Érase una vez un alto cono de
superficie horadada entre barras metálicas encima de la que brillaban estrellas
y corazones rojos sobre sinuosas luces verdes. El cono deseaba tener complejo
de árbol navideño, pero finalmente se resignó a su similitud con un cucurucho
tirado en la calle, sin bolas de chocolate y pistacho, y se quedó tan helado
como el pobre portugués de muñón rubicundo echado, día y noche, en la acera
atestada de peatones.
Como se trataba de un árbol
moderno, se aburría. Tal vez se debía a la postmoderna manía de dar luz en
lugar de sombra: podía no estar acostumbrado a las sandeces. La cosa es que el
aburrimiento es muy malo y por eso el cono-árbol-cucurucho miró a su alrededor,
por encima de cabezas y tejados, y vio que las calles estaban festoneadas de
luminosas formas abstractas y otros motivos cosmopolitas y ñoños, y se preguntó
qué época del año sería.
¿Navidad? Él mismo podría
haber sido plantado allí o en la plaza de cualquier pueblo en plenas fiestas de
agosto o septiembre. Volvió a mirar, esta vez hacia abajo. Gente; familias.
Incluso los que iban solos parecían ir solos en cuanto que miembros de una
familia. Solo él no tenía familia, pues su estar allí, incluso su mero estar,
carecía de ese mínimo sentido que aporta el origen y el pertenecer a algún
grupo uniforme que te recuerde por tu nombre. Se sintió acabado. Quería tener
familia y pasar con sus miembros aquella época, fuese la que fuese.
Nada. Estaba solo y aburrido,
valga el juvenil pleonasmo. Y, por desgracia, se levantó un aire que arrastraba
basura y que hizo que varase a sus pies un libro. Lo que ya le faltaba era
tener que leer por no tener nada mejor que hacer. El libro se abrió por cierta
sección: “Investigaciones sobre la familia”. Más en concreto, se abrió en la
página 247 (WINKIN, Yves (ed.). La nueva
comunicación. Barcelona: Kairós, 1984. Traducción de Jorge Fibla): “Estructuras
de la comunicación psicótica”, un texto firmado por un tal Paul Watzlawick.
En el librito de marras se
hablaba de tangencialización y descalificación, de mixtificación y paradoja. Se
imaginó, entonces, en una casa con su familia sentada a la mesa para cenar
juntos mientras celebraban… mientras celebraban… ¿que “[…] un sistema puede
calificarse de patológico en la medida en que es incapaz de generar reglas para
el cambio de sus propias reglas”? El cono-árbol-cucurucho seguía sin entender
qué hacía allí y qué se celebraba (aunque le sonaba algo de una fiesta
familiar, claro), pero comprendió, de golpe, que no querría pasar ni un minuto
encerrado en un lugar poblado por demasiado expertos jugadores.
Lo de comprender de golpe fue
literal: entre la basura que le arrojó el aire estaba un grueso tocho en el que
leyó lo siguiente:
“Había en la misma comarca
algunos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su
rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió
en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os
anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en
la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de
señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y de
pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a
Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres
en quienes él se complace»” (Evangelio según San Lucas 2 8-14. Biblia de Jerusalén.
Madrid: Alianza Editorial, 1994, pp. 77-8).
Desde luego, aquello le
sonaba como un pañuelo suena los mocos, y como él no tenía mocos, le
sonaba a anacrónica leyenda urbana, de ahí que la idea que se le cruzó por los
cables acerca de la posibilidad de que aquello tuviese algún significado
cronológico, pasó tan rápida como la corriente de aire que se lleva la
volandera hoja de un calendario de antaño. Por fortuna, más le impactó, y de
nuevo sin metáforas, una bolsa de plástico del Corte Inglés. Se conocen revelaciones
por caídas y tortazos, pero sin duda esta de la bolsa plástica contra el cono
metálico pasará a la historia de la lucidez.
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