CONAN DOYLE, Arthur. “La
aventura de la ciclista solitaria”, en Aventuras
de Sherlock Holmes. Madrid: Club Internacional de libro, 1993, pp. 165-85.
Traducción de ?
Los protagonistas de las
novelas detectivescas suelen cometer errores y eso hace que caigan bien, como,
por lo demás, sucede con la gente de carne y hueso. Esos errores son de dos
tipos: o puntuales, en el transcurso de las investigaciones, o generales:
errores de carácter, a veces auténticos vicios, que en lugar de menguarlo,
incrementan su atractivo.
Es raro ver cometer errores de
bulto a Sherlock Holmes. Me consta que hay lectores tan honestos como para no
dejarse llevar por el imperativo del gusto mayoritario y confesar que Holmes
muchas veces les cae mal. Probablemente ese era el objetivo de Conan Doyle
cuando ideó al personaje, como para compensar la irrealidad de las
consecuencias de las facultades del detective con la realidad que hace que
alguien con una inteligencia y una praxis superiores a la media se sienta
soberbiamente orgulloso de eso y caiga mal a los mediocres, tal vez movidos por
el miedo a lo incontrolable, miedo que se convierte en odio y desprecio gracias
a ese mecanismo de defensa que parte del placer de tener razón.
De ahí que “La aventura de la
ciclista solitaria” resulte un bálsamo para las heridas narcisistas. Porque en
este cuento Sherlock no da una. Ya al comienzo advierte Watson que se trata de
un caso sin apenas importancia en el que su admirado Holmes mete la pata hasta
la corva. Y así es: Sherlock Holmes se dedica a criticar a su amigo, a meterse
en peleas tabernarias, a adivinar a posteriori lo que adivinaría un lector de
cinco años, y a hacer de simple gendarme. Lo cierto es que no se puede hacer
peor.
¿Por qué, entonces, “funciona”
el cuento de Conan Doyle? ¿Por qué se lee con agrado a pesar de la pésima
traducción, de la estúpida trama, de la carencia de brillo de los personajes, y
del predecible final, lo que en principio tendría que suponer el suicidio para
una pieza detectivesca? Pues pienso que el texto se lee con auténtico placer
porque posee esa calidad literaria que no precisa del efectismo de la
psicología del lector rencoroso, ni de la fisiología de la sorpresa y el susto,
ni del escabroso prurito del cotilleo. El cuento está bien escrito. ¿Qué más
necesita? Y, con todo, aquí estamos dando explicaciones…
No hay comentarios:
Publicar un comentario