¿Realmente la filosofía surgió
como búsqueda del saber a qué atenerse para poder orientarse en lo dado y en lo
posible de manera que el hombre pudiese optar a través de esa libertad que es
el cálculo o razón entre incertidumbre y predictibilidad, con saldo a favor de
la segunda, a aquello que le reportase de manera más bien segura las
condiciones para durar, y poder querer seguir durando, según sus deseos? ¿En
verdad la filosofía apareció como método, estrategia y táctica para la obtención
de la paz, la comodidad, la felicidad, la satisfacción, el orden? ¿Y será que a
todo eso se le llamó ser, conocimiento, verdad? Si esto fuese así, no queda más
remedio que reconocer que los filósofos tuvieron la brillante idea de sembrar a
ciegas, al azar, unas semillas que si bien se pretendían las del fundamento, la
certeza, la constancia y la hospitalidad, resultaron las de la duda, el
peligro, el empezar de cero y lo intempestivo. Quizás de ahí que con el tiempo
la filosofía renunciase al suelo, volado por los aires, y buscase el consuelo,
el ser soterrado, bajo capas y capas de tiempo y verbos, hundido en las
catacumbas del debería-ser, del hay-que-ser, del si-fuese, de manera que la
irreal semilla del comienzo, muerta por no ser, perpetuase a través del error
la añoranza de lo prefilosófico: el interés.
La consecuencia no puede ser
otra que la posición ancilar de la filosofía con respecto a amos tan fuertes
como la estupidez o el egoísmo disfrazados de ética, moral o teología. De Tales
a Boecio hay el abismo que distancia el anonadamiento en la physis de la concentración en la
salvación. En este sentido, la obra de Ibn Tufayl, El filósofo autodidacto,[1] supuso una vuelta de
tuerca en busca del consuelo. La filosofía “verdadera” sólo es posible para los
que como Hayy son robinsones en el mundo de los sentidos y la razón, ambos
suficientes para saber que no se sabe nada y, por lo tanto, insuficientes para
lograr la felicidad (también llamada verdad). La filosofía, entonces, parte de
cero, sí, pero para volver a aquel punto de partida de la búsqueda de la
seguridad, si bien ahora con el no-saber acumulado en el tiempo que ha
volatilizado la fe en la lógica y en el lenguaje: la filosofía se destruye para
recrearse como umbral hacia lo extático e inefable, hacia ese no-mundo, esa
meta-physis en la que devenir e incertidumbre quedan abolidos a favor de lo
segurísimo ajeno a toda corrupción.
Sucede, sin embargo, que
aquellas semillas no elevaron sobre el mundo árboles, y por lo tanto no
pusieron bajo tierra raíces, y tampoco escanciaron sobre el suelo acogedoras
sombras, y, así, la filosofía no fue hospedería ni hospital en los que
encontrar reposo, sosiego y cura: fue un viento que se cuela por las ventanas
para desordenar los papeles de tu escritorio, que te asalta por la calle para
despeinarte las neuronas, que se enfurece y te enfurece y que arrasa calma y
serenidad, que no te deja descansar y que te convierte en el peligroso
vagabundo de las hipótesis, ese que no tiene nada que perder ni ganar.
Muy buenooooo!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarSiempre alegra ver que se ha hecho disfrutar, y casi más cuando el placer procede de un sex shop.
ResponderEliminarMuchas gracias por el expresivo elogio.