(Nietzsche a la edad de 17 años, día de su confirmación, 10 de marzo de 1861: "La fotografía me gusta mucho, aunque la posición es algo encorvada, los pies algo corvos y la mano una especie de albóndiga" (p. 169))
Nietzsche, Friedrich. Correspondencia. Volumen I (junio 1850 – abril 1869). Madrid: Trotta, 2005. (Traducción, introducción, notas y apéndices de Luis Enrique de Santiago Guervós).
Lenta pero segura, así parece que avanza la traducción seria al castellano de los escritos de Nietzsche. Con la publicación por parte de Trotta de la correspondencia completa se pone fin a una necesidad que los interesados en Nietzsche que no sabemos el suficiente alemán padecíamos sin resignación. Se suma esta edición a otros hitos culturales: el volumen de Gonzalo Sobejano, Nietzsche en España, publicado por primera vez en 1967 y reeditado por Gredos en 2004; por supuesto, las traducciones canónicas de Sánchez Pascual para Alianza Editorial; la versión al castellano de la inmensa biografía de Curt Paul Janz realizada por Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera; y, más recientemente, la edición íntegra de los Fragmentos Póstumos que Diego Sánchez Meca ha elaborado para Tecnos. Ahora tenía que ser Trotta (probablemente, la mejor y más seria editorial española en la actualidad) la que asumiese la responsabilidad de esta edición, pues no en vano edita también la prestigiosa revista ESTUDIOS NIETZSCHE, cuyo décimo número, dedicado a Nietzsche y Heidegger, acaba de aparecer.
Este epistolario es lectura obligada (y por supuesto placentera) para quienes aunque ya posean un amplio conocimiento de Nietzsche, quieran oír de boca del filósofo la historia de su vida y de su obra. Nos habíamos quedado con la miel en los labios manejando selecciones de cartas no siempre traducidas en su totalidad (por ejemplo, Friedrich Nietzsche – Lou v. Salomé – Paul Rée. Documentos de un encuentro. Barcelona: Laertes, 1982, traducción de Ana Mª Domenech; Correspondencia. Madrid: Aguilar, 1989, traducción de Felipe González Vicen; Epistolario. Madrid: Biblioteca Nueva, 1999, traducción de Luis López-Ballesteros), y por fin podemos seguir paso a paso, letra a letra, vibración tras vibración, el devenir de Nietzsche.
Porque quizás no haya biografía que nos informe mejor de la vida y la obra del filósofo que estas misivas en las que seguimos la evolución que va del niño apegado a su familia (en especial a su madre, su hermana y su tía Rosalie), del joven que se toma en serio la cultura y la inteligencia y que empieza a enfrentarse a su familia por motivos religioso-filosóficos, del universitario que comienza a vivir su independencia en Bonn de forma un poco desbocada, al prácticamente adulto, el filólogo de Leipzig que a medida que hurga en la disciplina científica de sus estudios se aleja, de manera directamente proporcional, hacia la filosofía. Al final de este volumen de cartas, dejamos a Nietzsche a punto de viajar a Basilea para asumir su cargo de profesor universitario con más dudas y pesadumbre que certezas y alegría, como si ya vislumbrase cuál sería su inminente futuro en las filas de los “filisteos” (pp. 578, 583).
Vemos a un Nietzsche en potencia, preñado de sí mismo, dándose a luz por anticipado, de ánimo voluble, capaz de frivolidades surrealistas (avant-la- lettre) como las que anuncia en una interesantísima carta a su amigo Pinder de 1859 (pp. 93-94), a veces arrebatado por el entusiasmo, a veces sumido en la melancolía, en tensión entre el deseo de compañía y la necesidad de soledad, entre la necesidad de soledad y el dolor de estar solo, abducido por Schopenhauer, paradójico entre la filología y la filosofía, caprichoso e impulsivo con sus amigos, exigente y sarcástico para con casi todos, inseguro caminante de paso firme. Nos asombramos de que en sus cartas apenas hable de mujeres (recordemos que esta colección se cierra cuando tiene veinticuatro años), y nos echamos a temblar, porque conocemos el final de la historia, cuando leemos la famosa carta que el 9 de noviembre de 1868 le escribe a su amigo Erwin Rohde para narrarle su encuentro con Wagner. Nos enteramos de primera mano de su culto a la amistad, de sus amores clásicos: Demócrito, Teognis, Epicuro, Simónides… Un Nietzsche que en 1868, poco antes de ser nombrado catedrático, le dice a la mujer de su maestro Ritschl: “Pero quizás yo encuentre alguna vez un tema filológico que se deje tratar musicalmente […] ¿No es verdad que usted tiene ya una terrible prueba de que yo no consiga ocultarle mi innata tendencia a la disonancia?” (p. 517). Se avecinan las Intempestivas, se anuncia El nacimiento de la tragedia. Y a Rohde, a finales del mismo año, le confiesa: “[…] la verdad no está precisamente en el medio, sino completamente en otra parte” (p. 556). Está naciendo, en efecto, la tragedia.
