[Texto de Pilar M. Originalmente publicado en http://goldandgraywilde.blogspot.com.es/2013/05/odio.html]
He conocido el odio más puro,
el ODIO con mayúsculas, la crueldad más obscena. El odio que se transmite aún
desde otra vida. El que inocula quien no puede ocultarlo, la ira del que
re-siente, de quien es preferible no rozar, porque halla ofensa en la caricia.
El odio que se aferra a las
entrañas de quien arrulla el dolor, de quien posee una memoria infernal, de
aquel que parece disfrutar con la angustia ajena como si, compartida, la propia
fuera más leve.
Odia quien no es capaz de
pasar página sin ajustar cuentas con la anterior, que tenía una errata de
fábrica. Odio pueril y mezquino del niño que no obtiene su capricho, porque
nada le satisface, y precisa encontrar culpables para su desazón.
Ese odio visceral que el
viento no arrastra, no lava el agua, el que no hay distancia que ataje ni
siglos que alivien. El que impregna el alma, y ni la dicha diluye. Ese odio que
alimenta.
El que solo la venganza sacia,
una venganza infinita, eterna. Lamentarás haber nacido, es su lema, como si
pudiera ser de otro modo.
Odio destructivo que se
alimenta de rencor y se extiende como una mancha de crudo en el mar,
aniquilando toda vida que halla a su paso.
El odio que nace de la
soberbia incólume, ajena a la plebe que sale de casa cada día sin otro fin que
joder al prójimo. Se diría de un ángel etéreo que sobrevuela el mundo sin
desplegar sus alas, sin rozarlo.
He palpado ese odio. No era un
espíritu celestial.
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