martes, 27 de septiembre de 2011

Gracias por vuestra compañía

Queridos amigos, os anuncio que dejo el blog. No sé si a partir de ahora seguirá o no en funcionamiento. Os agradezco cordialmente vuestra paciencia y vuestra amistad. Hasta siempre.

Roberto

lunes, 19 de septiembre de 2011

LA PESTE


El narrador de A Journal of the Plague Year se duele de los desmanes acaecidos en Londres a raíz de la peste de 1665. Se duele pero los perdona cuando los perpetran hombres que no saben lo que hacen, o bien los hombres ante la muerte y el peligro de muerte. Cualquiera, también uno mismo, puede ser portador de la peste de manera invisible, porque se oculta a propósito o porque se desconoce. Y, así, todos son sospechosos, también uno para sí mismo, y la sospecha del contagio crea un estado de sitio y alarma constantes. En este estado de cosas, cuando se cree que cualquiera puede contagiar el mal, se recrudece el aislamiento, se multiplican las ayudas y muchas disensiones desaparecen gracias a la unión de todos ante la muerte, que a todos iguala y a todos muestra su origen, naturaleza y destino comunes. Nada hay más comprensible, ante el miedo, el dolor y la muerte, que la comprensión benevolente y piadosa. Por eso el narrador de lo que más se duele es de que pasado el peligro, pasado el miedo, pasado el dolor, pasada la muerte inminente, los hombres vuelvan a sus banales disputas, al aislamiento egoísta, al cálculo de intereses privados, y olviden las promesas de conversión que habían hecho en peligro de muerte.


[La peste. Arnold Böcklin]


Ahora bien, si ante la muerte el hombre abandona vanas ilusiones y disputas enraizadas en el egoísmo y en esa la más horrible de sus máscaras, la estupidez, entonces el verdadero peligro no es la peste que trae la muerte inminente y su amenaza constante; y, por lo tanto, la auténtica peste no sólo no tiene nada que ver con la muerte, sino que es la mismísima vida. Porque en cuanto regresa la vida el hombre quiere y puede algo más que sobrevivir, y sabe que el resto de hombres también quieren y pueden algo más que sobrevivir, y entonces todo hombre se vuelve sospechoso y peligroso, puede portar, sin saberlo, la peste de vivir, y uno se vuelve sospechoso ante sí mismo, pues puede querer ahora una cosa y luego otra, o las dos cosas al mismo tiempo, aunque parezcan mutuamente excluyentes, y no sabe con certeza qué será capaz de hacer para conseguirlas. La peste de la vida genera un estado de sitio, de emergencia y urgencia sin paliativos, y todos los que viven pensando que no es probable que mueran mañana mismo, contagian, a propósito o sin saberlo, el bacilo del poder-querer y del querer-poder.
Es así como no hay hombre más egoísta y olvidadizo que el hombre feliz, ni hombre más estúpido que el hombre enamorado, ni hombre más asfixiante que el hombre de éxito. El bienestar, el orgullo, la envidia y el egoísmo son los cuatro jinetes del apocalipsis de la vida, son la revelación de la vida que no teme desaparecer de un momento a otro y que traza límites infranqueables entre hombre y hombre que sólo salva ese estado de perfecta salud que es la muerte.

sábado, 17 de septiembre de 2011

EN LOS PECIOS DE LA PEREZA

También en ese espacio de tiempo que es la pereza, que cuando llega de la mano de cierta tristeza roza el dolce far niente por la tangente de una agridulce irritación que anima a no reaccionar, se encuentran especies de tesoros sin valor, fósiles de tiempo, hundimientos del pasado, y perlas – esos frutos de la irritación – a los que se llega por la apnea de la inactividad, del dejarse llevar. Así, mientras leo A Journal of the Plague Year recuerdo los diez cuentos que hace más de diez años reuní bajo el título Juicios sintéticos a priori, y, en concreto, el último, que ahora ofrezco para su lectura: “La Tierra es redonda”. Y junto a estos despojos en las playas submarinas, también me animo a abrir la concha de lo que ahora me entretiene, unos Cuentos sucios. Habrá que aprender a flotar también bajo la superficie.


[John William Godward. Dolce far niente]

La Tierra es redonda

Al salir cierra la puerta. Queda solo en la estancia. Se vuelve y se acerca a la rendija por la que entra un segmento vertical de luz: desde la muralla hasta las tiendas de los sitiadores se extienden, sobre una superficie devastada, los cascotes de una erupción humana: miembros sin sentido, inservibles trozos de armas, cuervos muertos con la cabeza abierta a picotazos, perros pasados a cuchillo todavía con jirones de telas ensangrentadas en la boca, joyas, estandartes sin viento.
A su espalda escucha el llanto de un niño: van diez años. Hay criaturas que han nacido en la guerra y que no conocen otra cosa que estas murallas, altas, negras, cerradas a cal y canto salvo para dar salida a los hombres, a los jóvenes, a los niños, y dar entrada a sus restos. Conocen las cunas desarregladas, las horas y horas tumbados sin que su llanto sea consolado; conocen los rostros crispados de alguna de las mujeres que acierta a pasar a su lado, las manos impacientes que los sacuden, los gritos que contestan a sus llamadas. Siempre juegan a lo mismo, no conocen otro juego que el de lanzarse piedras y palos afilados, y el de revolcarse por el suelo, sobre ese manto de heces de los animales que alfombra la ciudad, imitando el cuerpo a cuerpo de la lucha y del sexo, pues todo es ya visible y nadie se atreve a detener al que está sufriendo y al que sabe que va a terminar en unas horas con su vida. Conocen la bárbara risa de los carroñeros, el cielo sobrevolado por aves que cargan con pedazos humanos del doble de su peso, que a veces se caen a sus pies como una lluvia macabra. Trabajan en la armería, en las caballerizas, en la herrería, cuidando el ganado, vigilando lo que algunos se atreven a plantar en sus jardines privados, constantemente saqueados; también cosen, corren detrás de los más pequeños, cachorros de las batallas, concebidos antes o después de la cólera del que se desvive para clavar una lanza, para blandir una espada, para levantar y bajar con violencia el martillo del hacha; niños que nacen con dientes, con canas, niños que muestran en sus miradas la progeria del odio, que lucen en su piel los edemas de una leche agria, cortada, la congénita fealdad del egoísmo que sólo quiere sobrevivir. Los niños practican con el arco, apuntan a las dianas con los ojos cerrados y clavan las flechas en su centro; luego los ponemos en fila, parapetados tras sacos de arena, a disparar sus dardos desde este lado de los muros. No saben si han acertado, pero si les preguntas te dirán que sí, que están seguros, como con la diana y sus ojos vendados; y se levantan y se van a rebuscar comida, y no ven sus cadáveres.


