ETTINGER, Elżbieta. Hannah Arendt / Martin Heidegger. New Haven: Yale University Press,
1995.
Elżbieta Ettinger fue una
superviviente del gueto de Varsovia (su novela Kindergarten parte de esta experiencia) y luchó en la resistencia
polaca haciéndose pasar por católica. Antes de la publicación del libro que
ahora nos ocupa, Ettinger era relativamente conocida por su biografía de Rosa
Luxemburg. Nuestra autora murió a los ochenta años, en 2005, mientras trabajaba
en una nueva biografía, en esta ocasión sobre Hannah Arendt.
Y fue durante el proceso de
recopilación de información para esta biografía cuando Ettinger, a la luz de
los hallazgos a partir de la lectura de la correspondencia de Hannah Arendt,
decidió que merecería la pena escribir un volumen exclusivamente acerca de la
relación entre la autora de Los orígenes
del totalitarismo y Martin Heidegger. El libro se publicó en 1995 y causó
cierto revuelo. ¿Por qué?
En primer lugar, revelaba
datos desconocidos hasta la fecha acerca de la duración y el tipo de relación
que mantuvieron Heidegger y Arendt. Por lo visto, la relación había sido más
prolongada, apasionada y compleja de lo que se había creído.
En segundo lugar, y debido a
lo anterior, estalló un pequeño escándalo editorial, pues Arendt había pedido
que sus cartas fuesen a parar a Alemania, y el hijo de Heidegger, Hermann, había
puesto un veto de cuarenta años desde la muerte de su padre para su publicación.
Sucedió que en los Estados Unidos habían hecho copias de las cartas (lo que nos
recuerda el caso de los diarios de Kafka y la jugarreta que Schocken le jugó a
Max Brod) y para acceder a ellas tan solo habían impuesto un plazo de cinco
años desde la muerte de los protagonistas. Ettinger pudo esquivar los problemas
legales parafraseando, y no citando, partes de la correspondencia.
En tercer lugar, se abrieron
tres líneas de polémica y debate: si la imagen de Hannah Arendt quedaba
manchada debido a su perdurable relación con y su persistente apoyo a Heidegger
a sabiendas de su adhesión al partido nacionalsocialista; si había que abrir la
vieja cuestión de contar a Heidegger entre los filósofos toda vez que jamás se
retractó, ni se arrepintió, ni siquiera reconoció haber cometido un error al
haberse afiliado al partido nazi; y si era legítimo y tenía algún valor hacer públicos asuntos de estricta índole privada.
La primera cuestión se solventó,
como siempre, con un intercambio de opiniones que no llegó a ninguna solución. Para
unos, Hannah Arendt quedaba desacreditada como autoridad ética y moral; para
otros, Arendt había sido coherente con las ideas expresadas en sus obras acerca
del genio, la amistad y el perdón; hubo quien a partir de las obras de Arendt
alcanzó la conclusión opuesta y recalcó la incoherencia entre su vida y su
obra, y para eso recordaron lo que en carta a Jaspers decía de Heidegger, tildándolo
de “asesino en potencia” debido al trato que le había infligido a Husserl, y se
acordaron, también, de sus palabras sobre el juicio contra Adolf Eichmann,
haciendo responsables a algunos judíos de su propia destrucción.
[Elżbieta Ettinger]
La segunda cuestión concentró
más cerebros y más esfuerzos, y no fue difícil mostrar, una vez más, que llamar
nazi a Heidegger y mucho más tener a su obra por ideología nazi, era un error
mayúsculo cuando no una malintencionada, interesada y estúpida simplificación
que, eso sí, vendía mucho y bien.
Para la cuestión ética sobre
la publicación de información sobre la vida privada se intercambiaron
argumentos más o menos cretinos y todos estériles cuya única utilidad radicaba
en que conducen a la reflexión (nietzscheana) acerca de la relación entre
filosofía y filósofo.
Y, en cuarto lugar, se
produjo, cómo no, la andanada de críticas y comentarios al libro en sí mismo. Y
aquí entra en escena el palimpsesto, porque yo tengo un palimpsesto de la obra.
Sí, porque compré un ejemplar
de segunda mano y su anterior dueño, alguien que al menos entonces vivía en Ann
Arbor, Michigan, no solo había subrayado y comentado al margen el libro de cabo
a rabo, sino que había dejado en su interior un par de artículos de prensa
sobre la obra de Ettinger. A continuación, mi breve comentario también dará voz
a este amigo insospechado.
