lunes, 9 de agosto de 2010

NIETZSCHE. CORRESPONDENCIA. VOLUMEN IV

NIETZSCHE, Friedrich: Correspondencia. Volumen IV (enero 1880 – diciembre 1884). Madrid: Trotta, 2010. (Traducción, introducción, notas y apéndices de Marco Parmeggiani).


[Nietzsche en 1882]




De 1880 a 1885, años que abarca el presente volumen, Nietzsche sufrirá experiencias dolorosas y desarrollará ideas de una transcendencia que lo marcarán y lo definirán para hacer de él el hombre y el filósofo que definitivamente llegó a ser. Como siempre en su caso (y tal vez en todos los casos, en todos los hombres y sus pensamientos), vida y obra se enredan de manera inextricable y se influyen mutuamente en una bio-grafía que no puede entenderse sino como la mera y compleja existencia de quien creando se crea y viceversa.

La enfermedad, el sufrimiento físico ya ha ganado todo el terreno posible y se ha convertido en la vida, en el hábitat interior y exterior que determina todo movimiento e idea. Por una parte, la búsqueda del ambiente ideal para que los dolores no sean atroces hace que Nietzsche emprenda un peregrinaje incesante que, a su vez, repercute negativamente en su salud, pues cada viaje le acarrea recurrentes empeoramientos. Por otra parte, el sufrimiento, junto con sus secuaces, el agotamiento y la melancolía, sólo puede ser entendido como motivo para la autosuperación, es decir, como clave hermenéutica para resistir e ir más allá de uno mismo. Si bien Nietzsche se aferra al “Yo no importo”, este no importar tiene por fundamento el no salirse de sí mismo: el hombre es la posibilidad de sí mismo como hombre-posible. De ahí el Übermensch y la voluntad de poder como poder-poderío y poder-posibilidad. De ahí, también, que el solitario sólo envidie de Epicuro su jardín y sus discípulos (p. 404).

Sin la experiencia “Lou”, sin la traición de Rée *, sin el ninguneo de sus conocidos hacia su obra, sin la enemistad con su familia, Nietzsche, asombrado al verse crear, no habría podido contemplar el móvil de toda existencia que no es inercia: una tarea a la que servir y de la que servirse para seguir siendo y llegar a ser. La profundidad, fuerza, bondad y coherencia de los sentimientos de Nietzsche se ponen a prueba cuando por primera vez en su vida tiene que vérselas con la necesidad de superar las heridas sin “caer” en el perdón ni en la compasión: el objetivo es convertir toda experiencia en un experimento que se valora por su generoso darse a la tarea superior, esa es la prueba de que uno ha transvalorado la axiología dogmática e inútil que había acríticamente heredado y de la que el hombre es víctima inocente y culpable.


[Lou Salomé, Paul Rée y Friedrich Nietzsche. 1882]


Esa monita enjuta, sucia y maloliente con sus falsos pechos […] En Leipzig no se refería a él [Paul Rée] de otra manera que “caquita” [Borrador de carta dirigida a George Rée y escrita a mediados de julio de 1883; p. 378].

Son los años del Zaratustra. Son los años en los que el hombre comienza a temer por su salud mental y el filósofo no sale de su asombro y empieza una tarea hermenéutica con su propia obra sin precedentes en la historia del pensamiento: Nietzsche se relee para intentar comprender qué (se) dice en lo que ha escrito. Con ayuda de su amigo Köselitz, llega a entender que apenas él mismo puede abarcar todo lo que ha puesto sobre el papel: el futuro estaba presente en el pasado y desde el principio el origen venía preñado de lo que habría de venir: Nietzsche es el propio devenir, la constante de su obra. Una obra que por fin se eleva a las alturas de la mística y del futuro de la humanidad: la idea del eterno retorno. Resulta estremecedor contemplar la soledad que le acarrea la incomprensión de los otros y cómo, casi en un delirio profético que tenía que verse como locura, Nietzsche juzga y predice a partir de y sobre su obra con escalofriante lucidez.

