jueves, 7 de marzo de 2013

El jurado falla y acierta. Sobre el subsuelo de la Literatura

[O "Cómo seguir haciendo amigos"].


Me entero, como siempre de casualidad, sin querer y tarde, de que el 1 de marzo el jurado del Premio Internacional de Periodismo Miguel Hernández tomó la decisión de declararlo desierto debido a la baja calidad de los quince artículos que optaban a los ocho mil euros del premio.

A mí esto, qué quieren que les diga, me sorprende y no me sorprende. Me sorprende que el jurado de un concurso demuestre que el premio no estaba dado y, por lo tanto, era un auténtico concurso, y que tenga el valor de fallar con acierto. Por otro parte, no me sorprende que un concurso de escritura, especialmente de escritura periodística, quede desierto. Y ahí voy.

Igual que hay quien pronuncia muy bien para no decir nada, hay quien es capaz de redactar obviedades más o menos ingeniosas respetando la ortografía y la gramática, y como el nivel de lo publicado (aquello que reúne a los que escriben, a los que hacen negocio con lo escrito, y a los lectores) es tan bajo, se confunde el subsuelo con el suelo, por no decir con el edificio.

Hoy, basta con los rudimentos de la redacción que se les exigen a los niños de Primaria para destacar y deslumbrar. Quien no comete faltas ortográficas ni errores gramaticales, es capaz de construir oraciones que no se ajusten al orden sujeto-verbo-predicado, y emplea alguna que otra subordinada, ya es celebrado de genio para arriba por tenderos y consumidores. Lo mínimo, que no es nada, se toma como si fuese lo máximo, error del mismo calibre que el que consiste en no identificar lo mínimo con lo imprescindible, o en equiparar lo necesario con lo suficiente. En arte solo hay dos pecados: lo superfluo y lo insuficiente.

(En una nota a pie de página, Gómez de la Serna exigía que no se echara a Cervantes a los pies de los escritores como un tronco en medio del camino. Por lo visto, eran buenos tiempos: los enemigos eran los cervantinos profesionales. Ahora, la censura la ejercen los que no son capaces de escribir de manera libre y compleja, y los que no son capaces de leer a Joyce, Proust o Beckett).

Y no hay más que ver quiénes publican con mayor profusión, quiénes venden más, quiénes son más leídos (o comprados): los periodistas, esos intermediarios que venden más porque salen con mayor frecuencia en los medios de comunicación de masas y, por lo tanto, son más o menos famosos, y no, casi nunca, por el valor literario (ni intelectual) de lo que escriben.

(Un editor, con fama de digno profesional, me confesó que él solo publicaba a gente que salía en la televisión o en la radio. ¿Cuánta caja eres capaz de hacer? Este es el nivel, Maribel).

Cuando la hacen los periodistas (y que vengan Larra o Azorín a rectificarme), y la leen los mismos que se aferran al suplemento dominical, la Literatura está tan desierta como el Premio Internacional Miguel Hernández.

No hay comentarios:

Publicar un comentario