miércoles, 11 de julio de 2012

Almas muertas. Letras vivas



[Gogol. Origen de la imagen: Wikipedia]

Encuentro un gran placer, y por partida doble, al leer a Gogol y su Almas muertas. En primer lugar, disfruto de esa teoría primera, previa a toda teoría teórica, del narrador omnisciente que al narrar en tercera persona se convierte, gracias a la inteligencia, el estilo y una locuacidad que no se calla nada, no ya en un personaje, sino, incluso, en el protagonista de la narración, ya que el mismo narrar por escrito es lo más importante, más, de hecho, que lo contado, al fin y al cabo no ya texto, sino pre-texto del narrar. Y disfruto, también y sin duda y muchísimo, de los hallazgos técnicos exhumados de las posibilidades literarias desde que Flaubert lo complicase y lo enriqueciese todo con aquello de que el autor ha de estar en su obra como Dios en la suya: omnipresente e invisible. De todas formas, ¿quién puede decir, incluso con toda la teoría de los últimos ciento cincuenta años en la mano, que el narrar de Fielding o Stern, por ejemplo, está “anticuado”, por no decir “superado”? Recordemos, para simplificar las cosas volviéndolas complejas, cómo Cervantes hace de la mera escritura y conservación del Quijote una soberna novela paralela, una meta-narración sobre el narrar y sobre el narrador. Todavía hay quien confunde autor con narrador, por cierto; pero yo daría una vuelta de tuerca y, recordando las palabras de Nietzsche, “Una cosa soy yo y otra mis escritos”, me atrevería a decir que incluso hay quien confunde al autor con quien “también” escribe, como si ser autor no fuese ya un papel más en la Literatura.

Y, en segundo lugar, disfruto con el arrollador humor de una sátira que, como toda buena sátira (por ejemplo, las de Persio), se ceba con la estupidez. Sátira sin satirismo, me parece, empapada de un fatalismo matizado de esperanza, lejos de un Voltaire, casi más sátiro que satírico. Pero, en definitiva, hablamos del humor que a monas y monos los desnuda de sus sedas; el humor que descubre las falsificaciones de los pedantes y los pícaros tanto en los hogares de los bien acomodados como en las cunetas, al borde de los caminos; el humor que llama a cada cosa por su nombre y de ahí que no vea la razón para denominar con otras palabras a la mediocridad, la zafiedad y el egoísmo nihilista, las auténticas almas muertas.


[Sobakevic, personaje de Almas muertas. Origen de la imagen: Wikipedia]

No es posible olvidar a Gogol. Ni el lector ni el escritor pueden hacerlo (ni falta que hace). Al escritor, Gogol siempre le recordará que la Literatura es, casi siempre, esa tragicómica confusión de lo sublime del narrar y lo ridículo que se narra. Y ya puestos a recordar, recordemos, de paso, el Ulises de Joyce, ¿verdad?

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