lunes, 19 de septiembre de 2011

LA PESTE


El narrador de A Journal of the Plague Year se duele de los desmanes acaecidos en Londres a raíz de la peste de 1665. Se duele pero los perdona cuando los perpetran hombres que no saben lo que hacen, o bien los hombres ante la muerte y el peligro de muerte. Cualquiera, también uno mismo, puede ser portador de la peste de manera invisible, porque se oculta a propósito o porque se desconoce. Y, así, todos son sospechosos, también uno para sí mismo, y la sospecha del contagio crea un estado de sitio y alarma constantes. En este estado de cosas, cuando se cree que cualquiera puede contagiar el mal, se recrudece el aislamiento, se multiplican las ayudas y muchas disensiones desaparecen gracias a la unión de todos ante la muerte, que a todos iguala y a todos muestra su origen, naturaleza y destino comunes. Nada hay más comprensible, ante el miedo, el dolor y la muerte, que la comprensión benevolente y piadosa. Por eso el narrador de lo que más se duele es de que pasado el peligro, pasado el miedo, pasado el dolor, pasada la muerte inminente, los hombres vuelvan a sus banales disputas, al aislamiento egoísta, al cálculo de intereses privados, y olviden las promesas de conversión que habían hecho en peligro de muerte.


[La peste. Arnold Böcklin]


Ahora bien, si ante la muerte el hombre abandona vanas ilusiones y disputas enraizadas en el egoísmo y en esa la más horrible de sus máscaras, la estupidez, entonces el verdadero peligro no es la peste que trae la muerte inminente y su amenaza constante; y, por lo tanto, la auténtica peste no sólo no tiene nada que ver con la muerte, sino que es la mismísima vida. Porque en cuanto regresa la vida el hombre quiere y puede algo más que sobrevivir, y sabe que el resto de hombres también quieren y pueden algo más que sobrevivir, y entonces todo hombre se vuelve sospechoso y peligroso, puede portar, sin saberlo, la peste de vivir, y uno se vuelve sospechoso ante sí mismo, pues puede querer ahora una cosa y luego otra, o las dos cosas al mismo tiempo, aunque parezcan mutuamente excluyentes, y no sabe con certeza qué será capaz de hacer para conseguirlas. La peste de la vida genera un estado de sitio, de emergencia y urgencia sin paliativos, y todos los que viven pensando que no es probable que mueran mañana mismo, contagian, a propósito o sin saberlo, el bacilo del poder-querer y del querer-poder.
Es así como no hay hombre más egoísta y olvidadizo que el hombre feliz, ni hombre más estúpido que el hombre enamorado, ni hombre más asfixiante que el hombre de éxito. El bienestar, el orgullo, la envidia y el egoísmo son los cuatro jinetes del apocalipsis de la vida, son la revelación de la vida que no teme desaparecer de un momento a otro y que traza límites infranqueables entre hombre y hombre que sólo salva ese estado de perfecta salud que es la muerte.

2 comentarios:

  1. destruye este último vínculo, por favor

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  2. Estimado lector: Su comentario me deja perplejo y preocupado. Perplejo porque me han echado de muchos sitios, pero nunca me habían echado de mi propia casa. Y preocupado porque algo le ha disgustado sobremanera. Si lo que le molesta es la pobre calidad del texto, me gustaría que lo dijese con claridad para conocer sus razones y poder aprender y mejorar a partir sus comentarios. Si lo que le molesta son los argumentos, sólo puedo decirle que se trata de un juego con la lógica, un juego que pretende indagar en las paradojas que se ocultan bajo la superficie del despistado ir viviendo cotidiano. En este sentido, quizás cabría recordar, aprovechando el asunto, "La peste" de Camus. En fin, espero que me perdone que no retire esta entrada antes de conocer las razones que le han llevado a dejar su comentario. Y siento las molestias.

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