[Gogol. Origen de la imagen: Wikipedia]
Encuentro un gran placer, y
por partida doble, al leer a Gogol y su Almas
muertas. En primer lugar, disfruto de esa teoría primera, previa a toda
teoría teórica, del narrador omnisciente que al narrar en tercera persona se
convierte, gracias a la inteligencia, el estilo y una locuacidad que no se
calla nada, no ya en un personaje, sino, incluso, en el protagonista de la
narración, ya que el mismo narrar por escrito es lo más importante, más, de
hecho, que lo contado, al fin y al cabo no ya texto, sino pre-texto del narrar.
Y disfruto, también y sin duda y muchísimo, de los hallazgos técnicos exhumados
de las posibilidades literarias desde que Flaubert lo complicase y lo
enriqueciese todo con aquello de que el autor ha de estar en su obra como Dios
en la suya: omnipresente e invisible. De todas formas, ¿quién puede decir,
incluso con toda la teoría de los últimos ciento cincuenta años en la mano, que
el narrar de Fielding o Stern, por ejemplo, está “anticuado”, por no decir
“superado”? Recordemos, para simplificar las cosas volviéndolas complejas, cómo
Cervantes hace de la mera escritura y conservación del Quijote una soberna novela paralela, una meta-narración sobre el
narrar y sobre el narrador. Todavía hay quien confunde autor con narrador, por
cierto; pero yo daría una vuelta de tuerca y, recordando las palabras de
Nietzsche, “Una cosa soy yo y otra mis escritos”, me atrevería a decir que
incluso hay quien confunde al autor con quien “también” escribe, como si ser
autor no fuese ya un papel más en la Literatura.
Y, en segundo lugar, disfruto
con el arrollador humor de una sátira que, como toda buena sátira (por ejemplo,
las de Persio), se ceba con la estupidez. Sátira sin satirismo, me parece,
empapada de un fatalismo matizado de esperanza, lejos de un Voltaire, casi más
sátiro que satírico. Pero, en definitiva, hablamos del humor que a monas y
monos los desnuda de sus sedas; el humor que descubre las falsificaciones de
los pedantes y los pícaros tanto en los hogares de los bien acomodados como en
las cunetas, al borde de los caminos; el humor que llama a cada cosa por su
nombre y de ahí que no vea la razón para denominar con otras palabras a la
mediocridad, la zafiedad y el egoísmo nihilista, las auténticas almas muertas.
[Sobakevic, personaje de Almas muertas. Origen de la imagen: Wikipedia]
No es posible olvidar a Gogol.
Ni el lector ni el escritor pueden hacerlo (ni falta que hace). Al escritor,
Gogol siempre le recordará que la Literatura es, casi siempre, esa tragicómica
confusión de lo sublime del narrar y lo ridículo que se narra. Y ya puestos a
recordar, recordemos, de paso, el Ulises
de Joyce, ¿verdad?
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