Tan sólo hay que ponerle un par de peros a la edición de Trotta. Por desgracia, nos estamos acostumbrando a leer obras que parecen no haber pasado un examen riguroso en busca de la excelencia en la calidad editorial, es decir, que estén exentas de erratas y otros errores. A vuelapluma, podemos citar fallos en las páginas 127, 132 (grueso error en la datación de una carta: donde se lee 1869 tendría que haberse escrito 1860), 213, 274 (se lee un feo “debí” en lugar del correcto “debí de”), 291, 510, 562, 565, 616 (la nota “1020” es en realidad la 1029). Aunque lo que hace chirriar los dientes es “Por último, simplemente añadir […]” (p. 43), a cargo del responsable de las “Observaciones sobre la traducción”. No parecen excesivos en una obra de 662 páginas, y, sin embargo, este no deja de ser un punto de vista demasiado laxo que nos condena, a la larga, a soportar con otitis la ausencia de correctores de pruebas. En segundo lugar, en la famosa carta a Rohde en la que Nietzsche relata su primer encuentro con Wagner, leemos: “Comprenderás qué gozada fue para mí oírle hablar […]” (p. 548). Nos suena mal eso de “qué gozada” y preferimos la traducción tanto de López-Ballesteros (revisada por Jacobo Muñoz) como la de González Vicen: “Comprenderás qué gran placer fue para mí […]” (p. 63) y “[…] ya puedes comprender qué placer fue para mí [...]" (p. 118). En cualquier caso, males menores son estos que no consiguen nublar ni un poco el brillo y la solvencia de esta edición. A los lectores en alemán hay que recordarles que la edición crítica alemana ha publicado, además (lo que aquí se ha omitido), las cartas a las que responde Nietzsche o que responden a sus misivas.
Este año Trotta ha publicado el cuarto volumen de la correspondencia. Nos faltan los dos últimos. Nosotros, a medida que vayamos leyendo los tres que ya podemos disfrutar, iremos dando cuenta de su necesaria lectura.
Nietzsche, Friedrich. Correspondencia. Volumen I (junio 1850 – abril 1869). Madrid: Trotta, 2005. (Traducción, introducción, notas y apéndices de Luis Enrique de Santiago Guervós).
Lenta pero segura, así parece que avanza la traducción seria al castellano de los escritos de Nietzsche. Con la publicación por parte de Trotta de la correspondencia completa se pone fin a una necesidad que los interesados en Nietzsche que no sabemos el suficiente alemán padecíamos sin resignación. Se suma esta edición a otros hitos culturales: el volumen de Gonzalo Sobejano, Nietzsche en España, publicado por primera vez en 1967 y reeditado por Gredos en 2004; por supuesto, las traducciones canónicas de Sánchez Pascual para Alianza Editorial; la versión al castellano de la inmensa biografía de Curt Paul Janz realizada por Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera; y, más recientemente, la edición íntegra de los Fragmentos Póstumos que Diego Sánchez Meca ha elaborado para Tecnos. Ahora tenía que ser Trotta (probablemente, la mejor y más seria editorial española en la actualidad) la que asumiese la responsabilidad de esta edición, pues no en vano edita también la prestigiosa revista ESTUDIOS NIETZSCHE, cuyo décimo número, dedicado a Nietzsche y Heidegger, acaba de aparecer.
Este epistolario es lectura obligada (y por supuesto placentera) para quienes aunque ya posean un amplio conocimiento de Nietzsche, quieran oír de boca del filósofo la historia de su vida y de su obra. Nos habíamos quedado con la miel en los labios manejando selecciones de cartas no siempre traducidas en su totalidad (por ejemplo, Friedrich Nietzsche – Lou v. Salomé – Paul Rée. Documentos de un encuentro. Barcelona: Laertes, 1982, traducción de Ana Mª Domenech; Correspondencia. Madrid: Aguilar, 1989, traducción de Felipe González Vicen; Epistolario. Madrid: Biblioteca Nueva, 1999, traducción de Luis López-Ballesteros), y por fin podemos seguir paso a paso, letra a letra, vibración tras vibración, el devenir de Nietzsche.
Porque quizás no haya biografía que nos informe mejor de la vida y la obra del filósofo que estas misivas en las que seguimos la evolución que va del niño apegado a su familia (en especial a su madre, su hermana y su tía Rosalie), del joven que se toma en serio la cultura y la inteligencia y que empieza a enfrentarse a su familia por motivos religioso-filosóficos, del universitario que comienza a vivir su independencia en Bonn de forma un poco desbocada, al prácticamente adulto, el filólogo de Leipzig que a medida que hurga en la disciplina científica de sus estudios se aleja, de manera directamente proporcional, hacia la filosofía. Al final de este volumen de cartas, dejamos a Nietzsche a punto de viajar a Basilea para asumir su cargo de profesor universitario con más dudas y pesadumbre que certezas y alegría, como si ya vislumbrase cuál sería su inminente futuro en las filas de los “filisteos” (pp. 578, 583).
