miércoles, 26 de septiembre de 2012

El atractor extraño


Maupassant, Guy de. “Magnetismo”, en Cuentos fantásticos. Madrid: Unidad Editorial, 1998. Traducción de Domingo Santos.


Sobremesa nocturna, alcohol, tabaco: los hombres, en la duermevela del bienestar y el cansancio físicos, empiezan hablando del magnetismo para terminar tratando de lo milagroso.

“Entonces cada uno aportó un hecho, presentimientos, comunicaciones de almas a través de grandes espacios, influencias secretas de un ser sobre otro” (ob. cit., p. 46).

El joven “negador empedernido”, diabólico racionalista, escéptico mordaz, exhumador de los restos eclesiásticos soterrados en el credo empirista, degustador empedernido de los placeres también de la carne; el joven empieza por la duda y llega a la certeza de la existencia no de lo científicamente inexplicable, sino de lo todavía inexplicado, y aplica la navaja materialista hasta quedarse con las magras coincidencias, únicos misterios, de naturaleza prosaicamente estadística.

El primer caso que propone convence a los que lo observan y escuchan con cierta condescendencia soberbia. El segundo caso, una experiencia personal, concluye con ese giro inesperado que hace del relato de Maupassant otra perfecta pieza literaria: tratando de luchar con su ejemplo contra la tesis del magnetismo, queda expuesto como objeto de aquellas “comunicaciones de almas a través de grandes espacios, influencias secretas de un ser sobre otro”.

Con mayor o menor fortuna, desde mediados del siglo XIX y todavía a principios de XX hubo hombres de espíritu científico que se aproximaron a lo paranormal con voluntad de verdad y con la menor cantidad posible de prejuicios. Ignoro en qué estado se encuentran en la actualidad estos estudios, si los hay. La ciencia nos habla de once dimensiones y los charlatanes siguen pregonando que su ignorancia es la prueba de la existencia de una variable polimórfica, “Lo Incognoscible”. No sé más, así que sigo sin enterarme de nada.

Lo cierto es que en el marco del vetusto pero aún eficaz esquema espacio-temporal nos rozamos y tropezamos con un número de incertidumbres infinitamente mayor que de certezas, y aun estas parecen estar a una impenetrable distancia de la verdad. No es de extrañar, entonces, que se busquen explicaciones que en principio parezcan tan descabelladas como a un hombre de hace milenios el hecho de que la Tierra fuese redonda.

Si llamo religiosa a la actitud de buscar fuera de la Naturaleza causas y sentidos a hechos físicos, me pregunto a qué obedece esta tendencia que algunos tildan de supernumerario vestigio del amanecer de la humanidad, la forma más básica (y quizás prototípica) de error. Se podría decir, según esta versión, que la susodicha actitud no es más que una equivocada estrategia de búsqueda de respuestas y soluciones a hechos inexplicados y que poseen una abrumadora carga emocional (miedo, deseo, dolor, placer, etc.), de manera que se estaría ante la prodigiosa búsqueda de una salida a una situación altamente insatisfactoria (la incertidumbre, el absurdo, la inseguridad, lo inevitable, el paso del tiempo, la muerte, etc.).


[Página del Timeo traducido al latín en 1491. Fuente: Wikipedia. En este diálogo de Platón, un sacerdote egipcio afirma que los griegos siempre serán unos niños...]

Los griegos, aquellos brillantes niños superficiales que todo lo veían lleno, identificaban lo real con lo posible. Pero, como decía Nietzsche, el cristianismo vino a hacer del hombre un animal profundo, lo que yo traduzco como la introducción de la nada en la experiencia y el pensamiento. El camino hasta Heidegger y su afirmación de que la nada está en el ser y lo posible está por encima de lo real, resulta inevitable e irreversible. Somos ahora niños viejos cuya realidad suena a hueco. Y, sin embargo, es ahora cuando tenemos todo lo necesario para pensar de cero, siempre desde el principio o no es pensar, la cuestión de la actitud religiosa.

Entre el mundo lleno de los griegos y el insalvable abismo ontológico cristiano nos encontramos con que los hijos de hombre y mujer se mueven en y desean lo real como el ser humano se funda en y aspira a lo posible. Ya no podemos entender de otra manera las líneas principales de las combinaciones y movimientos con las piezas ser, devenir y nada: “Si Dios existe, todo es posible”, “Si Dios no existe, todo es imposible”, “Si Dios existe, nada es posible”, “Si Dios no existe, todo es posible”. Es en este sentido en el que yo entiendo la actitud religiosa: como prueba de que el ser humano es un animal de posibilidades, y de que esto no es un error originado en un error, sino su mismísima esencia, pues lo posible es ese atractor extraño entrañado en el hombre que siempre es sí mismo y que constante y asintóticamente está yendo hacia sí mismo ejerciendo sobre su ser una influencia que salva toda distancia de espacio, tiempo y dimensiones.

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