viernes, 2 de marzo de 2012

LOS HERMANOS KARAMAZOV


DOSTOIEWSKI, Fedor. Los hermanos Karamazov. Barcelona: Ediciones Zeus, 1971.


                 ¿Hay o no hay Dios? ¿Existen la inmortalidad y la virtud? Y, en caso de no ser así, ¿no sería todo lícito?, son las preguntas recurrentes que fascinan a los personajes de esta obra. Y, sin fe, ¿es posible amar al resto de seres humanos? Dios, fe e inmortalidad son los auténticos protagonistas de Los hermanos Karamazov, la cuita principal de una familia compuesta por tres hijos y un padre que se desentendió de su crianza tras la muerte de la madre, y cuya historia culmina en tragedia.
                Tras muchos años separados, vuelven a convivir para resolver cuestiones de herencia que han enemistado a Dimitri, el hijo mayor, y a su padre Fedor Pavlovitch Karamazov. Sería difícil hallar un solo elogio hacia el padre en toda la obra. Antes al contrario, desde las primeras páginas se nos presenta como un ser ruin, astuto, cruel y despreciable, entregado a la usura, los placeres y los excesos, y capaz de estafar a sus propios hijos. Incluso su aspecto físico es desagradable. ¿Por qué un hombre así habrá de vivir?, ¿por qué permitir que siga manchando la tierra?, se pregunta con vehemencia Dimitri, que incluso llega a plantearse dar muerte a su padre y no oculta su odio en las tabernas que, también él, frecuenta. Todos en el pueblo están al tanto del airado enfrentamiento que existe en la familia, que se hace aún más intenso cuando ambos, padre e hijo, rivalizan por conseguir el amor de la misma mujer, Gruschegnka, quien se burla de los dos.

  

[Manuscrito de Dostoevskiï]  
                                                                                       
                El segundo hijo, Iván, es un joven instruido e inteligente que defiende la inexistencia de Dios a ultranza y la noción de que, siendo así, todo está permitido. Iván es el autor de la leyenda El gran inquisidor, en la que expresa sus tormentosas dudas respecto a dios y el hombre, fe y libertad. 
                El menor, Alioscha, abandonó pronto lo estudios por ser una tarea ardua y demasiado prolongada para dedicarse de lleno a la fe ingresando en un monasterio. Allí se somete a la guía del hermano Zósimo, a quien muchos consideran un santo, y deposita en él todas sus esperanzas y amor.
                Los tres hermanos, como el padre Karamazov, poseen caracteres apasionados y extremos, y se entregan sin reservas a sus convicciones o deseos: el padre a la satisfacción de su lujuria y su ambición, Dimitri a los excesos sin mesura alguna, Iván a cultivar su inteligencia y Alexei a la fe. Cada uno de ellos persigue a su manera dar justificación, encontrar un sentido a su existencia.

   
[Ernesto Sábato: Dostoevskiï]

                Pero hay un miembro más en la familia, se trata de Smerdiakov, apodo por el que todos conocen a un probable hijo ilegítimo del padre Karamazov con una muchacha retrasada a la que violó. Aunque nunca lo reconoció, lo tomó a su servicio como criado y fue acogido por el fiel sirviente Grigori y su mujer Marfa. Smerdiakov, de carácter hosco, taciturno y soberbio, ocultaba un profundo resentimiento y gran ambición. Aunque muchos lo consideraban poco avispado, compartía con sus hermanos una gran inteligencia, a la que se unían unos sentimientos viles y entrañas emponzoñadas.
                En torno a estos personajes que destacan en escena se mueven muchos otros: campesinos, criados, vecinos, doctores, monjes, familiares lejanos, comerciantes, militares, niños, mujeres y un sinfín más de caracteres que actúan como telón de fondo, a modo de coro en las tragedias griegas, y enriquecen el  complejo cuadro que dibuja Dostoevskiï para ilustrar al pueblo ruso, tan presente en la obra. Todos y cada uno de ellos son esenciales para Dostoievski, y a cada uno lo describe con pausa al entrar en escena, haciendo referencia a su personalidad, sus costumbres, sus antecedentes y detallando minuciosamente su aspecto.
                Pocos entre todos ellos hablarían bien de Karamazov padre, a excepción del fiel Grigori, tan bueno como obtuso, que sería capaz de dar la vida por su amo. Podría decirse que a nadie le pesaría la muerte de Fedor a causa de su falta de escrúpulos y su egoísmo. Y, al fin, se desata la tragedia que intuimos desde la primera página: Fedor es asesinado y todas las sospechas recaen en Dimitri, que aquella noche fue a vigilar la casa de su padre, sabedor de que este esperaba ansioso la visita de Gruschegnka. Los celos desbocados y la implacable ira de saber que su padre pretendía embaucar a la muchacha con 3.000 rublos que Dimitri consideraba suyos, lo llevaron hasta la casa y le hicieron golpear a Grigori cuando este lo descubrió.
               

