miércoles, 24 de octubre de 2012

Duchamp, ¿qué me pasa?


CIRLOT, Lourdes (ed.). Primeras vanguardias artísticas. Textos y documentos. Barcelona: Labor, 1993. Traducción de Lourdes Cirlot. (“André Breton: «Marcel Duchamp»”, pp. 117-121; “Paul Klee: «Experimentos exactos en el ámbito del arte»”, pp. 280-2).


En su escrito de 1922, André Breton afirma que “Duchamp no hace más que dedicarse al ajedrez y ya sería suficiente para él mostrarse un día inigualable en este juego” (ob. cit., p. 119). En un texto de 1928, Paul Klee dice que “El genio es el genio, es un don, sin principio ni fin. Es innato. Al genio no se le enseña, porque no entra dentro de la norma sino que es un caso singular” (ob. cit., p. 281).

Habrá quien opine que estas dos citas soltadas así, sin más, en el párrafo anterior, no guardan relación entre sí. Sin embargo, es más que probable que tan sólo así, soltadas sin más, como en el párrafo anterior, mantengan algún tipo de relación. Si, como creía Falla, el arte no se enseña pero sí se aprende, habría que preguntarse si existe algo así como una escala de valor creativo que, de menos a más, va del artesano al genio pasando por el artista. En caso afirmativo, al artesano se le podría enseñar su oficio y el artista podría aprenderlo, pero ambos carecerían de la posibilidad de cumplir lo que no se enseña en las escuelas y que caracteriza al genio, algo que Klee lanza con magistral ironía: “Se deberían poner deberes como, por ejemplo, la construcción del misterio” (ob. cit., p. 282).

Dudo que Duchamp quisiese mostrarse inigualable en ajedrez. Imagino que muy pronto conoció sus limitaciones como ajedrecista y que siempre supo que sus posibilidades creativas estaban en esas alturas de los misterios que el genio no puede evitar explorar. Ahora bien, Breton sí parece un artesano con ambiciones también artísticas.

Pero la pregunta es la siguiente: Si el campo en el que se manifiesta el genio no fuese el de la cultura, es decir, el de la expresión, la conservación y la transmisión, sino el de lo estrictamente efímero, ¿se podría seguir hablando de genio? Imaginemos una escuela invisible, la de las obras de los genios, regida por aquella pregunta de Nietzsche: ¿Cuánta verdad eres capaz de soportar? Y ahora imaginemos a una especie de Sócrates del que nadie puede guardar memoria material, alguien cuyas manifestaciones nadie registra más allá de la mera experiencia, alguien radicalmente ajeno a toda escuela, alguien cuya pregunta, por ejemplo, fuese: ¿Cuánta intensidad eres capaz de soportar?

Tal vez lo único que comunique la creación es la experiencia de la posibilidad de la creación. Por lo tanto, no supondría un error pensar que la cultura no deja de ser un azar que más bien transgrede las probabilidades de que el genio se haga sentir y saber. Y si la civilización es el negocio alrededor de la supervivencia y la cultura es el homenaje al mecanismo de la herencia mediante su idealización, entonces yo me pregunto, Duchamp, qué me pasa, qué son todas estas vueltas que doy alrededor de los moribundos monumentos funerarios.

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