DOSTOIEWSKI, Fedor. Los hermanos Karamazov. Barcelona:
Ediciones Zeus, 1971.
Tras
muchos años separados, vuelven a convivir para resolver cuestiones de herencia
que han enemistado a Dimitri, el hijo mayor, y a su padre Fedor Pavlovitch
Karamazov. Sería difícil hallar un solo elogio hacia el padre en toda la obra.
Antes al contrario, desde las primeras páginas se nos presenta como un ser ruin,
astuto, cruel y despreciable, entregado a la usura, los placeres y los excesos,
y capaz de estafar a sus propios hijos. Incluso su aspecto físico es
desagradable. ¿Por qué un hombre así habrá de vivir?, ¿por qué permitir que
siga manchando la tierra?, se pregunta con vehemencia Dimitri, que incluso
llega a plantearse dar muerte a su padre y no oculta su odio en las tabernas
que, también él, frecuenta. Todos en el pueblo están al tanto del airado
enfrentamiento que existe en la familia, que se hace aún más intenso cuando
ambos, padre e hijo, rivalizan por conseguir el amor de la misma mujer, Gruschegnka,
quien se burla de los dos.
[Manuscrito de Dostoevskiï]
El
segundo hijo, Iván, es un joven instruido e inteligente que defiende la
inexistencia de Dios a ultranza y la noción de que, siendo así, todo está
permitido. Iván es el autor de la leyenda El
gran inquisidor, en la que expresa sus tormentosas dudas respecto a dios y
el hombre, fe y libertad.
El
menor, Alioscha, abandonó pronto lo estudios por ser una tarea ardua y
demasiado prolongada para dedicarse de lleno a la fe ingresando en un
monasterio. Allí se somete a la guía del hermano Zósimo, a quien muchos
consideran un santo, y deposita en él todas sus esperanzas y amor.
Los
tres hermanos, como el padre Karamazov, poseen caracteres apasionados y
extremos, y se entregan sin reservas a sus convicciones o deseos: el padre a la
satisfacción de su lujuria y su ambición, Dimitri a los excesos sin mesura
alguna, Iván a cultivar su inteligencia y Alexei a la fe. Cada uno de ellos
persigue a su manera dar justificación, encontrar un sentido a su existencia.
[Ernesto Sábato: Dostoevskiï]
Pero
hay un miembro más en la familia, se trata de Smerdiakov, apodo por el que
todos conocen a un probable hijo ilegítimo del padre Karamazov con una muchacha
retrasada a la que violó. Aunque nunca lo reconoció, lo tomó a su servicio como
criado y fue acogido por el fiel sirviente Grigori y su mujer Marfa. Smerdiakov,
de carácter hosco, taciturno y soberbio, ocultaba un profundo resentimiento y
gran ambición. Aunque muchos lo consideraban poco avispado, compartía con sus
hermanos una gran inteligencia, a la que se unían unos sentimientos viles y entrañas
emponzoñadas.
En
torno a estos personajes que destacan en escena se mueven muchos otros:
campesinos, criados, vecinos, doctores, monjes, familiares lejanos,
comerciantes, militares, niños, mujeres y un sinfín más de caracteres que
actúan como telón de fondo, a modo de coro en las tragedias griegas, y
enriquecen el complejo cuadro que dibuja
Dostoevskiï para ilustrar al pueblo ruso, tan presente en la obra. Todos y cada
uno de ellos son esenciales para Dostoievski, y a cada uno lo describe con
pausa al entrar en escena, haciendo referencia a su personalidad, sus
costumbres, sus antecedentes y detallando minuciosamente su aspecto.
Pocos
entre todos ellos hablarían bien de Karamazov padre, a excepción del fiel
Grigori, tan bueno como obtuso, que sería capaz de dar la vida por su amo.
Podría decirse que a nadie le pesaría la muerte de Fedor a causa de su falta de
escrúpulos y su egoísmo. Y, al fin, se desata la tragedia que intuimos desde la
primera página: Fedor es asesinado y todas las sospechas recaen en Dimitri, que
aquella noche fue a vigilar la casa de su padre, sabedor de que este esperaba
ansioso la visita de Gruschegnka. Los celos desbocados y la implacable ira de
saber que su padre pretendía embaucar a la muchacha con 3.000 rublos que
Dimitri consideraba suyos, lo llevaron hasta la casa y le hicieron golpear a Grigori
cuando este lo descubrió.
