domingo, 22 de enero de 2012

De noche



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Sumirme en la noche. Del mismo modo en que algunas veces se inclina la cabeza para pensar, sumirme por completo en la noche. Alrededor duermen los hombres. Pero es una pequeña comedia, una inocente ilusión, eso de que duermen en casas, en sólidas camas bajo techos seguros, estirados o acurrucados sobre los colchones, con sábanas y mantas; en realidad se han encontrado todos, un incontable número de personas, un ejército, un pueblo, como una vez antaño, y como lo harán en el futuro, en una zona desértica, un campamento al aire libre, bajo el frío cielo y sobre la fría tierra, arrojados donde habían permanecido en pie, la frente presionada contra el brazo, el rostro contra el suelo, respirando tranquilamente. Y tú despiertas, eres uno de los vigilantes, encuentras al próximo al atizar las brasas del montón de ramas secas a tu lado. ¿Por qué velas? Uno debe velar, se dice. Uno tiene que hacer acto de presencia.

[KAFKA, Franz. Cuentos completos. Madrid: Valdemar, 2003. Traducción de José Rafael Hernández Arias].

[Música: Gymnopédies, nº 1. Erik Satie. Intérprete: Reinbert de Leeuw].
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En la intemperie, en la indefensa gleba del sueño, en la desnudez de los ojos cerrados, cuando ya no se puede más; en el cuerpo frágil que no es más que otro cuerpo junto a otros cuerpos, en la duermevela de la conciencia, entre el sol y las suelas; en las runas que se inscriben en la piel del que despierta, del que siempre está despierto y despierta a su insomnio, del que nunca puede más y ve el cuerpo desnudo, los ojos cerrados, indefenso, a la intemperie, sin sol ni zapatos, abandonado a la suerte de quien dice “En la intemperie, en la indefensa gleba del sueño, en la desnudez de los ojos cerrados, cuando ya no se puede más; en el cuerpo frágil que no es más que otro cuerpo junto a otros cuerpos, en la duermevela de la conciencia, entre el sol y la suelas; en las runas que se inscriben en la piel del que despierta, del que siempre está despierto y despierta a su insomnio, del que nunca puede más y ve el cuerpo desnudo, los ojos cerrados, indefenso, a la intemperie, sin sol ni zapatos, abandonado a la suerte del que dice “En la intemperie…

sábado, 21 de enero de 2012

AJEDREZ, MILITIA AMORIS


[Marte jugando al ajedrez con Venus. Cuadro de Padovanino]

Releo el Satiricón (con el máximo placer, cómo no) y me encuentro con que el opulento, disparatado y ridículo Trimalción juega a esto:
“En efecto; seguíale un esclavo que traía un tablero de madera de terebinto y dados de cristal. Todo era de un refinamiento y gusto sin igual y fastuoso, pues, hasta los peones blancos y negros habían sido sustituidos por denarios de oro y plata” (PETRONIO. Satiricón. Madrid: Club Internacional de Libro, 1994. Traducción del Dr. Bergua, p. 46).
En nota al final del volumen, dice el traductor:
“El juego a que hace referencia, duodecim scripta, era una especie de ajedrez o juego de damas que se jugaba en un tablero (tabula) y que además de los peones (calculi) de dos diferentes colores, requería varios dados (tesserae) que cada jugador echaba a su vez, avanzando, retrocediendo y hasta perdiendo un peón, según el punto que sacaba” (ob. cit., p. 224).
Como el libro es, además de encantador, perfecto (recuérdense las loas que le dedicaba Nietzsche), más adelante se sirve de este juego como metáfora alegórica:
“La amistad es una palabra que dura lo que dura su utilidad; es como la ficha de juego que va y viene empujada por la suerte sobre el tablero” (ob. cit., p. 107).
En el siglo XIII se puso de moda el “ajedrez moralizado”, y Jacques de Cessole, en su transcripción de sermones, recoge el empleo del ajedrez como imagen de la sociedad. Fue en ese mismo siglo cuando al ajedrez le cayó encima el anatema de la Iglesia porque los jugadores habían vuelto a usar los dados. (¿Los dados? Bien, parece que los que se consideran precedentes más o menos remotos del ajedrez, como el senet egipcio o la chaturanga india, en oposición a la estratégica y reflexiva petteia griega, también utilizaban los dados). Y en el siglo XIII, a finales, se escribe un Ajedrez amoroso de nada más y nada de menos que treinta mil versos… Ni siquiera escapa al tablero de ajedrez la guerra entre el amor y la moral. Liberados (en apariencia) del azar, es decir, (en realidad) de los dados, a finales del siglo XIV y principios del XV encontramos a un papa como León X entusiasmado con el ajedrez, y un estudiante de Salamanca, llamado Lucena, escribe Repetición de Amores e Arte de Axedres. (Información extraída de Larousse del ajedrez, Barcelona: Larousse, 2000, pp. 20-24).
Nunca había oído hablar del duodecim scripta, y a poco que busco me entero de que ya antes lo había citado Ovidio en su Arte de amar:


[Un caso perdido. Cuadro de George Goodwin Kilburne]

III. Es para las mujeres este libro.
Me da vergüenza aconsejar minucias,
decir que las tiradas de las tabas
las debe conocer, y los valores
que tienes, dado, cuando ya has caído.
Que unas veces arroje los tres números, y otras
piense acertadamente y con astucia
en qué punto pararse, en cuál pedir.
Que juegue a los combates de soldados
con precaución y sin torpeza alguna: [105]
mueve el peón que está solo contra un doble enemigo,
y el guerrero atacado por sorpresa
lucha sin su consorte, y encelado [106]
retrocede a menudo por la senda emprendida.
Reparte las bolitas diminutas [107]
sobre un cuadrilátero descubierto,
y, salvo la que quites, no has de mover ninguna.
Existe un tipo, que con tenue línea
queda en tantas casillas dividido
como los meses del huidizo año.
El pequeño tablero de acogida [108]
a tres fichas de uno y otro lado:
vence el que llega enfrente con las suyas.
Practicarás mil juegos. Queda feo
que no sepa jugar una muchacha.
A menudo, jugando se prepara el amor.
(OVIDIO. Amores. Arte de amar. Madrid: Cátedra, 1993, pp. 520-1. Traducción de Juan Antonio González Iglesias).

Los números entre corchetes junto a los versos corresponden a notas a pie de página, que paso a copiar:
[105] A continuación se exponen los múltiples riesgos que conlleva el no saber bien jugar a esta especie de ajedrez.
[106] El guerrero y su consorte son en este juego los equivalentes del rey y la reina de nuestro ajedrez, con el que guarda bastantes similitudes. Él sufre celos precisamente porque ha perdido a su dama en el combate.
[107] Se describe un juego distinto, que podría ser el tres en raya, ya que sólo se mueve una ficha cada vez, si no fuera porque a continuación menciona un tablero similar al de ese juego y lo considera diferente.
[108] Parece que se trata de doce casillas en el total del tablero y no en una de sus caras. Es el ludus duodecima scriptorum (ob. cit., p. 520).

Me demoro, entretengo y solazo revisando el Arte de amar, y casi me olvido de que estaba pensando en el ajedrez (a saber a qué cielos se me había ido el santo), cuando en la página 447 (II. Finge que eres esclavo de su amor) encuentro que Ovidio menciona otro juego en el que se usan peones de vidrio, el imagine latrocinii o “Representación de la milicia”. Y es que para Ovidio el amor es, casi siempre, militia amoris.
Que el ajedrez se ha empleado como metáfora y alegoría de casi todo en esta vida, ya lo sabemos. Descartados los dados, el juego se aleja, al menos en apariencia, del azar y se vuelve racional, incluso racionalista, y la imaginación, que casi siempre se apoya en eso que mina y disuelve, justo en la línea de flotación, verdades y órdenes, y que no es otra cosa que la incertidumbre (o, si quieren, la ignorancia); digo que la imaginación, entonces, se convierte en un vestigio supernumerario y molesto. En estas condiciones, la estrategia y la táctica lo son todo y el ajedrez sólo puede servir como metáfora de guerras: morales, religiosas, sociales, de sexos… Y en un mundo en el que se abroga el azar, la sociedad no puede ser más que una guerra y el ajedrez, su espejo, su reflejo en miniatura.


