WELLS, H. G. “El sueño de
Armageddon”, en El nuevo acelerador.
Madrid: Unidad Editorial, 1998, pp. 60-92, traducción de Bibliotex.
De entre lo poco que he leído
de ciencia ficción, me quedo con Asimov y Wells. Me pasa con este género como
con el de fantasía (y, en general, con todo libro de género): a falta de
Literatura (por lo visto, redactar y publicar libros de ciencia ficción, fantasía,
rosa, policíacos, de terror o para niños y adolescentes exime, por ejemplo, de
saber adjetivar), me gusta en estas obras todo lo que se aleja de lo
fantástico, extraordinario y maravilloso, es decir, lo que se pega a la
realidad y habla de la realidad (de manera que sigo pensando que lo del género
es la parafernalia que oculta el no saber escribir Literatura).
Algunos textos de género (como
este cuento de Wells, “El sueño de Armageddon”) poseen la rara cualidad de la
claridad densa, una especie de escritura esquemática que engrana de manera
simple y armónica varios mecanismos sencillos para formar un organismo
esquelético en el que los movimientos y los roces operan la penetrante música
de lo casi siempre invisible debido a la carne y la ropa con que se van
disfrazando los seres en devenir. Lástima que esta desnudez se articule con una
proporcional pobreza literaria.
La narración de Wells nos
habla de eso que es la antítesis de lo fantástico y el tuétano de la
Literatura: lo que todos, de alguna manera, sabemos. Nos habla de la naturaleza
y el poder de la vida onírica y de los sueños (algo que no sólo nos asombra a
los mediocres, niños o adultos, sino que también ocupó y preocupó a Platón,
Descartes, Freud o Jünger); del amor y la esperanza como sueños del mundo; de
los sueños del mundo, sueños de belleza y placer siempre eternos, como
pesadilla final, como guerra del mundo contra sí mismo; de la guerra como juego
bestial de aprendices de brujo; de la vida del hombre en el mundo, vida que es guerra
hasta que no queda abolido el mundo durante un instante tan efímero e intenso y
real como un sueño – muerto al despertar, inevitablemente, a la muerte de todo
lo que es.
En Harmaguedón (si me permiten
utilizar la traducción de la Biblia de
Jerusalén) se reunirán las huestes del mal para luchar contra el Dios
Todopoderoso. Guerra inútil con la que comenzará en la Tierra el reinado
mesiánico de mil años. ¿Pero qué son mil años? ¿Qué son comparados con el
tiempo pasado, con el tiempo por venir? ¿Qué son mil años y mil sueños en el
despertar eterno? “¡Auténticas pesadillas! ¡Dios mío! Aves gigantescas luchaban
y se destrozaban” (ob. cit., p. 92).
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