El General G. precisa que no
hay que confundir lo terrible con lo horrible: la muerte de dos hombres y tres
mujeres ahogados en el río, por ejemplo, es terrible, pero para experimentar
horror hace falta algo más que emoción: una sensación de misterio o de terror
anormal, supranatural. Maupassant pone en boca del General dos historias de
horror: en la primera, soldados al borde de la muerte linchan, con ensañamiento
(siguen disparando sobre el cadáver “como la gente en un funeral continúa
arrojando agua bendita ante el ataúd”), a una mujer inocente de la que se decía
era una espía; y, en la segunda, se narra un caso de canibalismo: los hombres
abandonados a su suerte en el desierto entienden que están obligados a comerse
los unos a los otros.
Y bien, ¿qué hay de horrible
en estas dos historias? ¿La muerte por error de una mujer? ¿La antropofagia en
un caso de supervivencia? No: lo horrible radica en esa falta de emoción, sin
el menor exceso superfluo, con la que se mata y con la que Maupassant describe la
pulpa sanguinolenta del cadáver tiroteado y cómo este es registrado y desnudado
a la luz de unos fósforos; en cómo Maupassant describe, con la misma falta de afectación que caracteriza a
esos asesinos, la marcha de los hombres por el desierto en fila india, a tiro
de fusil, y cómo uno de ellos se da la vuelta para matar a otro, y lo mata, y
lo descuartiza, y los demás se acercan a por su parte, y el asesino se queda
con su mera ración, y luego vuelve cada uno a caminar solo por el desierto a
tiro de fusil.
Lo horrible, por lo tanto, se
encuentra en el misterio de la creación, y Maupassant se limita a re-crear lo
horrible en la violencia como podría haberlo hecho en la belleza y, en
definitiva, en todo aquello que lleva el sello de la perfección y que, exento
de emoción, se mantiene infinitamente lejos de querer perpetrar emociones en
los que no soportan el horror de toda pureza.
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