STENDHAL. Ernestina o el nacimiento del amor. Madrid: Alianza Editorial,
1994. Traducción de Fundación Consuelo Berges.
La mujer muy inteligente y de
cierta experiencia que relata la historia de la jovencita que se enamora del
hombre maduro a fin de ejemplificar las fases del amor bien podría ser esa
tierna postadolescente que miente y se miente para evitar los obstáculos
físicos y mentales que la separan de la consumación de su deseo, pues la
narradora, oculta tras el “me dijo” del narrador, también miente de lo lindo a la hora de
explicar las razones que la movieron en la dirección del amado.
Tras leer el texto de
Stendhal, se diría no sólo que las fases del amor son ni más ni menos que las
estrategias del mentir, sino que la narración de historias de amor tampoco es
otra cosa que una relación de mentiras. Intento recordar en qué novelas el amor
y la exposición del amor me parecieron más que verosímiles posibilitados a la
experiencia a través de las palabras como umbrales, y, sinceramente, me cuesta
decir un solo título. (¿El Adolfo, quizás?).
Hay una escena en El monje de la que sí me acuerdo sin
esfuerzo. La muchacha pierde la virginidad como quien pierde el monedero, así
como por despiste, sin querer ni apenas darse cuenta de lo que pasa. Se trata
de una hábil y breve descripción en la que el narrador se alía con la víctima
del acto torpe para condensar todas las mentiras en el mínimo espacio: se lucha
contra la mala educación recibida (la sociedad, a través de la familia, impide
el razonable acceso a las pasiones al negar la existencia de estas o al
estigmatizarlas como satánicas o enfermizas) mediante la lucha contra los
propios temores y escrúpulos.
Lo cierto es que en el caso de
Ernestina o el nacimiento del amor
nos queda Stendhal. Y, al final, el ventrílocuo traiciona a sus voces
narradoras al añadir, tras la tragicomedia de sentimientos y justicias
poético-divinas, estas palabras acerca de Ernestina: “Al año siguiente la
casaron con un viejo teniente general muy rico y caballero de varias órdenes”
(p. 61). Y así acaba el vetusto y lelo asunto de la relación entre razón y
pasión vía doma y sus consecuencias biográficas: mientras se puede, la pasión
doma a la razón; cuando no se puede, la razón doma a la pasión. Esta es la
lección falsa. En realidad, lo único que doma, tanto a la pasión como a la
razón, es el interés. Pero ya sabemos que Stendhal leía el Código Civil; quizás
eso le ayudaba a conocer a los hombres, a mentir y a decir la verdad.
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