[Brueghel el Viejo. El triunfo de la muerte]

Las mujeres son hombres o son bocas, anos, vaginas, manos; son irracionales bestias vengativas que supuran rencor, que demuestran más crueldad que nosotros, o son fláccidos pellejos sin voluntad, enfermos bultos apenas recubiertos con harapos que se han abandonado y a las que se deja agonizar por toda la ciudad, pues ya nadie siente compasión y la ayuda no existe: existe el poder y la guerra, y es más valioso el enemigo que el ser que no puede morir matando para conseguir la victoria. Al principio se cantaba, se bailaba; por las noches refulgían las hogueras y a su alrededor celebrábamos fiestas alegres, que con el tiempo se fueron reduciendo a fúnebres plantos sin fuego, a calladas vigilias sin palabras, a nada. Y si en aquellos gloriosos días de la esperanza descabellada algunos poetas compusieron y recitaron épicos relatos que envalentonaban a nuestro ejército de espectros, cada vez más inerte y menos humano, al poco dejaron de hablar y se hizo un viscoso silencio que precedió a otro tipo de obras, a otras estructuras y cadencias, pesimistas, enrevesadas, tiznadas del sarcasmo del que es testigo de la crecida imparable de la estupidez. Entonces les rebanaron el cuello. Los lentos filósofos guardaron silencio desde el primer instante; recogieron sus escritos y se dedicaron a la medicina o a las artes de la arquitectura y de la estrategia bélicas. Ya no se les volvió a ver paseando solitarios o en pequeños grupos sin rumbo, ensimismados como flores en las corolas de sus ideas; no se les volvió a escuchar dialogando sobre la Naturaleza y las palabras y los números, y a partir de entonces, en el recinto de las murallas, aniquilado el espíritu de la ciencia, los hombres vagamos desorientados, confundidos, exhaustos, en una atmósfera malsana, opaca, que se te ciñe a la piel y hace que te chirríen los dientes incluso cuando duermes, si es que consigues dormir, si es que los aullidos de dentro y de fuera no son más estridentes que la sordomudez de tu cansancio. Ellos están fuera de casa, lejos de sus familias. Los envidio. Ellos podrán regresar. Aquí no quedará piedra sobre piedra. De aquí saldrán esclavos, proscritos, rameras, juguetes de la tortura. Hoy tengo que salir a campo abierto. Tengo que pelearme con él. Yo ya no le veo el sentido a todo esto. El horror se ha metido en mis huesos, en mis sueños. Esta noche he visto un carro dando vueltas y más vueltas alrededor de un planeta cercado, y su auriga, de ojos de loco, de hombre que padece la miseria de ir contra sí mismo, me decía con voz dulce: “La Tierra es redonda”, como si con ese enigma quisiera advertirme de un gran peligro, “La Tierra es redonda”. Pero yo salía a su encuentro, sintiendo la gravitatoria frialdad de otro cuerpo dentro de mí, marchando de frente hacia él, y ahí voy, sí, pues sé que la Tierra no es redonda y la recta es la distancia más corta entre dos puntos.

Cuentos sucios


[Lovis Corinth. Salomé]

1.
-Cuéntame un cuento.
-Cuéntame un cuento… Creo que así fue como se creó el mundo.
-Anda, por favor, cuéntame un cuento.
-Pero yo no sé ningún cuento.
-Pero tú los inventas. Anda, cuéntame un cuento.
-Los invento… Está bien. ¿Qué tipo de cuento quieres? ¿De intriga, de terror, de…?
-De amor. Quiero que me cuentes un cuento de amor.
-Sorpresa.
-Pero de amor de verdad. Un cuento sucio, de amor sucio, de toda la suciedad del amor.
-De la suciedad del amor.
-Sí, del amor de verdad, un cuento sólo de amor sucio, sólo de la suciedad del amor, un cuento verdaderamente de amor verdadero.
-Está bien.
-Dame un beso.
-Érase una vez el mundo. Y en el mundo estaba el amor. Y el amor era enemigo del mundo. Y el mundo estaba enamorado del amor.
-El mundo está enamorado de su enemigo, el amor.
-Tú cuentas los cuentos mejor que yo.
-¿Y ya está?
-Sí.
-Pero ese es sólo el comienzo. ¿Cómo termina el cuento?
-Es cierto. ¿Cómo termina el cuento? Quizás no tiene final.
-Ah, no, no, no, todos los cuentos tienen un final.
-A mí no se me ocurre ninguno. ¿Y a ti?
-Déjame pensar… Sí.
-Dime.
-Acércate. Acércate más, mucho más, más…


2.

Mientras subían la escalera de caracol, le tocaba el culo y el coño por debajo de la falda, por encima y por debajo de las bragas.
-Para.
Mira de arriba abajo, en escorzo.
-Quiero unos pendientes que brillen como Venus.
-¿Dónde voy a conseguir algo así?
-No “algo así”: eso. ¿Tú no eres geólogo? Encuéntralos.
-Pero usted es joyero. Y yo quiero unos pendientes que brillen como Venus.
-No: yo soy el mejor joyero.
-Entonces, encuéntrelos.
-¿Sí?
-Quiero unos pendientes que brillen como Venus.
-Imposible.
-¿No existen? ¿Ni siquiera en el mercado negro o en los museos?
-Sí.
-Encuéntralos.
-Me da igual quién los tenga y dónde los tenga. Quiero unos pendientes que brillen como Venus.
-Son piedras de un metal no clasificado. Se les ha clavado un pequeño garfio. Todavía están en una mina, a cielo abierto.
-Encuéntralos.
-Sabemos que los pendientes que brillan como Venus están ahí, donde tú estás. Hay mucha gente implicada en esto.
-Los habría visto.
-Mira bien. Están delante de tus ojos. Encuéntralos.
Mientras subían la escalera de caracol, le agarraba suavemente las bragas, el vello enredado en los dedos.
-Para.
Mira de arriba abajo, en escorzo.
-Agáchate más. Mírame.
Dos pequeños anzuelos se clavan en los ojos, que pasan a brillar en los lóbulos como Venus.


[Rembrandt. Betsabé con la carta del rey David]


3.

Al principio rompíamos relojes de arena. Luego encontramos uno que fuimos incapaces de romper; ya vivíamos juntos y nos lo llevamos a casa. Lo colocamos en la balda más alta de la librería y no le prestamos más atención hasta que uno de los dos, no recuerdo quién, lo colocó más a mano en la misma estantería, a la altura de los ojos, y a veces, cuando pasábamos por delante, le dábamos la vuelta y nos deteníamos a mirar, durante un segundo, cómo caía la arena hasta que un día nos sorprendimos los dos, de pie, enfrente del reloj, observando en silencio cómo se iba vaciando y llenando el reloj, perplejos como ante una antinomia.
Y esto duró hasta que el reloj de arena ocupó el centro de la mesa, junto al sofá, y ya no leíamos, ni hablábamos, ni nos tocábamos, ni nos mirábamos: nos turnábamos para girar el reloj y pensábamos en el falso tiempo de los relojes de agujas y esfera, que parece moverse en círculo sin fin, y que seguirá retornando y girando aunque el corazón se pare, cuando en realidad el tiempo es un segmento, una recta con principio y fin.
Y pensábamos en la luminosa mentira del reloj de sol, que sin nadie que lo contemple, sin necesidad de nadie para hacerlo funcionar, seguirá marcando las horas. Y pensábamos en la falacia de los relojes digitales, en la burla de los números infinitos bajo la cúpula sublunar.
Y pensábamos que sólo el reloj de arena decía la verdad, y que ver cómo va cayendo la arena angustia, y que si no hay quien le dé la vuelta, permanece el tiempo muerto, y que si tú eres la arena serás, tras la muerte, exactamente como fuiste en vida, y así siempre que se le dé la vuelta al reloj, y que la arena tenía que ser roja como la sangre porque es el sufrimiento que soportamos hasta que desaparece el último grano, y que si se deja reposar el reloj ese sufrimiento, cuya proximidad al final angustia, ha sido en vano, y que si se le da la vuelta al reloj, comienza idéntico a sí mismo.


4.

Con unas tijeras recortó la luna llena del cielo. Se sentó en la cama y pensó que podía cortarse la piel con esas tijeras, colocar la luna sobre la carne y volver a poner el trozo de piel. La luna era del tamaño de una antigua moneda de plata, y era blancuzca, casi translúcida, y blanda, como de goma. La herida tardaría en curar un mes. Una vez repuesto el trozo de piel, lo recubriría con gasa y esparadrapo, no serían necesarios puntos, sólo Betadine, agua oxigenada, gasas y esparadrapo. Así que dejó la luna sobre la mesilla y cogió las tijeras. Y llamaron a la puerta.
-No he podido avisarte. Pasaba por aquí y…
Se sentaron en el borde de la cama.
-¿Has visto la luna? Parece, más que nunca, un agujero en el cielo.
Se echaron sobre la cama. Se desnudaron. Estiró la mano, tropezó con la mesilla, cogió la luna, se la puso en el sexo.
-Vas a alucinar.

