sábado, 14 de abril de 2012

Hannah Arendt, Martin Heidegger y un palimpsesto



ETTINGER, Elżbieta. Hannah Arendt / Martin Heidegger. New Haven: Yale University Press, 1995.


Elżbieta Ettinger fue una superviviente del gueto de Varsovia (su novela Kindergarten parte de esta experiencia) y luchó en la resistencia polaca haciéndose pasar por católica. Antes de la publicación del libro que ahora nos ocupa, Ettinger era relativamente conocida por su biografía de Rosa Luxemburg. Nuestra autora murió a los ochenta años, en 2005, mientras trabajaba en una nueva biografía, en esta ocasión sobre Hannah Arendt.

Y fue durante el proceso de recopilación de información para esta biografía cuando Ettinger, a la luz de los hallazgos a partir de la lectura de la correspondencia de Hannah Arendt, decidió que merecería la pena escribir un volumen exclusivamente acerca de la relación entre la autora de Los orígenes del totalitarismo y Martin Heidegger. El libro se publicó en 1995 y causó cierto revuelo. ¿Por qué?

En primer lugar, revelaba datos desconocidos hasta la fecha acerca de la duración y el tipo de relación que mantuvieron Heidegger y Arendt. Por lo visto, la relación había sido más prolongada, apasionada y compleja de lo que se había creído.

En segundo lugar, y debido a lo anterior, estalló un pequeño escándalo editorial, pues Arendt había pedido que sus cartas fuesen a parar a Alemania, y el hijo de Heidegger, Hermann, había puesto un veto de cuarenta años desde la muerte de su padre para su publicación. Sucedió que en los Estados Unidos habían hecho copias de las cartas (lo que nos recuerda el caso de los diarios de Kafka y la jugarreta que Schocken le jugó a Max Brod) y para acceder a ellas tan solo habían impuesto un plazo de cinco años desde la muerte de los protagonistas. Ettinger pudo esquivar los problemas legales parafraseando, y no citando, partes de la correspondencia.

En tercer lugar, se abrieron tres líneas de polémica y debate: si la imagen de Hannah Arendt quedaba manchada debido a su perdurable relación con y su persistente apoyo a Heidegger a sabiendas de su adhesión al partido nacionalsocialista; si había que abrir la vieja cuestión de contar a Heidegger entre los filósofos toda vez que jamás se retractó, ni se arrepintió, ni siquiera reconoció haber cometido un error al haberse afiliado al partido nazi; y si era legítimo y tenía algún valor hacer públicos asuntos de estricta índole privada.

La primera cuestión se solventó, como siempre, con un intercambio de opiniones que no llegó a ninguna solución. Para unos, Hannah Arendt quedaba desacreditada como autoridad ética y moral; para otros, Arendt había sido coherente con las ideas expresadas en sus obras acerca del genio, la amistad y el perdón; hubo quien a partir de las obras de Arendt alcanzó la conclusión opuesta y recalcó la incoherencia entre su vida y su obra, y para eso recordaron lo que en carta a Jaspers decía de Heidegger, tildándolo de “asesino en potencia” debido al trato que le había infligido a Husserl, y se acordaron, también, de sus palabras sobre el juicio contra Adolf Eichmann, haciendo responsables a algunos judíos de su propia destrucción.


[Elżbieta Ettinger]

La segunda cuestión concentró más cerebros y más esfuerzos, y no fue difícil mostrar, una vez más, que llamar nazi a Heidegger y mucho más tener a su obra por ideología nazi, era un error mayúsculo cuando no una malintencionada, interesada y estúpida simplificación que, eso sí, vendía mucho y bien.

Para la cuestión ética sobre la publicación de información sobre la vida privada se intercambiaron argumentos más o menos cretinos y todos estériles cuya única utilidad radicaba en que conducen a la reflexión (nietzscheana) acerca de la relación entre filosofía y filósofo.

Y, en cuarto lugar, se produjo, cómo no, la andanada de críticas y comentarios al libro en sí mismo. Y aquí entra en escena el palimpsesto, porque yo tengo un palimpsesto de la obra.

Sí, porque compré un ejemplar de segunda mano y su anterior dueño, alguien que al menos entonces vivía en Ann Arbor, Michigan, no solo había subrayado y comentado al margen el libro de cabo a rabo, sino que había dejado en su interior un par de artículos de prensa sobre la obra de Ettinger. A continuación, mi breve comentario también dará voz a este amigo insospechado.

