domingo, 7 de abril de 2013

Ajedrez de Arrabal


ARRABAL, Fernando. Arrabal celebrando la ceremonia de la confusión. Madrid: Alfaguara, 1966.


Poco o nada nuevo puede decirse de la íntima relación entre el ajedrez y el único genio español (parece un oxímoron, ¿verdad?) vivo. Y qué necesidad hay de novedades cuando lo mismo se sucede de manera perfecta: afortunadamente, siempre se puede regresar una y otra vez.

Aparece el ajedrez por primera vez en esta obra dionisíaca, onírica, de juegos fractales, trampantojos y mise en abyme, obra de candor y voluptuosidad, de dulzura y crueldad, de lucidez que ciega y de oscuridad que ilumina; aparece el ajedrez, decimos, y cómo podía ser de otra manera, en la sección “c) Arte” de “Mi biografía”: “La memoria presidía” (p. 101), comienza el fragmento.

La memoria biográfica y la memoria de la humanidad jugando con el azar del futuro para crear la obra de arte, para atenerse a las piezas y las reglas eternas y, así, inexplicablemente, hallar nuevas combinaciones que van a dar en encuentros hasta ese momento inimaginables. Así el ajedrez, así el arte, así la filosofía, así la vida.

Una vez que aparece, el ajedrez se resiste a dejar el texto, y en “d) Anatomía”, leemos que “mis piernas [están representadas] por un caballo de ajedrez en medio de un campo” (p. 108). Y el cuarto capítulo comienza, como todos los capítulos, en “La glorieta”, donde tiene lugar una interrumpida Ruy López (pp. 113-6).

Es esta una celebración en la que la ceremonia no confunde en absoluto, sino que aclara como los sueños de la noche aclaran los sueños de la vigilia, porque Arrabal nos sitúa “en los arrabales de la fascinación” (p. 125).

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