CARROLL, Sean. The Particle at the End of the Universe. London: Oneworld Book,
2012.
Da gusto encontrarse con
libros como este. Sean Carroll (http://preposterousuniverse.com/self.html),
físico teórico en Caltech (California), donde investiga sobre cosmología, teorías
de campo y gravitación, es también autor de From
Eternety to Here, obra que todavía no he tenido el placer de leer y que
pondré en mi larga lista de espera. La
partícula al final del universo gira alrededor del 4
de julio de 2012, cuando se comunicó el descubrimiento en el LHC de una partícula
que podría ser el bosón de Higgs.
Carroll no solamente insiste
en la importancia (para la ciencia y para la humanidad) de este descubrimiento,
que explica con razones físicas y motivos históricos, sino que aprovecha – por
rigurosa necesidad – para narrarnos la historia de los monstruosos aceleradores
y "colisionadores" de partículas, así como de las personas que han trabajado y
trabajan, dedicando por completo sus vidas a la tarea, en la búsqueda de los
elementos que constituyen el universo observable, y, además, nos ilustra
con los rudimentos básicos de física (partículas y fuerzas elementales, Modelo
Estándar, teoría de campos, etc.) para que entendamos lo mejor posible la
relevancia del descubrimiento del bosón de Higgs en particular, y de la búsqueda
de la física de partículas en general. Y lo cierto es que consigue todos los
objetivos: formar, informar, narrar una historia y pintar los retratos de sus
protagonistas, y entusiasmar.
Reconozco que al principio el
estilo de Sean Carroll me pareció demasiado periodístico (en el peor sentido de
la palabra), pero sospecho que de alguna manera contempló advertencias
editoriales (quizá como le sucedió a Lederman con su taquillero apodo del bosón
de Higgs, la Partícula de Dios: “the publisher wouldn’t let us call it the
Goddamn Particle, though that might be a more appropriate title”, p. 20), además
de buscar la proximidad y la atención del público. Al final, Sean Carroll
demuestra que se toma en serio la tarea de comunicar ciencia a los no
especialistas, y se nota en que lo consigue sin hacer concesiones al efectismo,
siempre grosero por insultante.
Prueba de lo que me parece una
inteligencia clara que no está dispuesta a agarrar el burro mientras otro lo
ordeñan, es su respuesta a la tétrica pregunta de qué interés puede tener, para
qué sirve una investigación que, por decirlo de alguna manera, no terminará
materializándose en un crecepelo, una lavadora o un móvil:
“We don’t have to learn how to become
interested in science – children are natural scientists. That innate curiosity
is beaten out of us by years of schooling and the pressures of real life. We
start caring about how to get a job, meet someone special, raise our own kids. We
stop asking how the world works, and start asking how we can make it work for
us” (p. 13).
Porque lo que realmente nos
mueve es la curiosidad: “We’re looking because we are curious” (p. 15).