miércoles, 6 de junio de 2012

Ajedrez, autómatas y primera máquina ajedrecística


En esta entrada traducimos los párrafos que sobre los orígenes de las máquinas que juegan al ajedrez se pueden leer en “The Machine Age” (JOHNSON, Daniel. White King and Red Queen. How the Cold War was Fought on the Chessboard. London: Atlantic Books, 2007, pp. 217-9).

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LA ERA DE LAS MÁQUINAS

  El primero y más famoso autómata ajedrecístico fue el Turco, invención de Wolfgang von Kempelen. Se presentó por primera vez al público en la corte de la emperatriz María Teresa en 1769 y fue incinerado en Filadelfia en 1854. Por supuesto, los primeros autómatas no tenían nada que ver con los ordenadores. Valiéndose de un ingenioso juego de espejos, se limitaban a ocultar a un hombre tras un sistema de ruedas y poleas. Exhibido como el Autómata Ajedrecista de Maelzel por el inventor del metrónomo, el Turco fue objeto de un célebre artículo escrito por Edgar Allan Poe, publicado en 1834, en el que el inventor del género de terror afirmaba haber empleado la pura lógica deductiva para descubrir en qué consistían los trucos del autómata. Poe tenía razón al decir que al Turco lo manejaba un humano, pero sus argumentos eran erróneos […] El último de los autómatas dirigidos por un hombre fue Ajeeb, tras el cual estuvo el gran maestro americano Harry Pillsbury desde 1898 hasta 1904, y que duró hasta 1926. Más sofisticado era Mephisto, presentado por primera vez en Londres por Charles Gümpel, un inventor de origen alsaciano, en 1878. Mephisto, un androide con la apariencia del epónimo demonio, no era lo bastante grande como para ocultar a un hombre en su interior. En lugar de eso, era manejado desde otra sala a través de medios electromecánicos generalmente por el gran maestro Isidor Gunsberg.
[…]


[El ajedrecista de Leonardo Torres Quevedo, construido en 1912 y presentado en 1914. Con rey y torre daba mate a un humano con rey aunque no siempre en el menor número de movimientos posibles][1]

  Los pioneros de los auténticos ordenadores que juegan al ajedrez no eran ilusionistas, pero sí necesariamente unos visionarios. Varios de ellos estaban entre los padres de la ciencia computacional. El gran matemático y filósofo alemán Gottfried Leibniz ya había “resuelto” en 1710 el juego del solitario usando una rama de las matemáticas conocida como combinatoria; también diseñó una máquina para el cálculo aritmético, la “rueda de Leibniz”, y concibió la grandiosa idea de un sistema universal de conocimiento. Su igualmente brillante compatriota, Leonhard Euler, fue el primero en darse cuenta de la importancia matemática del antiguo “problema del caballo”, en el que el caballo pasa por todas las casillas del tablero tan solo una vez. El hombre al que a menudo se le acredita como el creador del primer ordenador, Charles Babbage, dedicó muchas de sus energías a intentar que su Máquina Analítica jugase al ajedrez, pero lo abandonó debido a que el trabajo computacional era abrumador – como de hecho era en su época pre-electrónica e incluso pre-eléctrica. Lo esencial, sin embargo, no tenía que ver con la ingeniería, sino con las matemáticas. En 1914, el inventor español Leonardo Torres y Quevedo dio a conocer su autómata, El Ajedrecista, creado a partir de sus investigaciones sobre las calculadoras analógicas. Este sí era un verdadero autómata, aunque tan solo podía manejar tres piezas. Con rey y torre contra rey, moviendo las piezas electromagnéticamente, podía dar mate a un oponente humano con cierta solvencia.
  El paso decisivo lo dio el inglés Alan Turing, hoy en día mejor recordado como uno de los más relevantes descifradores de códigos durante la Segunda Guerra Mundial.



[1] Atribución de la imagen: Mcapdevila. Origen de la imagen: http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Ajedrez_Torres_Quevedo.jpg

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