[Henner. La lectora]

5.

-Escucha: “Los egoístas siempre ganan”. Rebátelo.
-No puedo.
-Tú pierdes.
-Y tú ganas.
-¿Y sabes por qué? Olvídate de las consecuencias para los demás, de esa pragmática de los efectos llamada moral. ¿Sabes por qué los egoístas, hagan lo que hagan los demás, siempre ganan?
-Sólo sé que tú eres parte del mundo.
-Cierto. Pero, mira, los egoístas siempre ganan por la misma razón por la que el amor nunca se equivoca.
-Pero… Tú no me haces feliz.
-Ya, pero yo me amo por encima de todas las cosas, mi cosita linda.


6.
-Somos uno.
-A veces.
-Cuando sólo somos cuerpo y nuestros cuerpos están unidos.
-Sí.
-Es muy extraño. ¿La conciencia nos separa?
-No lo sé.
-¿Qué nos separa? ¿Qué distancia es esta? La conciencia… Esa voz que en silencio dice, ¿o se dice?, tú eres tú… A eso llamamos yo, a un decir tú… Y en silencio, en secreto. Eso es la conciencia, ¿no? Un lío, un contrasentido, un yo que es tú, que es un decir, ¿o un decirse?, tú… Y esa estupidez, ese galimatías es lo que nos separa… Que exista esa posibilidad de hablar en silencio, de ese espacio invisible, la posibilidad del secreto. Somos lo que no decimos, lo que velamos, lo que callamos, lo que ocultamos, lo que no mostramos, lo que no revelamos, lo que sabemos y nadie más sabe, el iceberg que muestra la punta y oculta su masa bajo la superficie. Eso nos separa, ¿verdad? Porque el cuerpo no tiene secretos, es siempre visible, y las sensaciones se funden, se confunden de piel a piel cuando todo es piel, cuando se tocan y no se distinguen: en esa oscuridad del tacto toda piel es la misma piel. Es todo culpa del maldito secreto, de su posibilidad, de que pueda haber algo invisible. Y ese es el yo, y eso nos separa, lo que no compartimos, nos separa la mera posibilidad de no compartir. Y la conciencia es nada, y guarda nadas, y a eso le llamamos yo, y cada uno con su yo, cada uno en su nada, a una distancia insalvable del otro yo. Es la posibilidad de no decir sólo y toda la verdad. Porque tú no puedes decirme sólo y toda la verdad, ¿verdad? No, no respondas. Yo sí puedo, y tú no puedes ser más humano y nada hay más humano que tú, y yo podría decirte sólo y toda la verdad, pero yo podría ser un árbol y generar a mi alrededor un espacio hospitalario, una sombra, sin necesidad de dejar de ser lo que soy, sin necesidad de hacer ni dejar de hacer nada. Pero tú no podrías ser un árbol, no podrías dar sombra, porque sólo puedes ser humano hasta el límite de la lucidez, y sólo das luz, y dejas de iluminar hasta llegar a cegar, y así sólo puedes ser humano hasta el límite de todas las posibilidades posibles. Y por eso sólo somos uno a veces, porque sólo se ama con el cuerpo y el resto es distancia.
-Se me acaba el saldo. Cuelgo.

martes, 13 de septiembre de 2011

RESPUESTA PÚBLICA A UN COMENTARIO

Este es el comentario:

Seria interesante conocer al autor de la crítica. Esconderse bajo siglas oscuras no es propio de un crítico serio. La discusión se hace entre personas visibles no entre fantasmas. Además, hay que tener respeto por un grupo de profesores que sacrificaron su tiempo para poner a disposición de los estudiosos la obra de Nietzsche.

Estimado amigo:

Mi nombre es Roberto Vivero Rodríguez. Nací el 20 de abril de 1972. Mi DNI es el 32655742c.

Ya ve que me dirijo a usted como amigo, pues entiendo que lo que le ha animado a dejar su mensaje es la buena voluntad, y no puede haber enemistad entre hombres de buena voluntad.

Paso a responder a su comentario.

Seria interesante conocer al autor de la crítica. – Ciertamente, no veo qué interés puede tener esto. Casi me suena al peligro de hacer acepción de personas, o de caer en el argumento ad hominem, o de tener preparada en la manga la dogmática daga del “enmucetado” criterio de autoridad que dan, para algunos, los certificados académicos. Pero se lo voy a poner fácil: No soy nadie y no sé nada. Y, lo que es peor, no he pasado por la Facultad de Filosofía ni la de Filología. Durante toda mi vida me he limitado a leer y pensar, y sólo me ha movido la curiosidad, las ganas de saber algo, y, sobre todo, la creación con palabras. Lo interesante es no quién habla o escribe, sino lo que se dice. Mire, si yo entro a robar en una joyería y me delata un ladrón reincidente, no por eso será mentira su denuncia.

Esconderse bajo siglas oscuras no es propio de un crítico serio. – Siento decirle que ha elegido mal el verbo con el que comienza esta oración. Porque no me escondo ni bajo siglas ni bajo palio. Este blog lo comenzamos dos personas, y como la otra persona no quería que su nombre fuese público, decidimos obviar nuestras identidades. A mí la idea me gustó no porque así permanecía en la impunidad del anonimato, sino porque creo que quizás habría que volver al antiguo anonimato para que lo que realmente importe sea el texto, no quien lo escribe. En cualquier caso, he mantenido esta línea, pero le aseguro que no para esconderme. Fíjese que más bien es todo lo contrario: yo escribo, me han publicado tres libros, y no me vendría mal un poco de publicidad, pero me ha parecido más “serio” no mezclar el interés con la creación. (Y le aseguro que si alguien comenta negativamente mis libros, pueden suceder dos cosas: que ese alguien lo haga para ir en mi contra, y por lo tanto a mí me da igual; o que lo haga porque cree estar diciendo la verdad, y entonces intentaré aprender). Otra cosa: Las “siglas oscuras” no son de mi invención: el programa del blog me las adjudicó sin encomendarse a nadie. Por último: No soy un crítico, y por lo tanto no puedo considerarme un crítico serio. Cuando escribo no pienso ni en mí ni en el autor del libro que reseño, si una reseña es lo que me ocupa: pienso en el texto. Por supuesto, mi ignorancia me hará cometer infinidad de errores, pero le aseguro que siempre parto de la premisa de no desviarme, al menos con la intención y el esfuerzo, si no del conocimiento, sí al menos de la recta opinión. – Siento que piense que me escondo. Mire, la editorial Trotta se puso en contacto conmigo; en ningún momento me dijeron que hiciese ningún cambio en la reseña, pero a mí me faltó tiempo para reconocer que había cometido excesos estilísticos e hice los cambios pertinentes. Y quiero pensar que lo que más les ha dolido a los editores no ha sido mi comentario del libro, sino la conciencia de haber puesto en el mercado un producto que no se ajusta a sus propios criterios de calidad.

La discusión se hace entre personas visibles no entre fantasmas. – Bonita frase, sin duda, pero no veo la obligación de poner una foto mía para que se me vea y para que se vea que no soy un fantasma, sino un don nadie de carne y hueso; y no haré esto porque soy demasiado feo y no quiero maltratar, hasta ese punto, a los que visiten el blog. Por otra parte, le invito también a usted a que abandone el estado fantasmal y firme su comentario como persona visible. Y las discusiones, y mire que aquí no hay discusión posible, pues en ningún momento me mueve el afán de polémica y estoy convencido de que en el fondo estamos de acuerdo; digo que las discusiones pueden desarrollarse incluso entre personas “no visibles”.

