miércoles, 19 de septiembre de 2012

La Cueva de Salamanca, Cervantes y el prana

Lo bueno de respirar aire es que permite vivir; lo malo, que el oxígeno va oxidando, quemando, matando. Unos opinan que esa paradoja es la vida misma; por otra parte, hay quien dice que hay otra vida, pero más allá o más tarde, lo que hace de esta vida una palabra vacía, una no-palabra; también hay quien afirma que hay otra forma de vida en la que el aire que se respira no es este aire oxigenado de cada día, como si, en efecto y parafraseando a Novalis, hubiese otra vida – pero estuviese en esta.

Algo parecido pasa con los libros, ese aire que ha de respirar quien de vez en cuando quiera vivir la Literatura. Vuelvo a entrar en La Cueva de Salamanca y respiro hondo. 


[La Cueva de Salamanca, hace más de veinte años]

No me encuentro en el llano comiendo palabras que, como el aire, me dan la vida mientras me la quitan para dejar un rastro de heces, la huella de lo que se devora a sí mismo. Tampoco estoy en una alta cima donde el exceso de oxígeno hace que me desvanezca y anestesie, que pierda el sentido y los sentidos. Por eso con frecuencia regreso a Cervantes: para respirar Literatura, para leer en esa fuente de vida que da sin quitar, que enseña mostrando, que muestra el camino del horizonte abierto.

¿Para qué tantos libros para tan poca Literatura? ¿Para qué este insaciable empacharse de aire? El día que decida dejar de leer libros, viviré del prana literario.


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