Tras la lectura del cuento de
Gorki “Criaturas que una vez fueron hombres” queda en el paladar literario
cierto sabor agridulce. No estamos, desde luego, ante una obra de técnica y
contenido memorables, por decirlo de alguna manera. Sabes que no volverás a
leerlo como sabes que después de haberte acabado la hamburguesa en la cadena
americana de turno no volverás sobre ella – porque te la has terminado por
completo y no queda ni una migaja en el plato de plástico. De vez en cuando
caerás en la tentación (o en la dura necesidad) e irás a por otro pedazo de
carnaza que engullirás con la delectación propia de lo que se consume sin
problemas y rápidamente a la espera (o perdida toda esperanza) de viandas más
raras y apetitosas, de esas que te llevan a quedarte mirando el plato como si
en su vacío todavía pudieses devorar algo que se te hubiese escapado: un olor,
un color, un rastro a partir del cual reconstruir lo comido y el comer.
[Máximo Gorki. Fuente: Wikipedia]
El relato de Gorki pertenece a
un tipo de lectura rápida que puede llegar a pasar por cocina de autor. Los
personajes son alegorías industriales encarnadas en personalidades apenas
delineadas: el buen delincuente, el delincuente malo, el buen pobre, el pobre malo,
el rico malo, el tendero mezquino, el pobre culto echado a perder y compasivo,
el filósofo de cuneta; poco más. Y las ideas son denuncias que pasan por magras
descripciones de injusticias sociales y existenciales: el pez grande se como al
chico y si la muerte, de qué vale la vida.
Lo agrio del menú radica en la
ausencia de Literatura (porque el mero narrar, aunque sea para encabronar y
emocionar, no es Literatura) y en la simplicidad de los ingredientes y de la
mezcla. Lo dulce, lo que puede llevar a confusión a los lectores (y esto es lo
más interesante de este cuento, de este tipo de cuentos), es que sabemos que
realmente hay injusticias y buenos delincuentes y tenderos mezquinos y, en
general, criaturas de tal simplicidad que cuesta creer, eso sí, que alguna vez
hayan sido hombres.
Tenemos la teoría literaria,
las recetas y la disección de los géneros; haría falta, sin embargo, también
una teoría de los lectores y de sus tipos. El cuento de Gorki tiene truco, es
decir, mensaje, y si la historia ya es un truco, la historia que es un mensaje
ya es el truco del almendruco, perfecto para confundir a los lectores que
sencillamente se buscan por doquier, convierten cualquier sólido opaco en un
espejo y se regodean en su propio reflejo. Porque ¿quién puede afirmar que una
hamburguesa en el McDonald’s es algo más que comida, de igual manera que el
simple narrar es ese algo más con respecto al lenguaje que es la Literatura?
Imagino a comensales con aires de gastrónomos (perdón: de gourmets), y sin medios ni gusto para permitírselo, que con la
pretensión de pasar por sibaritas se comen a sí mismos (y quién no se da la
razón y se encuentra exquisito) para aliñar sus lacónicas pitanzas y ser
tenidos por finísimos connoisseurs.
[Poussin pinta Eco y Narciso,
título que podría cambiarse, en muchas ocasiones, por Los amores entre el lector y el libro. Fuente: Wikipedia]
Literatura, lectores y
escritores... Por lo general, y para no liarse, valga esta sencilla fórmula: el
escritor de Literatura es antropófago y al lector lo deja a solas con sus
huesos.