Además, hay que tener respeto por un grupo de profesores que sacrificaron su tiempo para poner a disposición de los estudiosos la obra de Nietzsche. – Tengo el máximo respeto por todo aquel que quiere hacer bien su trabajo, se lo aseguro, y más cuando ese trabajo está al servicio del conocimiento. Y es debido a ese respeto por lo que me he animado a mostrar lo que yo no he inventado, lo que está ahí. Y lo que ahí está es que la mejor editorial de este país pone a la venta por un precio elevado (pero justo) un libro en el que un Catedrático de Filosofía escribe “encima mío”. Dígame: Si veo que esto lo escribe un chico de Segundo de la ESO, ¿qué me recomienda que haga? ¿Me acuerdo de los padres y de las madres del sistema educativo, maldigo a la juventud actual, me pongo a añorar, ay, las nieves de antaño? Porque respeto a esos profesores, porque respeto a la editorial Trotta, y porque respeto a los lectores, he de escribir lo que he escrito. Aquí el problema no es que alguien describa la realidad: el problema es la realidad. Si usted compra un ordenador y está plagado de defectos, ¿no acude de inmediato a la tienda? ¿O se para a pensar que lo han ideado y lo han fabricado ingenieros y “mileuristas” con todo su esfuerzo y cariño y, por lo tanto, ha de quedarse con el ordenador defectuoso? Es el respeto lo que me mueve. Porque yo no gano nada con todo esto, ni dinero ni vanidad. Y el grupo de profesores del que me habla no creo que hayan “sacrificado” su tiempo, porque no sé por qué tengo la sospecha de que han cobrado por hacer este trabajo de traducción, y cobran un sueldo en sus cátedras por hacer su trabajo, y los que se dedican al conocimiento y la creación jamás tienen la sensación de estar sacrificándose, y si les pasa eso, lo mejor que pueden hacer es dedicarse a otra cosa para no sufrir tanto.

Espero que de algo haya servido esta respuesta. No es mi intención ni atacar ni defenderme. Siento que mi estilo moleste, lo siento de veras, y puedo asegurarle que es el propio estilo el que se venga en mí por todos ustedes.

lunes, 12 de septiembre de 2011

EPPUR SI MUOVE


Esta nota sigue al cambio que he realizado en el texto que reseña el quinto volumen de la correspondencia de Nietzsche publicado por Trotta. Un correo enviado por dicha editorial me ha animado a rectificar no el estilo, al que no puedo renunciar, pues sería renunciar a mí mismo, ya que no es una pose, es decir, un fingimiento; digo que me ha animado a rectificar no el estilo, pero sí algunas expresiones hirientes y, por lo tanto, innecesarias. Pido públicamente perdón por el sarcasmo, siempre ofensivo, y deseo que esta rectificación sirva como agradecimiento ante el valor de pedir disculpas sin rodeos por un trabajo no del todo idóneo. En cualquier caso, siempre son los mejores los que también en los malos momentos saben estar a la altura, y yo no dejo de pensar que Trotta es la mejor editorial de este país.

Y sin embargo se mueve, amigos míos. Quiero decir que seguimos a vueltas con el escándalo editorial (no sé si sólo en España). Parece que la endogamia editores-escritores-periodistas no acarrea nada bueno. En este sentido, probablemente Internet haya venido a abrir el hueco a los lectores, muchos de ellos conocedores y exigentes, un hueco que rompe esa cadena viciosa de, en muchos casos, meros favores recíprocos e intereses económicos.

Se diría que hay una ley del silencio. Todos los que escribimos podemos contar (y nos contamos los unos a los otros) escalofriantes anécdotas (y no es la palabra, pues una anécdota es como una excepción, y aquí estamos ante una regla) sobre la relación con los editores. Los lectores quedan excluidos de lo que pasa entre bastidores. Por ejemplo, ¿cuántos lectores podrían imaginarse que la publicación de una obra literaria está en manos de editores que cometen salvajes faltas de ortografía? – En fin, mejor callar. Y sobre la relación (no sé si simbiótica o parasitaria) que mantienen los que trabajan en la prensa con editores y escritores, no hay nada que decir después de lo dicho por Balzac en Las ilusiones perdidas.

Desde hace años me gusta decir que no quiero hablar de cultura porque es el único tema que me pone como un energúmeno. Pero lo hago. Supongo que no es un vicio, sino la constatación, por vía del dolor, de una fe inquebrantable en la existencia de amantes del conocimiento que están por encima de pasiones e intereses.


sábado, 10 de septiembre de 2011

NIETZSCHE. CORRESPONDENCIA. VOLUMEN V

NIETZSCHE, Friedrich. Correspondencia. Volumen V. Madrid: Trotta, 2011, 446 pp.


Pienso que los lectores que se interesen por la lectura del quinto volumen de la correspondencia de Nietzsche no necesitan demasiados comentarios sobre su contenido: quien llega a esto, es más que probable que ya sepa todo esto. Por lo tanto, he decidido trastocar el orden habitual de la reseña, dejo para el final las palabras sobre el contenido del volumen y paso directamente al libro como “cosa”.
Pues bien, estoy profundamente desilusionado. Y como no es mi costumbre morderme la lengua (por si me enveneno), tengo que decir que esta edición es casi una chapuza. No olvidemos que estamos hablando de un libro traducido por el respetadísimo Juan Luis Vermal, publicado por la seria editorial Trotta, edición que dirige Santiago Guervós, libro que está en el mercado (a un precio superior a los treinta euros) con la subvención del Ministerio de Cultura.
A los hipersensibles les sugiero que no sigan leyendo.
Porque esta montaña ha parido estos ratones: “en contra mío”, pp. 67, 206; “a través mío”, p. 229; “encima mío”, p. 292; “en contra suyo”, p. 368; “en contra tuyo”, pp. 310, 406; “delante mío”, p. 360; “cerca suyo”, p. 362; “olvidé de pedirle”, p. 370; “he olvidado de escribirte”, p. 412; “Te agradezco de corazón por tu carta”, p. 372.
¿Sigo?
“Pasé”, “último”, “afectó”, “qué”, “llegó”: todas estas palabras, que necesitan la tilde, carecen de ella (pp. 163, 225, 338, 348, 355). Los errores de puntuación son incontables. Faltan paréntesis, comillas, puntos, incluso letras y palabras. Es desesperante. En la página 217, las notas que deberían ir numeradas como 298 y 299, aparecen como 398 y 399.
Pero esto no es todo…
Y quizás lo que sigue ya son manías, pero, maldita sea, si los demás pueden hacerme tragar sus errores y horrores después de haber pagado tal suma de dinero, ¿cómo no voy a poder yo expresar, gratis, mis manías? Así que ahí va.
No me gusta la traducción de Vermal. Creo que hasta ahora es la peor de la colección. Y miedo me da. Porque lo siguiente que tengo que leer son los fragmentos póstumos de Nietzsche (publicados por Tecnos), y el cuarto y último volumen, de 780 páginas, lo traducen Juan Luis Vermal y Joan B. Llinares. Me encomendaré a este y a su contrastada reputación como traductor de Nietzsche. (Y, por otra parte, Llinares es el traductor del sexto tomo de la correspondencia, aún no aparecido en el mercado).


