jueves, 7 de febrero de 2013

Tono filosófico y origen del filosofar


Según Aristóteles, el ocio es el comienzo de la filosofía. Esto hace que me pregunte si realmente es siempre así o si, tal vez, el filosofar tiene otros posibles principios y si, además, cada origen condiciona el tono filosófico.

El ocio es tiempo libre, el tiempo que queda cuando se acaba el tiempo de las obligaciones. Y lo que dice el estagirita (Aristóteles para los pedantes) ya es mucho decir, porque para pensar hace falta tiempo, sin duda, pero no tiene que ser necesariamente tiempo libre. No solo hay quien piensa durante el tiempo de las obligaciones, sino en cualquier momento, e incluso hay quien tiene el filosofar por una obligación a la que dedica todo el tiempo. En cualquier caso, más bien parece, leyendo a Aristóteles, que él comenzó a filosofar por aburrimiento, quizá porque tenía mucho tiempo libre, y, si fuese así, ese comienzo explicaría lo árido y a veces soporífero de sus escritos.

Además del aburrimiento (mucha gente se pone a pensar porque se aburre, porque no tiene nada mejor que hacer), se me ocurre la hipótesis de la insatisfacción como comienzo del filosofar. En efecto, ¿quién piensa y filosofa mientras todo va bien, mientras es feliz? Se diría que la insatisfacción es la madre de la filosofía y que esta es un intento de buscar explicaciones y remedios a la infelicidad, lo que suele convertirla, entonces, en un largo lamento o en un prospecto para el bien prepararse a morir: en una enfermedad que pretende curarse a sí misma.

También se me ocurre que el origen de la filosofía puede ser el asombro. Cuando uno se asombra, sucede lo contrario de cuando uno se aburre: aquí, se entra de lleno en el tiempo y solo se le siente a él; en el caso del asombro, uno parece salirse del tiempo y queda suspendido en el instante de la aparición del suceso que anonada para, acto seguido, impeler a preguntarse qué, cómo y por qué. Esta filosofía sería, por lo tanto, para bien y para mal, un tanto infantil: siempre madurando y verbalizando, y siempre a punto de quedarse místicamente extático y callado.

Por último, pienso en la alegría como comienzo del filosofar. La alegría como un exceso físico y mental que arrastra a celebrar, más que a interrogar; a cantar, más que a formular; a bailar, más que a sentar las posaderas para escribir; a crear y recrear, más que a describir y prescribir. Sí, está bien: empecé citando a Aristóteles y termino mencionando a Nietzsche. ¿Se veía venir?

No hay comentarios:

Publicar un comentario