[Cartel de la película
protagonizada por Yul Brinner en 1958]
Ante tanta evidencia en su
contra, Dimitri es rápidamente apresado y juzgado. Su desmesura en el hacer y
el decir jugarán en su contra, sin que su generosidad y nobleza sean tomadas en
consideración. El juicio se convierte en un espectáculo para toda Rusia a
través de la prensa, y la sala está abarrotada de un público ansioso cuando
comienza el juicio. Se han vertido toda clase de opiniones y escritos, en su
mayoría sin fundamento, y pocos confían en la inocencia de Dimitri. El momento
álgido ocurrirá cuando entren a testificar las dos mujeres rivales, Gruschegnka
y Katia, la prometida abandonada por Dimitri, despechada y altiva. Que corra la
sangre, parecen desear todos los presentes, aunque lo nieguen. Todos parecen
condenar el asesinato de Fedor porque ¿no es el parricidio el peor de los
crímenes?, pero pocos son los que no están allí disfrutando.
Tampoco
los miembros del tribunal merecen los mayores elogios, y no por carecer de
inteligencia, sino por perseguir únicamente el lucimiento personal. Uno tras
otro van declarando todos los testigos, cada cual movido por sus afectos y la
mayoría aportando errores, y escuchamos también las elaboradas y ardientes
exposiciones del fiscal y el famoso abogado defensor procedente de Moscú. La
rivalidad entre ellos viene de antaño, cuando estudiaban juntos y chocaron sus
ambiciones. Ni el uno ni el otro aciertan: el fiscal despliega todos sus
conocimientos de psicología para dibujar un retrato equivocado de Dimitri y el
defensor, más certero, consigue el favor de los presentes hacia su defendido
para terminar pidiendo que se le perdone el crimen porque aquel a quien mató no
era un buen padre. Es la perdición de Dimitri: el veredicto, culpable.
Pero
no fue Dimitri el asesino y ladrón de los 3000 rublos. Todo el crimen había
sido preparado minuciosamente por Smerdiakov, quien antes del juicio se había
suicidado sin desvelar su culpa a nadie más que a Iván. Deseaba venganza hasta
el extremo de morir él mismo, lleno de odio, culpando a Iván de haber permitido
lo previsible y causando así la condena de Dimitri.
[Fotograma de Los hermanos Karamazov, del director Richard
Brooks]
Los hermanos Karamazov arrastrarían al
lector más reacio. Cada página sugiere mil cuestiones y contempla incontables
posibilidades que el lector ha de resolver, porque las respuestas apenas se
insinúan. Aunque el asunto esencial es la cuestión moral, la posibilidad de
Dios, y a pesar de la prolijidad de detalles que Dostoevskiï despliega, el
ritmo de la obra apasiona. Es una y son docenas las historias que se
desarrollan a un tiempo. El paso es pausado y sinuoso porque ni un detalle es
secundario o irrelevante para Dostoevskiï.
Quizás
lo más sorprendente es la pasión por la vida que la obra transmite. No somos
capaces de odiar ni a los personajes más excesivos o perversos. ¿De qué
habilidad estaba dotado Dostoevskiï para mostrar los extremos más opuestos
reconciliándolos? ¿Cómo consigue mostrar tales contradicciones en sus
personajes sin desfigurarlos o transformarlos en meras caricaturas? Quizás
porque, aún hablando de fe, habla del ser humano real y no uno divino o ideal.
En este aspecto y muchos otros podemos adivinar a Nietzsche. Son incontables los
pasajes en los que hemos podido corroborar la influencia que en él ejercería Dostoevskiï
pasados unos años.
Muy
probablemente la tendencia que apuntaba Dostoevskiï se haya agudizado, y ya no
son estos tiempos para la fe, y mucho menos para la fe en los demás. Se ha
impuesto el individualismo más feroz y nada queda (si alguna vez llegó a ser,
fuera de las páginas de Dostoevskiï) del amor a la vida y a todo lo que existe,
incluso al dolor que forma parte de ella. No, ya no están los tiempos para
creer a Dostoevskiï. Pero,
afortunadamente, aún podemos disfrutarlo.
“Aunque
no creyese en la vida, aun perdiendo la fe en la mujer amada, aun si no
aceptara el orden que rige al mundo, si tuviera todo por sujeto a la anarquía y
el mal, sumido todo en diabólico caos, aunque me sintiese acobardado por la
desilusión, aun con todo esto, seguiría amando a la vida. No apartaría de mis
labios el cáliz embriagante sino hasta después de haberlo apurado” (Iván Karamazov,
p. 227).
[YouTube vídeo: Fragmento subtitulado
en inglés de Los hermanos Karamazov,
película rusa de 1969 dirigida por Kirill Lavrov, Ivan Pyryev y Mikhail Ulyanov]
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