miércoles, 2 de enero de 2013

Razón y pasión: sobre la doma


STENDHAL. Ernestina o el nacimiento del amor. Madrid: Alianza Editorial, 1994. Traducción de Fundación Consuelo Berges.

La mujer muy inteligente y de cierta experiencia que relata la historia de la jovencita que se enamora del hombre maduro a fin de ejemplificar las fases del amor bien podría ser esa tierna postadolescente que miente y se miente para evitar los obstáculos físicos y mentales que la separan de la consumación de su deseo, pues la narradora, oculta tras el “me dijo” del narrador,  también miente de lo lindo a la hora de explicar las razones que la movieron en la dirección del amado.

Tras leer el texto de Stendhal, se diría no sólo que las fases del amor son ni más ni menos que las estrategias del mentir, sino que la narración de historias de amor tampoco es otra cosa que una relación de mentiras. Intento recordar en qué novelas el amor y la exposición del amor me parecieron más que verosímiles posibilitados a la experiencia a través de las palabras como umbrales, y, sinceramente, me cuesta decir un solo título. (¿El Adolfo, quizás?).

Hay una escena en El monje de la que sí me acuerdo sin esfuerzo. La muchacha pierde la virginidad como quien pierde el monedero, así como por despiste, sin querer ni apenas darse cuenta de lo que pasa. Se trata de una hábil y breve descripción en la que el narrador se alía con la víctima del acto torpe para condensar todas las mentiras en el mínimo espacio: se lucha contra la mala educación recibida (la sociedad, a través de la familia, impide el razonable acceso a las pasiones al negar la existencia de estas o al estigmatizarlas como satánicas o enfermizas) mediante la lucha contra los propios temores y escrúpulos.

Lo cierto es que en el caso de Ernestina o el nacimiento del amor nos queda Stendhal. Y, al final, el ventrílocuo traiciona a sus voces narradoras al añadir, tras la tragicomedia de sentimientos y justicias poético-divinas, estas palabras acerca de Ernestina: “Al año siguiente la casaron con un viejo teniente general muy rico y caballero de varias órdenes” (p. 61). Y así acaba el vetusto y lelo asunto de la relación entre razón y pasión vía doma y sus consecuencias biográficas: mientras se puede, la pasión doma a la razón; cuando no se puede, la razón doma a la pasión. Esta es la lección falsa. En realidad, lo único que doma, tanto a la pasión como a la razón, es el interés. Pero ya sabemos que Stendhal leía el Código Civil; quizás eso le ayudaba a conocer a los hombres, a mentir y a decir la verdad.

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