[Postal de Nietzsche a su madre. En ella, como en tantas otras misivas, firma “Tu vieja criatura”]

La traducción de Vermal no me gusta por giros como los siguientes: “¡Qué bonito que fue que estuvieras para mi partida!”, p. 111; “aunque más no sea para darle”, p. 284. Tal vez estoy demasiado acostumbrado a Sánchez Pascual. Porque tampoco me gusta la palabra “tratativa”: no sé, entiendo que uno puede escribir en una traducción de Heidegger, si viene al caso, la palabra “aeromoza”, pero ¿a ustedes no les suena mejor “azafata”? – Más. En la página 198 traduce: “Ni entre los vivientes ni entre los muertos tengo a nadie con quien me sienta afín” (carta a Franz Overbeck, 5 de agosto de 1886). Si Vermal quiere traducir die Lebenden por “los vivientes”, me parece correcto – pero mal, porque suena mal y porque no es coherente, ya que en la página 221 traduce: “aquí hay un problema que, por suerte, según me parece, podemos tener en común con no muchos de entre los vivos y los muertos” (carta a Jacob Burckhardt, 22 de septiembre de 1886).
Yo ya no sé qué pensar. En la página 155 leemos: “¿No le sienta mal el puesto? ¡He!” (carta a Köselitz, 27 de marzo de 1886). A mí esto me dejó temblando. Así que fui al Klassik Stiftung Weimar, Nietzsche-Briefwechsel, y encontré lo siguiente:


En el margen (he girado la imagen para que se pueda leer mejor), donde Vermal traduce “¡He!”, Nietzsche escribe “hein?”. –
¿Qué hago ahora? Supongo que no me queda más remedio que esperar a que editores y autores piensen más en los lectores que en sí mismos. Quizás hubo un tiempo en el que ser tuerto te hacía ser rey en España, y creo que estaremos de acuerdo en que son buenas noticias, para todos, el que poco a poco se vayan eliminando camarillas y cotos cerrados. Espero, pues, a la segunda edición de este libro.
Este quinto volumen de la correspondencia de Nietzsche abarca desde enero de 1885 hasta octubre de 1887. En las cartas y postales, el filósofo desvela sus ocupaciones y preocupaciones: su mal estado de salud física y anímica; su peregrinaje en busca del medio que le permita vivir, pensar y escribir sin demasiado sufrimiento; su cada vez mayor soledad; su trabajo en la escritura de prólogos para obras del pasado (El nacimiento de la tragedia, Humano, demasiado humano, La Gaya Ciencia) , y en la redacción de nuevos libros: la cuarta parte de Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal, La genealogía de la moral, el quinto libro de La Gaya Ciencia, así como en su pretensión de que se publique, e interprete, su obra musical Himno a la vida; sus malas experiencias con los editores; sus reflexiones sobre lo que significa no ser comprendido en el presente, junto con sus vaticinios sobre la repercusión de su obra en el futuro.
Apenas se puede hablar de una época en la vida de Nietzsche que sea más importante que otra. En estos años, por ejemplo, Nietzsche considera que ha terminado su trabajo de preparación, trabajo que incluiría Así habló Zaratustra, y que ahora le espera la verdadera y gran tarea de crear un sistema filosófico bajo el título de La voluntad de poder. La escritura de los prólogos para algunas de las obras pasadas es de un interés mayúsculo, tanto para el conocimiento de la obra de Nietzsche como para la reflexión sobre la evolución de una obra que avanza durante años y que siempre es susceptible de ser revisada no tanto para introducir cambios, como para ser interpretada dentro del todo de la obra misma.


[Archivo-Nietzsche, Weimar]

Si en nadie se pueden disociar vida y obra de manera tajante, parece que en Nietzsche esto sería un disparate. Así, Nietzsche piensa profundamente en la necesidad no ya de lectores, sino de discípulos, y podemos decir que él mismo es su único lector y que por eso los únicos comentarios serios a su obra son sus prólogos, que lo demás es silencio o ruido. Y de ahí, también, su constante preocupación por ser no ya incomprendido, sino malinterpretado. Por otra parte, sigue pasmando la fe que este hombre tenía en sí mismo y en su obra, y más aún estremece contemplar, en el presente de las cartas, aquella vida de radical soledad y extenuante enfermedad que haría que se rindiese el más estoico de los hombres. Y si Nietzsche no sucumbió tuvo que ser, sin duda, gracias a su fe en que él no era un hombre, sino un destino.

Enlaces en este blog a las reseñas de los cuatro volúmenes anteriores de la correspondencia de Nietzsche:

jueves, 8 de septiembre de 2011

VANILOQUIO DEL SOLADOR


Imaginé un blog llamado Soliloquio del farero. Pero para qué fingir lo que no se es, para qué pretender ficcionar lo que ni la imaginación consiente.

Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma…


Creo que todos estaremos de acuerdo en que este no es un poema de La realidad y el deseo; no es uno, no: aquí Cernuda fundió dos poemas. El primero es Soliloquio del farero, y debajo de este título-poema, la página en blanco, todo un libro de páginas en blanco. El segundo poema son los versos, sin necesidad de título.

¿Cómo pude imaginarme merecedor de usufructuar todo esto? Así que imaginé un blog llamado Vaniloquio del solador.

Cómo llenarte, soledad,
sino conmigo mismo…

Así que se me va el alma al suelo, que es ese lugar por el que también se camina, pero que es, en esencia, donde recuperar el tiempo perdido – cuando nos erguimos y empezamos a caminar y a mirar al frente y a otear el suelo, lejano, de vergüenza y miedo -, donde empezar a acostumbrarse a la eternidad.

Desde la cuna-cama-tumba del suelo se ve mejor el cielo: por la noche te llenas los ojos de estrellas y sabes que tú no eres nada más que una luz fugaz que ha dejado de arrastrarse para reposar, para aprender a no moverse, para ser apenas, cada vez más un poco menos.


En el suelo


en el suelo,
en él suelo reencontrarme.
en el suelo no
dominguero de los parques.
en el suelo no
ciudadano de las aceras (aún soy cobarde).
en el suelo olor
a las colillas de mi jaula sin aire.
en el suelo desde
donde la punta de mi cigarrillo al cielo
envía señales, amantes, para reencontrarse.

*


necesito todo el cielo para mí,
por eso cierro los ojos y los abro
en la noche. se acostumbran a ver
que no hay sucesión, que todo es ocasión,
la misma ocasión. y esa luz no es
avión, es de la naturaleza de las estrellas,
luz en mis ojos, luz de mis ojos, y creo
que se llama aeroplano fugaz.

*

me he salido al suelo duro, al eje del coxis,
y ahora juego a la ciega con las tabas de las estrellas.

*

también aquí se está bien,
he de sentir la soledad de los huesos,
mi tuétano. he de sentir
sin huir este duro suelo de no encontrar
equilibrio tampoco en la horizontal.

*

es en el suelo donde todo se distiende,
donde los ojos se llenan de estrellas.

decúbito supino, ese silogismo,
en tragicómica lengua casi muerta,
de la filosofía de estrellarse.

equilibrio cósmico de gimnosofista
que acostado no se cae hacia arriba
ni sufre la cónica tentación de levitar.

*

los cielos y yo
(ahora lo veo)
nos movemos con tal armonía de mareas
que estamos quietos.
se mueven coquetas las olas de las nubes
para que nosotros coqueteemos.


*

qué fuerza es esta para sufrir,
y quién abrazará luego a anteo;
vagabundo diamante, descielado
carbón del suelo.


está bien que no se pueda escarbar,
ni arañar. contra la baldosa se derrumba
la vertiginosa ilusión del abismo.

*

nunca se está tumbado solo en el suelo;
siempre hay a su cabecera una sombra,
la elegía desde la eternidad.
tampoco en la soledad del duro suelo
reina la soledad. todo suelo tiene su sombra
vertical, y tras ese umbral la puerta
alberga las muchedumbres de una ausencia.

*

se me va el santo al suelo
y rueda por la acera como una moneda,
céntimo que se para en la esquina del plano.
y aunque quiere dar pena, es pobre para dar
el universo que encierra.

*


caminaba… me acerqué al árbol, y vi
que todo pasaba alrededor de su pacífica espera.
y quise ser como él, y vi
que no soy árbol y que el árbol tampoco espera.

caminaba… me acerqué al río, y vi
la fuga de su constante lecho acunando risas.
y quise ser como él, y vi
que no soy río y que el río tampoco ríe.

recuerdo que caminaba… me acerqué al hombre, y vi
que yo no era hombre y él tampoco era hombre,
y dejé de caminar y tendí en el suelo
esta humanidad mía que no espera, que no ríe,
que caminaba por el suelo para llegar a esta nada del suelo.

