CIRLOT, Lourdes (ed.). Primeras vanguardias artísticas. Textos y
documentos. Barcelona: Labor, 1993. Traducción de Lourdes Cirlot. (“André
Breton: «Marcel Duchamp»”, pp.
117-121; “Paul Klee: «Experimentos exactos en el ámbito del arte»”, pp. 280-2).
En su escrito de 1922, André Breton afirma que “Duchamp no hace más
que dedicarse al ajedrez y ya sería suficiente para él mostrarse un día
inigualable en este juego” (ob. cit., p. 119). En un texto de 1928, Paul Klee
dice que “El genio es el genio, es un don, sin principio ni fin. Es innato. Al
genio no se le enseña, porque no entra dentro de la norma sino que es un caso
singular” (ob. cit., p. 281).
Habrá quien opine que estas dos citas soltadas así, sin más, en el
párrafo anterior, no guardan relación entre sí. Sin embargo, es más que
probable que tan sólo así, soltadas sin más, como en el párrafo anterior,
mantengan algún tipo de relación. Si, como creía Falla, el arte no se enseña
pero sí se aprende, habría que preguntarse si existe algo así como una escala
de valor creativo que, de menos a más, va del artesano al genio pasando por el
artista. En caso afirmativo, al artesano se le podría enseñar su oficio y el
artista podría aprenderlo, pero ambos carecerían de la posibilidad de cumplir
lo que no se enseña en las escuelas y que caracteriza al genio, algo que Klee
lanza con magistral ironía: “Se deberían poner deberes como, por ejemplo, la
construcción del misterio” (ob. cit., p. 282).
Dudo que Duchamp quisiese mostrarse inigualable en ajedrez. Imagino
que muy pronto conoció sus limitaciones como ajedrecista y que siempre supo que
sus posibilidades creativas estaban en esas alturas de los misterios que el
genio no puede evitar explorar. Ahora bien, Breton sí parece un artesano con
ambiciones también artísticas.
Pero la pregunta es la siguiente: Si el campo en el que se manifiesta
el genio no fuese el de la cultura, es decir, el de la expresión, la conservación
y la transmisión, sino el de lo estrictamente efímero, ¿se podría seguir
hablando de genio? Imaginemos una escuela invisible, la de las obras de los
genios, regida por aquella pregunta de Nietzsche: ¿Cuánta verdad eres capaz de
soportar? Y ahora imaginemos a una especie de Sócrates del que nadie puede
guardar memoria material, alguien cuyas manifestaciones nadie registra más allá
de la mera experiencia, alguien radicalmente ajeno a toda escuela, alguien cuya
pregunta, por ejemplo, fuese: ¿Cuánta intensidad eres capaz de soportar?
Tal vez lo único que comunique la creación es la experiencia de la
posibilidad de la creación. Por lo tanto, no supondría un error pensar que la
cultura no deja de ser un azar que más bien transgrede las probabilidades de
que el genio se haga sentir y saber. Y si la civilización es el negocio
alrededor de la supervivencia y la cultura es el homenaje al mecanismo de la
herencia mediante su idealización, entonces yo me pregunto, Duchamp, qué me
pasa, qué son todas estas vueltas que doy alrededor de los moribundos
monumentos funerarios.
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