Pues bien, aparte del valor o
la utilidad de los nuevos datos hallados en la correspondencia, el libro de
Ettinger es un eximio ejemplo de cómo no se debe escribir.
Cuando Hermann Heidegger leyó
la edición alemana, dijo haber encontrado más de cincuenta errores. Como no los
enumeró, no los puedo exponer aquí. Teniendo en cuenta que cuando se editó el
libro las cartas no habían sido publicadas y, por lo tanto, prácticamente nadie
conocía su contenido, desde mi punto de vista (y desde el de mi desconocido
amigo), uno de los mayores errores consiste en no reproducir el original alemán.
“Texts!”,
“German!”, exclama y reclama mi amigo. Y todavía
lo encuentro moderado y no reclama aparato de notas. En la página 30 escribe Ettinger: “Without the
usual ‘your Hannah’ (Deine Hannah),
she ended the letter: “’And with God’s will / I will love you more after death’”
(Arendt’s quotes)”. Mi amigo se pregunta: “Rilke’s
translation of the El. Browning sonnet? One need the German!”.
En efecto, amigo mío, donde Browning escribe
and, if God choose, / I
shall but love thee better after death.
Rilke traduce
Und wenn Gott es
giebt, / will ich dich besser lieben nach dem Tod.
Otro error, este garrafal y
casi imperdonable, radica en que la autora, quien sabía que lo que escribiese
iba a ser difícil de refutar porque al no poder acceder a los originales no se
podía contrastar su trabajo, dedica más esfuerzo a ofrecer su interpretación
que a establecer hechos y, si se quiere, a tratar de aventurar hipótesis y
conclusiones de auténtico valor.
Mi amigo lector se desespera: “Wellll: too easy”, “Sloppy
writing”, “Who says?”, “Take it on the author’s authority…”, “But how do you know?”, “Idiotic argument!”, “Idiotic”, “Really, now”, “Nonsense!”…
[Mi palimpsesto]
Desde luego, no parece que
Ettinger fuese una erudita. Mi amigo también se da cuenta:
Escribe la autora en la página
64: “[‘one’, in German “man”, is an
impersonal pronoun, here used to avoid the personal pronoun ‘I’]”. Y nuestro lector sigue desesperándose
y anota: “Also a word of some importance in his philosophy
– as the author seems blissfully unaware of!”.
Y nuestro lector no puede
evitar pasar por encima de sarcasmos e ironías para ir al grano cuando en la página
121 lee: “The time of Sturm und Drang
was over”. Estalla el amigo: “Stupid allusion – has no idea what it means”. Y yo
apostaría a que tenía razón…
Y la nefasta, por no decir impía,
manera que tiene la autora de ofrecer y disponer los datos y su interpretación,
la convierten en sospechosa de haber abandonado la objetividad del historiador
incluso antes, pero muchos años antes de haberse planteado este trabajo. Su
pintura de Arendt y de Heidegger, la primera una heroína (mujer y judía)
enamorada, el segundo un sádico (hombre y alemán) nazi, convierten el libro,
como ya apuntaron comentaristas en aquel momento, en un tabloide sensacionalista,
en una novela rosa, en una nueva versión de El
portero de noche. Que Ettinger acuse y defienda, al tiempo que demuestra
poca erudición, hace que el libro se te caiga de las manos.
Había sido (más que)
suficiente con la publicación de las cartas en el original más su
correspondiente traducción. A partir de ahí, los especialistas habrían podido
empezar a pensar (y desbarrar) en serio. Pero el trabajo de Ettinger parece el
de una modistilla amargada que se empeña en recomponer un tapiz que como le va
demasiado grande termina por convertirlo en su propio mandil, pasto de
comadres, editores y lectores emocionados.
Mi amigo desconocido termina
así sus anotaciones:
“Cheap and incompetent:
and clearly one of the reasons why archives are trying to keep ‘scholars’ out –
That is what might happen if they won’t”.
Pero amigo mío, no se trata de
cultura, sino de negocio. La edición española se vende así:
“[…] este documento biográfico acerca
de la relación amorosa de dos grandes filósofos de nuestro
siglo, ella judía y él adscrito al nacionalsocialismo, no sólo
revela la verdadera naturaleza de esta dramática historia de amor”.
Las negritas son de los tenderos. Sí, amigo, sí, lo que importa es
vender.
Comprenderán que no he escrito esto por el libro, ni por Ettinger, ni por
Arendt, ni siquiera por Heidegger. Lo he hecho para compartir con ustedes mi
alegría al comprobar que todavía quedan lectores.
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