[El café. Cuadro de José Jiménez Aranda]

Pero es que el ajedrez lo tiene todo para servir como modelo para todo. Mezclando a Wilde y a Kasparov, se podría decir que la vida imita al ajedrez. El ajedrez es un juego, y es un juego de guerra. Y en un juego, por muy lógico que sea, no es posible controlar todas las variables (dentro y fuera del tablero). ¿Y qué es el amor, en cuanto que seducción, sino un juego? ¿Y qué es el amor, en cuanto que conquista, sino una guerra, aunque sea contra los elementos?
El ajedrez, por lo tanto, como suprema militia amoris, no se olvida de la razón de la lógica, ni de la irracional lógica del mundo, ni del azar que introducen las incertidumbres de los jugadores, y en la agonal relación de los jugadores siempre cabe ese flirteo con la belleza de la partida más hermosa, gane quien gane, y con el sumo placer de la victoria, pues se desea ganar porque la victoria no es más que el reflejo de los movimientos más hermosos, como en el amor se seduce a la que pensamos más hermosa (la victoria) mediante los medios que consideramos más hermosos (los movimientos) por encima de todos los obstáculos (los rivales, las condiciones de cada partida e incluso las reservas y dudas de la propia victoria).


[Ferdinand y Miranda. Cuadro de Edward Reginald Frampton]

¿Quién creen ustedes que ganó en La tempestad, Ferdinand, Miranda o ambos?

miércoles, 18 de enero de 2012

Judith Glatzer Wechsler


Este domingo, 22 de enero, se proyecta en el Instituto Van Leer de Jerusalén la película Nahum Glatzer and the German-Jewish Tradition, de la directora cinematográfica, e historiadora del Arte, Judith Glatzer Wechsler.



La película, anuncia el cartel de la presentación, explora el contexto de la tradición cultural judío-alemana en la que se desarrolló Glatzer, así como los campos de la teología, la literatura y la filosofía a los que contribuyó. También repasa la vida de Glatzer como paradigma del movimiento de una cultura a otra, y como emblema de lo que pervive durante ese proceso.

Judith Glatzer nos ha dado permiso para que esta película, junto con una grabación de escenas adicionales, pueda verse en nuestro (y vuestro) blog. La película la distribuye The National Center for Jewish Film, Brandeis University.

Queremos agradecer a Judith Glatzer Wechsler su atención, su generosidad y sus palabras de aliento.


I Am a Memory Come Alive. Nahum N. Glatzer and the Transmission of German-Jewish Learning.






I Am a Memory Come Alive - Additional Scenes.


martes, 10 de enero de 2012

LA POSIBILIDAD DE UNA ISLA. M. Houellebecq, 2005

HOUELLEBECQ, Michel. La posibilidad de una isla. Madrid: Alfaguara, 2005.


¿Existe tal posibilidad? ¿Hay algún refugio posible para el ser humano? Houellebecq no parece haberlo encontrado. Existir es una desgracia (p. 436) y el ser humano no está constituido para la felicidad. Antes al contrario, propaga el mal y la brutalidad, empezando con la crueldad hacia sus propios padres (p. 60). “En este universo nadie está cerca de nadie” (p. 95) y no hay remedio alguno, ya que “la raíz de todos los males era biológica e independiente de cualquier transformación social imaginable” (p. 143). Ningún sistema de organización social es capaz de atajar la barbarie que va en aumento (p. 332) y el capitalismo, en particular, fomenta lo más nefasto en el ser humano: el individualismo más corrosivo, el egoísmo más brutal, el más fatuo hedonismo, el desprecio hacia la ternura y el sentimiento, la amoralidad. El capitalismo de consumo “al hacer de la juventud el valor supremamente deseable, había destruido progresivamente el respeto por la tradición y el culto a los antepasados, en la medida en que prometía la conservación indefinida de esa misma juventud, y de los placeres asociados a la misma” (p. 320). Así, los viejos se ven abandonados y despreciados como si ya nada en ellos tuviera interés. Son seres inútiles.

