No hace mucho tuve que
vérmelas con la constancia de mi estupidez. Y lo peor de la estupidez es que al
pasar por el tamiz de la consciencia tan solo lo hace como estupidez decantada,
así que tras haberme dado cuenta de que había dicho una frase tonta a rabiar,
la tildé de literatura barata. Mal. Porque a mí solamente me gusta la
literatura barata. Y además la considero la única buena, es decir, la única.
Heme aquí asomándome a los
escaparates y estanterías de las librerías como quien se inclina sobre un
abismo: o se es temerario o se es inteligente. Así que me encomiendo a mi buena
suerte y dejo rodar la vista por el precipicio para precipitarme sobre
angulosos volúmenes más o menos obesos de más de veinte euros: premiados, de
periodistas, de pluriempleados en los medios de comunicación, fajados e,
incluso, adosados a un regalo.
A falta de cabeza, me rasco el
bolsillo, porque a falta de dinero puedo llegar al fondo del asunto: esta,
desde luego, no es literatura barata; quizá solo se trate de libros caros. Le
doy la espalda al escaparate con la pena de haber perdido, una vez más, el
tiempo. De camino a casa sueño con librerías de viejo y PDFs de descarga
gratuita.
El sueño es, de hecho, lo
único que me puedo permitir, de forma que no tengo otra realidad que la
literatura barata: Homero, Séneca, Cervantes, Quevedo, Descartes… Y antes de
intentar dormir, sigo soñando:
¿Vuelven las grullas hacia ti?, ¿y dirigen de nuevo
hacia tus orillas su rumbo las naves?; ¿acarician
brisas propicias tus olas tranquilas?, ¿y solea el delfín
sus lomos a la nueva luz, atraído desde lo profundo?[1]
Y así, hacia lo profundo, me
voy durmiendo.
[1] HÖLDERLIN, Friedrich. El
Archipiélago. Madrid: Alianza, 1985, p. 63. Traducción de Luis Díez del
Corral.
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