RULFO, Juan. Relatos. Madrid: Alianza Editorial,
1994.
La poca humanidad que
encuentro en los libros está toda, y entonces no es poca sino toda, en la
Biblia. De hecho, si quiero lo real de la humanidad acudo al Antiguo Testamento:
a ese dios celoso y furioso y a los hombres que sienten su pasión y se les va
la vida, plena, en ella. Y a los libros que bien podrían tildarse, por su
materia y su tono, de bíblicos: obras de Shakespeare o Faulkner, por citar dos
de mi especial preferencia. Y si busco los sueños de la humanidad acudo,
entonces, a los griegos, a Homero, a Píndaro, a los trágicos: a esos dioses
apasionados y a esas fuerzas inexorables y a esos hombres tan astutos como
locos que parecen vivir dormidos.
Para mí Rulfo habita en un
espacio entre el Antiguo Testamento y la Orestíada. Los sueños de sus hombres
son tan reales como la memoria y el remordimiento, el pasado y la desesperanza,
de donde, de hecho, nacen las pesadillas de los que viven en el Llano y su
periferia. Aquí es posible decir sin rubor: “La sombra larga y negra de los
hombres […]” (p. 51), porque son posibles otras sombras menos negras y menos
alargadas e incluso hombres sin sombra, no-hombres. Aquí la humanidad
resplandece de piedad: “Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache
para que no le duelan los tiros” (p. 39). Aquí el hombre conoce que lo
imposible es posible: “Todo es contra el Llano… No se puede contra lo que no se
puede. Eso es lo que hemos dicho” (p. 8). Aquí se llega y se vive a ras de
mónada, como la vida pegada a lo inerte, en una tierra como la Tierra del
tríptico cerrado del Bosco: “Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de
donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta” (p. 38).
Aquí todavía se
quiere seguir viviendo, sin más, como si no existiese la posibilidad de lo
imposible: “Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el
sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de
nada. Sólo de vivir” (p. 32).
Entre los huesos de la
escritura de Juan Rulfo brilla la negra luz de la poesía del hombre que no sabe
cuándo morirá y cómo durará cuando ya no esté.
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