Benjamin comienza sus Iluminaciones desempaquetando libros,
sus queridos miles de libros adquiridos con la pasión del coleccionista a
través de búsquedas, azares, astucia y, sobre todo, conocimiento y amor por
esas piezas únicas, o rarísimas, en cualquier caso irrepetibles, que atesoran
los mundos de quienes los escribieron, los ilustraron, los editaron y los
poseyeron con anterioridad, y en los que ahora vive, conviviendo con todos
ellos en la continua simbiosis de presente y memoria, el nuevo propietario.
[Libros desde el suelo…]
Con independencia de lo
coleccionado, los coleccionistas forman una hermandad curiosa (nunca mejor
dicho, pues la curiosidad insaciable es el combustible que alimenta su afán) en
la que se reconocen y respetan, tal vez a sabiendas de que los demás no
entenderán una fiebre posesiva capaz de llevarlos de aquí para allá e incluso
de arrastrarlos al borde de la miseria, el peligro o la ilegalidad con tal de
conseguir la pieza deseada. Pero el coleccionista ama su colección por encima
de todas las cosas, y aunque es hermano de sus correligionarios en la manía,
para el que colecciona sellos no hay nada más valioso que los sellos, y para el
que colecciona autógrafos, no hay nada más valioso que eso, y lo mismo le
sucede al que colecciona libros, y cada uno de ellos podrá hablar durante
horas, durante días, durante toda su vida dando las razones por las que no hay
nada más valioso que los sellos, los autógrafos o los libros.
Yo, sin ser coleccionista, y
aun así he ido a la caza de algunos ejemplares que por capricho o destino
consideraba imprescindibles (sin otra razón que un deseo ciego y de origen
ignoto), podría pasarme toda la vida hablando de por qué los libros son los
objetos más valiosos que hay en este mundo. También podría hablar de ese placer
de posee que menciona Benjamin, un placer y una posesión que nada tienen que
ver con el consumismo y la mezquindad, sino con dar vida a lo que duerme y
sentidos al sentido: la biblioteca de un hombre es su mejor
autobio(biblio)grafía. Pero no me pondré pesado repitiendo lo que ya saben los
amantes de los libros, ni quiero resultar aburrido elogiando lo que otros nunca
entenderán.
[… hasta el techo]
Quiero pensar, ahora, en dos
puntos del texto de Benjamin. El primero tiene que ver con los escritores. “Of all the ways of acquiring books,
writing them oneself is regarded as the most praiseworthy method”[1]. Y
tras recorder la anécdota del profesor de Jean Paul, tan pobre que se dedicó a
escribir los libros cuyos títulos leía en los catálogos porque no podía
permitirse comprarlos, Benjamin continúa: “Writers are really people who write
books not because they are poor, but because they are dissatisfied with the
books which they could buy but do not like”. Y cómo no estar de acuerdo.
El escritor es, en primera y última instancia, una especie de coleccionista de
libros, un coleccionista peculiar, pues con el tiempo el libro no se convierte
en el lugar de la convivencia entre vida y memoria con otros ajenos, sino con los
otros que se han ido siendo, y esto sucede en el tiempo mismo de la escritura,
de ahí que muchos lectores no comprendan al escritor que afirma sorprenderse y
encontrar cosas insólitas cuando lee lo que ha escrito. “Yo soy otro”, la
famosa frase de Rimbaud, parece encontrar su mejor aplicación en los
escritores.
[Y cuidado con el dueño]
El otro punto que ahora me
interesa tiene que ver con futuro del libro en papel. Tanto si se extingue como
si su producción disminuye, eso hará las delicias de los coleccionistas, de los
amantes de los libros. Si el libro en papel se extingue, ¿no es fácil imaginar
cómo crecerá el amor por la propia biblioteca y cómo aumentará la curiosidad y
la caza de ejemplares irrepetibles o en vías de extinción? Que nunca llueva a
gusto de todos también tiene sus ventajas.
La segunda pregunta que se me ocurre es si el libro digital llegará a
alcanzar el grado de objeto de culto y pasión de su viejo hermano de papel. La
clonación digital parece impedirlo, pues desaparece la posibilidad de que algo
sea único, irrepetible, excepcional. Y, de todas formas, quién sabe. Yo no lo
sé, la verdad. Quizás los editores descubran fórmulas técnicas y comerciales
para reproducir a propósito ese carácter único: tal vez incluyan erratas y
horrores; tal vez pongan en el mercado ediciones limitadas, especiales,
imposibles de ser clonadas. No tengo ni idea. Sólo sé que miro mi lector de
libros digitales y me digo: “Qué útil, qué manejable”, y lo disfruto. Y sé que
miro mi pequeña biblioteca, y me paseo por delante de las estanterías, y cojo
un libro, y otro, los hojeo, o me limito a acariciarlos sin molestarlos más, y
repaso los títulos, los autores, y, como Benjamin, de detengo delante de
algunos y me pongo a recordar dónde y cómo los conseguí, o cómo llegaron a mí,
o quién me los regaló, y pienso: “Amo todo esto que no soy yo y que es mi
vida”.
[1] BENJAMIN, Walter. Illuminations. New York: Schocken Books,
2007, p. 61, traducción de Harry Zohn.
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