Quizás lo mejor hubiese sido
haber escrito este texto como amanuense de John Barleycorn, como el muñeco de
ese ventrílocuo para hablar con sus “espectrales silogismos despiadados”, como
un “pesimista filósofo alemán”, pero sucede que hoy todavía no he empezado a
beber y ya tengo ganas de escribir, y, además, como (nos) advirtió Jack London,
el hombre “imaginativo”, a diferencia del estúpido, siempre lleva a cuestas el
peligro de la Larga Enfermedad, la congénita “tristeza cósmica que siempre ha
sido la herencia del hombre”. Por lo tanto, no hay diferencia: quien se ha
encontrado con John Barleycorn por el camino ya sabe que “la intensidad y la
duración son enemigos ancestrales, como el fuego y el agua. Son mutuamente destructivos.
No pueden coexistir”. Esta lección la enseña la vida, y por si la vida todavía
es capaz de hacer triunfar sus “mentiras vitales”, sus “verdades de segundo
orden”, ahí están los libros, “los fantasmas de la esperanza que cubren tus
estanterías […] todas las tristes quimeras de los hombre tristes y locos y de
los apasionados rebeldes: tus Schopenhauers, tus Strindbergs, tus Tolstois y
Nietzsches”.
¿Qué hacemos, entonces, con
John Barleycorn? Si ya sabíamos, no nos dice nada nuevo; si queremos vivir, nos
impide la salud del olvido. ¿Qué hacemos con quien “transvalora todos los
valores. El bien es malo, la verdad es un engaño, la vida es un chiste”? ¿O tal
vez no queremos olvidar, no queremos perder la consciencia, no queremos vivir?
Porque John Barleycorn nos lleva por la vía de la muerte: refuta lo posible,
desvela la verdad, pulveriza la vida, y su hedonismo es hastío. Y, sin embargo,
mientras estamos vivos la única conclusión que podemos extraer es que queremos
vivir. ¿Qué hacemos, entonces, con John Barleycorn?
Nos lo hemos encontrado por el
camino, eso es todo, y desde entonces nos acompaña, nada más, y su Lógica
Blanca, inexorable, es algo más que el leve e insidioso ruido de lo efímero,
del paso del tiempo: es algo más porque es la voz de algo menos, de lo que está
por debajo de la línea de flotación de lo mínimo, soportando todo algo: es la
voz del silencio de nuestros huesos, de nuestros dientes, de nuestro pelo, de
nuestros huecos, del ser en el ser vivo y de la nada en el ser, de lo infinito
y lo infinitesimal, de lo que no vive sino que dura sin intención ni
intensidad, de lo que no muere sino que se rompe, de lo inerte que nunca miente
porque siempre calla y fundamenta las ilusiones de los sentidos.
[Firma de Jack London. Origen de la imagen: Wikipedia]
La Lógica Blanca de John
Barleycorn no es parte de nuestra vida, sino la voz de la muerte que también
somos. Y John Barleycorn quiere convencernos de que sólo somos nada y nada vale
nada; pero nosotros, que todavía estamos vivos y sabemos de nuestra ficción,
cuando podemos sonreímos en la cara de John Barleycorn y le damos las gracias
por ser la memoria del cadáver que ya y también, pero no sólo, somos, y a veces
jugamos con él igual que él juega con nosotros, y le hacemos creer que lo
creemos ciegamente y nos valemos de su lucidez, y vemos, y utilizamos su
energía y nos desvivimos en la intensidad.
Así que ya está escrito, y
quienes no conozcan a John Barleycorn no entenderán, y para quienes sí lo
conozcan todo esto está de más; y como sobraba y ha sido en vano, John
Barleycorn nos guiña un ojo y nos dice: “Ya ves, todo es inútil. Anda, sírvete
una copa y calla”.
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