miércoles, 14 de noviembre de 2012

Los jóvenes clásicos no soportan a cadáveres semovientes


GARCÍA GUAL, Carlos. “Leer a los clásicos y elegirlos”, en su Sobre el descrédito de la literatura. Barcelona: Península, 1999, pp. 188-200.


No conozco a mucha gente a quienes les gusten los clásicos. La verdad es que no conozco a mucha gente, ahora que lo pienso… En fin, lo que quiero decir es que me da la sensación de que no hay mucha gente a la que les gusten los clásicos, e incluso me atrevo a creer que el número de los que dicen gustarles ni siquiera coincide con el de aquellos que los leen habitualmente (y no me refiero a los lectores por obligación, matriculados y profesionales de las letras en su mayoría, sino a los que los leen por placer estético o moral). Podría preguntarme por qué, pero sería una pregunta supernumeraria: no los leen porque no les gustan y no les gustan porque… no les gustan. ¿Y por qué no les gustan? ¿Por la misma razón por la que a muchos no les gusta la tónica, por decir algo?

En “Leer a los clásicos y elegirlos”, García Gual deja constancia de que desde el momento en el que desapareció la obligación (académica y social) de leerlos, ponerse en contacto con los clásicos forma parte de “una educación sentimental e intelectual, que cada uno programa a su gusto, eligiendo personalmente esos autores y textos” (p. 199). Tal vez suponga una ganancia, sobre todo para los clásicos, libres al fin de la caterva que los maltrataba y ya en compañía de los que los aman y valoran. Los clásicos son demasiado jóvenes y están demasiado llenos de energía y vitalidad como para soportar a cadáveres semovientes.

García Gual aprovecha para hacer esta categorización: “[…] es que junto a los clásicos universales, hay unos clásicos nacionales, y resulta fácil dar ejemplos de unos y otros (Homero, Esquilo, Virgilio, Shakespeare y Cervantes pertenecen sin duda a la primera clase; Racine, Quevedo, y Goethe, seguramente, a la segunda). Pero también hay unos clásicos personales” (p. 196). Hombre, a mí me sorprende esto de que resulta fácil dar ejemplos de unos y otros, y más cuando veo estos ejemplos. Este de los clásicos nacionales es un asunto espinoso, es decir, sucio, mercantil, y, por ejemplo, no sé hasta qué punto Goethe es un clásico nacional y tampoco sé a ciencia cierta si por ahí tienen a Cervantes (a pesar del buen negocio que para algunos representa) por un clásico universal. Me llegan rumores de que existe el mundo. Quizás sea así y el rumor es el ruido que hace el mundo al girar. Por lo visto, hay algo así como nacionalismos. Pues bien, si ustedes están en el mundo, pregunten a los cultos nacionales por su lista de clásicos universales, a ver si es fácil extraer un criterio.

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