Vemos a un Nietzsche en potencia, preñado de sí mismo, dándose a luz por anticipado, de ánimo voluble, capaz de frivolidades surrealistas (avant-la- lettre) como las que anuncia en una interesantísima carta a su amigo Pinder de 1859 (pp. 93-94), a veces arrebatado por el entusiasmo, a veces sumido en la melancolía, en tensión entre el deseo de compañía y la necesidad de soledad, entre la necesidad de soledad y el dolor de estar solo, abducido por Schopenhauer, paradójico entre la filología y la filosofía, caprichoso e impulsivo con sus amigos, exigente y sarcástico para con casi todos, inseguro caminante de paso firme. Nos asombramos de que en sus cartas apenas hable de mujeres (recordemos que esta colección se cierra cuando tiene veinticuatro años), y nos echamos a temblar, porque conocemos el final de la historia, cuando leemos la famosa carta que el 9 de noviembre de 1868 le escribe a su amigo Erwin Rohde para narrarle su encuentro con Wagner. Nos enteramos de primera mano de su culto a la amistad, de sus amores clásicos: Demócrito, Teognis, Epicuro, Simónides… Un Nietzsche que en 1868, poco antes de ser nombrado catedrático, le dice a la mujer de su maestro Ritschl: “Pero quizás yo encuentre alguna vez un tema filológico que se deje tratar musicalmente […] ¿No es verdad que usted tiene ya una terrible prueba de que yo no consiga ocultarle mi innata tendencia a la disonancia?” (p. 517). Se avecinan las Intempestivas, se anuncia El nacimiento de la tragedia. Y a Rohde, a finales del mismo año, le confiesa: “[…] la verdad no está precisamente en el medio, sino completamente en otra parte” (p. 556). Está naciendo, en efecto, la tragedia.
Tan sólo hay que ponerle un par de peros a la edición de Trotta. Por desgracia, nos estamos acostumbrando a leer obras que parecen no haber pasado un examen riguroso en busca de la excelencia en la calidad editorial, es decir, que estén exentas de erratas y otros errores. A vuelapluma, podemos citar fallos en las páginas 127, 132 (grueso error en la datación de una carta: donde se lee 1869 tendría que haberse escrito 1860), 213, 274 (se lee un feo “debí” en lugar del correcto “debí de”), 291, 510, 562, 565, 616 (la nota “1020” es en realidad la 1029). Aunque lo que hace chirriar los dientes es “Por último, simplemente añadir […]” (p. 43), a cargo del responsable de las “Observaciones sobre la traducción”. No parecen excesivos en una obra de 662 páginas, y, sin embargo, este no deja de ser un punto de vista demasiado laxo que nos condena, a la larga, a soportar con otitis la ausencia de correctores de pruebas. En segundo lugar, en la famosa carta a Rohde en la que Nietzsche relata su primer encuentro con Wagner, leemos: “Comprenderás qué gozada fue para mí oírle hablar […]” (p. 548). Nos suena mal eso de “qué gozada” y preferimos la traducción tanto de López-Ballesteros (revisada por Jacobo Muñoz) como la de González Vicen: “Comprenderás qué gran placer fue para mí […]” (p. 63) y “[…] ya puedes comprender qué placer fue para mí [...]" (p. 118). En cualquier caso, males menores son estos que no consiguen nublar ni un poco el brillo y la solvencia de esta edición. A los lectores en alemán hay que recordarles que la edición crítica alemana ha publicado, además (lo que aquí se ha omitido), las cartas a las que responde Nietzsche o que responden a sus misivas.
Este año Trotta ha publicado el cuarto volumen de la correspondencia. Nos faltan los dos últimos. Nosotros, a medida que vayamos leyendo los tres que ya podemos disfrutar, iremos dando cuenta de su necesaria lectura.
(Nietzsche a la edad de 24 años: "Hoy te adjunto una fotografía que me representa en una situación algo atrevida. En el fondo es una falta de cortersía presentarse a sus amigos con el sable desenvainado y con una expresión tan severa y muy irritada. Hay algo de brutal en un guerrero así. Pero ¿por qué nos irrita el fotógrafo malo, por qué nos irritan todas las estupideces de la vida, de manera que nos hacen perder el aspecto fresco y lindo de las jóvenes muchachas? ¿Por qué hemos de tener el sable siempre listo? Y cuando queremos arremeter enérgicamente contra el fotógrafo malo, ¿qué hace él? Se refugia bajo su velo y grita: '¡Ahora!'" (p. 523).)
No hay comentarios:
Publicar un comentario