NIETZSCHE, Friedrich. Correspondencia. Volumen VI (octubre
1887-enero 1889). Madrid: Trotta, 2012. Traducción, introducción, notas y
apéndices de Joan B. Llinares.
Sabía que iba a ser una tristeza.
Tenía el libro sobre la mesa y me resistía a abrirlo. Me decía que sería una
pena empezarlo. Y así fue.
Y así fue porque estamos
hablando del último volumen de la correspondencia de Nietzsche, y una vez que
se acaba de leer el libro, una vez que se cierra, uno vuelve a quedarse solo.
Puedes no empezar a leer; puedes dejar los libros en la estantería. Pero no
puedes, claro. Y entonces empiezas, abres el libro, y ya no puedes soltarlo, y
en un par de días lo cierras, se cierra, y te quedas solo.
Todo empieza bien: con la
introducción de Joan R. Llinares. Y sigue igual de bien, o mejor. Trotta cierra
la ejemplar edición de la correspondencia de Nietzsche con un trabajo
inmaculado, casi perfecto (los dos o tres deslices no merecen la pena ser
reseñados). Estamos ante un trabajo de traducción y edición que dignifica el
proyecto y lo redime de lapsus quizás inevitables en una obra de estas
dimensiones.
Me gusta la introducción de
Llinares (las expectativas puestas en él no me han defraudado ni un ápice:
Llinares no tenía que demostrar nada, por otra parte) porque el experto epítome
introductorio no solo está escrito en una prosa clara, sin pretensiones ni
alardes de especialista, sino que además da cabida a un tono emotivo que me
consta muchos lectores experimentamos cuando leemos a Nietzsche. Por supuesto,
esto está de más, es decir: incluso puede parecer ocioso, superfluo e incluso
despreciable en un trabajo “serio” sobre Nietzsche; y, sin embargo, ¿por qué no
el cariño, cuando no ofusca la objetividad; por qué esa presunta “objetividad”
a todo pasto que más bien es la máscara disparatada para disparates
particulares?
“Pues tengo la suerte de que
mis seguidores me quieran” (NIETSCHE, ob. cit., p. 364; carta del 30 de
diciembre de 1888 a Andreas Heusler).
Imagino que los lectores que
estén inmersos en la lectura de este volumen han leído los anteriores. Y quizás
estos mismos lectores sean los mismos que ya han leído la obra completa de
Nietzsche. En cualquier caso, y arriesgándome a resultar baladí, invito a los
lectores a que compaginen la lectura de este libro con el último volumen que
Tecnos publicó de los fragmentos póstumos (una obra, y en especial este tomo,
que uno jamás se cansa de releer): NIETZSCHE, Friedrich. Fragmentos Póstumos. Volumen IV (1885-1889). Madrid: Tecnos, 2008.
Traducción de Juan Luis Vermal y Joan B. Llinares. No les importe si todavía no
han leído los fragmentos previos: de la misma forma que Jünger comenzó a leer a
Nietzsche “por el final”:
“Busco alivio en Nietzsche,
cuya edición en quince tomos (Colli y Montinari) empiezo por el final, con los Fragmentos Póstumos. Ya en las primeras
páginas, un hallazgo”[1].
De esa misma forma no perderá
nada, sino que más bien lo ganará todo, si acepta la invitación que le ofrezco.
Además de la erudición y el
tacto demostrados, Joan B. Llinares ejecuta como un intérprete excepcionalmente
dotado una maravillosa partitura, una traducción ejemplar. Nietzsche (su
probidad intelectual y su estilo) no merece menos. Sigue, así, no ya la senda
del maestro Andrés Sánchez Pascual (mi objeción, admirado maestro, es por qué
traducir el tercer “Hat man mich verstanden?” de la última sección de Ecce homo, “Por qué soy un destino”,
como “¿Se me ha comprendido”?[2]), sino, también, la de
aquel “Juan Fernández” (¿José de Caso y Blanco?[3]) que inició, de manera
brillante, la traslación al español de las obras de Nietzsche, una tradición
que merece la pena respetar escrupulosamente.
