Que en Rusia el ajedrez
siempre ocupó un lugar privilegiado parece evidenciarlo la novela de Gogol Almas muertas, publicada en 1842. Ahí,
el ajedrez aparece como pieza narrativa en tres ocasiones.
[Pyotr Sokolov. Chichikov visita a Nozchev. Origen de la imagen: Wikipedia]
Encontramos la desopilante partida
que intentan jugar Chichikov, el pícaro comprador de almas muertas, y Nozchev,
el empedernido mentiroso. Este último desea jugarse sus almas muertas a las
cartas, pero Chichikov, que lo conoce bien, se niega. Al final, Nozchev lo
convence sobre la base de que en el ajedrez no hay cabida para la suerte ni las
trampas, pues todo depende de la habilidad. Con este lógico argumento, empieza
una partida en la que, al tercer movimiento, el puño de la manga de Nozchev
desplaza una de las piezas en el tablero… Acto seguido, Chichikov descubre una
insólita pieza entre las damas… Escaldado por su ingenuidad al haber cedido a
jugar contra Nozchev, Chichikov se niega a seguir la partida. Nozchev, furioso,
lo acusa de “estratega”, a lo que Chichikov responde dando por zanjada la
partida: se acerca al tablero y revuelve todas las piezas. Con Nozchev todo termina
igual, es decir, como el rosario de la aurora, y Chichikov se salva de milagro
de recibir una buena paliza. Más adelante en la novela, vuelve a encontrarse
con Nozchev, quien, por supuesto, afirma no guardarle ningún rencor a
Chichikov, ya que fue él, Nozchev, quien había ganado la partida…
Si a través de las trampas
Nozchev desvela al ajedrez como un juego más, el Jefe de Policía, ese sutil
mafioso, convierte el ajedrez en parte de su táctica social para robar y
contentar a sus “protegidos”. En efecto, una de las técnicas del Jefe de
Policía consiste en prometer pasarse por las casas de sus conciudadanos para
jugar una partida. Y esto también nos habla de lo extendido que ya estaba el
ajedrez entre gentes de toda condición social.
Por último, Tientietnikov,
exponente de la pereza somnolienta, por la mañana juega una solitaria partida
de ajedrez, igual que se restriega los ojos y se fuma una pipa, como parte de ese
ocioso no hacer nada que le mantiene siempre ocupado. El ajedrez es aquí,
entonces, un pasatiempo, un matatiempo, pero no de escaso valor, pues cuando
Chichikov se instala en su casa, lo que más aprecia de su invitado es que sabe
estarse callado y jugar al ajedrez.
Gogol nos enseña, así, tres
aspectos del ajedrez: su naturaleza meramente lúdica, su carácter social, y ese
profundo secreto que entraña y que expone al hombre contra sí mismo y contra el
paso del tiempo.
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