Pertenecen las frases célebres
al infragénero de la pseudoliteratura llamada “Sabiduría ficción”. Se codean
con refranes, adagios, citas y otros pretextos para hacer el idiota sobre la
base de la experiencia (esa coartada para sentenciar al devenir) y del saber de
oídas (topera de la pereza mental). Y si ahora les dedico espacio y tiempo es
porque me persiguen por la calle, las redes sociales (perdón por la
rebuznancia) y ese cuento etiquetado como bio-grafía, ya que se me acusa de
soltarlas sin ton ni son y, eso sí, sin el ensañamiento de la posteridad.
[Ejemplo de frase célebre en la red social. Se sabe que se trata de una
red social porque la frase comienza “Quien este libre”…]
En efecto, las frases célebres
me gustan un porrón. Y quiero compartir con ustedes (soy generoso por vocación:
también me gustaría compartir mis problemas e incluso mis deudas, pero incluso
la falta de egoísmo hay que dosificarla para no caer en el vicio) las que más
me pirran, las mías.
Las apariencias no engañan. Habrán oído todo lo contrario. Error.
En primer lugar, ¿tenemos algo más que las apariencias, lo que aparece? Bien,
reconozco que los kantianos tienen el noúmeno, pero debido a que no conozco a
ningún kantiano, en buena lógica niego la existencia del noúmeno. El resto, los
que a/penas existimos, hemos de conformarnos con lo que aparece, y lo que
aparece jamás engaña: lo que puede llevar a engaño es la sospecha de que lo que
aparece parece que aparece, sospecha que aborta la aparición, el desvelamiento
de lo que es, la mayor parte de las veces porque estamos desvelados por
nuestros deseos, dormimos demasiado despiertos y este insomnio sin noches
deviene en traspieles y eternidades. Lo que engaña, en definitiva, es la
interpretación que ficciona ausencias, presencias y otros fantasmas de esa casa
de empeños que es el cerebro, usurero que por interés hace ver oropeles en el
oro.
La carne es fuerte. Porque, ustedes estarán de acuerdo, quien diga
que la carne es débil, una de dos: o está anémico perdido y carece de la
experiencia de su cuerpo en la plenitud de su fuerza, o al cuerpo le pide que
no sea lo que es y que sea lo que no es. Sin duda, al cuerpo se le puede
castigar para que no desee, para que no sienta apetitos; o se le puede intentar
convencer (con argumentos tipo cadenas, cepos y celdas) para que no inicie su
acto torpe hacia lo apetecido; o de que algo o todo es malo: él mismo, el
desear y lo deseado. Pero la historia de las órdenes y los órdenes demuestra
que todo es inútil, que no se ha avanzado ni un milímetro hacia la
espiritualización de la carne, como tampoco en la obtención de peras de los
olmos. Solo hay que estudiar el Enchiridion
Symbolorum, ese compendio de antropología llamada cristianismo, para
comprobar que la carne es fuerte.
[Ejemplo de frase célebre, que no conoce ni Dios, adjudicada a quien no
la ha dicho]
Pobre, luego honrado. Esta celebérrima frase no necesita de muchas
explicaciones. En mi pueblo se dice que nadie se hace rico trabajando. Este
dicho tampoco requiere de amplias demostraciones. La propiedad es un robo, la
economía es la gestión de la pobreza, poderoso caballero es don dinero: la
honradez de los que somos pobres queda garantizada por nuestra incapacidad para
robar.
La duda honra. ¿No es cierto que en el caso de que yo desee
dedicarles un elogio lo mejor que puedo hacer es hacerles pensar, pues eso
significaría que confío en que piensan? ¿Y no es menos cierto que la duda
obliga a pensar? Por lo tanto, hay más verdad en la ofensa de quien asiente que
en la honra de quien duda. ¿Sí o no?
Triste pero falso. La costumbre, esa segunda naturaleza, nos
reviste con las sedas de la certeza. Esto no tiene nada que ver con lo que
quería decir, pero así ha salido. La verdad, a pesar de lo que se rumorea en
los bares y en los libros de filosofía, no es ni fea ni triste. Lo feo y triste
es que no sean verdad más mentiras. En efecto, hay poca verdad suelta y,
avergonzada (lo peor no es ser el primero ni el último, sino el único), la
verdad se camufla de mentira o fallo para que no la confundan con lo que es y
la encierren y aherrojen acusada de escándalo público (delito llamado, en la
técnica jerga jurídico-legal, alegría y belleza). Sin embargo, es la mentira la
que entristece cuerpo y alma: la mentira de la civilización, la mentira de la
familia, la mentira de la educación, la mentira de la moral, la mentira del
conocimiento, la mentira de la tristeza de la verdad. De la misma forma que es
triste que sea falsa la utopía, el sueño, la ilusión y la mentira de la
tristeza de la verdad.
A veces cuando estoy aburrido me pongo a buscar frases entre comillas en google, esperando dar con una mina de oro perdida en este bullicio de anonimatos que es internet. No se si habre dado con una, pero por lo menos me pase un buen rato leyendo este articulo. Me gusta la ironia e independencia intelectual que hace ver tu escritura. Saludos desde Buenos Aires.
ResponderEliminarEstimado amigo: Muchas gracias por tus amables palabras. Desde hace algún tiempo no escribo en el blog, pero si realmente te gusta mi escritura, puedes leer textos recientes aquí: https://medium.com/@RViveroR
EliminarGracias de nuevo por tu comentario.
Un cordial saludo.
Roberto Vivero