lunes, 12 de septiembre de 2011

EPPUR SI MUOVE


Esta nota sigue al cambio que he realizado en el texto que reseña el quinto volumen de la correspondencia de Nietzsche publicado por Trotta. Un correo enviado por dicha editorial me ha animado a rectificar no el estilo, al que no puedo renunciar, pues sería renunciar a mí mismo, ya que no es una pose, es decir, un fingimiento; digo que me ha animado a rectificar no el estilo, pero sí algunas expresiones hirientes y, por lo tanto, innecesarias. Pido públicamente perdón por el sarcasmo, siempre ofensivo, y deseo que esta rectificación sirva como agradecimiento ante el valor de pedir disculpas sin rodeos por un trabajo no del todo idóneo. En cualquier caso, siempre son los mejores los que también en los malos momentos saben estar a la altura, y yo no dejo de pensar que Trotta es la mejor editorial de este país.

Y sin embargo se mueve, amigos míos. Quiero decir que seguimos a vueltas con el escándalo editorial (no sé si sólo en España). Parece que la endogamia editores-escritores-periodistas no acarrea nada bueno. En este sentido, probablemente Internet haya venido a abrir el hueco a los lectores, muchos de ellos conocedores y exigentes, un hueco que rompe esa cadena viciosa de, en muchos casos, meros favores recíprocos e intereses económicos.

Se diría que hay una ley del silencio. Todos los que escribimos podemos contar (y nos contamos los unos a los otros) escalofriantes anécdotas (y no es la palabra, pues una anécdota es como una excepción, y aquí estamos ante una regla) sobre la relación con los editores. Los lectores quedan excluidos de lo que pasa entre bastidores. Por ejemplo, ¿cuántos lectores podrían imaginarse que la publicación de una obra literaria está en manos de editores que cometen salvajes faltas de ortografía? – En fin, mejor callar. Y sobre la relación (no sé si simbiótica o parasitaria) que mantienen los que trabajan en la prensa con editores y escritores, no hay nada que decir después de lo dicho por Balzac en Las ilusiones perdidas.

Desde hace años me gusta decir que no quiero hablar de cultura porque es el único tema que me pone como un energúmeno. Pero lo hago. Supongo que no es un vicio, sino la constatación, por vía del dolor, de una fe inquebrantable en la existencia de amantes del conocimiento que están por encima de pasiones e intereses.


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