra completa), a Adler, Jung, Klein, Rank, Ferenczi… Qué sé yo. Incluso leí los escritos psicoanalíticos de Lou Salomé. Y mucho, mucho más atrás, recuerdo haber leído La interpretación de los sueños, en la adolescencia, a la busca de estímulos sexuales, igual que hojeaba mi biblia de aquel entonces, el Interviú, y soñaba despierto con diosas griegas y mujeres del Versalles de Luis XV.

Pasó la época de los sueños, pasó el conocimiento clásico, llegó la comprensión plena del psicoanálisis, la teoría, o el cuento, más racionalista que salió de cabeza humana desde los tiempos de Sócrates y su ética para cínicos civilizados.

Porque el psicoanálisis es de una racionalidad que apabulla, que asusta. Se esté o no de acuerdo con su imaginería, Freud fue el último filósofo que podría haberse sentado a la mesa con Séneca, o que podría haber paseado junto a Aristóteles. No digo que intelectualmente estuviese a su altura, sino que como hombre que piensa podría ser uno más, y no de los menos destacados, de la Academia o del Liceo. ¿Se imaginan a Heidegger charlando con Platón? Yo, no.


[Sinceramente, me aburrí de esperar a que se descargase La escuela de Atenas, de Rafael]

Bettelheim es un digno seguidor de la tradición cultural que inauguró Freud para el psicoanálisis. Psicoanálisis de los cuentos de hadas no desentonaría junto a Psicoanálisis del arte o Tótem y tabú. Tanto Freud como Bettelheim despliegan, a través del racionalismo a ultranza del psicoanálisis, una visión humanista y humanitaria que no es capaz de igualar ningún otro modelo y método de conocimiento del hombre, aunque presuman de ese mayor realismo que pretende monopolizar el cientificismo. ¿Y creen posible un saber inhumano del hombre? Es como el que quiere medir la distancia con una báscula: en cualquier caso, se define el que así hace, y eso ya nos reporta un conocimiento humano del hombre.

En este libro, Bettelheim defiende la insustituible utilidad de los cuentos de hadas, pues tanto su forma como su contenido son ideales para que en su teatro interior los niños representen sin peligros, sin prisas, sin dogmatismos ni falta de esperanza, sus propios conflictos, internos y externos. Los cuentos de hadas serían, pues, relatos universales del universal problema de hacerse mayor. Y el hombre nunca deja de ser el niño que fue, y nunca consigue hacerse plenamente mayor.



[Y ya puestos, unidad estilística ante todo]

El psicoanálisis nos dice que para poder perseguir la felicidad y para poder evitar o soportar el sufrimiento, el hombre ha de ser uno consigo mismo, o ha de estar en contra de sí mismo lo menos posible, con la menor atomización y la menor guerra interna; y ha de mantener esa unidad en el mundo con la mayor autonomía posible; y entonces comprenderá que crecer significa cambiar la inocencia, que hay que perder, por la sabiduría que nos informa de las leyes básicas de este mundo, su perfecto orden y justicia: ama a quienes amas, sufre cuando sufres, y todo esto posibilitado, atemperado, por el viejo “Nada en demasía”. Así, el psicoanálisis, en su búsqueda mesurada de la mesura posible, muestra su clásico y pragmático sello racionalista.

Y durante muchos años el psicoanálisis me hizo sufrir una llevadera tortura intelectual. Porque los argumentos en los que se esgrimen de manera coherente ideas que no excluyen, sino que anhelan la armonía, que no abrogan el dualismo, sino que lo sintetizan (y subliman), son altamente convincentes y atractivos, tanto cuando te va bien en la vida como cuando te va mal. En el primer caso, el racionalismo abunda en tu bienestar porque piensas que fruto y mérito tuyos son esa madurez en la que exhibes los resultados; y en el segundo caso, el racionalismo te embauca con la esperanza de todo dualismo: Puedes cambiar sin dejar de ser tú mismo, pues no tiene que desaparecer una parte de ti, sino que has de distribuirlas de otra manera.


Luego cesó la llevadera tortura intelectual. Y la tierra se tragó a Freud. Y el viento se llevó el racionalismo. Y empezó la vida, sin cuentos, sin diosas olímpicas ni cortesanas versallescas, sin maduración ni orden ni medida ni equilibrio, en el mejor de los casos sin más cuentos que el Interviú.

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