*

sólo se espera solo
en el basurero, a las
afueras de la ciudad. y
lo demás es tiempo entre-
tenido con los pies en el suelo.

martes, 6 de septiembre de 2011

EXPERIMENTO DIARIO

“No me basta con el conocimiento: quiero la experiencia”, me repite un amigo. Eso me recuerda al grito de guerra de la fenomenología “¡A las cosas mismas!”. Así que entre tanto estímulo, durante una semana he querido experimentar el diario. (Y a ver si así, de paso, me exorcizo de su obsesión).

Y he descubierto lo siguiente: 1) Puede convertirse en un vicio sin embriaguez, es decir, en una forma de que pase el tiempo sin sentirlo y sin salir de la propia conciencia; 2) Al menos llegados a esta edad, la conciencia no se hace ningún lío con su ya lío de voces, y se relaciona consigo misma en el espacio del diario de forma ideal; 3) He visto que apenas me atrae hablar de sucesos “externos”: el teatro de la conciencia lo ocupa casi todo, la relación entre conciencia y diario se asemeja a colocar dos espejos frente a frente: no hace falta más, o se diría que mantienen una relación fractal: la una siempre está dentro del otro, y este contiene a la primera, y así en mise en abyme; 4) Me he dado cuenta de la escritura fluye a la misma velocidad que los pensamientos: no he necesita pararme ni un instante a elegir ni una palabra.

Ahora toca lo peor: pasar por encima del pudor y mostrar las pruebas del experimento. Pido disculpas si a alguien le crea la impresión de estar ante un ejercicio de egolatría y exhibicionismo: nada más lejos de mi intención y de mi naturaleza.


DIARIO DE UNA SEMANA



Primer día.

Ayer pensamientos sobre la recuperación de objetos, como si en ellos hubiese tiempo depositado o fuesen sus sedimentos. En cualquier caso, fósiles de tiempo.

Ayer también sensación de ingravidez mientras miraba las estrellas, el cielo. Gran placer contemplando el cielo, día y noche.

Ayer, idea de la Iglesia. Más que Mater et Magistra, o incluso “Iglesia invisible”, depósito de la revelación y guardián de sí mismo. Nada más – y nada menos.

Anoto el sueño de la pasada semana porque me parece importante: la chica en el tejado.

Sueño de esta noche: sueño de desencuentro, de no coincidencia.

La soledad como posibilidad del reencuentro consigo mismo.

Idea: Puedo imaginarme otro, pero no puedo verme en el otro.

Idea: Ser aquí y ahora. ¿Sin esperanza? Entonces, ¿también sin reaccionar? ¿Acostumbrar al pensamiento y a los sentidos a una extrema lentitud, obligándolos al momento llamado tarde, demasiado tarde, por omisión? Si siempre es el momento y la hora, no hay necesidad de prisas.

Idea: No he encontrado solaz en ninguna idea ajena, y las mías son demasiado fugaces.

Miedo al pensar en Amiel: una vida triste dedicada al registro del tiempo. Todo esto, sobrecargado de redundancias: “miedo al pensar”, “vida triste”, “registro del tiempo”. Lo cierto es que si el paso del tiempo es triste, su registro es un tormento, y esta idea da terror.

Lo malo, lo peor de las “historias” no son las cuitas y problemas que generan, ni siquiera que en el fondo todas las “historias” sean iguales; lo peor es cuando dentro de una “historia” comienzan las repeticiones, y estas sólo lo son de la pena y el dolor.



Más interesante que el estado de embriaguez es la reacción del cuerpo al día siguiente.

Esta mañana, los relojes vuelven a ir desacompasados.

Desde Tales, la Historia del mundo, también llamada Occidente, es la Historia de cómo la estupidez puede dominar el mundo. En este caso se trata de la historia de cómo la lentitud de los sentidos puede adueñarse del mundo cuando también existe el pensamiento.

Toda religión es oración: petición y agradecimiento. Agradecimiento como reconocimiento de que en todo momento se recibe lo que se pide – pero centuplicado y, eso sí, velado por nuestra ignorancia. En este sentido, no existe la moral, pues no existe el mal.

Encuentros sutilísimos, al límite de ese abismo que es el no encuentro, la separación. Sin ellos, ni los choques más apasionados harían soportable la vida. Ellos solos, tampoco.

A la soledad hay que despoblarla de fantasmas, o no será soledad.

Recuperar no es conservar ni coleccionar. Una vez que se entra de nuevo en posesión de los fósiles del tiempo, hay que desprenderse inmediatamente de ellos como de relojes que ya no funcionan.

Los sueños no necesitan ser interpretados. Su significado queda revelado con el tiempo en los hechos de los que ellos mismos forman parte.

Con el abandono se aprende a estar solo. Pero tu maestro, y aquel a quien has de estar profundamente agradecido, no es quien te abandona.

Puedo no ponerme, sino estar en la piel de alguien, y experimentar lo mismo, por las mismas causas, y necesitar los dos lo mismo, y al mismo tiempo ser capaz de no ayudar, incluso ser capaz de parasitar un tiempo. Si esto no es un rasgo de bestialidad, de inhumanidad, cómo creer en la existencia del ser humano. Así que la existencia del ser humano siempre es a costa de la humanidad de uno, y creer en el ser humano pasa por confesarse un miserable.

Lo ideal sería poder decir a cada ser amado:

aparecerás un tiempo

en mí

para siempre

Ante la muerte, escucha a Dios; ante el tiempo, calla. - ¿Ves la diferencia? Claro, no la hay.



Logos. Hay ideas, es decir, palabras, que no aportan un conocimiento, sino una experiencia. Esas palabras no son signos que llevan a otros signos, hasta el infinito de la hermeneusis; son umbrales a la experiencia, en el menor grado de nuestra receptividad, y son ya la experiencia. Esas palabras, por lo tanto, están vivas y son vida, son divinas y son la divinidad. Sólo así se entiende que las palabras de Jesús sean el propio Jesús, que se venere el Nombre de Dios, y que la poesía de Rilke sea umbral.

Para aquel que te deja solo con el tiempo, a la espera, tu soledad se le convertirá en un problema insoluble, porque aprenderás a estar solo y dejarás de esperar.

Todos los personajes de la Biblia están eternamente vivos, y esto sólo es posible porque cada uno de ellos refleja el universo entero. La misma inspiración parece habitar a personajes como Fausto y Don Juan, por otra parte.

Sólo hay una cosa más dura que el silencio de Dios, y es la palabra de Dios. ¿Qué hay que aprender? Que tu palabra sea igual que tu silencio. - ¿Cómo no recordar “Sed perfectos como vuestro Padre que están en los cielos”, y “Sed como diamantes”?

Para no engañarse hay que estar en constante alerta. Por ejemplo, no hay que confundir estrategia de supervivencia con verdad. Cuando los sentimientos están en juego, este peligro es feroz.

Me gustaría saber cuánto del éxito de ciertos dichos se debe a limitaciones de la lengua en el momento de ser enunciados, o a limitaciones de quienes los expresan. En cualquier caso, una lección: El laconismo se extrae de un tipo de universalidad que linda con la estupidez. De ahí se puede destilar un estilo, el estilo del límite de lo mínimo. En el otro extremo, en el del sentido, en el de la riqueza de la lengua y su uso, está el mismo estilo pero elevado a la enésima potencia, por ejemplo, la brevedad polisémica y sinestésica a través de la elipsis y la anfibología.

El cielo, el mar, las flores, los insectos. – Un espíritu libre de tormentos emocionales encuentra en todo esto solaz perpetuo en sus metamorfosis sin fin, en especial porque no están habitados, en su caso, por los fantasmas de los hombres.

Plotino como el mayor alquimista de la Historia: en su crisol fundió hasta la sublimación platonismo y cristianismo.

No ya perseverar, sino incluso forzar el sufrimiento de la soledad es enterrar tesoros. – Algo inútil si luego no hay tiempo para desenterrarlos o se olvida dónde se han inhumado.