Pues bien, aparte del valor o la utilidad de los nuevos datos hallados en la correspondencia, el libro de Ettinger es un eximio ejemplo de cómo no se debe escribir.

Cuando Hermann Heidegger leyó la edición alemana, dijo haber encontrado más de cincuenta errores. Como no los enumeró, no los puedo exponer aquí. Teniendo en cuenta que cuando se editó el libro las cartas no habían sido publicadas y, por lo tanto, prácticamente nadie conocía su contenido, desde mi punto de vista (y desde el de mi desconocido amigo), uno de los mayores errores consiste en no reproducir el original alemán.

Texts!”, “German!”, exclama y reclama mi amigo. Y todavía lo encuentro moderado y no reclama aparato de notas. En la página 30 escribe Ettinger: “Without the usual ‘your Hannah’ (Deine Hannah), she ended the letter: “’And with God’s will / I will love you more after death’” (Arendt’s quotes)”. Mi amigo se pregunta: “Rilke’s translation of the El. Browning sonnet? One need the German!”.

En efecto, amigo mío, donde Browning escribe

and, if God choose, / I shall but love thee better after death.

Rilke traduce

Und wenn Gott es giebt, / will ich dich besser lieben nach dem Tod.

Otro error, este garrafal y casi imperdonable, radica en que la autora, quien sabía que lo que escribiese iba a ser difícil de refutar porque al no poder acceder a los originales no se podía contrastar su trabajo, dedica más esfuerzo a ofrecer su interpretación que a establecer hechos y, si se quiere, a tratar de aventurar hipótesis y conclusiones de auténtico valor.

Mi amigo lector se desespera: “Wellll: too easy”, “Sloppy writing”, “Who says?”, “Take it on the author’s authority…”, “But how do you know?”, “Idiotic argument!”, “Idiotic”, “Really, now”, “Nonsense!”…


[Mi palimpsesto]

Desde luego, no parece que Ettinger fuese una erudita. Mi amigo también se da cuenta:

Escribe la autora en la página 64: “[‘one’, in German “man”, is an impersonal pronoun, here used to avoid the personal pronoun ‘I’]”. Y nuestro lector sigue desesperándose y anota: “Also a word of some importance in his philosophy – as the author seems blissfully unaware of!”.

Y nuestro lector no puede evitar pasar por encima de sarcasmos e ironías para ir al grano cuando en la página 121 lee: “The time of Sturm und Drang was over”. Estalla el amigo: “Stupid allusion – has no idea what it means”. Y yo apostaría a que tenía razón…

Y la nefasta, por no decir impía, manera que tiene la autora de ofrecer y disponer los datos y su interpretación, la convierten en sospechosa de haber abandonado la objetividad del historiador incluso antes, pero muchos años antes de haberse planteado este trabajo. Su pintura de Arendt y de Heidegger, la primera una heroína (mujer y judía) enamorada, el segundo un sádico (hombre y alemán) nazi, convierten el libro, como ya apuntaron comentaristas en aquel momento, en un tabloide sensacionalista, en una novela rosa, en una nueva versión de El portero de noche. Que Ettinger acuse y defienda, al tiempo que demuestra poca erudición, hace que el libro se te caiga de las manos.

Había sido (más que) suficiente con la publicación de las cartas en el original más su correspondiente traducción. A partir de ahí, los especialistas habrían podido empezar a pensar (y desbarrar) en serio. Pero el trabajo de Ettinger parece el de una modistilla amargada que se empeña en recomponer un tapiz que como le va demasiado grande termina por convertirlo en su propio mandil, pasto de comadres, editores y lectores emocionados.

Mi amigo desconocido termina así sus anotaciones:

Cheap and incompetent: and clearly one of the reasons why archives are trying to keep ‘scholars’ out – That is what might happen if they won’t”.

Pero amigo mío, no se trata de cultura, sino de negocio. La edición española se vende así:


“[…] este documento biográfico acerca de la relación amorosa de dos grandes filósofos de nuestro siglo, ella judía y él adscrito al nacionalsocialismo, no sólo revela la verdadera naturaleza de esta dramática historia de amor”.

Las negritas son de los tenderos. Sí, amigo, sí, lo que importa es vender.

Comprenderán que no he escrito esto por el libro, ni por Ettinger, ni por Arendt, ni siquiera por Heidegger. Lo he hecho para compartir con ustedes mi alegría al comprobar que todavía quedan lectores.

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