viernes, 17 de agosto de 2012

El consolador filosófico


¿Realmente la filosofía surgió como búsqueda del saber a qué atenerse para poder orientarse en lo dado y en lo posible de manera que el hombre pudiese optar a través de esa libertad que es el cálculo o razón entre incertidumbre y predictibilidad, con saldo a favor de la segunda, a aquello que le reportase de manera más bien segura las condiciones para durar, y poder querer seguir durando, según sus deseos? ¿En verdad la filosofía apareció como método, estrategia y táctica para la obtención de la paz, la comodidad, la felicidad, la satisfacción, el orden? ¿Y será que a todo eso se le llamó ser, conocimiento, verdad? Si esto fuese así, no queda más remedio que reconocer que los filósofos tuvieron la brillante idea de sembrar a ciegas, al azar, unas semillas que si bien se pretendían las del fundamento, la certeza, la constancia y la hospitalidad, resultaron las de la duda, el peligro, el empezar de cero y lo intempestivo. Quizás de ahí que con el tiempo la filosofía renunciase al suelo, volado por los aires, y buscase el consuelo, el ser soterrado, bajo capas y capas de tiempo y verbos, hundido en las catacumbas del debería-ser, del hay-que-ser, del si-fuese, de manera que la irreal semilla del comienzo, muerta por no ser, perpetuase a través del error la añoranza de lo prefilosófico: el interés.


La consecuencia no puede ser otra que la posición ancilar de la filosofía con respecto a amos tan fuertes como la estupidez o el egoísmo disfrazados de ética, moral o teología. De Tales a Boecio hay el abismo que distancia el anonadamiento en la physis de la concentración en la salvación. En este sentido, la obra de Ibn Tufayl, El filósofo autodidacto,[1] supuso una vuelta de tuerca en busca del consuelo. La filosofía “verdadera” sólo es posible para los que como Hayy son robinsones en el mundo de los sentidos y la razón, ambos suficientes para saber que no se sabe nada y, por lo tanto, insuficientes para lograr la felicidad (también llamada verdad). La filosofía, entonces, parte de cero, sí, pero para volver a aquel punto de partida de la búsqueda de la seguridad, si bien ahora con el no-saber acumulado en el tiempo que ha volatilizado la fe en la lógica y en el lenguaje: la filosofía se destruye para recrearse como umbral hacia lo extático e inefable, hacia ese no-mundo, esa meta-physis en la que devenir e incertidumbre quedan abolidos a favor de lo segurísimo ajeno a toda corrupción.

Sucede, sin embargo, que aquellas semillas no elevaron sobre el mundo árboles, y por lo tanto no pusieron bajo tierra raíces, y tampoco escanciaron sobre el suelo acogedoras sombras, y, así, la filosofía no fue hospedería ni hospital en los que encontrar reposo, sosiego y cura: fue un viento que se cuela por las ventanas para desordenar los papeles de tu escritorio, que te asalta por la calle para despeinarte las neuronas, que se enfurece y te enfurece y que arrasa calma y serenidad, que no te deja descansar y que te convierte en el peligroso vagabundo de las hipótesis, ese que no tiene nada que perder ni ganar.

2 comentarios:

  1. Siempre alegra ver que se ha hecho disfrutar, y casi más cuando el placer procede de un sex shop.

    Muchas gracias por el expresivo elogio.

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