Alterna Houellebecq la mención a innumerables acontecimientos reales (por ejemplo, la muerte en Francia de miles de ancianos, aparcados en residencias a causa del calor y la desatención) con el empleo de la ciencia-ficción para ofrecernos su visión del futuro de la humanidad. De esta manera, vislumbramos cómo desaparecen el amor, la sexualidad, la inteligencia, cualquier atisbo del Espíritu y hospitalidad en el mundo (p. 379), para dar paso a la individualidad y aislamiento plenos, a la fría ecuanimidad de los neohumanos (los hombres del futuro, surgidos de la clonación) que, sin embargo, tampoco conocen la felicidad y, uno tras otro, van desertando y abandonando la seguridad de sus recintos vallados que los protegen de los pocos humanos que aún pululan.


“La felicidad no era un horizonte posible” (p. 439), concluye Houellebecq tras explorar y analizar las varias vías que han servido de recurso al hombre para intentar alcanzarla: la religión (de la que el hombre es capaz de prescindir con tanta facilidad, como se observa en nuestros tiempos con el derrumbamiento masivo de las creencias tradicionales, quizás “lo más fugaz, lo más frágil, lo más rápido en nacer y morir que había en el ser humano” (pp. 319-320)); el amor, tema del que tanto se habla (p. 172) sin alcanzar acuerdo alguno acerca de en qué consiste; la inteligencia, apenas valorada en unos tiempos de “eternos kids”, en los que sólo el placer y el culto al cuerpo cuentan ya; y, por supuesto, el sexo, tema recurrente en las obras de Houellebecq.

En el sexo, siempre ligado al sentimiento y la ternura (p. 199), busca Daniel, el protagonista, su refugio: “el único lugar del mundo en el que me había sentido bien era acurrucado entre los brazos de una mujer, acurrucado en el fondo de su vagina” (p. 98). Pero no lo tiene fácil. Daniel está en plena decadencia, cercano ya a los 50, y se enamora de Esther, que ofrece su hermoso cuerpo de veintipocos años a todos los placeres sin ningún apego afectivo hacia su pareja. Daniel sabe que está perdido. Está ya fuera del mercado del sexo. Ya no tiene nada que ofrecer. Es el signo de los tiempos. Y, con esta relación tormentosa, se enfrenta a su fin, a la muerte (p. 382). Es lo mismo que le había ocurrido a Isabelle, su pareja anterior.
Entre los humanos sólo los más brutos y fuertes medran, dice Houellebecq (pp. 431, 438). Occidente se sume en el cinismo y la brutalidad. Desatiende a los débiles y sólo el cambio, la novedad interesan. La hospitalidad no existe.

Y quizás Houellebecq (al igual que su personaje, Daniel) lo que hace en su obra es “acelerar, al conceptualizarla, una evolución histórica ineludible” (p. 380). Quizás por eso nos avisa varias veces al comenzar la lectura: “Temed mi palabra” (pp. 14 y 15).

Sólo una cosa se salva de la quema: su perro Fox. Sólo “a través de los perros rendimos homenaje al amor y a su posibilidad” (p. 171) [1]. Su fidelidad y su abnegación son incondicionales, absolutas.


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[1] También Kundera hace referencia al amor a los perros en La insoportable levedad del ser.

sábado, 7 de enero de 2012

KAFKA: Asociaciones y fuentes


En la entrada anterior escuchamos la lectura de un fragmento del diario de Kafka sobre el fondo de un aria de Bach. Resulta curioso ver cómo el mismo texto evoca diferentes asociaciones y, de forma casi inevitable, invita a preguntarse acerca de las fuentes de Kafka, o, mejor dicho, por lo que tenía en mente a la hora de escribir.
En la nota que acompaña al texto de los diarios leemos lo siguiente:
“En efecto, la entrada anterior empieza con palabras de inequívoco signo religioso: Erbarme Dich (‘Apiádate de mí’), con las que también empieza una famosísima aria de la Pasión según san Mateo de Bach” (Diarios, ed. cit., p. 755).