Por ahora no podremos seguir disfrutando de la lectura de las cartas de Nietzsche. Suponemos que en los próximos dos años saldrán al mercado los volúmenes que faltan. Hay que armarse de paciencia. Esta cuarta entrega corre a cargo de Marco Parmeggiani, quien ya lo había hecho con el segundo volumen, y, de nuevo, lo hace con grandísimo acierto. No hay más que ver, por ejemplo, la traducción que realiza de los poemas de Nietzsche. Obsérvese, sin querer abundar demasiado, su versión de Al mistral, pp. 502-4, y de Añoranza del solitario, pp. 507-9, y compárese con lo que se puede leer en NIETZSCHE, Friedrich: Poemas. Madrid: Hiperión, 1987. (Traducción de Txaro Santoro y Virginia Careaga); NIETZSCHE, Friedrich: Poesía completa. Madrid: Trotta, 1998. (Traducción de Laureano Pérez Latorre); NIETZSCHE, Friedrich: La Gaya Ciencia. Madrid: Akal, 1988. (Traducción de Charo Greco y Ger Groot. Para los versos, según la versión de Pablo Simon, Buenos Aires, 1970); NIETZSCHE, Friedrich: Más allá del bien y del mal. Madrid: Alianza Editorial, 1997. (Traducción de Andrés Sánchez Pascual). La importancia de la poesía al final de este período se puede calibrar consultando NIETZSCHE, Friedrich: Fragmentos Póstumos (1882-1885). Volumen III. Madrid: Tecnos, 2010.

Precisamente porque el buen hacer de Marco Parmeggiani no merece más que elogios, molesta bastante encontrarse con descuidos de edición: “en cincos puntos”, p. 144; “Asi que”, p. 415; con errores lingüísticos: “y vientos más fríos nos asolan”, p. 89; “yo, que durante mucho tiempo, he sido ajeno a la vida práctica, en 49”, p. 392; “quien atestiguaría como Paneth le había hablado mucho de Nietzsche”, p. 606; y, sobre todo, con bestialidades: “dió”, pp. 203 y 553.

Tampoco podemos pasar por alto cierta descoordinación, por llamarla de alguna manera, en la elaboración de la obra completa: los lectores agradeceríamos que todos los que participan en un proyecto de estas características o bien posean los mismos conocimientos o bien se consulten entre sí. Me refiero a lo siguiente: En el volumen III, p. 430, nota 620, Andrés Rubio nos dice que Nietzsche consideró como una “ofensa mortal” el hecho de que Wagner le hubiese comentado al doctor Eiser que la enfermedad del filósofo lo más probable es que se debiese a la práctica de conductas sexuales “anormales”; y Andrés Rubio añade, entre paréntesis, “léase onanismo”. Y, entre otros, cita como fuente autorizada y autoritaria a Curt Paul Janz. Esta versión de los hechos la podemos encontrar, también, en PÉREZ MASEDA, Eduardo: Música como idea, música como destino: Wagner – Nietzsche. Madrid: Tecnos, 1993, pp. 341-2; en SAFRANSKI, Rüdiger: Nietzsche. Barcelona: Tusquets, 2001, p. 265; y en ROSS, Werner: Nietzsche. Barcelona: Paidós, 1994, pp. 531-3. Pues bien, en el volumen que ahora nos ocupa, Parmeggiani nos revela, en la página 556, nota 981, que no hay que confundir la “ofensa mortal” con las “infamias”: estas últimas serían las hipótesis por parte de Wagner sobre el origen de la enfermedad de Nietzsche, y la primera no sería otra que la causada por la conversión de Wagner al cristianismo. La carta que aclara este malentendido es la que Nietzsche le envía, el 21 de febrero de 1883, a Malwida von Meysenburg (carta número 382, pp. 324-5). Según Parmeggiani, esto se sabe a ciencia cierta desde que Montinari lo demostrase con una de sus publicaciones en 1981.

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NOTAS

* Léase el imprescindible NIETZSCHE, F., Salomé, v. L., Rée, P: Documentos de un encuentro. Barcelona: Laertes, 1982. Para conocer la visión “filosófica” que Lou Salomé tenía de Nietzsche, léase ANDREAS-SALOMÉ, Lou: Nietzsche. Madrid: Zero, 1986. Para una crítica sabia y demoledora de esta obra, así como de la naturaleza humana e intelectual de Lou Salomé, véase ZAMBRANO, María: “Lou Andreas Salomé: Nietzsche”, en su Hacia un saber sobre el alma. Madrid: Alianza Editorial, 2008, pp. 183-6.

** En este mismo blog pueden leer los textos sobre los tres primeros volúmenes de la correspondencia de Nietzsche publicada por Trotta.

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