Como me gusta reírme,
agradezco encontrarme con lo humorístico, y debido a que el mundo es de un
material (el humano) altamente hilarante, no faltan ocasiones para sonreír o
carcajearse. Así, llevado por una intuición fruto de la experiencia, me dejo
arrastrar por los títulos de los libros (esa forma de portada o llamativo
escaparate) y, en esta ocasión, me parto la caja contra “El significado de las
palabras”, en La Estadística. Una guía de
lo desconocido (KRUSKAL, Joseph B. Madrid: Alianza, 1992, pp. 211-22,
capítulo traducido por J. M. Prada Sánchez).
El profesor de universidad
empieza así:
“¿Es
posible utilizar la estadística para explicar algo tan difícil de precisar como
es el «significado»? Admitida esta posibilidad, ¿no se
perdería con ello todo el romanticismo de la poesía y el encanto de la
elocuencia?
Pues bien, podemos estudiar el significado de las palabras utilizando
adecuadamente métodos estadísticos […] y, no obstante, se verá que el
romanticismo de las palabras está a salvo de la ciencia.
Las personas pragmáticas pueden preguntarse por qué preocuparse tanto para precisar
el significado. ¿Acaso el lenguaje, tras miles de años de evolución natural, no
cumple su misión suficientemente bien? Sencillamente, no. Cualquier responsable
de tramitar las admisiones en universidades americanas podría atestiguar la
dificultad de interpretar los informes escritos de los profesores” (pp. 211-2).
Este hombre tiene que dar unas
clases magistrales, a la española. Ese significado entrecomillado… Ese “romanticismo
de la poesía” y ese otro “encanto de la elocuencia”… Y qué decir de las “personas
pragmáticas” y ciegas para lo trascendental… Y fijémonos en la “evolución
natural” del lenguaje, de un lenguaje que no “cumple su misión”… Pero siempre
nos quedarán lumbreras que nos guíen lejos del precipicio: “cualquier responsable
de tramitar las admisiones en universidades americanas”…
Pero la comedia se extiende en
un segundo acto. Por lo visto, alguien pretendía diseñar un test de
personalidad (el humor se caracteriza por su efecto “bola de nieve”) y para eso
antes quería saber qué entendía una muestra (muy representativa, como casi
siempre en estos casos: representativa de los alumnos universitarios que tienen
a bien hacer de cobayas) por ciertos adjetivos.
Los “investigadores” emplean
un escalograma multidimensional, lo que así, de rebote, me suena a encefalograma
plano. Y quién sabe, porque entre las conclusiones leemos, con todo el
romanticismo posible de los cínicos no pragmáticos que no tramitan admisiones
en ninguna universidad, este elocuente y poético aserto:
“Claro
está que el mapa sólo explica parte
del significado de dichas palabras; se ignoran por completo otros aspectos” (p.
219).
De pequeño, yo a las moscas
les arrancaba las alas, pero no he llegado a profesor universitario. Hoy me
limito a quedarme anonadado ante el significado de ciertas existencias.
Se trata de un libro serio, y
esto es lo que hace más gracia. Y da tanta risa que a uno se le acaban cayendo
lágrimas como chorizos ya no sabe si de alegría de vivir sobre las tablas de
este teatro, o del desconsuelo de habitar sobre este núcleo de hierro.
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