Por otra parte, Nahum N. Glatzer en su libro The Loves of Franz Kafka (Schocken Books. Nueva York. 1986, p. 40) escribe:

“’No me eches entre los perdidos’” suena a una auténtica oración; nos recuerda a un pasaje de los Salmos (51:13): “No me arrojes lejos de tu presencia”. Suele recitarse solemnemente durante los Días Terribles (Yamim Noraim), y es posible que Kafka recordase el verso. A la oración de Kafka le sigue esta triste reflexión: ‘Si estoy condenado, no solo estoy condenado hasta el final, sino también condenado a defenderme hasta el final’. Una extraña premonición en boca de un hombre que está a punto de casarse. ¿O quizás el matrimonio, el sufrimiento y la muerte eran todo uno en la mente de Kafka, una unión que excluía el amor?” (Traducción de Pilar Moure y Roberto Vivero).

Aunque siempre habrá que tener presente que Kafka podía recordar todo esto, e incluso más cosas, pero que lo esencial no era lo que tenía en la cabeza, sino su cabeza.

viernes, 6 de enero de 2012

KAFKA y BACH





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Texto de Kafka, Diarios. Barcelona: DeBolsillo, 2006, pp. 479-80. Traducción de Joan Parra y Andrés Sánchez Pascual.

Música de Bach, La Pasión según San Mateo, aria: Erbarme dich. Interpretado por Christa Ludwig (http://www.youtube.com/watch?v=x2XUaCWezRY&feature=fvst).


martes, 3 de enero de 2012

"Gold & Gray" - Nuevo blog

Queridos amigos:

Quiero haceros partícipes de mi nuevo blog dedicado a Óscar Wilde, en mi opinión la antítesis de Kafka a la vez que su complemento. Mi idea es abrir una ventana al exceso, el descaro, el excentricismo, lo disparatado, la desmesura de todos aquellos a quienes Dios rozó con su dedo.
Será un placer contar con vosotros y leer vuestros comentarios.

Esta es la dirección a la que os invito:

http://goldandgraywilde.blogspot.com/

lunes, 2 de enero de 2012

Viaje al Fin de la Noche. (1932) Louis-Ferdinand Céline (1894-1961)

CÉLINE, Louis-Ferdinand. Viaje al fin de la noche. Barcelona: Círculo de Lectores, 1994. Traducción de Carlos Manzano.


Desoladora obra, inundada de pesimismo, es esta en la que Céline, mediante su protagonista y narrador, Ferdinand Bardamu, nos ofrece su visión de la realidad: un cúmulo de horrores sin fin que se suceden en cualquier país, en cualquier edad, en cualquier ambiente.
Persigue Céline la noche, en su imaginario viaje, persigue el fin como única luz que mitigue las miserias de su existencia. Persigue la muerte, que a la vez corre tras él. La existencia es cruel y feroz, atroz para todos los que habitamos estos días que no ofrecen mejor posibilidad que la de ser engranajes del sinsentido, del abuso, del mercado. Pero, ¿quién es lo bastante valiente para buscar la muerte? La Vida es demasiado fuerte y se aferra a nosotros. Nos embauca con sus placeres y la luz de la juventud, música, ruido al fin y al cabo, que nos impide pensar.



[Noche estrellada. Van Gogh]

Se mueve Bardamu de un lugar a otro (África, París, Nueva York), dando tumbos, sin objetivo, dejándose arrastrar por la existencia. Tan sólo en el efímero placer del sexo halla alivio. Ansía el sueño (“esa tranquilidad idiota y divina”, “esa indiferencia” (p. 507)), ese abandono, pero este le rehúye. Y le hace sentir culpable cerrar los ojos. No es fácil, ante el horror y la desesperación que le rodean. Y ante el miedo al otro. ¿Cómo dormir tranquilo entre los hombres?