A este respecto, Llinares dice
que las cartas intercambiadas entre Nietzsche y Brandes merecerían, por sí
mismas, un volumen aparte. Esta es otra prueba de la necesidad de esta
correspondencia completa. En NIETZSCHE, Friedrich. Correspondencia. Madrid: Aguilar, 1989 (traducción de Felipe González
Vicen), encontramos dos cartas (del 23 de mayo de 1888, y del 4 de enero de
1889 (pp. 423-4 y p. 444
respectivamente) en esta dirección. Y en NIETZSCHE, Friedrich. Epistolario. Madrid: Biblioteca Nueva,
1999 (traducción de Jacobo Muñoz) podemos leer la misma del 23 de mayo de 1888
(pp. 225-7) y otra de noviembre de 1888 (pp. 241-2; una carta que por desgracia
no sólo estaba incompleta, sino que además traducía “Soy una fatalidad” por
“Soy un destino”). Pero me llama la atención que Llinares no se haga eco ni en
su bibliografía ni en la introducción de la siguiente obra: BRANDES, Georg. Nietzsche. Un ensayo sobre el radicalismo
aristocrático. Madrid: Sexto Piso, 2008. Traducción: José Liebermann. Libro
que también recomiendo y del que escribí un sucinto comentario en http://loefimeroylahibernacion.blogspot.com/2011/10/georges-brandes-testigo-y-ejemplo.html.
Me llama la atención que no se
dé cuenta de esta edición (por muy criticable que sea) cuando sí se menciona OVERBECK,
Franz. La vida arrebatada de Friedrich
Nietzsche. Madrid: Errata naturae, 2009. Traducción e introducción: Iván de
los Ríos. Obra que por supuesto también recomiendo y de la que dejé escrita
otra mínima impresión: http://loefimeroylahibernacion.blogspot.com/2011/10/el-amigo-overbeck.html.
Y digo “impresión” porque mi punto de vista sobre Overbeck parece que disiente
diametralmente del de los demás. No importa.
[Franz Overbeck]
Para terminar con la cuestión
editorial, he de añadir que los apéndices están mimados de igual manera que la
introducción y el cuerpo del volumen. Así, por ejemplo, en la nota 846, p. 421,
se nos obsequia con una “segunda nota de la locura” a Jean Bourdeau. También se
nos regala, como es habitual en la edición de Trotta, un anexo con cartas
“conservadas solo en la transcripción de Elisabeth Nietzsche y de dudosa
autenticidad”. Aunque sólo sea como anécdota y curiosidad, me gustaría que le
echasen un vistazo a las impresiones que Thomas Mann y el conde Harry Kessler
reflejan de esta mujer en sus diarios.
Si en las cartas anteriores ya
se nos ponía delante un Nietzsche casi al desnudo, ahora es casi imposible
dejar de ver al hombre, y esto es lo que nos emociona y también es lo que
supone el punto de partida de mi reflexión a raíz de la lectura de este
volumen, y por dos motivos.
En primer lugar, estremece ser
testigo del derrumbe de un hombre que con el tiempo demostró estar en lo cierto
en prácticamente todo lo que dijo. No era Nietzsche un profeta, y él insistió
en que no lo era: simplemente era un hombre que estaba lo bastante solo (y
quizás no era lo bastante solitario) como para dar rienda suelta a su extrema
lucidez, una lucidez tan apasionada como para no perder ese contacto con el
suelo que no es nada más que tener ilusiones. Nietzsche se lamenta de su
soledad, de no ser comprendido, de su vulnerabilidad. No puedo dejar de
recordar a Kierkegaard(/Sherezade) cuando en sus diarios[4] afirmaba:
“Ésa es mi vida: ¡eterna
incomprensión! No comprenden mis sufrimientos y me pagan con odio”
(KIERKEGAARD, ob. cit., p. 204).
Y también:
“Además, yo también soy un hombre, también a mí me
gustaría una vida feliz en esta tierra” (KIERKEGAARD, ob. cit., p. 283).
Sentencia esta que no deja de
evocar otra del final de René[5]:
“Pues la felicidad no existe fuera de los senderos comunes”.
Algo de eso sabía Nietzsche,
quien en innumerables ocasiones nos parece una verdadera alma cándida,
semejante a aquellos inexpugnables soldados rusos del zar Alejandro que en
marzo de 1814 entraron en París: “Soldados rusos de la guardia, de seis pies de
alto, eran guiados por las calles por pilletes franceses que se burlaban de
ellos, como si fueran títeres y máscaras de carnaval”[6].
Se diría que los últimos
excesos de Nietzsche son la inevitable (y equilibrada) compensación de un
espíritu elevado que ha sufrido demasiado e injustamente sin reaccionar más
allá del umbral de la cortesía. Y todo tiene un límite.
