martes, 22 de mayo de 2012

Alejandra Pizarnik, te he leído



[Alejandra Pizarnik]

Empiezo pidiendo disculpas. Esto no es más que una impresión a partir de la lectura de los diarios y la poesía completa de Alejandra Pizarnik.[1] Me leí las mil páginas en cuatro días, y ahora mi intención es ser breve, y esta intención ya dice bastante.

Tengo casi cuarenta años y me alegro de haber leído ahora a Pizarnik. Yo también fui joven, creo recordar. Y estudié en Salamanca. Y quien allí a los veinte años no se creía especial es que estaba muerto, y quien no escribía es que estaba todavía más muerto. Yo, además de creerme especial y de escribir, también leía: y qué se va a leer: pues a los existencialistas, y El lobo estepario, faltaría más, y a Freud, y a Nietzsche, y sobre física cuántica, y a Rimbaud, claro, y poesía sin conocimiento y ensayos y Heidegger y más filosofía y lo que hiciese falta entre amor y desamor y brotes de grandeza y tentaciones de acabar con todo. Como digo, yo también fui joven.

 
[Virginia Woolf]

Si hubiese leído a Pizarnik a los veinte años, no habría entendido nada, es decir, habría visto en su obra cualquier cosa menos Literatura: me habría visto a mí mismo. Y ni siquiera eso: habría visto un espectro (viviente, eso sí) de mí mismo. El mismo espectro que sigo siendo ahora (con mi memoria de la juventud y de las lecturas y de las ilusiones perdidas y de la infancia fantaseada, etcétera), pero ahora ese espectro convive (o malvive) con otros espectros en el mundo, que, aunque espectral, al fin puede ser llamado mundo.

Por aquel entonces escribía:

“Deseo una perfección que no la soporta el mundo”.

Y poco más tarde:

“entre los dientes de mis dedos pelados
sostengo en un perfecto equilibrio
el comatoso esqueleto de la noche”.

Recuerdo el dónde, el cuándo y el cómo de estos versos. Podría haberme quedado ahí. Y qué más da. Y no da igual. Porque además de ese espectro que soy yo, hay más.

 
[Anne Sexton]

Me duele leer los diarios de Alejandra Pizarnik. Me duele que se publiquen tal cual aunque ella los hubiese revisado y pulido. Imaginemos esto: Alguien es feliz; alguien es sumamente feliz; alguien es tan feliz que cuando escribe en su diario año tras año, entrada tras entrada, no deja de decir, y sólo dice, lo feliz que es.  Al cabo de treinta páginas estaríamos hastiados. En el caso de que no se diga nada más. Pues bien, en el caso del diario de Pizarnik estamos ante una queja constante que no añade nada más. Quiero decir que Pizarnik lo dice todo y lo que dice es que sus diarios no merecen la pena ser leídos.

No vale decir que sus diarios son un laboratorio literario. No es verdad. Pizarnik era lo bastante sincera como para haber dejado dicho que no era así. No tienen nada que ver, por ejemplo, con los cuadernos de Simone Weil. Desde luego, nada más lejos de los diarios de Kafka. O de Gide. Por no mencionar a Jünger. Incluso los pobres diarios de Virginia Woolf se leen con más agrado (o con menos desagrado, mejor dicho). Hay que esperar a que Alejandra Pizarnik cumpla treinta años y a que su padre fallezca para encontrarlos legibles. Y ni siquiera entonces es suficiente, aunque es de valorar el cambio hacia una mayor lucidez. ¿Pero no estamos leyendo a Pizarnik porque es escritora? Si leen (o recuerdan) los diarios de Pavese (Oficio de vivir), estarán de acuerdo conmigo en que ahí hay tristeza, pero no resultan penosos; y hay repetición, pero no monotonía; y no se leen, sino que se devoran porque poseen inteligencia, ideas y lucidez (¿y no es lo mínimo que se puede pedir a un diario?) y, sobre todo, Literatura (¿y no es por eso por lo que se leen los diarios de los escritores?).

Alejandra Pizarnik nació en 1936 y murió en 1972. Se suicidó. Virginia Woolf nació en 1882 y murió en 1941. Se suicidó. Anne Sexton nació en 1928 y murió en 1974. Se suicidó. Sylvia Plath nació en 1932 y murió en 1963. Se suicidó. El suicidio tiene un halo; o, más bien, el suicidio ajeno. Y si el suicidio no es suficiente, ahí está Assia Wevill (vale, también se suicidó), y, para una Emily Dickinson incluso hay una Mabel Loomis Todd. Y qué me importa que haya suicidio o que haya frenopático o que haya sexo.

 
[Emily Dickinson]

Me importa la Literatura.

Alejandra Pizarnik se lo dice y nos lo dice todo. Ni se engaña ni nos engaña. Libros, psicoanálisis, existencialismo, más libros, más libros, una especie de madame Bovary quijotesca con su léxico y con “su mitología personal” y con su lucidez y con sus fijaciones. De qué le valía la Literatura si la Literatura no le reportó el amor que ella anhelaba, como si la Literatura fuese una terapia, como si a la Literatura se le tuviese que pedir aquello que Proust decía del amor: que del amor se espera amor – y algo más.

¿Y la Literatura? Aquí me callo. Hay amigos, familiares, naciones, editores, vendedores de libros, lectores. ¿Qué me importa a mí lo que cada uno haga con su estupidez?

Confieso que encuentro más Literatura en la teoría de los colores de Goethe. Confieso que me fascinan más las decenas de páginas que Balzac le dedica a las resmas y al calendario de los pastores en Las ilusiones perdidas.

