VARGAS LLOSA, Mario. La orgía perpetua.
Flaubert y Madame Bovary. Madrid: Punto de Lectura, 2011.
Leo La orgía perpetua pasados más de treinta y cinco años de su
escritura y tengo la sensación de que da igual, es decir, pienso que si lo
hubiese leído en 1975 o si lo leyese en 2025, la impresión habría sido la misma
porque el texto se sostiene en esa dimensión que define a la Literatura: la
atemporalidad.
La obra es una lección, y no
podía ser de otra manera cuando un escritor habla de Literatura y escritores:
sus intuiciones y reflexiones siempre irán más allá (serán más exactas y
abrirán más horizontes a la creación) que las del más erudito de los exégetas.
En este sentido, este libro me recuerda a Nabokov y, por ejmplo, su Curso de Literatura europea.
Y es una lección porque
aprendemos sobre Flaubert (sobre el creador, y nos habla un creador que conoce
los secretos de la escritura que ningún especialista ni lego lector puede ni
imaginar), sobre Madame Bovary (y a
través de su análisis aprendemos Literatura: qué significa la obra en la
Historia de la Literatura, cuáles son las variables estilísticas y
estructurales que todo novelista, las emplee o no, ha de tener presentes, etc.)
y sobre el propio Vargas Llosa, por supuesto.
Porque al escribir sobre
Flaubert y Madame Bovary, Vargas
Llosa está hablando de sí mismo como lector y como escritor: explicita sus
gustos y los fundamenta con los criterios que para él identifican la calidad,
que son por los que él se rige. Todo esto hace que la obra resulte de una
riqueza fascinante e inagotable, y que todo lo escrito en ella posea un valor
perenne.
No hay que pensar que
hallaremos un monólogo que gusta porque se estará de acuerdo con todo lo que se
dice. Ni eso es necesario ni a Vargas Llosa le agradaría, seguro, esa
aquiescencia. Las opiniones de Vargas Llosa hacen pensar, y más cuando no se
está de acuerdo con ellas, pero su tono, su discurso, la idea de comunicación y
diálogo que guía lo que dice invitan no a discutir para tener razón y restar al
otro, sino a compartir para sumar y posibilitar.
Si no conociese el mundo (eso
que llamamos mundo cuando queremos decir intereses económicos y políticos),
diría que nunca entendí que se tardase tanto en darle el Nobel. Entendí los de
Pinter y Seamus Heaney, y quién no los entendería. Otros, sin embargo, me
dejaron perplejos porque Mario Vargas Llosa se iba quedando sin él. Y algo me
dice que en el futuro la pregunta “¿Te gusta Vargas Llosa?” sonará tan
sintomática (por estúpida) como aquel alarde de sensibilidad y autoridad que
tuve la oportunidad de presenciar una tarde en el Museo del Prado cuando una
buena mujer comentó a sus acompañantes: “Pues sí que pintaba bien Velázquez,
sí…”.
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