El tío Ephim envía a sus
familiares melocotones que ha cultivado en su invernadero, y el campesino
Tikhon los reparte entre su mujer y sus cuatro hijos, para asombro de estos, pues
los confunden con manzanas y no saben qué es un invernadero. Llegada la noche,
el padre les pregunta qué les ha parecido la fruta.
[Obra hecha con no
sé cuántos miles de melocotones. Fuente de la imagen: http://mangasverdes.es/2008/02/05/24000-melocotones/. Sí, estaba complicado ilustrar este
texto]
Serguey dice que ha plantado
el hueso de su melocotón con la esperanza de que crezca el melocotonero. Vania
disfrutó tanto que le pidió la mitad del suyo a su madre, pero tiró el hueso. Vassili
recogió el hueso que había tirado su hermano, lo rompió y lo probó, y vendió su
melocotón por diez kopeks. Por su parte, Volodia cuenta que se lo llevó a
Gricha, su amigo enfermo. El padre le dice al primero que será un buen
jardinero; del segundo afirma que es demasiado joven; al tercero le pregunta si
quiere ser comerciante; y al último le dice que Dios se lo devolverá.[1]
Entre la última palabra que he
escrito y esto que sigue puede haber pasado, tranquilamente, hora y media. He
bebido agua, he fumado, le he echado un vistazo a una posición en el tablero de
ajedrez, he escuchado música, he buscado imágenes para esta entrada, he pensado
en la naturaleza de la estadística, he vuelto a fumar y cuando empecé a
obligarme a sentarme de nuevo ante el ordenador, se me fue el santo al cielo de
los melocotones.
[Scarlett Johansson
y su escote, ejemplo de cielo de los melocotones. Fuente de la imagen: http://free-extras.com/images/scarlett_johansson_cleavage-3990.htm]
Porque quién me manda leer a
Tolstoi cuando se pone alegórico y evangélico sin la excusa de lo ensayístico o
autobiográfico… Pero es que no le tengo miedo a nada – y eso acaba conmigo. Así
que ahora, al lío: He aquí un precioso cuento sobre el omnipresente y rastrero
pragmatismo. Queda claro que Tolstoi critica con saña los comportamientos de
Vania (un descuidado egoísta cuyo único interés es su propio disfrute, lo que
redunda en que los demás pierden lo que tienen), Vassili (un estratégico
mercader cuyo trabajo consiste en comprar
barato y vender caro, es decir, en cebarse con las necesidades ajenas) y
Volodia (un filibustero de bienes eternos que se juega una recompensa celestial).
El único que se salva de esta pseudoética de premios y beneficios es Serguey,
quien devuelve lo que toma con la posibilidad de incrementarlo. ¿O no era este
el mensaje del cuentecillo?
[1] TOLSTOI, León. “Los melocotones”, en Sus mejores cuentos. Madrid: Club
Internacional del Libro, 1993, pp. 189-90. Traducción de ?
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