Miras el horizonte y el cielo bajo. Llega la noche. Siempre te sorprende. Y siempre te asusta, pone fin al soleado espectáculo de nubes y colores. Pero entonces recuerdas y la oscuridad te guía, y vas de las hermosas luces chinescas del foco cegador, a la contemplación directa, de ojo a estrella, de la miríada de luces. Porque la oscuridad te hace levantar la cabeza por encima del horizonte y del cielo bajo, y te das cuenta de que el día también era un pozo con la boca sobre tu cabeza, no a la altura de los ojos de un simple bípedo.

Por la noche, muchas cosas están más claras; por ejemplo, que no puedas distinguir, a veces, entre aviones y astros.

Desde luego, la Naturaleza es fascinante. Así, a mí un insecto me cansa pronto, pero un entomólogo me cansa mucho antes.

En los estados en los que el ser humano es una máximo de expresión, no puede aprender nada de sus iguales en la misma coyuntura, porque están en un estado de proporcionalidad inversa entre expresión y humanidad, y todos los seres son iguales en su ser.

En realidad, tengo que ir dándome cuenta, mi realidad no depende ni de lo que yo haga ni de mis intenciones. – Pero me gustaría poder mantener la costumbre de anotar que me voy a dormir: porque es lo mejor de estar despierto, porque no sabes si vas a despertar, y porque no es un acto repetido, pues quizás mañana despiertes y no puedas dormir jamás.

Mi vanidad. – No me la noto en que me gusta saber que me leen, porque eso no es vanidad, sino sentido común; mi vanidad me la noto en que me gusta leerme. ¿Y qué otra cosa es escribir sino vanidad, crear las condiciones para escucharse a uno mismo siempre y las veces que quiera?


Segundo día.

Ayer: No “Cae la noche”, porque cae el Sol, cae el día. En su caída, el Sol arrastra al día para dar paso a la noche, para que el hombre vea que hay más luces, más estrellas. La noche es una bendición, tanto en el cielo como en el sueño, para la memoria.



Cuando llega el momento en el que uno está harto de sus propias mentiras y de las injusticias que comete o ampara, ha de actuar como si tuviese la certeza de que al instante siguiente fuese a morir. Sólo así es posible reunir el valor para la reparación.

Me dicen: “El chamán sube a la montaña y se pasa tres días en una roca. Luego baja y comunica a los demás el mensaje que ha recibido”. – Poco que comentar: un caso flagrante de dureza de oído.

Es otro día lleno de minutos, hasta hacer vomitar, en el que sólo hay tiempo y su rastro, que sólo pueden ser acciones permitidas por su hacerse sentir. Así, beber, escribir, fumar, pensar, leer, estarse quieto fingiendo no hacer nada. Cada uno de estos minutos es un asesino confeso: tic, confieso que – tac, te estoy matando. La conciencia secreta tristeza y amargura, los jugos de lo irreversible camino del precipicio. – Pregunta: ¿Es realmente necesario que con el paso del tiempo la conciencia sea, en su mayor parte, un cementerio?

El tabaco es un buen compañero, aunque mate. Y, en esta vida, qué no mata. Gracias a que no embriaga, la conciencia puede observar en toda su pureza la naturaleza y función de los vicios: hacer algo para despistarse y entretenerse un poco mientras acompañamos al tiempo en el asesinato que perpetra con nosotros.

Jünger sólo tuvo un problema: el mismo problema que tendría un purasangre que intentase contarles a los burros qué es correr.

Qué difícil es decir lo que uno piensa y siente cuando sabe que las consecuencias serán más dolorosamente insoportables que el sufrimiento que se padece y del que habla el silencio de lo que se piensa y se siente.

¿Cuándo he ayudado yo a alguien? Nunca. Eso lo dice todo de mí. En estos días tan difíciles, se ha corroborado la vieja sabiduría: En los momentos duros se conoce a los amigos.

“Que tus palabras sean como tus silencios”. – ¿Será posible, cuando la conciencia es un pandemónium, más o menos coherente, de voces?

La traición al mundo puede ser una fidelidad de rango superior. Basta para ello con saberse un medio hacia algo tan perfecto como desconocido que lo convierte a uno en una migaja apenas necesaria.



Sobre las palabras como experiencia. – No hay necesidad de buscar ni en lo divino ni en lo poético. Ejemplo: Cuando las palabras “Te amo” no surten efecto en la realidad y, por lo tanto, al oírlas no se convierten en experiencia de amor, sólo son, como se suele decir, palabras, y no amor.

Con el paso del tiempo, toda conciencia ya sólo es un muladar. ¿Es absolutamente necesario?


Tercer día.

Mi conciencia, que sólo es lucidez, es un faro que ilumina hasta el fondo más profundo de mis cloacas.

El miedo. – Señal de peligro que muchas veces no indica ningún peligro. – Nada hace más daño entre los hombres que hacer o no hacer guiados por el miedo. – No sólo es verdad que “con miedo no se puede vivir”, sino que tampoco se puede morir, y lo único que hace el miedo es perpetuar la decisión de sufrir y hacer sufrir.

La experiencia de la nada puede dejar un rastro de umbrales, por ejemplo en forma de palabras. Quien sea capaz de leer esas palabras con el órgano de la muerte, el alma, que es el órgano del sentir lo insensible, el órgano del saber inerte; quien sea capaz de eso, atravesará con su alma ese umbral y experimentará la nada.

Nietzsche tiene razón si no existe la nada. Y Nietzsche nos puede enseñar cómo tratar la posibilidad de toda imposibilidad, de la nada. Así, habría que hacer un trabajo profundo para dilucidar si las clásicas y habituales asociaciones con las que se revista a la nada son realmente reales. Es decir, si a la nada se la puede asociar, qué sé yo, con la muerte, el dolor, el error o la mentira, y con el miedo y la angustia. Quizás habría que empezar a pensar, de una forma más sobria, sobre la relaciones entre la nada, el ser y el devenir, sin más.

¿Podría desarrollar una pragmática provisional y aprovechar el absurdo?

Pero qué inútil parece todo en cuanto uno se lanza y enreda en los afanes del mundo… Ahí, en vez de ganar peso y sentido, las cosas se vuelven aplastantemente insustanciales e inconsistentes. Y el éxito sólo sirve para acentuar la propia miseria, lo que lleva a tener que multiplicar los esfuerzos para ocultarla.

Tengo que dedicarle unas palabras al dinero: se me está acabando. Creo que son palabras eternas, las que siempre definirán la naturaleza del dinero.



El artista no puede tener ni buena conciencia ni buena opinión de sí mismo, pues se sabe un traidor de la peor especie: con cada obra que crea, traiciona lo que más ama: la perfección. – Este es un detalle más que revela que el artista, cuando es un creador, está, incluso sin querer o merecerlo, más cerca de la humanidad que el resto de los hijos de hombre y mujer: en este caso, el acto creativo le revela, sin margen para el autoengaño, la miseria de ser humano y, en esencia, la de ser en el tiempo, miseria exponencialmente agigantada por la conciencia del paso del tiempo y de su final.

Lo cierto es que para llegar a ser “buena persona”, y ya no digo un santo, o hay que creer que el tiempo o no existe o es una ficción, o hay que creer que el tiempo es un coto cerrado para cazar méritos con el fin de recoger el trofeo en un más allá del tiempo, cuando empieza la gran veda.

Ha pasado lo que tenía que pasar, y a Jünger lo leo con cuarenta años. ¿Qué habría hecho con él a los veinte? Y, por la misma razón, a Nietzsche tenía que leerlo a los veinte años. ¿Qué habría hecho con él leyéndolo por primera vez a los cuarenta?

Y esto se me ocurre ahora porque Jünger está leyendo los fragmentos póstumos de Nietzsche. ¿Y yo, si termino a Jünger, con qué sigo, con los fragmentos póstumos? Para mí, estas cuestiones son prácticamente de vida o muerte.