Confieso que me quedo con los diarios de Sylvia Plath. La novela La campana de cristal la escribió a los veinte años. Quien también haya leído a Pizarnik me entenderá.

 
[Sylvia Plath]

Se puede atender al suicidio y a la enfermedad. Se puede sufrir y escribir y leer. Se puede hacer gárgaras feministas y también privilegiar las impotencias. ¿Y qué me importa?

Yo también fui joven, aquel espectro, y sigo siendo un espectro. Y me quedo con este poema de Sylvia Plath, escrito el 5 de febrero de 1963, seis días antes de que metiera la cabeza en el horno:


Edge

The woman is perfected.
Her dead

Body wears the smile of accomplishment,
The illusion of a Greek necessity

Flows in the scrolls of her toga,
Her bare

Feet seem to be saying:
We have come so far, it is over.

Each dead child coiled, a white serpent,
One at each little

Pitcher of milk, now empty.
She has folded

Them back into her body as petals
Of a rose close when the garden

Stiffens and odors bleed
From the sweet, deep throats of the night flower.

The moon has nothing to be sad about,
Staring form her hood of bone.

She is used to this sort of thing.
Her blacks crackle and drag.[2]



[1] PIZARNIK, Alejandra. Poesía completa. Barcelona: Lumen, 2011. Diarios. Barcelona: Lumen, 2003.
[2] PLATH, Sylvia. Collected Poems. New York: HarperPerennial, 1992, pp. 272-3.

3 comentarios:

  1. Excelente, como siempre. Me gustaría saber quién de los dos lo ha escrito. Pero en cualquier caso, quien lo haya hecho toca teclas muy sensibles y queridas para mí: Woolf, Anne Sexton,Pizarnik, grandes poetas, no tanto la Plath. Poesía, sufrimiento y suicidio. ¿Van, necesariamente, por este orden? Ah, por cierto, en un tiempo muy remoto, yo también fui joven, pero no sé si me equivoco. Un abrazo para ambos.

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  2. Llamo poeta a Virginia Woolf, porque para mí lo era, aunque se volcase en la novela: tenía esa sensibilidad extrema propia de lo(a)s poetas, y en cuanto a Alejandra Pizarnik, su tortura era de las mayores que hayamos podido vivir o leer o escuchar de alguien. "Cuando la noche sea mi memoria / mi memoria será la noche."

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  3. Amigo Antonio:

    Me temo que he sido yo, Roberto, el responsable de esta última entrada. Hace semanas que la había escrito, pero cierto recelo (ante el hecho de que abunda más la susceptibilidad que la inteligencia) me invitó a la prudencia (es decir, a la cobardía), pues temía la posibilidad de comentarios "encendidos" (y a ver qué pasa en la próxima entrada, en la que escribiré de los "journals of love" de Anaïs Nin...). Por suerte, has sido tú quien ha escrito, lo que agradezco profundamente.

    Reconozco que el tono (o estilo) pueden llevar a la confusión. En realidad, si con algo me meto es con la costumbre de ensalzar al autor por encima de su obra, y a que esa costumbre se sostenga, muchas veces, sobre el sufrimiento (o el suicidio); y, también, con la manía de publicar todo de todos y de glorificar todo de todos. En este sentido, considero que los diarios de Pizarnik carecen de valor literario (y quizás ella misma, con tiempo, hubiese autorizado su publicación después de haberlos recortado y retocado). Algo parecido me pasa con los diarios de Virginia Woolf.

    A mí me gusta Ann Sexton (no mucho, pero sí hasta el punto de reconocer el valor de su obra, y eso no puedo negarlo sin mentir). También me gusta Virginia Woolf, más las novelas menos líricas (como "Jacob's room" y "Orlando"). De Pizarnik me ha gustado "Sala de psicopatología": creo que ahí el dolor fluye tan libre como literariamente, sin las cicatrices de aquella lucha de Alejandra (lucha, por lo demás, sobresaliente) por lograr decir literariamente lo que quería expresar. Y siento una debilidad especial por Sylvia Plath. Pero lo que más me gusta es que haya diversidad de gustos dentro de la excelencia y que se puedan expresar.

    Entiendo que hay diarios que poseen un valor documental-biográfico-clínico, por decirlo de alguna manera. Y entiendo que haya quien disfrute con esos diarios. Yo, sinceramente, prefiero los diarios en los que "también" hay literatura, inteligencia, lucidez, y no solo dolor o alegría o registro de incidencias biográficas. Por eso, por ejemplo, me quedo con los de Kafka, Musil, Jünger (o incluso Harry Kessler; o con esos diarios que son los cuadernos de Simone Weil, y me deprimo profundamente con los de Thomas Mann, por mucho que admire "La montaña mágica"). Pero no es más que cuestión de gusto. Pero soy poco "romántico", y con el sufrimiento, igual que con la felicidad, se puede hacer pésima Literatura, porque esa no es la cuestión.

    Poesía, sufrimiento, suicidio... Pues la verdad es que no sé si van por ese orden. A veces pienso que no, que hay quien sufre y por el camino encuentra que su única posibilidad de expresar su dolor es la Literatura (mi querido César Vallejo y su "Voy a hablar de la esperanza"); y hay quien sufre tanto que la vida es puro dolor, y aunque la Literatura sea su vida, es también puro dolor. Y entonces hay que desaparecer. Pero ni desaparecer ni durar son opciones ni criterios de índole literaria.

    En fin, Antonio, que realmente no sé nada más que exponer mi gusto y disfrutar con el de los demás.

    Y muchas gracias por escribir aquí, por compartir y enriquecer.

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