[Alejandra Pizarnik]
Empiezo pidiendo disculpas. Esto no es más que una impresión a partir
de la lectura de los diarios y la poesía completa de Alejandra Pizarnik.
Me leí las mil páginas en cuatro días, y ahora mi intención es ser breve, y
esta intención ya dice bastante.
Tengo casi cuarenta años y me alegro de haber leído ahora a Pizarnik.
Yo también fui joven, creo recordar. Y estudié en Salamanca. Y quien allí a los
veinte años no se creía especial es que estaba muerto, y quien no escribía es
que estaba todavía más muerto. Yo, además de creerme especial y de escribir,
también leía: y qué se va a leer: pues a los existencialistas, y El lobo estepario, faltaría más, y a Freud,
y a Nietzsche, y sobre física cuántica, y a Rimbaud, claro, y poesía sin
conocimiento y ensayos y Heidegger y más filosofía y lo que hiciese falta entre
amor y desamor y brotes de grandeza y tentaciones de acabar con todo. Como
digo, yo también fui joven.
[Virginia Woolf]
Si hubiese leído a Pizarnik a los veinte años, no habría entendido
nada, es decir, habría visto en su obra cualquier cosa menos Literatura: me
habría visto a mí mismo. Y ni siquiera eso: habría visto un espectro (viviente,
eso sí) de mí mismo. El mismo espectro que sigo siendo ahora (con mi memoria de
la juventud y de las lecturas y de las ilusiones perdidas y de la infancia
fantaseada, etcétera), pero ahora ese espectro convive (o malvive) con otros
espectros en el mundo, que, aunque espectral, al fin puede ser llamado mundo.
Por aquel entonces escribía:
“Deseo una perfección que no la soporta el mundo”.
Y poco más tarde:
“entre los dientes de mis dedos pelados
sostengo en un perfecto equilibrio
el comatoso esqueleto de la noche”.
Recuerdo el dónde, el cuándo y el cómo de estos versos. Podría haberme
quedado ahí. Y qué más da. Y no da igual. Porque además de ese espectro que soy
yo, hay más.
[Anne Sexton]
Me duele leer los diarios de Alejandra Pizarnik. Me duele que se
publiquen tal cual aunque ella los hubiese revisado y pulido. Imaginemos esto:
Alguien es feliz; alguien es sumamente feliz; alguien es tan feliz que cuando
escribe en su diario año tras año, entrada tras entrada, no deja de decir, y
sólo dice, lo feliz que es. Al cabo de
treinta páginas estaríamos hastiados. En el caso de que no se diga nada más.
Pues bien, en el caso del diario de Pizarnik estamos ante una queja constante
que no añade nada más. Quiero decir que Pizarnik lo dice todo y lo que dice es
que sus diarios no merecen la pena ser leídos.
No vale decir que sus diarios son un laboratorio literario. No es
verdad. Pizarnik era lo bastante sincera como para haber dejado dicho que no
era así. No tienen nada que ver, por ejemplo, con los cuadernos de Simone Weil.
Desde luego, nada más lejos de los diarios de Kafka. O de Gide. Por no
mencionar a Jünger. Incluso los pobres diarios de Virginia Woolf se leen con
más agrado (o con menos desagrado, mejor dicho). Hay que esperar a que
Alejandra Pizarnik cumpla treinta años y a que su padre fallezca para encontrarlos
legibles. Y ni siquiera entonces es suficiente, aunque es de valorar el cambio
hacia una mayor lucidez. ¿Pero no estamos leyendo a Pizarnik porque es
escritora? Si leen (o recuerdan) los diarios de Pavese (Oficio de vivir), estarán de acuerdo conmigo en que ahí hay
tristeza, pero no resultan penosos; y hay repetición, pero no monotonía; y no
se leen, sino que se devoran porque poseen inteligencia, ideas y lucidez (¿y no
es lo mínimo que se puede pedir a un diario?) y, sobre todo, Literatura (¿y no
es por eso por lo que se leen los diarios de los escritores?).
Alejandra Pizarnik nació en 1936 y murió en 1972. Se suicidó. Virginia
Woolf nació en 1882 y murió en 1941. Se suicidó. Anne Sexton nació en 1928 y
murió en 1974. Se suicidó. Sylvia Plath nació en 1932 y murió en 1963. Se
suicidó. El suicidio tiene un halo; o, más bien, el suicidio ajeno. Y si el
suicidio no es suficiente, ahí está Assia Wevill (vale, también se suicidó), y,
para una Emily Dickinson incluso hay una Mabel Loomis Todd. Y qué me importa
que haya suicidio o que haya frenopático o que haya sexo.
[Emily Dickinson]
Me importa la Literatura.
Alejandra Pizarnik se lo dice y nos lo dice todo. Ni se engaña ni nos
engaña. Libros, psicoanálisis, existencialismo, más libros, más libros, una
especie de madame Bovary quijotesca con su léxico y con “su mitología personal”
y con su lucidez y con sus fijaciones. De qué le valía la Literatura si la
Literatura no le reportó el amor que ella anhelaba, como si la Literatura fuese
una terapia, como si a la Literatura se le tuviese que pedir aquello que Proust
decía del amor: que del amor se espera amor – y algo más.
¿Y la Literatura? Aquí me callo. Hay amigos, familiares, naciones,
editores, vendedores de libros, lectores. ¿Qué me importa a mí lo que cada uno
haga con su estupidez?
Confieso que encuentro más Literatura en la teoría de los colores de
Goethe. Confieso que me fascinan más las decenas de páginas que Balzac le
dedica a las resmas y al calendario de los pastores en Las ilusiones perdidas.
Confieso que me quedo con los diarios de Sylvia Plath. La novela La campana de cristal la escribió a los
veinte años. Quien también haya leído a Pizarnik me entenderá.
[Sylvia Plath]
Se puede atender al suicidio y a la enfermedad. Se puede sufrir y
escribir y leer. Se puede hacer gárgaras feministas y también privilegiar las
impotencias. ¿Y qué me importa?
Yo también fui joven, aquel espectro, y sigo siendo un espectro. Y me
quedo con este poema de Sylvia Plath, escrito el 5 de febrero de 1963, seis
días antes de que metiera la cabeza en el horno:
Edge
The woman is
perfected.
Her dead
Body wears the
smile of accomplishment,
The illusion of a
Greek necessity
Flows in the
scrolls of her toga,
Her bare
Feet seem to be
saying:
We have come so
far, it is over.
Each dead child
coiled, a white serpent,
One at each little
Pitcher of milk,
now empty.
She has folded
Them back into her
body as petals
Of a rose close
when the garden
Stiffens and odors
bleed
From the sweet,
deep throats of the night flower.
The moon has
nothing to be sad about,
Staring form her
hood of bone.
She is used to
this sort of thing.
Her blacks crackle
and drag.
PIZARNIK, Alejandra. Poesía
completa. Barcelona: Lumen, 2011. Diarios. Barcelona: Lumen, 2003.
PLATH, Sylvia. Collected Poems. New York:
HarperPerennial, 1992, pp. 272-3.