Uno no deja de asombrarse del corazón humano: cómo es capaz de amar y odiar una misma cosa. Bueno, supongo que la solución a este estúpido enigma es muy sencilla: es así cuando esa cosa con lo que te da te hace estar en el paraíso, y con lo que no te da te hace padecer un infierno.

Abro la Biblia al azar: Salmo 40. Acción de gracias. Petición de auxilio.

Y yo, pobre soy y desdichado,

pero el Señor piensa en mí;

tú, mi socorro y mi libertador,

oh Dios mío, no tardes.



Cuarto día.

Iba a decir “Noche sin sueños”, pero es el día de hoy el que va a quedarse huérfano de sueños. – Mal empezamos.

La vida, los hechos que se suceden, es fácil de entender; lo difícil es comprender el orden en que se suceden esos hechos. Así, de joven se descubren todas las preguntas, y sólo al llegar a viejo se descubren algunas respuestas, es decir, cuando ya es demasiado tarde. Y si en la vida el conocimiento siempre es “demasiado tarde”, si se responde a la pregunta sobre el sentido y función de ese conocimiento, ¿se tendría la clave para saber si el orden en el que se suceden las cosas en la vida es azaroso y carece de sentido y fin, o bien obedece a un plan con un sentido y una finalidad?

Dios ha de ser vida y dios de la vida, pues la vida es lo más frágil, y lo inerte es eterno en sus metamorfosis. Lo indestructible en el hombre ha de ser, pues, lo inerte. Habría que saber si eso indestructible-inerte es la conciencia (incólume a pesar de perder su encarnación temporal), o el alma como nada en el ser, como órgano de la muerte, como huésped perenne de la muerte y de la nada que anuncia en el tiempo de la vida, a través del saber inerte, su indestructible estar de paso aquí. – Esta y no otra es la gran pregunta y la gran pena del ser humano, porque la existencia o no existencia de Dios no es problemática: si existe, está y estará siempre con nosotros, ayudándonos; y si no existe, la pregunta sigue sin respuesta.

Acabo de descubrir por qué se me mueren las plantas: Estoy tan solo, es decir, tan centrado en mí mismo, que no tengo tiempo para nadie ni para nada más.

Siempre queda otra opción: dejarse abismar en la experiencia del amor y no luchar contra el dolor, la soledad, la desesperanza y la desilusión. O dejar de hacer aquello que según Proust hacemos: “Al amor se le pide amor – y algo más”.

Paradoja: ¿Desperdiciar la vida puede convertirse en una costumbre, en un modo de vida, en una forma de conservar la vida?

Imaginemos que el medio le dice al fin que es un final. – Imaginemos con toda la pureza posible, sin moral ni pragmática. – El medio le dice al fin que es un final. ¿Y qué sucede? Es más, ¿qué importa lo que suceda? Es más, ¿lo que sucede no está ya en el orden de medios y fines y finales? Y, por lo tanto, ¿a qué dar tantas vueltas?

Levanto la cabeza. Hoy, ahora, por fin veo a Venus completamente clara. – Sobran las palabras, más palabras.


Quinto día.



Hoy no he soñado. Ya van dos noches seguidas. ¿Por qué sueño tan poco? ¿A qué se dedica esas noches mi máquina de pensar? Echo de menos, sobre todo, los encuentros femeninos en los sueños. Estos me compensan de las angustias que paso también mientras duermo. Los sueños no son más que la vida que corre paralela a sí misma: pero nada de lo que pasa tiene consecuencias. Quizás sea esa su belleza. - ¿Y sería posible trasladar a la vida diurna la vida onírica? No hablo de la ausencia de consecuencias, claro.

Las figuras de Vautrin y Corentin, uno en la sombra y otro en la oscuridad, ambos inmunes a la belleza y al placer femeninos, se alzan ante mí como enigmáticas posibilidades, tan envidiables como imposibles.

Cuanto más viejo se hace Jünger, más claro deja que no cree ni en Dios ni en los dioses, que no cree en su existencia pre-humana, quiero decir. Y eso que parece tan inteligente.

Quizás debería vivir, de una vez por todas, no como si no tuviese futuro, sino como si me quedase un poco de tiempo. – Esto me llevaría a hacer sin calcular ni esperar consecuencias.


Sexto día.

Sueños, sí, pero de una fealdad ridícula. Y tuve que rescatarlos del olvido nada más despertar con el bichero de lo absurdo. Así pues, comienzo el día con un esfuerzo para que no se me escape algo desagradable.

La pregunta es: ¿Qué significa que en un mundo como este exista el amor? ¿Qué dice eso del mundo y también del amor? – No tengo ni la más remota idea. Pero parece que el mundo es enemigo del amor, y está enamorado de él.

Una cosa parece irrebatible sobre este mundo: la cantidad de dolor es inversamente proporcional a la cantidad de verdad. - ¿Y el amor, y el amor? Parece que se comporta como un tercer término oculto en toda ecuación, como un factor caótico que trastoca las proporciones. ¿Qué es el amor? ¿Qué hace? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué significa la existencia del amor; cuál es su función? – Dolor y verdad, y el amor en el mundo. – Más incógnitas.

¿Qué sucede cuando se encuentran la belleza, con su poder de fascinación y su insalvable fuerza gravitatoria, y la inteligencia, con su poder para iluminar y crear de forma indistinguible, en el mundo del dolor y el error? – Una espiral: ¿Y si esa belleza y esa inteligencia son amos y esclavos del placer?

¿Realmente puede el mundo ser el enemigo del amor y, al mismo tiempo, estar enamorado de él? ¿Quizás sea así precisamente por el tiempo?



Extraño el tiempo, como si no existiese o como si fuese muchos: “Las horas son largas, la vida es breve”.

Fin del verano. Ya están aquí los preciosos ocasos del otoño.

En las impresiones/reflexiones de Jünger sobre lo inerte-orgánico, no sé por qué quiero ver a Schopenhauer y La voluntad en la Naturaleza. – Por cierto, y por otra parte, hay comentarios de Jünger sobre gramática y estilo que me parecen propios de un quinceañero. A pesar de que su inteligencia, su cultura y su destreza “casi” apabullan, me pregunto cuánto de “instintivo” con relación al lenguaje había en este hombre que a los noventa años recomienda irse a la cama con un diccionario etimológico.


Séptimo día.

Jünger acaba de remitirse a La voluntad en la Naturaleza.

El sacacorchos. – Espiral más palanca. – De la espiral, poco que decir: es la "conciencia" del círculo. – Sobre la palanca: Evidencia que una cosa es la simetría y otra el equilibrio. Así, se puede decir que el Universo es simétrico, carece de equilibrio y se mueve en espiral. – Quien dice el Universo, dice el hombre. – Y dice la mónada, esa fractalidad, más que ser.

La ciencia afirma que el Universo es asimétrico, levógiro. Más bien, habría que decir que el Universo, en su desequilibrio, aspira constantemente a la simetría, que alcanza en su movimiento espiral.

La imposibilidad del círculo (e incluso de la recta) tiene que hacer reflexionar al hombre. Sobre todo, en su inevitable, y casi incontrolable, capacidad para ficcionar perfecciones. Esto también es motivo de reflexión.

Jünger insiste en el valor de los hechos en los diarios, en la importancia de los detalles y las anécdotas en la Historia. – Bobadas. Prueba: sus propios diarios.

Yo. – Una palabra que se me ha vuelto odiosa, tanto dicha por mí como dicha por los demás.

Los ángeles (mensajeros) no son amables, no pueden ser amados, no guardan nuestras “cuatro esquinitas”. Todo aquel que nos dice algo esencialmente profundo de nosotros mismos, nos molesta, pues en cuanto que testigos insobornables, su función es molesta como el espejo en el ascensor en el que de repente nos encontramos con nuestra fealdad.

Cuando sólo hay sufrimiento, sólo cabe desear una cosa: que no se convierta en daño, que el dolor sea dolor. –