LE CORBUSIER. Principios de urbanismo. (La Carta de
Atenas). Barcelona: Planeta-De Agostini, 1993.
En 1942 se publica La Carta de
Atenas, mensaje más urbi que orbi para hacer entender que la ciudad
ha de estar al servicio de sus habitantes y que para conseguir eso tan solo hay
que usar la razón, es decir, tener una visión funcionalista de las cosas de
este mundo: para que las cosas funcionen, hay que organizarlas de forma
racional.
En principio, parece sencillo.
Observemos que “84. La ciudad, definida en lo sucesivo como una unidad
funcional, deberá crecer armoniosamente en cada una de sus partes, disponiendo
de los espacios y de las vinculaciones en los que podrán inscribirse,
equilibradamente, las etapas de su desarrollo” (p. 128). Observemos, también,
que en la ciudad tienen lugar cuatro funciones: habitar, trabajar, recrearse
(en el tiempo libre) y trasladarse. Observemos, de paso, que el objetivo del
ciudadano es vivir mucho y bien. Observemos, por último, que para que todo esto
funcione el interés privado ha de estar supeditado al interés público. En
principio, las intenciones parecen elogiables.
Leamos los puntos de la
tercera parte, las conclusiones o puntos doctrinales, más aquel con el que se
cierra la Carta:
“71.
La mayoría de las ciudades estudiadas presentan hoy una imagen caótica. Estas
ciudades no responden en modo alguno a su destino, que debiera consistir en
satisfacer las necesidades primordiales, biológicas y psicológicas, de su
población” (p. 113).
“72.
Esta situación revela, desde el comienzo de la era de las máquinas, la
superposición incesante de los intereses privados” (p. 114).
“73.
La violencia de los intereses privados provoca una desastrosa ruptura de
equilibrio entre el empuje de las fuerzas económicas, por una parte, y la
debilidad del control administrativo y la impotencia de la solidaridad social,
por otra” (p. 115).
“74.
Aunque las ciudades se hallen en estado de permanente transformación, su
desarrollo se dirige sin precisión ni control, y sin que se tengan en cuenta
los principios del urbanismo contemporáneo, elaborados en los medios técnicos
cualificados” (pp. 117-8).
“75.
La ciudad debe garantizar, en los planos espiritual y material, la libertad
individual y el beneficio de la acción colectiva” (p. 117).
“76.
La operación de dar dimensiones a todas las cosas en el dispositivo urbano
únicamente puede regirse por la escala del hombre” (p. 118).
“77.
Las claves del urbanismo se contienen en las cuatro funciones siguientes:
habitar, trabajar, recrearse (en las horas libres), circular” (p. 119).
“95.
El interés privado se subordinará al interés colectivo” (p. 140).
La era de las máquinas será,
imaginamos, la época del capitalismo rampante. El interés colectivo, suponemos,
será el de los que trabajarán, trabajan o han trabajado para los amos del
capitalismo rampante. La medida del hombre, pensamos, serán sus necesidades
entendidas como bienestar físico y psíquico, libertad individual y
oportunidades para colaborar en un trabajo eficaz. Sí, suena bien.
Esta mesa es blanca. Esta mesa
debe ser blanca. Esta mesa debería ser blanca. Quiero decir que el mundo ya
funciona, ¿no? Funciona y en las ciudades también hay niños, viejos, enfermos,
mendigos, delincuentes y rentistas que o bien no habitan, o bien no trabajan, o
bien no se recrean, o bien no circulan. Esta mesa es blanca. Esta mesa debe ser
blanca. Esta mesa debería ser blanca. El mundo ya funciona.
Sí, suena bien que se quiera
tontear con debes y deberías adjetivados con léxico biológico y musical cuando
las premisas dan por sentado que se posee casa, que se trabaja para otro, que
uno se recrea en el tiempo sobrante, que uno se desplaza con o sin ganas. Hay
un racionalismo injustificable que todavía pide que el mundo funcione cuando ya
lo hace precisamente con las premisas de las que también él parte y que reducen a
ridículos debes y deberías unas intenciones propias de secuaces y todo tipo de
cómplices.
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