[Georg Brandes]
Pero Nietzsche tenía un
extraño recurso: su enfermedad. Decía Kierkegaard en su diario:
“La salud física y el bienestar físico inmediato son un
peligro mucho mayor que las riquezas, que el poder y la reputación…”
(KIERKEGAARD, ob. cit., p. 285).
La segunda reflexión que me
suscita la lectura de estas cartas tiene que ver con una obra que
¿increíblemente? todavía no está traducida al castellano: NORRIS, Margot. Beasts of the Modern Imagination. Baltimore: The John Hopkins University Press,
1985.
Esta obra, de inestimable
valor dialéctico, establece una presunta “tradición biocéntrica” y para ello
nos habla de sus representantes: Darwin, Nietzsche, Kafka, Max Ernst y D. H.
Lawrence. A Margot Norris, hablando de Kafka, ya la hemos mencionado en este blog, y en breve aparecerá otro
artículo, Succedoque oneri, en el que
también se tendrá presente su excelente análisis The Decentered Universe of Finnegans (Wake. Baltimore: The John
Hopkins University Press, 1976).
Pues bien, opino que el
corazón del libro de Margot Norris es el ensayo “Nietzsche’s Ecce Homo: Behold the Beast” (ob. cit., pp.
73-100). Merece la pena dialogar con Norris, porque en todas sus obras pone en
la palestra la radical cuestión de la comunicación: es decir, de la mera
posibilidad de la lectura: es decir, de la absoluta posibilidad de la crítica y
la hermenéutica. Su tesis radica en la realidad de una producción, a través del
arte, de un lenguaje no lingüístico, no mimético, sino gestual: animal. Un
lenguaje en el que sólo es posible “comunicar” ciertos mensajes y que sólo
resulta comprensible si nos valemos del mismo “lenguaje” (un asunto central,
por supuesto, también en su trabajo sobre el Finnegans Wake). Para Margot Norris, Ecce homo es “his [de Nietzsche] ontological gesture” (NORRIS, ob.
cit., p. 95).
¿Cuál es el problema? El que
ella misma identifica cuando llega a “Una cosa soy yo, otra cosa son mis
escritos” (NIETZSCHE, Ecce homo, ed.
cit., p. 55). Para salvar este obstáculo argumenta:
“Here, in Ecce
Homo, he resists his proleptic ontological extrusion by restoring, at least
literally, the excess of himself to his writing” (NORRIS, ob. cit., p. 95).
Pero no convence. Y no
convence aunque veamos que Nietzsche pasa de tildarse planta exótica a mero
animal para afianzarse en su “Dein altes Geschöpf” a su madre y en sus finales
auto denominaciones como “Das Unthier”. Planta-animal-criatura-monstruo. Sí.
Pero hay más:
Aunque el 3 de enero de 1889
diga a Cosima Wagner: “Es un prejuicio que yo sea un ser humano” (NIETZSCHE, Correspondencia VI, ob. cit., p. 372),
en la ya citada carta a Heusler se denomina a sí mismo “el animal más rico de
espíritu”. Pero esto no es todo. En un borrador de carta a Meta von Salis (8 de
diciembre de 1888; p. 320), afirma ser “el primer ser humano de todos los milenios”.
Al hablar sobre El crepúsculo de los
ídolos, dice Nietzsche (en carta del 25 de noviembre de 1888; pp. .302-3),
que se ha colocado “por encima de la humanidad […] con toda violencia yo me
presento como el tipo antitético de
la especie de ser humano que ha sido venerada hasta ahora”. Fijémonos en que
precisa “el tipo”. Para concluir, quiero citar una carta a Overbeck del 13 de
noviembre de 1888, cuando los síntomas de enajenación mental aún no se habían
manifestado, y hablando de Ecce Homo:
“El tono del escrito es sereno y lleno de fatalidad, como todo lo que yo
escribo” (p. 288).
En cualquier caso, Margot
Norris introduce una línea interpretativa que se aleja del “logocentrismo” (lo
del “falo” ya no me lo tomo ni en serio ni a chirigota, me perdonarán que no le
dedique ni un segundo más que este recordatorio) tan de moda en las lecturas
digamos que “postmodernas”. Así:
“Ecce Homo is Nietzsche’s assertion
of the health and power behind his ‘wisdom’, ‘cleverness’, and ‘ability to
write such good books’” (NORRIS, ob. cit., p. 78).
