BISCHOFF, Ulrich. Munch. Colonia: Taschen, 2011. Traducción de Félix Treumund.
En pocas ocasiones es tan
importante como en el caso de Edvard Munch evitar la aproximación, la
interpretación socio-psico-biográfica a la obra de un artista, de ahí que el
texto de Ulrich Bischoff acierte al evitar esta tentación cuando se trata de un
pintor en quien, y no puede ser de otra manera si se crea, no solo lo
individual no se distingue de lo universal y la mera obra y su creación son los
auténticos asuntos del obrar y lo obrado, sino que, además, se caracterizó por
ir eliminando de sus cuadros todo rasgo que pudiese conducir a una lectura de
este tipo sobre la base de lo anecdótico.
[Hombre y mujer, 1898. Origen de la imagen: http://blocdejavier.wordpress.com/2012/01/21/cenizas-munch-1894/]
“La peculiaridad esencial del
arte de Munch, sin embargo, no radica en la exposición sensible de vivencias
centrales de la infancia o en el sagaz análisis psicológico. Su mérito consiste
en el radicalismo con que trata dos problemas estrictamente artístico: la
composición y la técnica pictórica” (p. 56), escribe el autor del presente
volumen.
Bischoff deja clara su postura
al afirmar: “Pero, así como toda obra de arte significativa puede existir
independientemente de su contexto histórico-social y de toda ligazón temática o
formal con otras obras, así también es posible entender el arte de Munch a la
luz de una sola obra” (p. 63).
En efecto, el creador no hace más
que dedicarse a una sola obra durante toda su vida. En el caso de Munch, esta
obra se llama “El friso de la vida”, y va más allá de la serie de cuadros que
estrictamente lo componen, pues este “friso” se articula en cuatro partes que
inevitablemente ocupan al artista de principio a fin: “El despertar del amor”,
“La plenitud y el fin del amor”, “Miedo a la vida”, “Muerte”.
“El friso de la vida” está íntimamente
ligado a otros frisos, como el de Reinhardt o el de la universidad de Cristianía:
“El ‘Friso de la vida’ representa las alegrías y los sufrimientos del individuo
vistos de cerca, los cuadros de la universidad encarnan las poderosas fuerzas
eternas” (p. 62).
La continuidad temática va
ligada a la unidad estilística dentro de la perpetua experimentación de la
creación: “A pesar de que el tema varía, el peculiar lenguaje formal de Munch
permanece siempre, vinculando así una multitud de cuadros de tema diverso en la
totalidad de una obra de gran originalidad y cohesión” (p. 76).
Durante años, Munch padeció la
incomprensión de sus contemporáneos (más en concreto, del público y de la crítica,
no de los pintores) debido no a cuestiones temáticas, sino técnicas: sus
cuadros fueron juzgados como malos o tomaduras de pelo por las mismas razones
por las que lo fueron los de Toulouse-Lautrec: transgredían lo que hasta
entonces se entendía no ya como representación realista, sino el mismo concepto
de obra de arte en tanto que momento materializado en el que se esta considera
trabajada y terminada.
Ulrich Bischoff insiste en
esto incluso cuando se detiene a comparar el contenido temático o simbólico
entre varias obras, como en el caso de La
mujer en tres estadios: “Más importantes que estas coincidencias son,
empero, los medios propiamente pictóricos aplicados por Munch” (p. 46).
No podían faltar las
inevitables referencias a la fotografía. En este sentido, afirma el propio
Munch: “La cámara fotográfica no podrá competir con la pintura mientras no se
la pueda utilizar ni en el cielo ni en el infierno” (p. 84). Lo que es tanto
como decir que la fotografía no puede, como la pintura, servir de umbral para
acceder a lo inalienablemente individual y al mismo tiempo atemporalmente universal
de una/la experiencia humana.
La fotografía, por lo tanto,
no es vista como una amenaza para la pintura, que tendría, según Munch, sus
verdaderos enemigos en otra parte: “Lo que está arruinando el arte moderno es
el comercio […] No se pinta por el deseo de pintar […] o con la intención de
contar una historia” (p. 18).
[El sol, 1909-11. Origen de la imagen: http://polarbearstale.blogspot.com.es/2010/06/edvard-munch-1863-1944_29.html]
Estas apreciaciones me llevan
a pensar en las relaciones entre narrativa, cine y mercado. ¿Para qué novelas y
cuentos en la época del cine? Por supuesto, la pregunta sería completamente
absurda si los mercaderes de libros no se hubiesen empeñado en poner a la venta
exclusivamente obra narrativas que no dejan de ser clones de películas y series
de cine y televisión. Aquí solo importa la historia que entretiene al
consumidor: no existe la Literatura.
Termino con unas palabras que
tal vez sacien la curiosidad de muchos por el origen y el significado de El grito. Dice Munch: “Iba caminando con
dos amigos por el paseo, el sol se estaba poniendo, el cielo se volvió de
pronto rojo. Yo me paré, cansado me apoyé en una baranda, sobre la ciudad y el
fiordo azul oscuro no veía sino sangre y lenguas de fuego. Mis amigos
continuaban su marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo
y sentía que un alarido infinito penetraba toda la naturaleza” (p. 54). Y no
deja de ser interesante, también, la reproducción de la momia peruana, en el Musée de l’Homme de París,
en la que, por lo visto, se inspiró el artista para crear el más célebre de sus
cuadros.
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