En esta entrada traducimos los
párrafos que sobre los orígenes de las máquinas que juegan al ajedrez se pueden
leer en “The Machine Age” (JOHNSON, Daniel. White King and Red Queen. How the
Cold War was Fought on the Chessboard. London: Atlantic Books, 2007, pp. 217-9).
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LA ERA DE LAS MÁQUINAS
El primero y más famoso autómata
ajedrecístico fue el Turco, invención de Wolfgang von Kempelen. Se presentó por
primera vez al público en la corte de la emperatriz María Teresa en 1769 y fue
incinerado en Filadelfia en 1854. Por supuesto, los primeros autómatas no
tenían nada que ver con los ordenadores. Valiéndose de un ingenioso juego de
espejos, se limitaban a ocultar a un hombre tras un sistema de ruedas y poleas.
Exhibido como el Autómata Ajedrecista de Maelzel por el inventor del metrónomo,
el Turco fue objeto de un célebre artículo escrito por Edgar Allan Poe, publicado
en 1834, en el que el inventor del género de terror afirmaba haber empleado la
pura lógica deductiva para descubrir en qué consistían los trucos del autómata.
Poe tenía razón al decir que al Turco lo manejaba un humano, pero sus
argumentos eran erróneos […] El último de los autómatas dirigidos por un hombre
fue Ajeeb, tras el cual estuvo el gran maestro americano Harry Pillsbury desde
1898 hasta 1904, y que duró hasta 1926. Más sofisticado era Mephisto,
presentado por primera vez en Londres por Charles Gümpel, un inventor de origen
alsaciano, en 1878. Mephisto, un androide con la apariencia del epónimo
demonio, no era lo bastante grande como para ocultar a un hombre en su
interior. En lugar de eso, era manejado desde otra sala a través de medios
electromecánicos generalmente por el gran maestro Isidor Gunsberg.
[…]
[El ajedrecista de Leonardo Torres Quevedo, construido en 1912 y
presentado en 1914. Con rey y torre daba mate a un humano con rey aunque no
siempre en el menor número de movimientos posibles][1]
Los pioneros de los auténticos ordenadores
que juegan al ajedrez no eran ilusionistas, pero sí necesariamente unos
visionarios. Varios de ellos estaban entre los padres de la ciencia
computacional. El gran matemático y filósofo alemán Gottfried Leibniz ya había
“resuelto” en 1710 el juego del solitario usando una rama de las matemáticas
conocida como combinatoria; también diseñó una máquina para el cálculo
aritmético, la “rueda de Leibniz”, y concibió la grandiosa idea de un sistema
universal de conocimiento. Su igualmente brillante compatriota, Leonhard Euler,
fue el primero en darse cuenta de la importancia matemática del antiguo
“problema del caballo”, en el que el caballo pasa por todas las casillas del
tablero tan solo una vez. El hombre al que a menudo se le acredita como el creador
del primer ordenador, Charles Babbage, dedicó muchas de sus energías a intentar
que su Máquina Analítica jugase al ajedrez, pero lo abandonó debido a que el
trabajo computacional era abrumador – como de hecho era en su época
pre-electrónica e incluso pre-eléctrica. Lo esencial, sin embargo, no tenía que
ver con la ingeniería, sino con las matemáticas. En 1914, el inventor español
Leonardo Torres y Quevedo dio a conocer su autómata, El Ajedrecista, creado a
partir de sus investigaciones sobre las calculadoras analógicas. Este sí era un
verdadero autómata, aunque tan solo podía manejar tres piezas. Con rey y torre
contra rey, moviendo las piezas electromagnéticamente, podía dar mate a un
oponente humano con cierta solvencia.
El paso decisivo lo dio el inglés Alan
Turing, hoy en día mejor recordado como uno de los más relevantes descifradores
de códigos durante la Segunda Guerra Mundial.
[1]
Atribución de la imagen: Mcapdevila. Origen de
la imagen: http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Ajedrez_Torres_Quevedo.jpg
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