CHÉJOV, Antón. “La corista”,
en La corista y otros cuentos.
Madrid: Alianza Editorial, 1995. Traducción de Juan López Morillas.
Lo bueno de ser digno es que
no necesitas ser ni pobre ni rico ni todo lo contrario. Basta con estar indignado. Y estar indignado, tal y como nos enseña Chéjov en su
cuento “La corista”, es la mar de fácil: solo se necesita esa indignidad
llamada convicción moral que inventa el derecho a exigir. Así, a Pasha, la
corista, superparásito de los parásitos que no son Kolpakov y señora, justamente
estos le exigen que entregue a los ladrones (de tiempo, cosas, dinero, paz y
paciencia) lo que otros parásitos le han dado y quienes, por supuesto, jamás,
imaginamos bien, se atreverían a pedir la devolución de lo dado.
Pero la esposa de Kolpakov es
madre, y por los hijos se hace cualquier cosa, como también podría haber dicho
Hitler. Y nada mejor que un hijo como coartada para el expolio. Siempre será lo
mejor quitar al que no tiene, y aquel a quien se le puede coaccionar para que
crea que lo que tiene no es suyo, no tiene nada, así que ni siquiera se puede
afirmar que se le quite nada: más bien, se restablece un orden, se hace
justicia. Y una vez hecha justicia, no que se hunda el mundo, sino que este
gire y siga funcionando con la dignidad de quien no solo se ha apropiado de lo
ajeno, sino que lo ha hecho con la
impunidad de quien es más poderoso, y es más poderoso quien tiene la mejor
coartada, esa forma de conmover la parte más baja del hijo de hombre y mujer (que
es la residencia de los sentimientos, sea esta la que sea) que se denomina
juicio moral.
Por eso me gusta tanto Chéjov:
no te hace pensar, no es socrático: te obliga a mirar y a ver.
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