ARRABAL, Fernando. Arrabal celebrando la ceremonia de la
confusión. Madrid: Alfaguara, 1966.
Poco o nada nuevo puede
decirse de la íntima relación entre el ajedrez y el único genio español (parece
un oxímoron, ¿verdad?) vivo. Y qué necesidad hay de novedades cuando lo mismo
se sucede de manera perfecta: afortunadamente, siempre se puede regresar una y
otra vez.
Aparece el ajedrez por primera
vez en esta obra dionisíaca, onírica, de juegos fractales, trampantojos y mise en abyme, obra de candor y
voluptuosidad, de dulzura y crueldad, de lucidez que ciega y de oscuridad que
ilumina; aparece el ajedrez, decimos, y cómo podía ser de otra manera, en la
sección “c) Arte” de “Mi biografía”: “La memoria presidía” (p. 101), comienza
el fragmento.
La memoria biográfica y la
memoria de la humanidad jugando con el azar del futuro para crear la obra de
arte, para atenerse a las piezas y las reglas eternas y, así,
inexplicablemente, hallar nuevas combinaciones que van a dar en encuentros hasta
ese momento inimaginables. Así el ajedrez, así el arte, así la filosofía, así
la vida.
Una vez que aparece, el
ajedrez se resiste a dejar el texto, y en “d) Anatomía”, leemos que “mis
piernas [están representadas] por un caballo de ajedrez en medio de un campo”
(p. 108). Y el cuarto capítulo comienza, como todos los capítulos, en “La glorieta”,
donde tiene lugar una interrumpida Ruy López (pp. 113-6).
Es esta una celebración en la
que la ceremonia no confunde en absoluto, sino que aclara como los sueños de la
noche aclaran los sueños de la vigilia, porque Arrabal nos sitúa “en los arrabales
de la fascinación” (p. 125).
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