[Depresión. Van Gogh]

Prosigue Bardamu su viaje, no en pos de nuevas experiencias ni estimulantes hallazgos, que sabe no hallará (“el viaje […] ese modesto vértigo para gilipollas” (p. 257)), sino como un destino inevitable, irremediable.
Comienza la obra con veinte años, cuando ve pasar el ejército ante él mientras se encuentra en una terraza de París. Sin dudarlo se alista, para descubrir el horror de la guerra, la aniquilación ciega (se mata al enemigo que no conoces de nada ni nada tiene contra ti y se mata al amigo por error).
Consigue ser alejado del servicio y marcha a África para presenciar los abusos del colonialismo, de los funcionarios y mercaderes, de los esclavos que se venden.


[Kubin]

Embarca después camino a Estados Unidos, el país cuyas avenidas compara con grietas tras descubrir que ¡ha sido vendido por el cura de la misión! No halla allí más que explotación, sumisión, indiferencia y hostilidad: “una tortura arquitectónica gigantesca, inexpiable” (p. 247). Pensar ante tal ruido parece imposible. Y, además, no es lo que se espera de ti, le aseguran al ir a pedir trabajo. Tan sólo las mujeres americanas le proporcionan alguna alegría, y en particular Molly, a quien conoce en un burdel, único lugar de EEUU donde se siente acogido. Pero ha de proseguir, le dice, no lo puede evitar.


[Francis Bacon]

Vuelve a Francia y termina sus estudios de medicina. Mas no pretende asentarse y hacerse rico. Se siente siervo cuando atiende a los ricos y miserable por cobrar a los pobres. ¡Y se le desdeña por cobrar poco o no cobrar! Y porque no tiene coche.
Describe y desprecia la miseria del pobre, que se vende al patrón al precio de su vida entera (el criado, el último entre todos los seres humanos, no lo olvidemos nunca, espeta (p. 255)). Los hay que sólo viven en espera de una pensioncita, por la que son capaces de hacer cualquier cosa. Pero todos permiten e incluso desean que se reanude el mismo fracaso estúpido en sus descendientes.
No es mejor el rico que el pobre, pues se llena la panza con el trabajo de otros. “No hacen el mal en persona los ricos. Pagan” (p. 392). Abusan, destruyen. “Los grandes encumbrados, que sólo pueden pensar en el pueblo por interés o por sadismo” (p. 83).


[Linda maestra. Goya]

Penosa es la imagen que tiene Céline de la mujer, de quien dice que tiene naturaleza de criada (p. 94). Se embriaga con la idea del amor que se le ha inculcado y no es capaz de ver más allá. Se encandila fácilmente ante el brillo de los galones y la satisfacción fácil. Difícil es para ella superarse, puesto que no es capaz de meditar, añade (p. 286). La considera simple, pues un hombre siempre tiene algo más. Tampoco las madres salen bien paradas, siempre deseosas de un hijo modélico, trabajador entusiasta (p. 161). La mujer es capaz de hacer alarde de sentimientos, pero es la primera en incitar al macho a la encarnizada lucha con estridentes llamadas (p. 317).
En todos sus viajes le precede Robinson, a quien encuentra nuevamente en el hospital francés donde trabaja. Es otro espíritu inquieto que no encuentra sosiego. Robinson muere, al final, tiroteado por su novia, que no quiere ser abandonada y es incapaz de comprender que, a veces, el amor es insuficiente. Nos separa la vida, intenta explicarle Robinson, pero ella no quiere o no puede entenderlo.


[Estudio del cuerpo humano. Francis Bacon. 1949]

Bardamu intenta aliviar a su amigo moribundo, de quien envidia su valentía, pero se siente incapaz, endurecido, seco. Me falta, dice, la gran idea humana, el amor por la vida de los demás (p. 585).
La vida nos arrastra y nos separa. Hacen falta bondad y conocimiento para llegar más lejos (p. 545). Pero, como diría Kafka, nos dominan el miedo y la indiferencia.
Con el paso del tiempo el mundo comienza a abandonarte. Ya no le resultas útil. Y tú empiezas a distanciarte. “Abrevias… Renuncias…” (p. 540). Abandonas incluso el gusto por los placeres. Te invade el hastío. “En adelante te basta con jalar un poco, tener un poco de calorcito y dormir lo más posible por el camino de la nada. […] Sólo conservas, preciosas, las pequeñas penas” (p. 541). Y llega la noche que buscas y te busca.


[Desesperación. Giotto]