WOLFF, Kurt: Autores, libros, aventuras. Observaciones y recuerdos de un editor, seguidos de la correspondencia del autor con Franz Kafka. Madrid: Acantilado, 2010. (Traducción de Isabel García Adánez).
[Sello de la editorial Kurt Wolff]
“Wolff: Grande. Esbelto. Rubio. Vestido con un traje gris inglés. Elegante. Cabello suave. Completamente rasurado. Rostro juvenil. Ojos gris azulado, capaces de adoptar una expresión dura”. Así describe Robert Musil a Kurt Wolff en su diario a principios de enero de 1914 tras la visita que le hizo en Leipzig. (MUSIL, Robert: Diarios. Madrid: DeBolsillo, 2009, p. 424).
A veces resulta inevitable dejarse llevar por cierto triste cinismo y preguntarse si realmente existieron hombres (y editores) como Kurt Wolff; y este cinismo se vuelve todavía más triste cuando inevitablemente se responde que sí para acto seguido hacer la verdadera pregunta: ¿Existen ahora? El cínico se hace preguntas retóricas para dar la tristeza por respuesta.
El primer tercio del siglo XX tuvo en Centroeuropa algo más que un escenario bélico y la marmita en la que se cocinó el mundo de hoy: fue el crisol en el que se fundieron artes y personas de una valía como no se conocía, quizás y exagerando, desde el Renacimiento.
Kurt Wolff, según sus palabras, sólo tuvo un objetivo: editar con calidad obras de calidad. Esto parece una perogrullada, cuando no una tontería, pero si alguno de ustedes ha tenido la ocasión de tratar con editores, sabrán que lo que pretendía (y realizó) Kurt Wolff es tan raro como un perro verde. En primer lugar, llama la atención el trato educadísimo y afectuoso que mantenía con los autores. En segundo lugar, y como se ve en el caso de Kafka, realmente era cierto que no apostaba por el éxito crematístico inmediato. A este respecto, son realmente emocionantes las palabras que le dirige el 3 de noviembre de 1921: “No debe usted tomar los éxitos externos que alcancemos con sus libros como baremo para medir el trabajo que dedicamos a su distribución. Usted y yo sabemos que, por lo general, son precisamente las cosas mejores y más valiosas las que no encuentran eco de inmediato” (p. 196).
A veces resulta inevitable dejarse llevar por cierto triste cinismo y preguntarse si realmente existieron hombres (y editores) como Kurt Wolff; y este cinismo se vuelve todavía más triste cuando inevitablemente se responde que sí para acto seguido hacer la verdadera pregunta: ¿Existen ahora? El cínico se hace preguntas retóricas para dar la tristeza por respuesta.
El primer tercio del siglo XX tuvo en Centroeuropa algo más que un escenario bélico y la marmita en la que se cocinó el mundo de hoy: fue el crisol en el que se fundieron artes y personas de una valía como no se conocía, quizás y exagerando, desde el Renacimiento.
Kurt Wolff, según sus palabras, sólo tuvo un objetivo: editar con calidad obras de calidad. Esto parece una perogrullada, cuando no una tontería, pero si alguno de ustedes ha tenido la ocasión de tratar con editores, sabrán que lo que pretendía (y realizó) Kurt Wolff es tan raro como un perro verde. En primer lugar, llama la atención el trato educadísimo y afectuoso que mantenía con los autores. En segundo lugar, y como se ve en el caso de Kafka, realmente era cierto que no apostaba por el éxito crematístico inmediato. A este respecto, son realmente emocionantes las palabras que le dirige el 3 de noviembre de 1921: “No debe usted tomar los éxitos externos que alcancemos con sus libros como baremo para medir el trabajo que dedicamos a su distribución. Usted y yo sabemos que, por lo general, son precisamente las cosas mejores y más valiosas las que no encuentran eco de inmediato” (p. 196).