Parece que volvemos a
Kierkegaard y a su argumento el problema no es la razón, sino la salud. Y, en
este sentido, también nos viene a la mente otro libro ¿increíblemente? no
traducido al español: el de David Farrel Krell Infectious Nietzsche (Bloomington: Indiana University Press, 1996)[7].
En su conclusión y post
scríptum dice:
“2. The biopositive effects of infection may be
an invention of hokey medicine, but that invention will haunt those of us who
know that in order to do good work you just about have to kill yourself. […] 3.
‘The great health’ is both parodic and tragic. It expresses a double-bind in
our reading and writing, including the ecce: infectious rhetoric is as
unreadable as illness and health “in themselves” are undecidable – at least
until death do us part […] The death of God never troubled us, because we
believed that God died so that Eros might live. Now that Eros is in its final
throes, not merely poisoned by the culture of Christendom but in our own
secular and infectious age administered the lethal dose, one wonders what could
possibly keep Thanatos at bay a while longer […]” (KRELL, ob. cit., p.
211-2).
Habría que poner a dialogar a
Margot Norris con David Krell y con los casi infinitos discursos de la postmodernidad.
Para esto, como para tantos otros gruesos y delicados matices, nos vale Paul de
Man[8]:
Para el caso del estructuralismo de Margot
Norris: “All structures are, in a sense, equally fallacious and are therefore
called myths” (de MAN, ob. cit., p. 10).
Y para el del neo-vitalismo postmoderno: “Is
not this sense of the unity of forms being supported by the large metaphor of
the analogy between language and a living organism, a metaphor that shapes a
great deal of nineteenth-century poetry and thought?” (de MAN, ob. cit.,
p. 27).
Yo, señores, me quedo con el
que fue, para mí, uno de los hombres más inteligentes, junto con Robert Musil,
del siglo pasado:
“Cuando Nietzsche dice: ‘pues todo placer pide
eternidad’, eso es una apreciación titánica: los titanes son amos del tiempo y
gozan de él. Pero en el fondo, el placer no pide eternidad sino destrucción del
tiempo y atemporalidad” (JÜNGER, ob. cit., p. 235).
[1] JÜNGER, Ernst. Pasados
los setenta III. Diarios (1981-1985). Barcelona: Tusquets, 2007, p. 200.
Traducción de Carmen Gauger.
[2] NIETZSCHE,
Friedrich. Ecce homo. Madrid: Alianza, 1989, p. 132. Traducción de Andrés
Sánchez Pascual.
[3] SOBEJANO, Gonzalo. Nietzsche en España (1890-1970). Madrid: Gredos, 2004. Véase
“Traducciones españolas de Nietzsche durante el período 1900-1910”, pp. 67-82.
Huelga decir que poco o nada puede entender de cómo se ha llegado a editar,
últimamente, la correspondencia (Trotta), los fragmentos póstumos y la obra
completa (Tecnos) de Nietzsche en español, quien no haya leído esta soberana
muestra de trabajo intelectual.
[4] KIERKEGAARD, Sören. Diario íntimo. Barcelona: Planeta, 1993. Traducción de María
Angélica Bosco.
[5] CHATEAUBRIAND, François de. René. Atala. Madrid: Cátedra, 1989, p. 136. Traducción de Patricia
Martínez.
[6] CHATEAUBRIAND, François de. Memorias de ultratumba.
Barcelona: Acantilado, 2007, p. 1162. Traducción de José Ramón Monreal.
[7] Por si Krell necesita presentación, diremos que es el
responsable de la excelente traducción al inglés (¿tal vez siguiendo la estela
de Walter Kaufmann?) del Nietzsche de
Heidegger. ¿Y qué sucede con el Nietzsche
de Jaspers? No me consta que esté traducido al español (quizás me equivoco); sí
al inglés por Charles F. Wallraff y Frederick J. Schmitz, gracias a los que he
leído el libro. Lo mismo sucede con el Nietzsche
de Walter Kaufmann, por otra parte.
[8] de MAN, Paul: Blindness & Insight. London:
Routledge, 1993.
Felizmente ha concluido -pese a la crisis que pone todo en peligro- la publicación de la correspondencia de Nietzsche. Esperemos que el libro llegue a la Argentina, cosa cada vez más difícil.
ResponderEliminarEstimado amigo:
ResponderEliminarCompartimos sus opiniones y deseos: ojalá todos podamos seguir disfrutando de trabajos como este a pesar de los obstáculos de todo tipo que hacen presagiar lo peor.