viernes, 10 de mayo de 2013

Ironía e ingenio. Sobre la incapacidad contemporánea


La creación reducida a arte y el arte reducido a diseño terminan no ya en arte-factos, sino en meras cosas que impactan la sensibilidad a través de la risa y la sorpresa para llamar y mantener la atención del gusto.

La fórmula es, pues, atraer la atención mediante la sorpresa y mantenerla mediante el humor: de la ya vieja categoría estética de lo interesante se ha pasado a la contemporánea de lo agradable, de lo agradable para un tipo de gusto: el de quien tiene interés en esa producción de cosas llamada cultura y posee el dinero suficiente para adquirirlas.

A este tipo de consumidor no le gusta ser confundido con los que no consumen cultura y, al mismo tiempo, durante unos instantes suelen ser conscientes de lo ridículo de su pose respecto al lugar que ocupan sus cosas diseñadas en relación con la vieja tradición cultural y con la atemporal creación . Por lo tanto, este gusto necesita la sofisticación como contraste con lo último en aparecer (es decir, como ingenio), y el grano de sal de la autocrítica como “fina” ironía que se aplica como una sanguijuela sobre la propia pose.

Caduca la noción de novedad, esta, inevitable en el proceso de venta de la producción de cultura, ha de publicitarse con la ironía picoteando sobre el ingenio. Por lo tanto, el humor pasa a delatar no ya la falta de seriedad, sino la incapacidad para la seriedad, y esto, a su vez, delata tanto la conciencia de los propios límites como la imposibilidad de abandonar la pose que se sostiene sobre el siguiente argumento: “Me gusta esta cosa. Ya sé que es una cosa y sé qué significa, ¿y qué? Podría no gustarme y podría no saberlo, y eso sería peor. En realidad, no hay otra posibilidad, ¿verdad?”.

Ahora bien, nada de todo esto decreta el fin y la muerte ni de la tradición ni de las realidades y categorías que la definen. Más bien, no dice nada de todo eso porque se queda infinitamente lejos por mera impotencia, como alguien que hace maquetas de trenes se queda infinitamente lejos de conducir una locomotora.

En esencia, lo que sucede es que la cosa ingeniosa e irónica ocupa el espacio que ha abierto el “sensacionismo” de la ciencia como espurio criterio de inteligencia cuando falta la inteligencia. En un tiempo y un lugar en el que no brilla la inteligencia que dice no lo que es ni lo que fue, sino lo que será, queda la ciencia con sus descripciones de lo que es disfrazadas de fórmulas que predicen qué sucederá. A la sombra de esta sombra, el Zeitgeist da a luz cosas que no llegan ni a antítesis de arte ni mucho menos de creación.

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