               
[Cartel de la película protagonizada por Yul Brinner en 1958]

Ante tanta evidencia en su contra, Dimitri es rápidamente apresado y juzgado. Su desmesura en el hacer y el decir jugarán en su contra, sin que su generosidad y nobleza sean tomadas en consideración. El juicio se convierte en un espectáculo para toda Rusia a través de la prensa, y la sala está abarrotada de un público ansioso cuando comienza el juicio. Se han vertido toda clase de opiniones y escritos, en su mayoría sin fundamento, y pocos confían en la inocencia de Dimitri. El momento álgido ocurrirá cuando entren a testificar las dos mujeres rivales, Gruschegnka y Katia, la prometida abandonada por Dimitri, despechada y altiva. Que corra la sangre, parecen desear todos los presentes, aunque lo nieguen. Todos parecen condenar el asesinato de Fedor porque ¿no es el parricidio el peor de los crímenes?, pero pocos son los que no están allí disfrutando.
                Tampoco los miembros del tribunal merecen los mayores elogios, y no por carecer de inteligencia, sino por perseguir únicamente el lucimiento personal. Uno tras otro van declarando todos los testigos, cada cual movido por sus afectos y la mayoría aportando errores, y escuchamos también las elaboradas y ardientes exposiciones del fiscal y el famoso abogado defensor procedente de Moscú. La rivalidad entre ellos viene de antaño, cuando estudiaban juntos y chocaron sus ambiciones. Ni el uno ni el otro aciertan: el fiscal despliega todos sus conocimientos de psicología para dibujar un retrato equivocado de Dimitri y el defensor, más certero, consigue el favor de los presentes hacia su defendido para terminar pidiendo que se le perdone el crimen porque aquel a quien mató no era un buen padre. Es la perdición de Dimitri: el veredicto, culpable.
                Pero no fue Dimitri el asesino y ladrón de los 3000 rublos. Todo el crimen había sido preparado minuciosamente por Smerdiakov, quien antes del juicio se había suicidado sin desvelar su culpa a nadie más que a Iván. Deseaba venganza hasta el extremo de morir él mismo, lleno de odio, culpando a Iván de haber permitido lo previsible y causando así la condena de Dimitri.

               

[Fotograma de Los hermanos Karamazov, del director Richard Brooks]

                Los hermanos Karamazov arrastrarían al lector más reacio. Cada página sugiere mil cuestiones y contempla incontables posibilidades que el lector ha de resolver, porque las respuestas apenas se insinúan. Aunque el asunto esencial es la cuestión moral, la posibilidad de Dios, y a pesar de la prolijidad de detalles que Dostoevskiï despliega, el ritmo de la obra apasiona. Es una y son docenas las historias que se desarrollan a un tiempo. El paso es pausado y sinuoso porque ni un detalle es secundario o irrelevante para Dostoevskiï.
                Quizás lo más sorprendente es la pasión por la vida que la obra transmite. No somos capaces de odiar ni a los personajes más excesivos o perversos. ¿De qué habilidad estaba dotado Dostoevskiï para mostrar los extremos más opuestos reconciliándolos? ¿Cómo consigue mostrar tales contradicciones en sus personajes sin desfigurarlos o transformarlos en meras caricaturas? Quizás porque, aún hablando de fe, habla del ser humano real y no uno divino o ideal. En este aspecto y muchos otros podemos adivinar a Nietzsche. Son incontables los pasajes en los que hemos podido corroborar la influencia que en él ejercería Dostoevskiï pasados unos años.
                Muy probablemente la tendencia que apuntaba Dostoevskiï se haya agudizado, y ya no son estos tiempos para la fe, y mucho menos para la fe en los demás. Se ha impuesto el individualismo más feroz y nada queda (si alguna vez llegó a ser, fuera de las páginas de Dostoevskiï) del amor a la vida y a todo lo que existe, incluso al dolor que forma parte de ella. No, ya no están los tiempos para creer a Dostoevskiï.   Pero, afortunadamente, aún podemos disfrutarlo.
                “Aunque no creyese en la vida, aun perdiendo la fe en la mujer amada, aun si no aceptara el orden que rige al mundo, si tuviera todo por sujeto a la anarquía y el mal, sumido todo en diabólico caos, aunque me sintiese acobardado por la desilusión, aun con todo esto, seguiría amando a la vida. No apartaría de mis labios el cáliz embriagante sino hasta después de haberlo apurado” (Iván Karamazov, p. 227).


[YouTube vídeo: Fragmento subtitulado en inglés de Los hermanos Karamazov, película rusa de 1969 dirigida por Kirill Lavrov, Ivan Pyryev y Mikhail Ulyanov]

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