En este precioso volumen, el editor recuerda y da su visión, imprescindible por haber sido testigo, arte y parte de su tiempo, de los dadaístas, el Expresionismo, la polémica Kraus-Werfel, o la opinión que de las primeras obras publicadas de Kafka expresó Robert Musil (véase Die neue Rundschau, tomo 2, agosto, 1914, pp. 1169-1170). De manera ágil y no exenta de ironía nos ofrece impagables semblanzas de autores como Karl Kraus y Franz Kafka. Nos viene de inmediato a la mente, por supuesto, las que Stefan Zweig escribió, entre otros, de Weininger y Rilke (ZWEIG, Stefan: El legado de Europa. Madrid: Acantilado, 2003. [“Sin prestar atención a un hombre discreto: Otto Weininger”, pp. 239-242; “Rainer Maria Rilke”, pp. 261-267]). La dedicada a Kafka ya habíamos podido leerla (más extensa, traducida por Berta Vias Mahou) en KOCH, Hans-Gerd (ed.): Cuando Kafka vino hacia mí… (“El autor Franz Kafka”, Kurt Wolff, pp. 112-120). Madrid: Acantilado, 2009.
Del máximo interés resulta la correspondencia entre Kafka y la editorial Kurt Wolff (muchas cartas iban dirigidas a la editorial, a Ernst Rowohlt y a G. H. Meyer) porque si bien no resulta complicado acceder a las cartas de Kafka, no es tan frecuente leer las que le dirigían a él. Así, gracias a que aquí contamos con todo el material, podemos ver que sí hubo quien creía en la obra del escritor y estaba dispuesto a apostar por él más allá de los beneficios económicos. Esto nos invita a imaginar que de haber vivido Kafka muchos más años, habría podido contemplar aunque fuese el comienzo del auténtico destino de su obra.
En algunas de estas cartas, Kafka quintaesencia su vida y su obra. “Recientemente me comunicaba Vd. que Ottomark Starke dibujará una portada para la Verwandlung […] que tal vez podría querer dibujar el insecto en cuestión. ¡Eso de ninguna manera, por favor! […] El insecto en sí no puede ser dibujado. Ahora bien, ni siquiera puede mostrarse desde cierta distancia” (pp. 172-3). “Ahora tan sólo me queda esperar a que me sean dados los únicos remedios que tal vez podrían servirme de alguna ayuda: algún pequeño viaje y mucha tranquilidad y libertad” (p. 174). “Si estuviera Vd. de acuerdo conmigo, le rogaría que se publicara en primer lugar Das Urteil, por la cual siento mayor aprecio que por las demás […] por la que siento un aprecio especial, es una obra muy pequeña, pero también es más poema que narración” (p. 175). “[…] acusé el recibo de la liquidación […] y comuniqué que deseaba transferir la cantidad, unos noventa y cinco marcos, a la Srta. Felice Bauer” (p. 179). “[…] por el momento no me importa en absoluto la cuestión de los ingresos. Esto último, sin duda, ha de cambiar por completo después de la guerra. Voy a dimitir de mi puesto (esta dimisión de mi puesto es, en general, la mayor esperanza que tengo), me casaré y me marcharé de Praga, tal vez a Berlín […] para mí o para el funcionario que reside en lo más hondo de mi ser, lo cual es lo mismo” (p. 181). “Estoy sufriendo un repentino brote de la enfermedad que me provoca dolores de cabeza e insomnio. Aunque esta enfermedad es casi un alivio. Me marcho al campo para una temporada larga, es más: me veo obligado a marcharme” (p. 185). “En fin, en el fondo no necesito ni un sanatorio ni un tratamiento médico, todo lo contrario, ambas cosas me hacen más mal que bien, sino únicamente sol, luz, aire, campo, comida vegetariana” (p. 193). “[…] y como es mi cabeza la que dirige mi enfermedad pulmonar […]” (p. 195).
[Postal de Franz Kafka a Kurt Wolff. 11-XI-1918]
Por lo demás y por desgracia, como casi siempre, tenemos que lamentar errores de edición. Por ejemplo: “se tocaba en casa mis padres” (p. 131); en el antepenúltimo renglón de la página 138 se abre un paréntesis que no se cierra; “Haciendo maletas hasta a 1:30” (p. 140); “Der plötzliche Spaziergang” (p. 161). Aunque tal vez lo que más llame la atención es la nueva costumbre de traducir Die Verwandlung por La transformación (p. 165), cuando poco antes, en la página 150, se conserva el título tradicional, La metamorfosis.
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